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Full text of "Luis Alberto De Herrera 1901 La Tierra Charrua"

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La Tierra Charrúa 




tíCuis JÍ Iberio de JVerrera 


LA 


TJierra 


Cha. 


rrua 


«Contra lo imposible nadie es fuerte. Lus 
partidos existen y es preciso aceptarlos. 

Seamos prácticos y aprovechemos en edu- 
carlos el tiempo que perderíamos en la pre- 
tensión de suprimirlos.» 

Juan Carlos Gómez. 


MONTEVIDEO 

1901 




Algunas ideas de concordia deshojadas 

SOBRE LA TUMBA DE MI PADRE 
EN EL TERCER ANIVERSARIO DE SU MUERTE. 

i.o de Diciembre de 1901. 




La Tierra Charrúa 


La Patria y los Partidos 

Empiezo estas páginas sin saber á ciencia cierta 
cuánta será su extensión. Quien escribe una obra de 
tesis, libra una batalla y las batallas se sabe cuando 
tienen principio nunca cuando terminarán. Solo pue- 
do afirmar que el propósito perseguido en estas 
lineas posée todos los prestigios de los más nobles 
afanes. Desgraciadamente no podré completar ese 
lote de méritos morales intrínsecos con el caudal de 
un estilo ático y seductor; pero las ideas buenas, 
como el palo de sándalo, despiden por sí solas tan 
exquisitos perfumes que, para triunfar, basta á me- 
nudo con emitirlas claras. Aquí quedan cristalizadas 
las mias sobre muchos puntos escabrosos y oscuros 
de la historia de la República, llena de quebradas y 
llena de cumbres. 



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LA TIERRA CHARRÚA 


Apoyado en el báculo de una constante sinceridad 
descenderé, á las unas, escalaré, las otras, á fin de in- 
ventariar en forma de síntesis las glorias y los erro- 
res que nos atan al pasado, á ese pasado que señala 
el cimiento grande de la patria y que palpita á nues- 
tras espaldas con latidos de entraña. Abordo esta 
tarea difícil, sin soberbia, también sin vacilaciones, 
pero abrigando la convicción profunda de que mis 
lectores tradicionalistas, blancos ó colorados, en- 
contrarán ancho paño para la crítica en estos párra- 
fos nacidos al calor de una pasión justa. A Lava- 
lleja, á Rivera, á Oribe, á Suárez, á Berro y á otros 
muchos ilustres ciudadanos se los viene disputando, 
desde muy atrás, al culto nacional, que los reclama 
como figuras propias, el culto defectuoso y fragmen- 
tario de los bandos políticos. Y ésto no puede razo- 
nablemente continuar así, porque la sana lógica no 
permite perduren tales aberraciones y porque algún 
día hemos de abandonar comunes y singulares pre- 
juicios. 

Lo que ayer fuera explicable en el sentido de lus 
fanatismos históricos, hoy ya no tiene justificación 
decorosa. ¿Quién no sintió en otrora crispaciones 
sectarias, arranques de ardoroso entusiasmo, impul- 
sos de idolatría, rábia y encono, para los unos, cari- 
ño, amor frenético, para los otros ? 

La casi totalidad de los orientales que integra- 
ron las anteriores generaciones, rindieron ese tributo 
de intensa fuerza nerviosa ai espíritu de los tiempos 



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recios en que vivieron; y al hacerlo así, abonaron 
una vez más esta verdad de hierro que gobierna al 
mundo: en el desenvolvimiento de las sociedades, 
ningún hombre, por alta que sea la alcurnia de su 
génio, puede sustraerse á las exigencias despiadadas 
del medio en que actúa y de su época. Antaño la 
virtud tuvo dos altares contradictorios en esta tierra 
de fama caballeresca. Si gruesa parte de los nativos 
clavó sus predilecciones en un rumbo esa circuns- 
tancia banal bastó para que otra importante fracción 
buscara epopeyas en otro sentido. Ahí están sazona- 
dos los frutos de tales desinteligencias ofreciéndonos 
un espectáculo desalentador para el patriotismo. Los 
laureles inmarcesibles de Ituzaingó, del Rincón, de la 
Agraciada y de Guayabos crecen pálidos, no agobian 
con su follaje glorioso la memoria de los padres de 
la nacionalidad, porque el exclusivismo blanco y el 
exclusivismo colorado se empeñan en adjudicarse 
como cosa propia lo que á todos pertenece. ¿Cabe 
mayor insensatez cuando un deber imperioso nos 
manda constituir tribunal ámplio, de fallo definitivo 
á ese respecto, por cuanto el destino quiere que ha- 
gamos de una vez posteridad? ¿Debemos consentir 
que la conciencia popular, según sea su matiz pri- 
mitivo, siga creyendo, disparatadamente, que el ge- 
neral don Fructuoso Rivera fué un ladrón vulgar y 
que el general don Manuel Oribe fué asesino de pro- 
fesión ? ¿ Debemos consentir que se continúe enve- 
nenando el alma de las multitudes, por tribunos ig- 



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norantes y procaces, que dejan hondo surco de som- 
bras en el pensamiento de las masas partidarias, que 
apenas amanece, con el ruido de sus perjudiciales 
é irreverentes anatemas? ¿Debemos dar puerta fran- 
ca á tales desvarios en el temor de ser descalifi- 
cados por quienes creen tener talento, porque insul- 
tan y ganan así aplausos de las turbas, tan amantes 
de los placeres fuertes? No; á semejantes propa 
gandas, preñadas de rencor, de utilitarismo y de tor- 
peza, hay que oponer el dique de propagandas viriles, 
ungidas con imparcialidad y tolerancia. A eso ve- 
nimos. 

Aquella campaña, que castiga en carne viva los an- 
tecedentes de la raza nuestra, ha tenido inesperado 
apoyo en escritores de vigorosa mentalidad que mo- 
vidos por ímpetus de sana investigación hundieron 
firmes el bisturí en las más erguidas famas del pa- 
sado. De esas jornadas, meritorias por la inmensa 
labor que representan, ellos solo trajeron insignifi- 
cantes despojos: allá, á la retaguardia, clavados en 
la calvicie de la montaña, junto á la emancipación, 
entre banderas y victorias y derrotas, quedan incon- 
movibles, dos, tres, cuatro nombres, señalando, va- 
quéanos del patriotismo, el rumbo de la gran albo- 
rada. En vez de extinguir pasiones esos ataques im- 
placables ellos las han enardecido. A fuerza de repe- 
tirle á un individuo que su padre tuvo en vida éste 
y aquel defecto, por autorizada que sea la amistad 
que dicta ese comentario y por mucha que sea Ja 



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verdad que él encierra, se concluye por desatar una 
tormenta. Será cierto todo el reproche que se pro- 
nuncia, pero ni la ciencia, ni el afecto personal, ni el 
santo amor á la verdad desnuda conceden á nadie el 
derecho de deprimir en nuestra presencia á quien 
nos di<5 la sangre que corre por nuestras venas; y, 
en semejantes circunstancias, el corazón hace bien 
de gritar instintos y se comprende que los espíritus 
más suaves salten de quicio. 

Pues, dilatando los términos, el caso de esos ex- 
tremos acalorados se explica perfectamente cuando 
se flagela con látigo de siete colas á los fundadores 
de la independencia oriental, que son en resumen 
de cuentas nuestros padres, apuntando sus desvíos 
y mirando sus inherentes defectos al través de len- 
tes que multiplican cien veces las imágenes, como los 
del microscopio que permiten ver enormes sobre la 
plancha los pelos más imperceptibles de cualquier 
pulgón. 

Realmente se practica el lujo de la miseria estu- 
diando á nuestros patricios con este criterio draco- 
niano, que tal vez alcanzaría á molestar dentro de su 
hermosa túnica austera al mismo Aristides. Por fe- 
cunda que haya sido en varones esclarecidos esta 
tierra y por muy bizarros que hayan sido aquéllos, 
resulta evidente que en un lienzo de tamaño diminuto 
no cabe el bosquejo de abundantes grandezas. Chicos 
en el tiempo, chicos en tamaño y chicos en las histo- 
ria — en cuanto á compás material de vida llevada, — 



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¿ estamos en condiciones de arrojar al osario, por in- 
servibles, reputaciones rutilantes, aceptadas aún fuera 
de fronteras, á causa de que sus dueños tienen defec- 
tuoso un pie ó inclinada hacia un lado la cabeza? ¿Qué 
más torcido y defectuoso que el ambiente que les sirve 
de marco? Si para medir géneros y pesar objetos, cosas 
tangibles y perfectamente determinadas en la acepción 
física, se ocurre á bases convencionales como el metro 
y como el kilo; si aun dentro del campo matemático 
produce algún desórden el afán de la exactitud abso- 
luta y existen fracciones de divisibilidad hasta lo infi- 
nito y siempre fuera de caza, ¿cómo es posible perseguir 
con éxito en los campos de la historia, el más aleato- 
rio de los conocimientos humanos, una fórmula com- 
pleta, irreprochable de integridad en todos los ins- 
tantes y en todas las situaciones? 

Pero, más todavía : ¿acaso coinciden los criterios, 
aún los más selectos, en su ideal de la perfección po- 
lítica, militar ó cívica? 

Tomemos á Jesús, la figura más excelsa que regis- 
tran los anales del mundo. Con seguridad es éste el 
hombre á cuyo respecto existen menos divergencias 
en la opinión de todos los habitantes del globo; y sin 
embargo, para unos, él fué vehículo de la grandeza 
de Dios, para otros, su pura filosofía, que veinte 
siglos después de derramada aun enciende luces de 
redención, es patrimonio exclusivo de los mortales; 
hay quienes retocan sus incomparables parábolas; al- 
gunos le fijan antecesores asiáticos de más mérito. 



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Practicando una ley de contraste, coloquemos fren- 
te al Maestro de frente luminosa y cabellera de niño, 
que fundó su reino con la fuerza de dulces palabras, 
á ese atleta que se llamó Napoleón, hosco y huraño, 
que parió su poderío de leyenda á puñetazos dejando 
pequeños á Cesar y á Alejandro. 

Víctor Hugo lo llama el leñador de la Europa, 
mientras Thiers escribe su historia colosal con el 
entusiasmo de un enamorado. Si estudiáis al grande 
bajo la faz democrática, en él aparece el tirano más 
odioso de los tiempos modernos; si lo estudiáis como 
pensadores, su figura atrae y espanta á la vez como 
los insondables precipicios, marea y ahoga como esas 
montañas tan altas que hacen su alfombra de las 
nubes; si lo estudiáis como gobernante, quien lo llama 
sabio, quien, déspota, quien, libertador; si lo encaráis 
como político, la fugacidad de sus creaciones geniales 
dirá mejor que nada si cabe controversia sobre la so- 
lidez y acierto de su obra de estadista. 

Bajando el vuelo del comentario, todos sabemos 
que contado es el país de la América del Sur que 
comparte las preferencias patrióticas de su vecino. 

La misma gloria imperecedera de Bolivar y de San 
Martín, que no admite tercería excluyente, que se 
impone como la luz solar, presta pie á cismas apasio- 
nados entre los más ilustres escritores del Nuevo 
Mundo. Notorio es que si al primero se le ha tachado 
de traidor y hasta de verdugo imputándole la carnice- 
ría de ochocientos prisioneros españoles y la entrega 



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del ilustre precursor Miranda al enemigo, al segundo 
se le ha tildado de ladrón de los dineros públicos pe- 
ruanos, de inepto, de borracho, reprochándosele el 
asesinato judicial, por instrumento de Monteagudo, 
de los hermanos Carrera. 

I Y ellos, ciertos ó inciertos esos cargos concretos, 
dieron á la causa de los libres el recuerdo heroico y 
sin crepúsculo de Maipú y de Junín! Pues autores 
de la talla de Mitre, Vicuña, Mackenna, Larraza- 
bal, Pruvonena, están lejos de coincidir en el estudio 
de aquellas personalidades inmensas. 

En todas partes y con mayor intensidad aún en 
nuestro país que ha sido el bajel más azotado de este 
continente, es necesario decretar una ley de perdón y 
de tolerancia para los errores de los tiempos clásicos. 

Todos los momentos sombríos del general Rivera, 
todos sus atropellos aliados á todos sus pecados, no 
alcanzan á empalidecer, ante el juicio oriental, el 
prestigio de sus victorias y de sus derrotas en aras de 
la libertad. Esa misiña libertad está afianzada en nues- 
tra tierra, en mucha parte, gracias á los esfuerzos del 
general Oribe ? cuyo renombre no morirá á pesar de 
sus torpezas, de sus pecados, de sus complicidades con 
la tiranía. 

Antes de entrar decididamente al fondo del asunto 
y con motivo de los juicios sangrientos que provoca 
entre nosotros la publicación que suele hacerse de 
algunos de esos documentos comprometedores para 
la consecuencia de nuestros patricios, conviene recor- 


LA TIERRA CHARRÚA 


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dar que, así criticados, ninguno de los próceres de Sud 
América salva de la guillotina, por cuanto seguramen- 
te el ejemplo de Washington no tiene segundo. 

Cerraremos estas reflexiones con brevísimas remi- 
niscencias, que llegan tentadoras á los puntos de la 
pluma, y á fin de ir preparando el ambiente humano 
con que, á vuelo de pájaro, hemos de juzgar á los prin- 
cipales hombres de nuestro país. 

La guerra por la independencia adquirió caracteres 
espantosos, no igualados jamás en el sud, en el nor- 
te del continente. 

Decretada la ley de represalias allí, oficialmente 
se practicó la venganza de ojo por ojo y diente por 
diente siendo asunto común entre los guerrilleros de 
ambos bandos el remitirse cajones que contenían ore- 
jas, cabellos y extremidades de prisioneros sacrifica- 
dos. A propósito, es de oportunidad recordar el enca- 
bezamiento de una célebre proclama del Libertador, 
que empieza así: « Españoles y Canarios: Contad con 
la muerte aún siendo inocentes. Americanos: Contad 
con la vida aún siendo culpables. » 

¡Qué tiempos! Pues bien, habiendo vivido en esos 
mismos tiempos y en condiciones de inferior calidad, 
á Artigas, que no dejó rastro de esa literatura de san- 
gre y á quien, según relata un autor chileno, encontró 
el general José Miguel Carrera « despachando su go- 
bierno dentro de una carreta y rodeado de enjambres 
de gauchos salvajes », seje imputa, como un horro- 
roso crimen, el fusilamiento militar de Perrogurria, 



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pintándolo á aquél, mismo escritores orientales, como 
un malvado, tan cobarde que no supo cavarse una 
fosa en su país! 

Ese Carrera, de trágica y ruidosísima actuación, 
fué el enemigo más furioso de San Martín y de don 
Bernardo O'Higgins en sus empresas trascenden- 
tales. El y sus hermanos, conspiraron hasta su 
muerte contra el nuevo orden de cosas; José Mi- 
guel, en su loca ambición, llegó á aliarse con los 
indios argentinos del sur, estimulándolos á saquear 
el pueblo del Salto, empresa en la que tuvo par- 
ticipación personal. Pues bién, apesar de todo, tan- 
tos son los méritos positivos de los Carrera, en 
otro sentido, que ellos merecidamente figuran en 
el número de los próceres chilenos. 

¿No fué ese afortunadísimo general Carlos María 
de Alvear, que reproduce en el Rio de la Plata el 
tipo de Alcibiades, quién, después de arrebatar al 
benemérito general Rondeau, — gracias á un favori- 
tismo irritante, — los laureles de rendir á Montevi- 
deo, faltó de la manera más nefanda á la capitu- 
lación firmada, haciendo la burla más inicua del 
bravo Vigodet? 

¿No fué él quién despojó á la ciudad hermana de 
Buenos Aires de sus dineros y de sus elementos 
de defensa, con brutal escarnio de sus pacíficos ha- 
bitantes? 

Y el Director don Gervasio de Posadas, ¿n o pus o 
á precio la cabeza de Artigas, culpable de ser aman- 



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te de su terruño. y de no ceder á las iusolentes im- 
posiciones porteñas, como si se tratara de un bandido 
sjn ley,— mediante un decreto monstruoso; y el mismo 
no remitid cautivas al campamentQ . del Jefe de los 
Orientales, en calidad de ofrenda propiciatoria, á me- 
dia docena de jefes enemigos del caudillo, que este 
supo devolver intactos, acreditando que no era lo que 
se le suponía? 

Juan Lavalle, el ra;ís gallardo de los soldados ar- 
gentinos; el mártir de la causa unitaria; Juan Lavalle, 
el bendecido paladín de las reivindicaciones justicie- 
ras, ¿acaso no fué el mismo que hizo fusilar por su 
órden y ofuscado por ciegos furores de partido, al go- 
bernador legítimo y capitán general de su provincia 
coronel don Manuel Dorrego? 

Notorio es que aquel error posee tremendo relieve ; 
sin embargo, la historia ha perdonado por que debía 
perdonar y al presente la estatua del héroe se alza en 
una de las principales plazas de Buenos Aires. 

El general Justo José de Urquiza recién en la 
edad madura dejó de amamantar sus ambiciones en 
el pecho de la tiranía. Victorioso en la batalla de 
Vences contra los correntinos acaudillados por Ma- 
dariaga, las lanzas de sus entrerrianos trabajaron ese 
día sin descanso. ¡Fué larga la tarea de matar! En 
India 'Muerta, según sus mismas comunicaciones, sólo 
se dió cuartel á la tropa. A Urquiza nada lo enfurecía 
más que el hecho de interponer oficios generosos para 
salvar á un prisionero. Así, con ese sistema de terror. 


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LA. TIERRA. CHARRÚA 


pacificó é hizo prácticas las garantías individuales en 
la turbulenta provincia de su mando. Ese era el gene- 
¡ ral Urqniza antes de 1851. 

; Conquistado entonces, mediante hábiles maniobras 
¡ diplomáticas, á él se concede la jefatura del ejército 
, aliado y al conjuro colérico del lugar-teniente de Juan 
Manuel de Rozas se levanta en el horizonte sud ameri- 
cano el sol esplendoroso de Caseros y recupera la 
^libertad, tan largo tiempo olvidada, el pueblo de Ma- 
yo. Más aún; enseguida es Urquiza quién inicia la 
reorganización nacional; quién convoca á la Asamblea 
Constituyente; quién prepara una hermosísima flo- 
rescencia intelectual para su país con la fundación del 
colegio famoso del Uruguay; y quién pone cimiento 
á la moralización de una sociabilidad políticamente 
desmoralizada. 

Se dirá que tenemos presente en esta personalidad 
el caso de una vida en dos actos de desarrollo con- 
tradictorio. En efecto, así resulta y la posteridad, que 
se integra con la sabiduría quinta esenciada de las 
generaciones, ha recogido el segundo acto bajo cuyos 
pliegues de luz desaparece el primero; y al Urquiza 
instrumento, sanguinario, despótico, ha preferido el 
Urquiza redentor, iluminado, grande. Indudablemen - 
te, pues, que estamos en presencia de un prócer. 

Hace muchos lustros, don Dalmacio Yelez Sars- 
field, que era un verdadero talento, calificó duramente 
en frase lapidaria y muy conocida, á don Manuel 
Belgrano. 



LA TIERRA CHARRÚA 


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El coronel Dorrego, su compañero de armas, llegó 
á hacer mofa de él al punto de que las crónicas de la 
época cuentan escenas bochornosas de irrespetuosi- 
dad al mismo producidas en las filas del ejército del 
Alto Perú . 

Lo cierto es que acumulando antecedentes se ad- 
quiere la convicción de que Belgrano poseía mayores 
condiciones para desempeñarse como secretario del 
Consulado que para ceñir la espada. Virtuosísimo va- 
ron su nombre brilla con destellos suaves y puros en el 
cielo de la emancipación; pero sin deslumbrar. Pues, 
á su memoria e l insigne general Mit r e ha ded icado 
dos gruesos volúmenes, llenos de bondad patriótica. 
Así, por ejemplo, aquella invasión al territorio para- 
guayo, que tantos bienes prometiera y que tantas 
adversidades engendró, aparece vestida con atributos 
de poema. Fué ese un redondo desastre para los 
libres y sin embargo se hace aparecer á Belgrano 
prisionero venciendo en su misma derrota y prepa- 
rando la insurrección del vecino. Plausibles roman- 
ticismos nacionales. 

Pero la gloriosa revolución francesa, la que rom- 
piendo el yugo de brutales privilegios y gabelas ha 
redimido á las sociedades modernas, ¿no aparece á 
la distancia bautizando sus reformas en las aguas 
malditas de un Jordán alimentado con la san ore de 

o 

millares de inocentes? 

Cuando en fechas memorables sube á los escena- 
rios teatrales el drama tegido con su argumento, aun 



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LA. TIERRA CHARRÚA 


en la ficción y alejados en el tiempo por más de un 
centenar de años, se subleva el espíritu en presencia 
de las infamias de los miserables que acuchillaban á 
mujeres y á niños en nombre de la libertad. La figu- 
ra del zapatero Simón produce náuseas; Marat espan- 
ta y su muerte merecida, por mano de una valerosa 
mujer, casi inclina á creer en la Providencia; Dan- 
tón abruma con sus crímenes; Robespierre inspira te- 
rror con su sombría é incansable guillotina; Camilo 
Desmoulins es un neurótico; Saint Just destila sangre. 

Pues esas figuras apocalípticas, esos verdugos que 
abrieron á golpes de hacha las entrañas de una nacio- 
nalidad nutrida, son los padres de los derechos polí- 
ticos y civiles de que hoy gozamos. Por encima de 
todo y sobre todo ellos fundaron la igualdad humana. 

Peco de insistente en estas reflexiones elementales 
porque en nuestro país, donde tanto priman las pasio- 
nes fuertes y los sectarismos atávicos, es necesario 
hacer cartilla para la difusión de ideas morigeradas. 

Siempre recordaré la influencia enorme que tuvo 
en la formación de mi criterio la lectura de Los Pri- 
meros Principios, especialmente de sus capítulos ini- 
ciales. Rememoro que en uno de ellos el gran Spencer 
demuestra, poniendo en juego su magnífica lógica sa- 
jona, que en el fondo de todas las causas malas existe 
algo bueno y, vice versa, que todas las causas buenas 
tienen algún sedimento malo y falso. ¡Utilísimas ver- 
dades que tomadas en consideración para apreciar los 
sucesos y los hombres, euseñan á ser humanos y tran- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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quilos frente á los más aplaudidos triunfos y tolerantes 
frente á las mayores ofuscaciones ! 

Toda nuestra vida emancipada se resiente de esa 
ausencia de equidad en los juicios; de esa acritud fu- 
nesta que tanto censuramos. Pero lo más alarmante 
del mal está en que la perversa enfermedad de los 
fanatismos avanza contagiando los más sagrados gan- 
glios de nuestra sociedad que tan exquisitos cuidados 
requiere hoy que recién se perfila para no crecer 
defectuosa. 

Mientras el dislate crítico se hace oír hiriente en 
las asambleas políticas, por quienes pretenden sentar 
fama de inteligentes dando coces, no existe causa ma- 
yor para alarmarse, aunque nunca se lamentarán bas- 
tante, por lo que relajan, semejantes atentados de len- 
guaje. Escuchar anatemas fulminantes contra nuestros 
antecesores lanzados por tribunos anónimos que im- 
fieren á su partido el perjuicio inmenso de convertir 
á sus muchedumbres en plebe ; tener noticia de des- 
ahogos blasfemos; saber que á Lavalleja se le escu- 
pen babas; que á los Treinta y Tres se les deprime y 
moteja de argentinos por algún maniático, todas esas 
afirmaciones sacrilegas hacen sonreír á fuerza de re- 
sultar disparatadas y odiosas. Pero lo realmente gra- 
ve es que se quiera infiltrar en el espíritu de la infan- 
cia, impresionable como la cera y crédula como la 
misma virtud, doctrinas de influencia tan desqui- 
ciadora. 

Sin flor no hay fruto y los niños son las flores que 



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LA TIERRA CHARRÚA 


hacen eterna la primavera entre los hombres, que 
garanten su supervivencia después de muertos, que 
fundan el poderío de las naciones y apresuran su 
desenvolvimiento y su triunfo definitivo. Con un 
ejército de niños Bismark ganó la campaña de 1870 
forjando ese formidable imperio alemán de hoy. El 
inflexible canciller, que tan amante fuera del dere- 
cho de la fuerza, confió á las escuelas la tarea patrió- 
tica de hacer corazones y caracteres y tuvo en los 
maestros, por encima de Molke, sus mejores genera- 
les. Las casas donde se enseña á leer, á escribir y á 
sumar son templos y al interior de los templos nunca 
debe llegar el éco de las disputas callejeras. A la 
escuela pública, que todos sostenemos con nuestro 
dinero, van las criaturas á beber enseñanzas purísi- 
mas, á cantar el himno patrio, que condensa en estro- 
fas de oro la grandeza del pueblo oriental, á pene- 
trarse de las glorias de nuestra raza, á ilustrar su 
espíritu con ideas generosas y amplias que destacan 
luego hermosísimas y ya fecundas en los tiernos bal- 
buceos del hogar, engendrando las santas curiosidades 
de la inocencia. 

Esa es la vanguardia y en sus filas vá escondido el 
porvenir. En consecuencia, lo que á los gobiernos 
interesa, cuando el Estado comprende su misión tras- 
cendental, consiste en amasar orgánicamente y de 
acuerdo á un plan sábio esa.pléyade de ciudadanos en 
miniatura, á fin de que ellos cumplan en su día los 
destinos soberbios y de superior localismo que se per- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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siguen. Allí está el secreto de sucesivos triunfos. Pues 
para que éstos sean ménos problemáticos se impone 
prepararlos con acierto y larga tenacidad. 

Disciplinar los afectos colectivos; romper, como 
con arado, la tierra virgen de los corazones infantiles 
siempre en idéntico sentido, para orientar idénticas 
las predilecciones cívicas ; despertar ardiente en los 
pequeños el amor del terruño ; convencerlos, de con- 
formidad con la respuesta famosa, de que primero y 
sobre todo deben anhelar ser hijos del país donde 
nacieron, que es el mejor de todos, el más glorioso, el 
más legendario en sus epopeyas : ¡ hé ahí la grande, la 
santa tarea! 

Conversando una vez con el almirante Scheley nos 
decía este noble marino que en los Estados Unidos 
es tan constante la preocupación de aumentar la inten- 
sidad del sentimiento nacional que á los niños se les 
obliga á usar en el ojal banderitas con los colores de 
la Unión. 

Estos detalles se aprovechan en una nacionalidad 
ya constituida, ya firmemente orientada como los as- 
tros que navegan por el cielo. ¿ Qué diremos nosotros ? 
Mas nosotros, á juzgar por lo que las apariencias de- 
nuncian, no pensamos así. En las escuelas uruguayas 
echa raíces y encuentra terreno diabólicamente fértil 
el manzanillo de los odios históricos. Artigas reúne, 

¡ gracias á Dios ! todos los amores, pero de ahí para 
adelante desastre completo ! Para algunos maestros, 
el general Rivera fué un bribón, para otros Oribe un 



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LA TIERRA CHARRÚA. 


réprobo y Lavalleja muy inferior al primero citado 
en su actuación libertadora. Fuera de debate que en 
la casi totalidad de los casos, la figura heróica de don 
Manuel Oribe, así como las de Berro, Giró, Leandro 
Gómez, Aguirre y demás, resultan empequeñecidas y 
despreciadas. Tan mortal veneno, suministrado por 
gotas durante lustros y lustros, dirigido á los cerebros 
juveniles sin descanso, ha concluido por comprometer 
en sus fundamentos el colorido de la historia nacio- 
nal. El alumno que quiera salir laureado en los exá- 
menes cuando se le interrogue sobre el pasado de la 
tierra de todos debe acordarse sólo de algunos y 
'agotar el elogio en su beneficio. ¡Niños que ya á los 
diez años tienen partido y, lo que es gravísimo, partido 
de rencores! El maestro que anheló adelantar, por 
muchos años tuvo necesidad de profesar opiniones 
extremas, simpáticas á los que mandaban. El editor 
de libros históricos, por excelente que fuera la factura 
de éstos, ha requerido arrancar capítulos á los aconte- 
cimientos, como se arrancan pedazos de entrañas á las 
reses muertas, para salir victorioso de la censura ! Ese 
lote de exclusiones, perniciosas en alto grado, lo ha 
propiciado el gobierno, por treinta y cinco años, de un 
sólo partido. ¿Qué imparcialidad resiste á ese espeso 
aluvión ? 

Movidos por levantados impulsos nosotros quere- 
mos protestar resueltos contra esa criminal enseñan- 
za de fracción que nos está brindando ya generacio- 
nes estrechas, rendidas á la pasión de bando antes 



LA TIERRA CHARRÚA 


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que al culto idolátrico, sano y fuerte del país. De esas 
generaciones enfermas ha salido el proyecto de erigir 
una estatua á Artigas con suscriciones exclusivamen- 
te coloradas y de descalificar al gran Lavalleja por 
que cuando el sitio de nueve años estuvo afuera! 

Recuérdese que ya nos separa una frontera de tum- 
bas de los tiempos heroicos y que ya salta á la vista 
inicuo, escandaloso, este cisma que nos divide en la 
apreciación de hechos enterrados en la memoria bajo 
el hielo de medio siglo. 

¿Llevaremos nuestra insensatez hasta el punto de 
no entendernos sobre algo que á todos nos honra y en 
homenaje al trapo colorado y al trapo blanco? ¿Hijos 
renegados, insistimos en sacrificar el rico patrimonio 
de las leyendas nacionales á pasiones mil veces más 
delincuentes hoy porque hoy son artificiales y nada 
viril las atenúa? 

Hace mucho tiempo que ha debido hablarse claro 
en esta materia á fin de apartar al criterio público, 
con una propaganda sencilla y desinteresada, de las 
temibles rompientes áque la conducen en la actuali- 
dad la mentira y la difamación aplicadas á la crónica 
de nuestras desgracias y de nuestras venturas. Dis- 
parate mayúsculo se comete al afirmar que la tradi- 
ción de la libertad y del honor pertenece en exclu- 
sivo á éste ó á aquel partido. Blancos y colorados, 
han sido actores en sucesos épicos, unas veces, depri- 
mentes, otras, turnándose en el error y en la pureza. 
Mucho bien hará la repetición de esta verdad cruda y 



26 


LA TIERRA CHARRÚA 


tan repudiada, por los que sólo alentamos el fanatismo 
de los principios. La complicidad inmerecida en elo- 
gios y vulgares diatribas, resulta incómoda para quie- 
nes sueñan para su país con una era de positivas 
prosperidades y de verdadera concordia. 

En el afán ansioso de acreditar prácticamente que 
no partimos migas con los buitres tradicionales y que 
repugna al concepto regular que tenemos formado de 
lo que debe ser el partidismo bien profesado en la 
actualidad, la labor lúgubre de quienes escarban las 
tumbas de nuestros grandes hombres para robarles 
sus laureles, nos hemos apurado á borronear carillas 
de comentario político penetrando con propósito firme 
en la selva enmarañada de las cosas viejas. 

Absurdo fuera pretender dilucidar puntos enojosos 
y de sí extensos en cuatro rasgos de pluma y con cua- 
tro conocimientos pobres. Nada de eso. En síntesis 
y bosquejando personalidades selectas y eminentes 
recorreremos el pasado de la tierra nuestra sin de- 
tenernos en pequeñeces: un simple lunar no com- 
promete la belleza del conjunto. Empezamos, pues, 
este balance rápido de algunos hombres y de algu- 


nos sucesos. 



27 


LA TIERRA CHARRÚA 


Artigas y Lavalleja 

Artigas es la gran arteria del organismo nacio- 
nal. No queremos incurrir en redundancia compro- 
metiendo á la vez el propósito breve y filosófico 
que perseguimos, reproduciendo aquí la biografía 
tormentosa del gran caudillo. Solo interesa repetir 
que su figura gallarda llena un inmenso escenario 
y que su brazo fuerte fundó la libertad de la tierra 
charrúa. 

La más extraordinaria característica del general 
Artigas la encontramos en su significación local. No 
solo en el concepto territorial eramos nosotros parte 
integrante y sometida del virrey nato de Buenos Aires. 
El mayor esplendor de su metrópoli, el hecho de estar 
allí radicada la autoridad superior de estas Colonias, 
con todos sus recursos y atractivos, era causa de que 
allí se dirigiera normalmente el espíritu de las demás 
ciudades en demanda de orientación y de luces. Es 
cierto que Montevideo tuvo siempre entidad propia, 
como lo acreditan de manera soberbia los aconteci- 
mientos tumultuosos de 1808 , pero la fuerza del cen- 
tralismo, que sería más tarde base de la causa unita- 
ria, era entonces evidente. 

Cuando sonó la hora de la virilidad y una ráfaga 
preñada de tormentas barrió el cielo de las Pampas, 
no hubo, como consecuencia de aquella incipiente dis- 



28 


LA TIEBRA CHARRÚA 


ciplina social, manifestaciones de inmediata discordia. 
En el primer instante el calor de la victoria alcanzada 
disimuló todo asomo de divergencia y la revolución 
de Mayo solo contó adeptos unidos. Con el Paraguay 
irreductible sobre una frontera, con el aguerrido ejér- 
cito del Alto Perú invasor, por la otra, y teniendo á 
la vanguardia, erguida sobre Ja costa del Río de la 
Plata, á la ciudad de Montevideo, desafiante dentro 
de su cinturón de cañones y de altiveces hispanas, no 
había tiempo material para dedicarse al cultivo de 
grandes discordias. La patria estaba en sério peligro 
y ante todo era necesario salvarla. Y así fué; esa 
conjunción desesperada de fuerzas hizo prodigios y 
afianzó la libertad común. 

En este primer periodo de los acontecimientos 
los que luego serían orientales aparecen obedientes 
al impulso de la cabeza. El grito de Asencio fué 
una repercusión memorable de propósitos coaligados 
y, en ese entendido, Artigas pasó á figurar con el 
grado de coronel en las tropas enviadas por la capi- 
tal del sur contra los españoles de Yigodet. 

Pero el gérmen federal estaba en la atmósfera y 
pronto se encarnó con creciente firmeza. En efecto, 
tan absurda fué la cándida ilusión de España que 
consideró posible mantener eternamente bajo el yugo 
de su dominación ignorante á posesiones riquísi- 
mas, que integran la quinta parte del globo, como 
el empeño altanero de ciertos partidos, en los días de 
la independencia, que pretendieron atar al destino de 



LA TIERRA CHARRÚA 


29 


una ciudad y de un organismo bien determinado y 
definido por la propia naturaleza, á otras ciudades y 
á otros organismos de autonomía ya decretada. Tal vez 
la idea federal, difundida en forma muchas veces 
equivocada, al punto de que su resultado inmediato 
fuera á menudo la anarquía, perjudicó en ciertos 
momentos históricos el desarrollo de los aconteci- 
mientos en beneficio del enemigo común ; pero lo 
indudable es que en aquellas doctrinas y resistencia, 
estaba el fermento de la verdadera libertad de los 
pueblos. La negación enceguecida de esa evidencia 
trajo las más lamentables reacciones y preparó domi- 
naciones sombrías. 

En el seno mismo de Buenos Aires hervían esas 
tendencias encontradas que habían de dividir en 
dos bandos formidables y de posteridad tan san- 
grienta á los más ilustres soldados y pensadores de 
la gran revolución. Don José Artigas, que respondía 
á las exigencias rebeldes del medio singular en que se 
agitaba, no vaciló en elegir camino y así lo vemos 
optar por el rompimiento con el poder central en 
perjuicio de sus más elementales conveniencias par- 
ticulares. 

Abrazando los sucesos en conjunto diremos: que 
en virtud de esas opiniones adelantadas él empuñó 
atrevido la bandera federal que ya en ese entonces 
representaba la independencia y el triunfo de salva- 
doras instituciones políticas. Pagando tributo á ese 
modo de pensar, calurosamente estimulado por el 



30 


LA. TIERRA CHARRÚA 


insigne patriota don Miguel Barreiro, él se aparta 
de las líneas sitiadoras, en la apariencia en mérito 
de simples diferencias con el general porteño, pero 
en el fondo, á causa de radicales y serios desacuer- 
dos; acreditándolo mejor así, él emprende su retirada 
al norte dando al mundo el espectáculo de un pueblo 
qué por imposición expontánea se destierra antes de 
ceder á pretensiones ilegales de predominio. Mas 
tarde, siempre consecuente, él que ha abonado la 
rectitud de su pensamiento cívico rechazando las 
propuestas acariciadoras de los sitiados, quiebra se- 
veramente las ambiciones argentinas y después, 
cuando ese centralismo vencido é impotente por sí 
desata sobre nuestros padres el castigo endemoniado 
de la invasión portuguesa, cae para levantarse en- 
vuelto en la bandera gloriosísima del Catalán, de 
Corumbé y de Tacuarembó. Ese es Artigas y esa es 
su mayor grandeza. 

En épocas difíciles y oscuras, cuando todo era des- 
orden y caos; en días crudos, cuando estas sociedades 
crugían en sus cimientos bajo el flagelo de marejadas 
oceánicas, el caudillo del Uruguay, desamparado, po- 
bre, sin armas, sin poseer siquiera el acicate que brin- 
dan las deleitosas recompensas materiales, pero con- 
ciente de su prof ética misión política, fué inquebran- 
table en su afán y, aún en la derrota, clavó con garra 
de águila la bandera de la independencia en las 
cumbres del futuro. 

Discutir á Artigas es lo mismo que discutir la na- 



LA. TIERRA CHARRÚA 


31 


cionalidad, y negarle sus espléndidos atributos histó- 
ricos vale tanto como negar nuestro derecho á la vida 
y á la autonomía. A sentar esta absoluta no nos indu- 
ce el capricho de una pasión. 

El fatalismo de los acontecimientos señaló á Arti- 
gas para ser el ejecutor de grandiosos designios liber- 
tadores y nuestros anales dicen, con la elocuencia de 
fechas y de acciones memorables, que el héroe supo 
corresponder á las exigencias airadas de su época. 
Para algunos, el Jefe de los Orientales precipitó los 
sucesos empeñándose en un esfuerzo plausible y sano 
pero temerario: todavía su país carecía de elementos 
constitutivos suficientes y de carácter para poner tér- 
mino á su minoría de edad con el recio empuje de la 
independencia. Para otros, él f ué el intérprete incons- 
ciente de una aspiración general, á base de granito, 
que engendró largos desórdenes y trajo como resul- 
tado de sus imprudencias la peligrosa calamidad de la 
intervención lusitana: mucha luz hermanada á muchas 
sombras y, por corolario, el latigazo de la conquista 
por una raza enemiga. Quienes, y esta es la inmensa 
mayoría, proclaman digno al paladín de la alabada 
obra cuya solidez y justa razón de ser se acredita con 
nuestras prosperidades presentes: al través de los 
tiempos y de tantas catástrofes el ideal bendito ha 
acentuado su colorido sin sacrificio, sin adulteración, 
sin desdoro de la viril envergadura artiguista. Esta 
última acepción la ha hecho ya suya la juventud nati- 



32 


LA TIERRA CHARRÚA 


va y será confirmada en el libro y en el mármol por 
las generaciones venideras. 

Probando que nuestra autonomía proviene de cir- 
cunstancias fortuitas, reconocidas en un día de gene- 
rosa humorada por nuestros vecinos, tan malhumorados 
siempre, se acreditaría la veracidad de los dos prime- 
ros asertos que calurosamente repudiamos. 

Nuestra original configuración geográfica proclama 
emancipación por nuestras fronteras, definidas en 
mucha parte como tales antes de ser ellas confirmadas 
por la legalidad de la victoria: el molde estaba pronto 
cuando todavía el metal hirviente que había de lle- 
narlo se fundía. El Uruguay, el Plata y un océano, 
abrazando sus aguas alrededor de una tierra ferací- 
sima, á la que prestan costas magníficas y puertos tan 
favorecidos que parecen dibujados por una mano 
sabia, especialmente interesada en beneficiarnos, dic- 
taron con autoritarismo inflexible una sentencia re- 
dentora usando el mismo gesto jactancioso de los 
Andes erguidos inaccesibles entre las Pampas y el 
Mar Pacífico, haciendo la guardia á los destinos de 
una nueva y vigorosa nación. De Suiza, exclamó Na- 
poleón en ocasión notoria: «La naturaleza os ha 
hecho para que fueseis un estado federal. Ningún 
hombre razonable trata jamás de conquistar la natu- 
raleza. » 

¡Y cuidado que era tímido el orador para quebrar 
su cerviz á las más altas montañas ! De nuestra línea 
septentrional nada afirmamos. Ella estuvo donde hoy 



LA TIERRA CHARRtJA 


33 


no está, y si sabemos aprovechar las situaciones, ya 
que sus antecedentes la presentan elástica y camina- 
dora hacia el sur, puede que el porvenir la reconduzca 
á sus primitivas posiciones soj^Efi p! río Tbmn.y, que 
son las naturales. 

El diverso temperamento local presta matiz es- 
pecial á nuestra idiosincracia. Los charrúas que 
extendían su dominación fuerte sobre una faja de 
más de sesenta leguas de largo, paralela á la ribera 
del Río déla Plata, daban el más extremo acento al 
espíritu belicoso de las innumerables tribus guerreras 
acordonadas en su mayor cantidad sobre el Uruguay. 
No es necesario remontar el pensamiento al sacrificio 
novelesco de Juan Díaz de Solís para concederlo así. 
Sabido es que una de las más graves preocupaciones 
de los primeros días de la organización nacional f ué el 
problema de reducir á los pocos aborígenes que aun 
sobrevivían. El arrojado Bernabé Rivera pagó con su 
vida la imprudencia de querer concluir á ponchazos 
con una raza bravia que murió valerosa, acorralada 
por la civilización y aplastada por el número. Agre- 
gúese á este factor rudo el refuerzo de otros antece- 
dentes interesantes y poco tardaremos en encontrar- 
nos frente al tipo bien caracterizado de una sociabi- 
lidad propia. 

Las crónicas de las épocas en que todavía se re- 
zaba en los nativos hogares por Nuestro Señor Fer- 
nando VII, cuentan que el mayor refinamiento y más 
exquisita cortesía de los hijos de Buenos Aires sobre 


i 



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LA TIERRA CHARRÚA 


los habitantes de Montevideo era debido á que aque- 
lla fué fundada por gentes de mejor alcurnia y de 
distinta procedencia étnica. Dentro de la apasionada 
rivalidad que asoma por encima de afirmación tan 
soberbia, es indudable que todo en ella no resulta 
mentira. Tal vez fué la de don Pedro de Mendoza, 
fundador de la metrópoli inmediata, la expedición 
más espléndida que surcó nuestras aguas. Integrada 
por pei’sonas en su gran mayoría de blasones, hasta 
un hermano de leche de Santa Teresa de Jesús — 
lo que en esos tiempos mucho valía — figuraba en el 
número de los exploradores. Precisamente esa misma 
composición noble fué causa de lamentable fracaso 
de un poderoso intento conquistador. Si bien la an -, 
tigua versión de que los buenos aires aspirados por 
Sancho García, al poner pie en tierra, dieron nombre 
feliz á la ciudad que allí se d elineó, ha sido destruida 
por posteriores y más concienzudas investigaciones, 
todo prueba que, más que nada, el capricho del acaso 
y lo mucho de la necesidad y del cansancio decreta- 
ron la fundación de la capital maravillosa^ del pre- 
sente en el paraje aproximado en que está ubicada. 
Ningún propósito firme de ulteriores resonancias in- 
clinó en aquel sentido al primer Adelantado. Por lo 
demás, Andalucía y Castilla habían concurrido en 
primera línea á preparar el cuerpo expedicionario. 

En cambio, Montevideo, menos aristocrático, tuvo 
su mejor y más importante plantel de pobladores en 
los inmigrantes canarios traídos por Alzaibar. Todas 



LA TIERRA CHARRÚA 


35 


gentes de honestos antecedentes y hechas para tra- 
bajos penosos. Elementos metropolitanos de otro 
relieve, laboriosos, sin vacilaciones para agachar la 
espalda en lucha con la tierra, callados, casi ásperos, 
contribuyeron á dar diferente rumbo á nuestro tem- 
peramento. 

Por otra parte, en contrapunto á Buenos Aires, 
la fundación de la capital oriental respondió á exigen- 
cias militares imperiosas. A fuerza de sabido casi 
huelga repetirlo. 

El apremio de poner coto á los audaces avances 
portugueses por mar, simultáneos de idénticas tenta- 
tivas terrestres, obligó á las autoridades españolas 
á ocupar militarmente nuestra preciosa bahía, ya de- 
nunciada por la inteligente codicia de aquellos. Así 
nació Montevideo al pié de su Cerro y encajado en 
las arideces de una península peñascosa castigada 
en sus flancos por olas y por vientos salinos. No fué 
un impulso de vanidad sinó el deber estratégico y 
el apuro de una defensiva los que decretaron su 
nacimiento. Testimonio de un sólido poderío, labrado 
sobre la frente de las rocas costaneras, lo incierto y 
cruel de su futuro estaba allí escrito. Creada en una 
hora de conflictos, ella, como los hijos engendrados 
en momentos de congoja, había de caracterizarse por 
sus fiebres, por sus bizarrías y por sus romances. 

No menos austero fué el origen de la Colonia del 
Sacramento, nacida mucho antes. La misma ambición 
lusitana había arrojado el reto de una terrible provo- 



36 


LA TIERRA CHARRÚA 


cación batiendo sus cimientos á la vista de Buenos 
Aires. Planes de absorción, famosamente combatidos 
por cancillerías y milicias, tenían apoyo en aquellas 
murallas de granito. 

Maldonado tuvo ubicación á la vanguardia, tam- 
bién en avanzada guerrera y en calidad de recia atalaya. 

Por otra parte, Paysandú surgió en los días extra- 
ños de la guerra guaranítica, como punto hábil para 
servir de eje álas columnas expedicionarias; y la se- 
rie de fuertes, tirados por el extremo del territorio, 
cordón fronterizo lleno de púas, evidencian que en 
nuestro país todos los pueblos fundados durante la 
conquista tuvieron antecedentes de exigencias ofen- 
sivas y defensivas. 

Completemos este cuadro militar recordando las 
campañas de reivindicación sostenida alrededor de la 
Colonia, que alcanzaron trascendencia europea; las 
invasiones de los mamelucos — ¡ por todas partes la 
amenaza portuguesa ! — que obligaban á los pobla- 
dores á estar en perpétuo pie de guerra para elu- 
dir la esclavitud y evitar el despojo de sus hacien- 
das; las visitas de piratas y de merodeadores en el 
sur, que también aguzaban el instinto bravio; y las 
graves convulsiones de los indios guaraníes muy 
particularmente, que á tantas sangrientas represio- 
nes condujeron, y dígase si del fondo de semejantes 
sucesos pudo jamás surgir un tipo local que no retra- 
tara en su temperamento el extraordinario espíritu 
belicoso de una raza que se formó en el culto de las 
armas y en la práctica emocionante de la guerra. 



LA. TIERRA CHARRtjA 


37 


Con seguridad posée composición parecida el pro- 
ducto propio de las comarcas circunvecinas, pero 
ninguno mas neto y vigoroso que el brotado en nues- 
tras campañas. Ese mismo contrabando que asumió 
en aquella época vasta amplitud, en mérito á vitales 
apuros económicos, y cuyo estudio minucioso tanto 
interesa por las proyecciones decisivas que tuvo, se 
manifestó de manera singular en el lado izquierdo 
del Plata. Nuestras costas, cómodas y de gran ex- 
tensión, imponían el tráfico prohibido por ellas y en 
esa virtud nuestro país, al sur, fué centro de impor- 
tantísimas especulaciones fomentadas por el comer- 
cio de Buenos Aires. Las penas gravísimas aplica- 
cadas por las leyes españolas á los culpables de 
introducción por su cuenta de efectos y artículos va- 
rios, en cambio de cueros y grasas, obligaban á las 
personas interesadas en esas empresas á toda clase 
de aventuras y de peligros. Pues á esa escuela de 
movilidad constante, de inquietudes, de alternativas 
y de arriesgadas astucias, algo debieron de su varo- 
nil idiosincracia los criollos de esta tierra. 

Cuando las invasiones inglesas, primera oportuni- 
dad presentada para exhibir bríos propios, los he- 
róicos voluntarios de Liniers, organizados exclusiva- 
mente en esta banda por el enérgico Ruíz Huidobro, 
acreditaron el buen temple de su acero. A precio de 
hazañas se adquirió para nuestro Montevideo el título 
de Muy Fiel y Reconquistadora; y además, el derecho 
concedido de poner en su escudo banderas británicas 



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LA TIERRA CHARRÚA 


abatidas demuestra á las claras que la madre patria, 
desde el primer momento, discernió á los nuestros el 
honor de la jornada. 

Esos preliminares pujantes tienen relieve más de- 
cidido del que puede atribuirse á un simple instinto 
egoista: ellos perfilan un carácter cuyas singulares 
ardentías no desmiente feliz ó desgraciadamente lá 
crónica de los sinsabores corridos en persecución de 
un ideal institucional siempre esquivo. 

El gaucho oriental fué el resultado gráfico de aque- 
lla coordinación de corrientes diversas y de antagó- 
nicas costumbres refundidas. 

Porque, e xcepción hecha de los pobladores de Co- 
rrientes, de Entre Ríos y del sur de la provincia de 
Río Grande, nuestros criollos de la época inmediata- 
mente anterior al período revolucionario, eran muy 
distintos de las demás razas, diré así, diseminadas 
por estas regiones inconmensurables del sur. 

En alguna parte el brillante criterio histórico de 
Buckle tendría ventajosa sanción si fuera aplicado á 
este caso de manera sesuda y minuciosa. El_ medio 
nuestro, con sus especiales atractivos naturales; un 
clima reparador y hermoso, sin alternativas de cruel 
brusquedad; un suelo de inacabables encantos topo- 
gráficos, que combina sus caprichos en un continuado 
consorcio de valles y de alturas, y, como consecuen- 
cia de ésto, una red de aguas fluviales dispuesta con 
prodigioso acierto y abundancia de venas, y luego, 
florestas exuberantes, campos eternamente floreci- 



LA TIERRA CHARRÚA 


39 


dos, ganados de famoso engorde y yeguarizos que no 
conocen el cansancio; todos esos elementos aliados 
debieron de actuar con eficacia en sentido fuerte al 
través de cien años largos de elaboración. 

A tal marco correspondía una tela de altanerías y 
de audacias. Y asífué. La musculatura física de nues- 
tros padres tuvo resistencias de hierro. La doma de 
potros, los viriles entretenimientos rurales, las mar- 
caciones de novilladas serranas, á campo limpio, en 
ninguna otra parte se hicieron con mayor lujo de 
osadía que en el fondo de nuestras comarcas. 

El empuje de los brazos orientales lo escribieron 
las nativas lanzas con memorables bravuras de van- 
guardia en todas las batallas libradas por la libertad 
local y vecina. 

En cuanto á nuestra musculatura sentimental, todo 
queda dicho sobre las infinitas fierezas de los criollos 
recordando que todas las lomas y todas las llanadas 
del país han sido escenario de peleas sostenidas con 
rábia patriótica. 

Cada tierra según sea mayor ó menor su fecundi- 
dad, y en esto igual á todas las madres, genera y nu - 
tre energías más ó ménos robustas. Del seno de las 
Pampas, aridas, sin una arruga, solo abundantes en 
monotonía, con sus pastos tísicos, quemadas por el 
sol y barridas por vientos huracanados que alzan al 
cielo, para oscurecerlo, nubes asfixiantes de polvo; de 
esa inmensa chatura debió surgir y surgió, para com- 
pletarla, una entidad mediocre, desprovista de bríos, 



40 


LA. TIERRA. CHARRÚA 


sin gallardías, agena á los ímpetus déla aventura y 
dócil para el despotismo. En ratificación de este 
aserto transcribo el siguiente comentario hecho por 
el general Virasoro, en presencia del general César 
Díaz, poco antes de Caseros y con motivo de encon- 
trar en todas partes idéntico espíritu de fidelidad al 
opresor : « Es increíble, decía, que un país tan mal tra- 
tado por la tiranía de este bárbaro, se halle reunido 
en masa para sostenerlo. ¿Creerá usted que no he 
encontrado aquí de quién tomar noticia alguna? He 
interrogado más de media hora á un hombre viejo, el 
único que he encontrado en estas inmediacion es, y á 
ninguna de mis preguntas ha querido satisfacer. El 
dueño de esta estancia, hombre de buen sentid o y ca - 
paz de apreciar debidamente la situación de las cosa s, 
ha pasado también una hora de conversación conmi- 
go, sin ser más franco que el paisano. » ( 1 ) 

Pero mejor que nada acredita esa blandura prima 
el buen suceso de la insoportable tiranía de Rozas, en- 
carnada durante veinte años, con tenacidades de cán- 
cer, en el pecho de una nacionalidad. Juan Francisco 
Quiroga, Estanislao López, Ibarra, el Fraile Aldao, 
¿qué fueron si nó señores feudales de provincias me- 
diterráneas y dueños, hasta que la casualidad inte- 
rrumpió su dominación brutal, de la voluntad y de las 
ideas de inmensas masas de pueblo? 
j Del seno de las plataformas [montañosas que for- 

(I) La Dictadura do Rosas por Mariano A. Pelliza (pág. 450.) 



LA TIERRA CHARRÚA 


41 


man nudo en las proximidades centrales del conti- 
nente; de entre las cumbres de mole gigantesca, hosti- 
les al intercambio y á las comunicaciones que facilitan 
el acceso de influencias civilizadas; con sus cambios de 
temperatura torturadores, aliados el polo y los trópi- 
cos ; sin mar, en reino absoluto de soledades y de 
aislamiento, debió brotar y brotó, porque los extremos 
se tocan, un producto manso, dulce, de pocos pruri- 
tos ofensivos, de cualidades sedentarias y huérfano 
de aficiones bullangueras. Así están cortados los ha- 
bitantes del Alto y Bajo Perú. Sin sentirlo, sin expe- 
rimentar alivios en las callosidades que labrara el 
yugo sobre su cuello, ellos pasaron de la esclavitud 
colonial á la independencia. Bolívar y San Martín tu- 
vieron que llevarles la libertad cuyos beneficios igno- 
raban. 

Finalmente, del seno de territorios que armonizan 
en su aspecto la línea recta con la línea curva; que 
reúnen en un matiz suave los más distanciados colo- 
res de la paleta; sobriamente pródigos ; que huyen de 
la exageración en todas sus cualidades; que no tienen 
altísimas montañas, pero que poseen graciosas serra- 
nías ; sin grandes llanos pero con declives y retazos 
de planicie á cada trecho ; próximos á la costa, que 
trae resonancias de prosperidad; que ofrecen mucho 
de sí, siempre que se sepa aprovecharlos, debió des- 
bordar y desbordó un preparado robusto y rebelde á 
las sumisiones del brazo y de la mente. Su caracterís- 
tica la señalan pasiones turbulentas, amor entrañable 



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LA. TIERRA CHARRÚA 


al terruño y á sus fueros indómitos y, como conse- 
cuencia, un poder enojoso de susceptibilidad. Ahí es- 
tán abonándolo, por un lado y con un sello propio, 
esos araucanos de costumbres sencillas cantados por 
Ercilla, que tantos orgullos conquistadores quebraron 
en sus legendarias resistencias contra el invasor, — bien 
heredados por sus descendientes; y, por otro, nues- 
tros charrúas de bizarra fama; y haciendo cimiento de 
ellos el criollo oriental, guapo, generoso y paladín 
esforzado de dos cariños soberbios y fanáticos como 
él los entiende : su patria y su partido. 

En consecuencia, el tipo nacional estaba bien boce- 
tado en nuestra tierra cuando por una de esas comu- 
nes ironías del acaso la ambición napoleónica plan- 
teó decididamente el problema de la independa ame- 
ricana al volcar su irruyente absolutismo sobre el 
suelo de la metrópoli. El general Artigas tuvo la saga- 
cidad de así entenderlo y de aprovecharlo en la rea- 
lización de sus deslumbradores ensueños. 

Sobrada autoridad tenía para ello. Sien un rumbo, 
su sangre patricia, enriquecida y limpia de toda man- 
cha, venía de los primeros pobladores de Montevideo, 
en otro sentido su interesantísima actuación indivi- 
dual lo ligaba al nervio de las masas campesinas. 

Como hacendado de importancia, él adquirió el só- 
lido prestigio que daban entonces la vaquía en los 
trabajos rurales unida á una aplomada serenidad en 
el peligro. Como Jefe de la Partida Tranquilizadora, 
creada por iniciativa de los elementos conservadores 



43 


LA TIERRA CHARRtJA 


de mayor caudal, paga por ellos y colocada expresa- 
mente bajo sus órdenes, puso base de inextinguible 
memoria á su reputación de soldado. Como superior 
á la vez que amigo celoso de sus subalternos, amol- 
dando los difíciles deberes del cargo represivo con 
las exigencias humanas de cada caso, labró su influen- 
cia trascendental en el alma de multitudes apasiona- 
das y viriles. 

Sobre el apoyo triple de esas fuerzas clavó luego su 
acatada autoridad de gran caudillo. El día en que 
los vientos trajeron ecos de cosas extrañas y rodó po r 
el lomo de las cuchillas un rumor ronco anunciando el 
advenimiento de un nuevo régimen político, el capi- 
tán de blandengues puso antes que todo el oído sobre 
el corazón de sus soldados, de sus amigos y de sus 
compatriotas, y al sentirlo latir precipitado, movido 
por palpitaciones redentoras, comprendió que el por- 
venir se aproximaba á pasos rápidos y, consciente de 
su misión, disimulando ansiedades... esperó. — El 
astro de mayo estaba ya en el horizonte y los criollos 
se inclinaban instintivamente hacia él, atraídos por su 
esplendor, con la misma curiosidad sabia y vivifi- 
cante de las plantas que extienden siempre sus ramas 
buscando la luz del sol. 

La oportunidad se presenta muy pronto y sirvien- 
do de intérprete á los definidos sentimientos locales 
el futuro libertador cruza el río para empezar la se- 
gunda faz de su carrera con un acto de humildad que 
en el fondo lo violentaba : prestar acatamiento á las 



44 


LA TIERRA CHARRÚA 


autoridades revolucionarias porteñas empeñadas en 
la tarea de convertir á togados en generales. 

Artigas no tenía confianza en la solidez de solda- 
dura tan artificial. El elemento universitario de la ciu- 
dad miraba con desden imprudente á los elementos 
ganaderos y productores del interior, en la certeza 
probablemente de que era correspondido, pero sin 
sospechar, á buen seguro, que las muchedumbres 
andariegas, menospreciadas entonces, serían las lla- 
madas á consolidar el triunfo sin necesidad de ocu- 
rrir á descabelladas cataplasmas monárquicas. 

En plazo muy breve el tiempo dió razón á las amar- 
gas presunciones del Libertador que recien entonces, 
agotados los medios legítimos de concordia, se decide 
á exhibir al desnudo el grandioso afán cristalizado ya 
en su pensamiento de soldado indomable. 

Es cuando se intenta aplastar arbitrariamente las 
energías de su pueblo, coartándole el derecho de ele- 
gir sus autoridades, repudiando á sus diputados y 
reproduciendo los desmanes de la conquista en la 
acción militar sobre el territorio, que Artigas tira los 
dados y desenvuelve la acariciada audacia. 

En ese momento decisivo y fuerte resalta gigan- 
tesca su figura de luchador y se impone el altruismo 
de su conducta. La sumisión al poder central impor- 
taba tranquilidad, holgura, honores fáciles y con 
seguridad excepcionales. La lidia con el mismo ofre- 
cía la promesa de todo género de calamidades y de 
infortunios, tan hondos como puede decretarlos una 
orfandad absoluta de recursos. 



LA 1 IERRA CHARRÚA 


45 


La historia nos dice si esa perspectiva adquirió ó 
no contornos de cruda realidad. Pero esta última ac- 
titud era. la exigida por el espíritu de sus contempo- 
ráneos y el caudillo, sintiéndose capaz de cumplir su 
misión redentora, se lanzó resuelto á la corriente. 

La empresa era árdua, nadie mejor que él lo sabía, 
pero naturaleza de estirpe superior encontró halagos y 
nuevos acicates en las probabilidades adversas de la 
aventura. Al adoptar aquella tan heroica resolución 
de protesta, Artigas ganó amplio derecho á la inmor- 
talidad é hizo de su nombre una leyenda y de los pos- 
teriores episodios de su agitada vida los grandes es- 
labones de la infancia nacional. ¡ Bendita sea una y 
mil veces su memoria que vivirá en el recuerdo tanto 
como el culto de los más sagrados ideales ! 

Las célebres instrucciones trasmitidas por escrito 
á los representantes orientales al Congreso General 
Constituyente, instalado en la ciudad de Buenos Ai- 
res, tallan en marmol el prestigio de nuestra Revo- 
lución. 

Nunca las ideas federales tendrán detalle más elo- 
cuente. Allí están netamente exhibidas las aspiracio- 
nes enérgicas y patrióticas de nuestros antepasados. 
El hecho de que Artigas aceptara la dependencia con- 
federada, es decir, una fórmula restringida de sobe- 
ranía, en nada reduce su estatura de atleta. Ese aca- 
tamiento á las necesidades prácticas de la época 
demuestra que no fué un propósito anárquico el que 
lo indujo á sublevarse contra el centralismo sino el 



46 


LA. TIERRA CHARRÚA 


deber sentido y razonable de salvar el decoro y los 
fueros de sus paisanos. Con el correr de los años la 
República Argentina, para organizarse, había de ce- 
der á las solicitudes equitativas, repudiadas en 1813 
con el mismo asco con que se aparta la vista de una 
escena bochornosa, consagrando en la muerte el 
triunfo del Libertador. 

Colocada la lucha en situación desigual adquirió 
carácter abrumador, heróico, cuando la oligarquía 
porteña descolgó por nuestra retaguardia el peso in- 
sostenible de la invasión portuguesa. 

Mayúscula zoncera sería dirigir críticas acerbas al 
Imperio por haber procedido ilegalmente á la ocupa- 
ción militar de este territorio, cuando es asunto pro- 
bado hasta la evidencia que el Brasil, de si encelado 
por muy explicables anhelos de poder io, obedeció á 
las nefandas sugestiones de los directoriales. 

Ellos son los culpables de aquella gran felonía 
cuya sombra aumenta á medida que se disipan las ca- 
lumnias acumuladas «por el odio sobre el nombre es- 
clarecido del Libertador. El despecho condujo á los 
políticos argentinos á extremos siniestros que tanto 
se llorarían. Más tarde, muchos años después, ellos, 
convencidos del gravísimo error cometido, ayudaron 
eficazmente á la empresa de los Treinta y Tres y se 
retractaron de su obra combatiendo arrepentidos en 
Ituzaingó contra el brasilero y por la libertad de una 
raza que ellos, llamando al portugués, esclavizaran. 



LA TIERRA CHARRÚA 


47 


Desaparecido para siempre de su teatro el Jefe de 
los Orientales, después de sus imponentes desastres, 
el vencedor limó, hasta trabajar en carne viva, las 
garras de la insurrección. Pero una vez que asentó 
bien su dominio hizo lo indecible por insinuarse en 
el ánimo de los nativos para comprar así sus simpa- 
tías y adhesión. El barón de la Laguna, hábil general 
pero que resultó más hábil como diplomático, puso 
toda su energía al servicio de esta política, mansa 
y disolvente de las rebeliones, al estilo de aquella des- 
envuelta victoriosamente por el Cónsul Flaminio en 
la Grecia reducida por las armas romanas. Algo, mu- 
cho, desfibró aquella tarea del talento, acentuada por 
el propio general Lecor, en sentido social, mediante 
su entroncamiento por matrimonio con una ilustre 
familia de patriotas. Explican las deserciones enton- 
ces producidas, muy valiosas pero aisladas y, como 
veremos, transitorias, el cansancio provocado por 
una guerra de exterminio y el fenómeno natural de 
aplastamientos repadores que subsigue á toda activi- 
dad exagerada del músculo. 

Pero, á pesar de engaños, de cortesías y de casti- 
gos, el sentimiento de la libertad se conservó completo 
y virgen en las campañas, protejido por el escudo de 
las pasiones colectivas. Jamás se apagaría — ¡ y vaya 
si es verdad! — el ideal de la independencia porque él 
estaba disuelto en las aguas de nuestros ríos y clavado 
en la tierra con la firmeza con que se hunden en ella 
las raíces de los árboles más corpulentos. 



48 


LA TIERBA CHARRÚA 


Condensaremos en breves párrafos el comentario 
de sn encarnación épica, al conjuro del gran Lavalleja, 
cuando hablemos de este otro oriental benemérito. Mas 
el testimonio de ese retoñamiento venturoso, casi diez 
años después de sufrido el desastre total, acredita, 
con fuerza superior á todos los documentos y suspica- 
cias acumuladas, que el afán autonómico del general 
Artigas no fué producto de una soberbia individual, 
pero sí simple reflejo de las aspiraciones impacientes 
de un pueblo viril, noble y capaz de fundar y sostener 
su soberanía. Admitamos, para combatirlo, un argu- 
mento emitido y falso que se defiende manifestando 
que el Libertador, al resolver airadamente el problema 
de la libertad de su tierra, retardó el cumplimiento de 
espléndidos destinos lanzándonos en brazos de la 
guerra civil en perjuicio de la causa común. 

¡ La cauba común ! ¿Quiénes, sinó los hombres de 
estado porteños, la abocaron á peligros irreparables 
propiciando esa invasión lusitana de 1816 que duran- 
te lustros sembró de este lado del Río de la Plata 
un idioma distinto, costumbres y tradiciones exóti- 
cas, contradictorias con nuestro pasado, que to- 
davía ofrecen rastro indeleble en los departamentos 
situados al norte de nuestro Río Negro ? 

Y en el supuesto de que hubiéramos seguido for- 
mando parte integrante de las Provincias Unidas 
hasta que llegados á un remanso cómodo se produ- 
jera la oportunidad redentora, ¿ acaso habríamos me- 
jorado de porvenir? La suerte de las demás provin- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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cias argentinas, atadas servilmente al dominio auto- 
ritario y despreciativo de la capital, la habríamos 
compartido. En coro con todas ellas Rozas fuera 
aclamado tirano otorgándosele el derecho estupendo 
de disponer á capricho de nuestras muchedumbres, 
inocentes de sus atentados, y confiando, á su mano 
de déspota el manejo inconsulto de las Relaciones 
Exteriores, la clausura de nuestros ríos, de nuestros 
corazones libres, etc., etc. 

— ¡Que la independencia de este suelo fué prema- 
tura y como tal nos regaló escenas lúgubres de cons- 
tante fratricidio ! 

Encarados así los grandes acontecimientos séa- 
mos más realistas que el rey y afirmemos, á nuestra 
vez, que ninguna circunscripción de Sud- América 
estaba preparada para gozar de los inestimables bene- 
ficios de la libertad cuando el destino colocó á ésta 
en su ruta. 

¿Es que alguna otra provincia nos aventajaba ea 
madurez política? Absurdo, suponerlo así. Tomado 
en conjunto, ¿dígase si un mundo novísimo, mal 
poblado, puesto materialmente bajo llave por la estu- 
pidez de la madre patria, que apenas se animaba á 
mirarlo al través del ojo de una cerradura en el temor 
de perderlo, regido por leyes económicas sangrien- 
tas, al que le estaba prohibido comerciar, sin empre- 
sas, ni industria alguna, sin contactos con el extran- 
jero, cuyo acceso estaba vedado, dígase si ese mundo 



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LA TIERRA CHARRÚA 


podía encontrarse en 18 LO en condiciones de vivir 
sin trastorno por cuenta propia? 

El mayor génio político y militar del continente 
exclamaba una vez, abatido por los desencantos : « Me 
ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien 
que hemos adquirido á costa de todos los demás. » Y 
posteriormente, en carta conocida al general San Mar- 
tín, cuyos destellos no desmienten la alta procedencia, 
insistía Bolívar: « Ni nosotros, ni la generación que 
nos suceda, veremos el brillo de la República que esta- 
mos fundando. Yo considero la América en crisálida: 
habrá una metamórfosis en la existencia física de sus 
habitantes; en fin, habrá una nueva casta de todas las 
razas que producirá la homogeneidad del pueblo. » 

¡Claro! ¿Qué herencia de luces podía haber de- 
jado el inaudito atraso español en la América entera, 
cuando el virrey Abascal decía en un bando : « que 
los americanos eran hombres destinados por la natu- 
raleza á vegetar sólo en la oscuridad y abatimiento » ; 
cuando con motivo de haber solicitado la ciudad 
de Mérida permiso para fundar una universidad, la 
administración fiscal declaraba: « que no era conve- 
niente propagar la instrucción en la América española 
en donde los habitantes parecían destinados por la 
naturaleza á trabajar en las minas » ; cuando se casti- 
gaba severamente la introducción de libros elemen- 
tales, se prohibía el cultivo de la vid y no se permitía 
el tejido de paños ? 

No ; apreciando de tal manera el huracán de princi- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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pios del siglo pasado, todavía estaríamos discutiendo 
las conveniencias de la emancipación. 

La libertad es demasiado preciosa para someterla 
al freno de las tarifas. 

Por lo demás, esas disensiones internas que se nos 
reprochan han sido el forzoso aprendizaje de todas 
las naciones hermanas. Estados Unidos, ejemplar, que 
nos exhibe aquella espantosa guerra de partido, lla- 
mada de Secesión, no consigue escapar á la ruda crítica. 

Con independencia ó sin ella el pasaje de la edad 
adolescente á la edad viril debía ser fatalmente acom- 
pañado de profundas agitaciones, denunciadoras del 
cambio de sangre y de tendencias. 

¿Artigas fué fundador ó precursor de la libertad 
del pueblo oriental: la luz misma ó simplemente 
signo de la alborada, como esa estrella peregrina, la 
última de la noche, que aparece en el fondo del cie- 
lo pregonando las claridades del nuevo día? A esa 
pregunta, que ya no tiene razón de ser porque ya la 
personalidad del heroe ha sido desagraviada por los 
primeros escritores de la República, debemos contes- 
tar, sin indecisiones, que el general Artigas no usur- 
pa en la realidad el título glorioso de Libertador que 
para él ha tejido, después de más de cincuenta años, 
el consenso unánime de sus descendientes. 

Es precursor el que sin acertar con la solución 
verdadera de un problema, sin ofrecer el esfuerzo 
final que despeja totalmente la dificultad, acumula 
elementos de esclarecimiento capaces de conducir, 



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LA TIERRA CHARRÚA 


complementados, al fin perseguido. Es precursor 
quien rompe la tierra y aun abre el surco sin arrojar 
en su seno la semilla cuyo desarrollo busca; quien si 
tiene pensamiento no lo acompaña de la acción, que 
hace triunfar, y si tiene acción no posée aptitudes 
suficientes para imprimirle el rumbo certero que le 
corresponde. 

Es precursor de un invento mecánico el obrero que 
se anticipa concibiendo una maquinaria ó creando un 
aparato análogo que servirá luego de base para ensa- 
yos y perfeccionamientos definitivos; es precursor, 
como el trueno lo es de la tormenta, el tribuno que 
enardece con su palabra de convencido el corazón de 
las multitudes y que las educa y disciplina para que 
mañana una voluntad superior- api oveche lo obrado 
y las conduzca al palenque; es precursor de los liber- 
tadores el apóstol que engendra y difunde el dogma 
sacrosanto, el mártir que con su sacrificio prepara la 
sublime empresa, el pensador que se duerme y que 
despierta soñando siempre con el ideal de la patria. 

Pero funda el hombre que abona con la sanción 
del brazo el anhelo acariciado por el cerebro en 
horas de un insomnio perpetuo; funda quien dice : 
ambiciono clavar la bandera allí, en aquella cumbre» 
y decretando la victoria con su palabra emprende la 
marcha, vadea torrentes, cruza selvas, evita ó afronta 
peligros, para vencerlos, y llega hasta donde quiso 
llegar y triunfa, aunque sea por un instante: quién 
venga después de él y haga lo mismo que hizo él solo 



la tierra charrúa 


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obtendrá los honores de una ratificación; funda, em- 
presas industriales el espíritu fuerte que dueño de 
una iniciativa la calca en la practica, consigue adhe- 
siones y acaba por imponer su esfuerzo ; funda sis- 
temas científicos el sábio que crea una fórmula pro- 
pia y luego la demuestra sobre la pizarra; funda, en 
fin, una nacionalidad el ciudadano que un día sintió 
en su alma el mordedor de las grandes aspiraciones, 
quiso lanzar de su terruño al advenedizo que lo opri- 
mía, y al siguiente inflingió derrotas y logró victo- 
rias en nombre de esa noble divisa, consiguiendo al 
fin ceñirla sobre la frente temblorosa de una patria. 

Los precursores de Cristo fueron los profetas, di- 
vulgadores de la buena nueva; Yoltaire fué el precur- 
sor de la revolución francesa; los Comuneros del 
Paraguay, Tupac Amarú, las víctimas de Cocha- 
bamba y de La Paz, se adelantaron en tres, dos, ó 
una etapa á la revolución sud-americana. 

A pesar del posterior eclipse de la monarquía exó- 
tica de Maximiliano, Iturbide es el fundador de la in- 
dependencia de Méjico; de la de todo un continente 
lo son Bolivar y San Martín, á pesar de sus infortu- 
nios y desaciertos; en Chile nadie sostiene que Martí- 
nez de Rozas, un audaz propagandista y revolucionario 
no sea el fundador de la libertad nacional ; Bolivia tie- 
ne en Sucre al padre de su emancipación ; Artigas fué 
el fundador neto de la independencia oriental. 

Se recuerda, para destruir tal aserto, que nuestro 
indomable antepasado sólo pudo dar vida efímera á 



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LA TIERRA CHARRÚA 


sus afanes, pues la dominación portuguesa pronto 
puso término á los beneficios adquiridos. 

Mas tal argumento sólo alcanza á probar que el 
recio ideal tuvo graves alternativas antes de cuajar 
definitivamente. Él no posee otro valor de convicción. 

El hecho incontrovertible es que utilizando los 
cimientos y las paredes angulares creadas por el in- 
signe caudillo — tal vez reduciéndolos — se levantó 
por sus prosecutores el edificio de la independen- 
cia nacional. Ninguna idea nueva, ningún concepto 
fundamental, ninguna enmienda agregaron al pri- 
mitivo plan redentor los herederos del heroe que 
al dormir su último sueño en el fondo de las selvas 
paraguayas pudo pronunciar iluminado y respecto á 
su obra inextinguible la misma frase pronunciada en 
1809 por un ciudadano paceño, culpable de amar 
mucho á la libertad, en circunstancias en que lo lle- 
vaban al patíbulo: « La hoguera que he encendido 
no se apagará jamás. » 

La patria de los orientales se ha concluido de or- 
ganizar bajo los auspicios de la vigorosa política pla- 
neada por quien la forjó sobre el yunque imperfecto 
de su época, entre júbilos y entre desesperaciones. 

Y con esto no está dicho todo. Artigas quería y 
obtuvo más jurisdicción territorial de la que hoy 
abrazan nuestras fronteras. Imponiendo esta certi- 
dumbre, que conviene refrescar, en el espíritu impre- 
sionable de las generaciones que llegan, para que 
mucho la mediten, ahí está la ciudad de abolengo, la 



LA TIERRA CHARRÚA 


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soberbia Córdoba, ofreciéndole una espada en testi- 
monio de homenaje y acatamiento con la expresiva 
dedicatoria: « Córdoba al general José Artigas, Pro- 
tector de los pueblos libres » ; ahí está el gobernador 
de esa misma provincia escribiendo textualmente al 
Director Alvarez Thomas, cuando el derrocamiento 
de Alvear: « Hacía tiempo, Excmo. Señor, que la cau- 
sa de los pueblos — que sólo habían prestado su fé,. 
su confianza y sus sacrificios á la causa general de la 
América, — defraudada en todos los puntos constitu- 
yentes del pacto y unión general en que se habían 
concentrado todas nuestras miras, había venido á ser 
el aparato que ocultaba el yugo que sentíamos gravi- 
tar sobre nosotros ; y este pueblo, á quien no podía 
esconderse su desgracia, gemía como ese en el estado 
más lamentable, cua?ido los gritos de sn dolor inte- 
resaron las fuerzas del generoso y valiente Jefe de 
los orientales, bajo de cuya sombra, respirando el 
aire libre de nuestra reposición no faltaba á nuestra 
felicidad otra cosa que ver á ese pueblo ( Buenos Ai- 
res ) generoso y grande, libre del peso que le oprimía. 
Este pueblo, siguiendo las huellas que han dirigido á 
Y. E. y ayudado especialmente del ejército de la Ban- 
da Oriental.,..» (1); ahí están Entre Ríos y Co- 
rrientes aceptando complacidas su formidable pre- 
ponderancia; ahí están sus atrevidos avances sobre 
Rio Grande. Artigas llena tanto el escenario histó- 


(1) Francisco Bauzá. Historia d .0 la Dominación Española ©n ©1 UruíruaY 
Tomo III pá-ina 537. 0 J * 



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LA TIERRA CHARRÚA 


rico que su memoria, como los astros, desprende 
torrentes de luz y esa luz ilumina el pasado y el 
porvenir de la patria. Cuando la estatura de una per- 
sonalidad abraza un arco de meridiano de esa ampli- 
tud es del caso callar reproches miniaturescos y con- 
fesar que se está en presencia de una gran montaña. 

En 1815 ya el gobierno porteño, en vida suya, hizo 
públicos sus desagravios al general Artigas, procla- 
mado «ilustre y benemérito jefe»; (1) ¡Y esos eran sus 
enemigos! ¿Será posible que á los ochenta y seis 
años de distancia, nosotros encontremos gusto en vul- 
nerar el nombre del héroe, cuyo recuerdo debe tener 
prestigios de reliquia para los que todo le debemos? 

¿Será posible que se discuta su actuación, cuando 
su génio de luchador moviendo la caña del timón 
nos hizo surgir de las tinieblas coloniales y cuando se 
impone afianzar á todo trance el culto fanático y 
esplendoroso de la patria en estos tiempos de impe- 
rialismo y de disolución? 

No. La más unánime gratitud impera ya y el 
nombre del Libertador tiene erigido un templo en 
cada escuela pública y una devoción en cada pensa- 
miento que florece en esta sagrada tierra de bendicio- 
nes. Y así será por los siglos de los siglos. 

Pero lo lamentable — y á la crítica reiterada de 
tales desaciertos vá dirigida esta publicación, —es 
que los distintos partidos quieran atribuirse en patri- 


(1) Gazeta de B. A. de Mayo de 1815V 



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monio el derecho de honrar al primero de nuestros 
ciudadanos. La juventud del partido colorado, que 
se dice liberal y generosa en sus tendencias, ha pre- 
tendido, por dos veces, implantar tan maligno proce- 
dimiento iniciando reuniones exclusivas á fin de hon- 
rar á Artigas con dineros exclusivos, es decir, colora- 
dos! ¡Enorme aberración! 

Afortunadamente el adelanto de nuestra razón 
pública ha hecho abortar semejante iniquidad y son 
estos los momentos en que por iniciativa del gobierno 
de la nación, que contribuye con cuarenta mil pesos 
oro, se inicia una suscrición popular, extendida á 
toda la República, para levantar la estátua del héroe 
decretada hace ya tres lustros. 

Que ella se eleve cuanto antes en el punto más 
alto de esta ciudad invicta rindiendo justicia á las no- 
blezas de nuestra historia encarnadas en el más gran- 
de y en el más infortunado de los hijos de este suelo. 


Artigas y Lavalleja constituyen los dos grandes 
focos de la emancipación nacional. Ellos fundaron 
nuestra libertad; pero la gloria de aquel supera deci- 
didamente á la de este. Artigas creó y Lavalleja con- 
firmó; aquél hizo el bosquejo audaz y perdurable de 
una nacionalidad arrancada, palpitante como una pre- 
sa, de las garras opresoras, y éste dió las pinceladas 
definitivas á la obra; uno tuvo la suerte, ó la desgra- 
cia, de morir sin que su afán de guerrero y de pensa- 



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LA TIERRA CHARRÚA 


dor estuviera cristalizado y otro tuvo la desgracia, 
seguramente, de caer en la jornada, en días de congo- 
jas institucionales, cuando lo sombrío de las circuns- 
tancias inclinaba á repetir con Bolivar, que los 
hombres que fundaron la independencia sud- ameri- 
cana habían arado en el mar; aquél, fué no sólo el 
porta-estandarte de las aspiraciones nativas pero 
también el heraldo en regiones inmensas y sometidas á 
su prestigio del verdadero concepto político del por- 
venir en el Río de la Plata; este ganó para su nombre 
la más alta fama porque supo encauzar en determina-- 
do momento las energías santas del localismo; mien- 
tras la posteridad apellida á uno con el título inmor- 
tal de Jefe de los Treinta y Tres extrema el diapasón 
legendario designando al otro Protector de los pue- 
blos libres, divisa democrática más ancha y más conti- 
nental que esa otra soberana de Jefe de los Orienta- 
les; Artigas tuvo la dicha providencial de escapar á 
los anatemas y reproches de los blancos y de los 
colorados, Lavalleja, menos afortunado, en vida fué 
víctima y muerto también de las crueles injusticias 
de partido. El uno, fué brazo y cerebro al punto de 
que sus descendientes no sabemos que admirar más 
si la tenacidad incansable de las campañas que siguió 
ó el empuje genial de sus concepciones organizadoras; 
el otro, de mente candorosa y llana, pero dotado de 
una bravura temeraria, escribió su renombre entre 
centellas, buscando impávido la victoria en el mismo 
testuz de los peligros, cual si supiera que para su sa- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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ble no había melladura posible mientras cortara ca- 
denas. Artigas y Lavalleja son indiscutidos ya en su 
grandeza; pero á uno se le disputa, por mandato de 
nécios fanatismos, la preponderancia épica y al 
otro no. 

La hazaña de los Treinta y Tres es un poema de 
bronce. Escuchando su relato el espíritu se eleva á 
regiones iluminadas y el corazón se estremece, bajo 
el imperio de rábias y de ternuras patrióticas, vencido 
por el peso de la pasión. ¿Acaso la América ofrece 
enlos anales de su redención otro ejemplo de tan seña- 
lado heroísmo; acaso tiene igual romancesco aquella 
escena arrebatadora desarrollada en las playas de la 
Agraciada en una fecha desde entonces rutilante ? 

La nacionalidad fundada por Artigas vivía bajo el 
yugo desde 1820. La fatalidad no se detiene cuando 
empieza á dar golpes y así pudieron acreditarlo los 
patriotas orientales en su resistencia desesperada á 
la dominación portuguesa: ésta fué al fin un hecho 
consumado. Tanto era el silencio que nuestro des- 
tino libre parecía quebrado para siempre. Mien- 
tras Lavalleja, prisionero en la Isla das Cabras, pa- 
gaba caras sus rebeldías, Oribe, desencantado, des- 
aparecía del teatro de los sucesos y Rivera transaba 
con el enemigo definitivamente victorioso, rendido á 
esa evidencia adversa. Cinco años ingratos corrieron 
así. Parecía que el soberbio extranjero hubiera sem- 
brado sal sobre los cimientos de la patria ¡ era tanta 
la tranquilidad general ! Y, sin embargo, la protesta 



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LA TIERRA CHARRÚA 


hirviente se aproximaba á pasos decididos como esas 
tormentas sin vanguardia de truenos y de relámpagos 
que llegan y se desploman en instantes. Vanos fueron 
los empeños del opresor para consolidar su domina- 
ción. Frente al sometimiento de jefes reputados, 
de Cabildos y de algunas personas caracterizadas, 
estaba erguido en la desgracia el espíritu local ado- 
bando su fibra récia con sueños llenos de agitación 
y de encono. Ya lo hemos visto; el alma del país 
estaba hecha, gracias al triunfo de múltiples factores 
coaligados, y solo insensatos y desertores podrían 
desconocer la eficiencia de aquella realidad. Ni un 
momento pensaron los criollos en aceptar como esta- 
ble la situación híbrida creada por el éxito de la 
intervención portuguesa. Pero, ¿ qué puede el derecho 
desprovisto de escudo, cuando para imponer su pres- 
tigio se requiere luchar? En casos de semejante 
impotencia no resta otro temperamento hábil, para 
quienes rechazan la retirada, que el avance delirante, 
con desafío airado del torrente y de las montañas. Y 
en tales situaciones loco es el que templa su criterio 
apoyándose en la sensatez, y cuerdo es el que, devoto 
de la casualidad y del sacrificio, busca inspiraciones 
en el seno mismo de las olas, que matan ó que salvan, 
que casi siempre matan. Juan Antonio Lavalleja al 
abordar su colosal empresa sentó plaza entre los 
últimos. 

Si él hubiera hecho cálculo de probabilidades y 
pesado las circunstancias del momento nosotros tal 



LA TIERRA CHARRÚA 


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vez habríamos olvidado su nombre porque entonces 
la jornada santa no figuraría en nuestros anales. 

Precisamente esa extraordinaria desproporción en- 
tre el afán perseguido y los medios aplicados al fin 
señala su relieve más sugestivo. 

Los tiempos corrientes no son propicios para la 
recordación honorífica; mucho menos tratándose de 
una sociabilidad todavía ágria y dividida, porque to- 
davía está á medio cuajar, pero cuando el huracán 
tradicionalista amaine, como amainará, y los espíritus 
aprendan á imantarse en fuentes de justicia y la 
política bastarda del presente, esmaltada de exabrup- 
tos y de prevenciones ciegas, adquiera perfiles menos 
groseros; es decir, cuando medie más tiempo y más 
contraste entre ellos y nosotros, porque los mejores 
cuadros piden mucha perspectiva, entonces el elogio 
de los Treinta y Tres, que recien empieza, poseerá 
el carácter de un culto necesario y útil, abundante 
en singulares enseñanzas. 

Por eso, porque estorban la hermosa concentra- 
ción de simpatías que el amor al terruño manda 
fomentar, es que desde ya se hacen acreedores á 
dura crítica los propagandistas de fracción que arran- 
can enceguecidos girones de gloria á nuestros más 
ilustres muertos, tan delincuentes en esa criminal 
tarea como los ladrones que se especializan en la 
violación y en el saqueo de las tumbas. 

Sarandí fué una victoria netamente oriental como 
su hermana menor la victoria de Las Piedras. Esas 



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dos batallas guardan nuestras fronteras, pues fueron 
idénticas y decisivas en sus ulterioridades. Con la 
una compró Artigas el apoyo porteño y con la otra 
ganó Lavalleja la alianza argentina. 

En Sarandí alcanza su cúspide la grandeza del Jefe 
de los Treinta y Tres. Suyo fué el éxito, suyo el 
modo de conquistarlo y suya la memorable divisa del 
ataque. En efecto, aquella arrasadora carga de la ca* 
ballería patriota denuncia el procedimiento guerrero, 
breve é indomable del caudillo, á quien también per- 
tenece la frase de: ¡carabina á la espalda, sableen 
mano!, que bautiza aquella aurora. 

Pero, más aún ; ese fiero encuentro tuvo el mérito, 
único, sin rival en días posteriores, de asociar en el 
mismo instante y bajo la misma voz de mando á los 
que ya eran jefes de partido. Lavalleja, Oribe, Rivera, 
cada cual con su prestigio propio y típico, estuvieron 
aliados, hermanados en el campo de Sarandí, como 
jamás volverían á estarlo en vida, como indudable- 
mente aún no lo están en el corazón de sus mal 
agradecidos descendientes. 

Buenos Aires, que no podía mirar indiferente la 
suerte de los orientales, cuya odisea inclinaba al 
asombro, vió en el combate recién ganado la luz de 
una nueva era. Quienes con tanta bizarría supieran 
vencer no merecían el infortunio y abandonarlos á 
su destino, en lo más crudo de la lid, cuando el calor 
de la bofetada recibida multiplicaba las fuerzas del 
Imperio, hubiera sido inhumano y muestra de alta 



LA TIERRA CHARRÚA 


63 


imprevisión. La Argentina estaba hastiada de la 
temible vecindad portuguesa, erguida rio por medio, 
amenazadora y antipática. Así recogía los frutos 
envenenados de la perversa política seguida por 
Pueyrredon en su porfiado anhelo .de aplastar al Pro- 
tector de los pueblos libres. A decir verdad, ese re- 
sultado se alcanzó con el diabólico expediente puesto 
en práctica; pero, como ocurre en la generalidad 
de los casos con los remedios demasiado enérgicos, 
el efecto producido excedió los límites deseados, y 
el dominio de Artigas, de cepa igual al porteño y en 
el fondo, aunque no pareciera, con tendencias coor- 
dinadas de libertad territorial, fuá sustituido por el 
dominio portugués, heredero directo de las tropelías 
mamelucas y enemigo jurado de la independencia 
y de la raza nuestra, como que era monárquico y 
centenario en su contrapunto con los pobladores de 
las regiones del Plata. 

De manera, pues, que las simpatías platónicas de 
los primeros días adquirieron cuerpo serio cuando la 
proeza del doce de Octubre dió una importancia ines- 
perada á la empresa libertadora. Aceptado en el de- 
sarrollo de los acontecimientos ese motor temible que 
se llama la muchedumbre, desde luego queda decre- 
tado el conflicto y muy pronto la brisa se convierte 
en aquilón y furiosas marejadas azotan la playa. Tal 
espectáculo lo presenció la capital argentina, sin que 
el gobierno tomara las medidas necesarias para evi- 
tarlo. Solo faltaba declarar una guerra oficialmente 



64 


LA. TIERRA CHARRÚA 


exigida por la pasión popular. Así se hizo al fin y en 
la tarde bendita del 20 de Febrero de 1827 el pabe- 
llón de los libres puso en derrota al pabellón de los 
esclavos. 

Ituzaingó también ofrece el ejemplo de un esfuerzo 
anterior aumentado y correjido en sus lineamientos. 
Nos referimos á la significativa batalla del Cerrito, 
librada dieciseis años atrás. Es cierto que el nombre 
del enemigo era distinto, pero en esencia, en ambos 
casos se lidiaba contra la usurpación y el tutelaje. 
Aquí, el general fué Alvear, allá, Rondeau ; aquí, el 
pleito era con la metrópoli, es decir, con la madre de 
todos, allá, se discutía á balazos con un opresor adve- 
nedizo, sin razón y siu ley para oprimir ; pero los dos 
grandes episodios apuntan la fortuna repetida de la 
alianza de dos fuerzas vecinas, á la vez que destacan 
acentuados los rasgos de nuestra nacionalidad. 

Las crónicas militares cuentan, con frases fulgu- 
rantes, cómo se desempeñaron los orientales en Itu- 
zaingó. Es que vengaban, haciendo lujo de entusias- 
mos frenéticos, los desastres del lustro adverso, las 
horas amargas de Corumbé, del Catalán y de Tacua- 
rembó. Tal vez el espíritu de Artigas movía el brazo 
de aquellos valientes que eran en ese día instrumen- 
tos de superiores é inmutables designios. El pasado 
glorioso resurgía inextinguible de sus cenizas. A La- 
valleja le cupo lote de rudo trabajo en Ituzaingó. 
Pero tan poco se hizo esperar él para desempeñar su 
papel principal en el drama que se asegura tuvo la 



LA TIEBFA CHARRÚA 


65 


envidiable guapeza de querer desposarse con la muerte 
antes de la hora acordada comprometiendo así el 
orden armónico de la pelea. 

Aquel importantísimo triunfo alcanzado sobre el 
Imperio decretó el término de su dominación en el sue- 
lo invadido. Aún continuarían durante un año más mo- 
viéndoselos ejércitos beligerantes’ en el afán de inflin- 
girse una decisiva derrota, pero el curso de los sucesos 
era ya obligado y en 1828 se firmaron los prelimina- 
res de paz. El general Lavalleja había sustituido á 
Alvear en el comando superior de las fuerzas am- 
pliando asi los contornos de su personalidad militar. 
Espíritus ofuscados y estrechos, que aprecian el enca- 
denamiento de los sucesos con la rigidez de quien 
plantea una ecuación, han pretendido reducir el qui- 
late patriótico de Lavalleja y de sus beneméritos 
compañeros tomando en cuenta la circunstancia de 
que ellos al invadir lo hicieron bajo los auspicios del 
gobierno de Buenos Aires y reconociéndose depen- 
dientes del mismo en la primera proclama que lanzaron . 

Malo es dejarse seducir por tan engañadoras apa- 
riencias y solucionar con tan singular ligereza un 
punto esencialmente complejo de nuestra historia. 

Encauzando de tal modo la crítica sólo resta aere- 

O 

gar, para ser lógicos, que la memorable asamblea 
congregada en la Florida, la misma que nos declaró 
« libres del Rey de Portugal^del Emperador del Bra- 
sil y de cualquier otro del Universo » y que luego, 
acatando dolorosas necesidades, hizo acto de adhe- 


5 



G6 


LA TIERRA CHARRÚA 


sión á la Argentina es culpable ante la posteridad 
de lesa traición á los ideales de emancipación. 

Y también fulminar á los próceres de Mayo de 
1810 negándoles mérito libertador por cuanto ellos 
en sus documentos insistían en su fidelidad á la Pe- 
nínsula. Hasta 1816 se mantuvo en pie ese conven- 
cionalismo ridículo y todos sabemos los graves peli- 
gros que corrió la declaratoria de la independencia 
argeutina antes de ser anunciada al mundo por aquel 
famoso é indeciso Congreso de Tucumán, puesto 
radicalmente en el camino de la república gracias á. 
la energía apostólica de Fray Justo Santa María de 
Oro. 

Nada más disparatado que semejante tésis. 

Dilatando el plano visual é insistiendo en ese cri- 
terio torcido también Italia debe execrar á Cavoar 
y demás insignes patriotas que arrojaron sobre su 
país el alud de la invasión francesa en el interés 
de vencer al soberbio austriaco para fundar luego la 
unidad nacional. 

En nuestro caso absurdo fuera olvidar el desastroso 
fin de la resistencia artiguista, quebrada y deshecha 
debido á su mendicante orfandad de recursos. Sin el 
apoyo del gobierno argentino nada vigoroso era dable 
intentar contra un poder extraño, fuerte y porfiado. 

Deber de noble franqueza es reconocer que sin la 
ayuda material del vecino la hazaña de los Treinta y 
Tres, Sarandí, el Rincón hubieran alcanzado solo la 
notoriedad trágica de los esfuerzos legendarios sin 



LA TIERRA CHARRÚA 


67 


llegar á fundar un orden de cosas estable. La poten- 
cia de Portugal era entonces de ley y solo los insen- 
satos pueden pensar en inutilizar á una res enfureci- 
da tomándola arrojadamente por las astas. 

¿Qué objeto práctico hubiera tenido el arranque 
temerario del 19 de Abril, á contar los patriotas 
solo con sus propios elementos, exiguos é imper- 
fectos? Realmente que no valiera la pena encen- 
der la guerra y conjurar sobre los campos natales 
todas las inclemencias al solo fin de producir en 
estas regiones un capítulo de hechos incomparables, 
dignos de Homero. Lavalleja reveló un alto tino 
político, á menudo olvidado después, aceptando las 
cosas como se presentaban y rindiendo las altanerías 
heredadas ante las imposiciones inevitables de la 
realidad. Esos sacrificios, hijos de la desesperación, 
que llaman á los ojos lágrimas de coraje, sirven para 
realzar al través de los tiempos la santidad y el mé- 
rito del esfuerzo. 

El cilicio, la desgracia, tormentos y eclipses recla- 
man las grandes causas para conquistar trincheras. 
Precisamente por eso son grandes. Los éxitos fáciles, 
sin sobresaltos, sin amarguras, sin adversidades 
caracterizan á las vulgares empresas. 

Pero los mismos hechos, eslabonados con mages- 
tuosa sabiduría, hacen la mejor defensa de la incorpo- 
ción á las Provincias Unidas y constatan cuanto tuvo 
ella de artificial y de transitoria. 

Ni los entusiasmos del triunfo pudieron afirmar la 



68 


LA TIEBRA CHARRÚA 


sutura decretada. En seguida de Ituzaingó Alvear y 
Lavalleja se indisponen y con ellos los jefes del ejér- 
cito, alistados en bandos distintos, oriental, uno, 
argentino, otro. ¿ Respondía á simples divergencias 
de campamento este cisma ? De ningdn modo; era el 
fermento no agotado de las viejas aspiraciones arti- 
guistas, soberbias y autonómicas, el que trabajaba 
enconos bajo espumas y placideces de concordia. 

Ya estaba en la sangre el instinto de la indepen-, 
dencia y locura fuera suponer que con documentos 
forzados se iba á interrumpirlo. ¿ A qué entóneos lan- 
zarse á la lucha si solo se trataba de cambiar la librea ? 
Y á no haber comprendido en toda su robusta ener- 
gía el ideal de libertad absoluta que palpitaba en el 
fondo de la reacción nativa, ¿ es creíble que la Argen- 
tina, tan codiciosa siempre de este territorio, renun- 
ciara espontáneamente á una propiedad espontánea- 
mente transferida? 

Rivadavia acabó por rendirse á esa realidad conso- 
lidada por, don Manuel Dorrego. Quince años de 
lucha y de protesta incansable; quince años de fiero 
batallar por la autonomía esterilizan Jos efectos 
de las más pomposas actas de incorporación. ¿Qué 
puede esta elocuencia contra aquella elocuencia? 

El concepto de nuestra nacionalidad se iba abrien- 
do camino aún en el seno de la opinión diplomática 
brasilera, notoriamente sagaz y hábil. Con el correr 
de los días y ya afianzada la independencia nacional 
proclamaban sus ventajas los primeros hombres de 



LA TIERRA CHARRÚA 


G9 


estado del Imperio. Así, el señor Paulino José Soares 
de Souza, visconde del Uruguay, decía en el Senado 
durante la sesión del 20 de Setiembre de 1853 : « La 
ocupación hecha en 1817 no fué un remedio ni lo po- 
dría ser hoy en iguales circunstancias. La incorpora- 
ción no lo fué tampoco, no lo podría ser hoy, sería 
peor que el mal, sería contraria á nuestros intereses, 
aun que no lo fuese á tratados solemnes. » Y agrega- 
ba el marqués de Paraná : « ¿ no queréis la gloria de 
Brasil? ¿no queréis la importancia externa del Bra- 
sil?; pues hay gloria é importancia para el Brasil en 
impedir la disolución del Estado Oriental, en salvar 
y fortalecer la pacificación y la nacionalidad de ese 
Estado. » A su vez y por la misma época exclamaba 
don Andrés Lamas desde Rio Janeiro : « No conozco 
un solo estadista brasilero que no rechace con horror 
la idea de la incorporación del Estado Oriental al Im- 
rio del Brasil. Todos ellos comprenden bien la im- 
posibilidad de refundir dos nacionalidades tan dis- 
tintas. Todos ellos comprenden las dificultades in- 
ternas y las dificultades externas que traería la in- 
corporación. Todos ellos han leído bien, han medi- 
tado bien en las páginas históricas que cierra la 
Convención de 1828. Todos ellos han llegado á una 
mejor comprensión de los verdaderos intereses de su 
país. Todos ellos saben que es un interés brasilero 
la conservación del Estado Oriental como estado 
intermedio. » 



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LA TIERRA CHARRÚA 


¿Acaso los cruzados de 1825 ignoraban la fuerza 
arraigada de su ideal libertador ? 

Para nosotros nunca fué tan grande Lavalleja 
como cuando, estrujándose el corazón y quemándo- 
se la lengua, proclamó nuestra calidad de provincia 
argentina . 

Dicho eso por él formado junto á Artigas, fiel á 
las tradiciones viriles del libertador y animado á la 
distancia de idénticos propósitos redentores adquiere 
el perfume delicado de las más grandes y arrebata- 
doras abnegaciones. 

Pero ¿qué lógica justifica que se extrémela censura 
con Lavalleja y demás ilustres contemporáneos cuan- 
do si ellos renunciaron alguna vez á sus ideales fué 
solo en la apariencia y movidos por el anhelo santo 
de darnos libertad, mientras se glorifica sin tasa y sin 
excepción á caudillos también ilustres pero protago- 
nistas en dilatados sucesos posteriores empezando 
por Oribe y Rivera y acabando por Flores que traje- 
ron sobre nuestros campos el azote de las interven- 
ciones extranjeras, después de fundada nuestra liber- 
tad, á pretexto, es cierto, de salvarla pero en esencia 
para comprometerla ? 

Seamos, pues, más humanos con estos y con aque- 
llos atletas. 

Al jurársela Constitución de la República la figura 
descollante del general Lavalleja llenaba el escenario. 
Sucesor de Rondeau en el gobierno provisorio á él 
debió corresponder la primera presidencia como pre- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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mió á su gallarda aventura redentora de 1825 y dadas 
sus beneméritas condiciones personales. Pero, por lo 
común, la política no parte buenas migas con la jus- 
ticia: el voto legislativo fué adverso al primero de 
nuestros héroes después de Artigas. De cualquier 
manera que se le mire se trataba de un hecho consu- 
mado y si bien se explica que los desórdenes y des- 
quicios del nuevo gobernante suscitaran severas críti- 
cas y legitimaran la reacción es lamentable que el jefe 
de los Treinta y Tres iniciara el período de las luchas 

intestinas. 

La segunda presidencia debió pertenecerle; pero 
Rivera y Oribe ya estaban imponentes sobre el tapete 
y la alianza de sus elementos dió el triunfo al último 
citado. 

Esta repetida adversidad tal vez fué sábia al apar- 
tar al heroe del choque despiadado de las pasiones. 
Durante la Guerra Grande Lavalleja permanece afue- 
ra y esta circunstancia como así también sus afini- 
dades con don Manuel Oribe y sus decididas prefe- 
rencias federales han fundado la certidumbre de que 
él estaba afiliado al partido blanco. Con mucha pro- 
babilidad no vá errada esa presunción tanto más 
cuanto que un abismo de enconos irreconciliables lo 
separaba del general Rivera siendo de aquella divisa 
todos sus amigos y oficiales preferidos. 

Más para la posteridad, que solo se preocupa de 
inventariar el capital libertador de Lavalleja, nada 
significan los frutos ruines, ya sean ácidos, ya sean 



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LA TIERRA CHARRÚA 


dulces, de semejantes indagaciones de interés frac- 
cionario y fósil. La gloria inmortal del bravo oficial 
de Artigas, del jefe de los Treinta y Tres, del vence- 
dor de Sarandí, del general de Ituzaingó, en una pa- 
labra, del hombre superior que redimió á la patria é 
hizo viable el ensueño gigantesco del Libertador, no 
es blanca ni es colorada y pertenece por igual á los 
hijos todos de esta tierra. Los méritos de Lavalleja 
son tan relevantes en el concepto nacional que nin- 
gún bando tiene personería para reclamarlos en he- 
rencia y sus errores pesan tan poco frente á aquel 
lote abrumador que ellos pasan desapercibidos como 
las resacas del océano en la cresta de sus olas. Nece- 
dad suprema la de llamar blanco al general Lavalleja 
porque en cierto momento de su vida él haya perte- 
necido á ese partido cuando la fama solo recoge los 
servicios de la época legendaria y solo por ellos rinde 
al héroe los honores de la inmortalidad. En todo 
caso y si se quiere sostener algún absurdo desdóblese 
la personalidad de Lavalleja y póngase al capitán de 
la patria aquí y al hombre de bando allá, antes de 
fundir en un mismo crisol esas dos encarnaciones que 
la imparcialidad no liga bien. Los nombres de Arti- 
gas y Lavalleja llenan la bóveda de nuestro cielo. 
En vez de bajarlos de la altura para honrarlos al ni- 
vel de nuestras pobres pasiones subamos hasta ellos 
para glorificarlos al nivel de su inmarcesible grandeza. 

Un dato. Al jefe de los Treinta y Tres aun no se 
le ha erigido una sola estátua en todo el territorio 
de la República. 



LA TIERRA CHARRÚA 


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Oribe, Rivera y la Defensa 

Estampamos el anterior epígrafe casi nerviosos. 
En presencia de los jefes natos de los dos grandes 
partidos tradicionales, tan calumniados unas veces 
y tan acreedores á severa censura otras, el espíritu 
más desprevenido de rencores necesita abstraerse y 
recapacitar á fin de herir el asunto en forma séria y 
discreta. La personalidad de Manuel Oribe como la 
de Fructuoso Rivera ofrece un lado de luces y un 
lado de sombras, ambos perfectamente caracterizados. 
Esto es precisamente lo que hasta la fecha no han 
querido reconocer los adoradores de uno ó de otro de 
esos héroes. En el afán de denigrar al primero se le 
ha sindicado como instrumento de los más atroces y 
sanguinarios atentados vistiendo con blandones la 
memoria del Cerrito, especie de matadero que ali- 
mentaba arroyos de sangre, trágico camposanto en 
donde vagan espectros y voces vengadoras que toda- 
vía, después de cincuenta años, sorprenden el oído del 
caminante en la soledad de las noches serenas. Per- 
siguiendo el mismo propósito rebajante con respecto 
al segundo se recuerda que él fué dilapilador de di- 
neros públicos y condecorado por el Imperio con el 
título maldito de barón de Taenarimbó tejiéndose 
alrededor de esas circunstancias desfavorables un 
proceso durísimo y brutal como si se tratara de un 
vendido y de un gran estafador. Y viee-versa, el 



74 


LA TIERRA CHARRÚA 


empeño de extremar el elogio de cualquiera de ellos 
conduce á glorificaciones no menos vituperables y de 
rasgos torpes, generalizados por la ignorancia histó- 
rica corriente. Así por ejemplo, no ha faltado quien 
sosten ga desde las columnas de la prensa que la hora 
más infeliz de don Manuel Oribe ha sido su momento 
de mayor lucimiento y que, en consecuencia, el ejér- 
cito acampado bajo b andera extranjera f rente á Mon- 
tevideo^ en 1843 era el deposi tario de los verdade- 
ros ideales de libertad. Del mismo modo, algunos 
alaban como acto meritorio el sometimiento decidi- 
do y aceptando honores inusitados de don Fructuoso 
Rivera al portugués y su reprobable alzamiento con- 
tra las instituciones en 1838 obedeciendo á intereses 
personales y poco legítimos. Todo esto resulta ini- 
cuo y tiene además el grave inconveniente de que 
arraigado á fuerza de repetido concluye por adulte- 
rar hechos de significación trascendental á la vez que 
por pervertir de manera indigna el criterio de los jó- 
venes más dispuestos aquí que en otras partes á de- 
jarse llevar por el torrente. Esta manera de produ- 
cirse ha creado una secta, diré así, compuesta por fa- 
náticos y por quienes sirven de este modo sus vulga- 
res conveniencias personales, que son la mayoría, 
secta insultadora y procaz que ya ha alcanzado algu- 
nos triunfos oficiales proscribiendo de los libros esco- 
lares la memoria bizarra de Manuel Oribe y menos- 
cabando en letras de molde la severa investidura pa- 



LA. TIERRA CHARRÚA 


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triótica del general Lavalleja por sospecharle afini- 
dades políticas con aquel ! 

Antes de entrar resueltamente en materia quere- 
mos definir algunas ideas útiles y fundamentales. No- 
sotros distinguimos entre caudillos y pretorianos. Los 
primeros tienen una sólida representación. Ellos 
empezaron por merecer bien de la patria en los días 
sombríos que precedieron á la independencia sirvién- 
dola con generosidades magníficas sin exigirle jamás 
una recompensa pecuniaria. Su mérito fué positivo 
entonces. Moldeada por brazos hercúleos apareció 
condensada la perseguida visión. Ellos poseyeron el 
instinto profético del porvenir y superaron en sagaci- 
dad á encumbrados políticos y hombres de estado al 
resistir tenaces á toda combinación bastarda cuando 
no exótica. Ellos salvaron con su audacia y su reso- 
lución incansable los ideales supremos de la revolu- 
ción americana. Cuando de las capitales partían écos 
de derrota y el desmayo cundía y se creaban fórmu- 
las aleatorias y desfallecientes de acomodo ellos, sos- 
teniendo que no era posible cambiar caballos en la 
mitad del río, firmes bajo su escudo libertador afron- 
taron la tormenta y la posteridad ya ha dicho que 
estuvieron en lo justo. Trayendo sobre la frente tan 
sólido patrimonio de glorias ellos escollan cuando se 
entra de lleno al ejercicio de las instituciones republi- 
canas que fundaron en países todavía tiernos para 
vestir ese delicado ropage. Lustros y lustros de vida 
azarosa, de campamento y de febril agitación muscu- 



76 


LA TIERRA CHARRÚA 


lar no prestan ciertamente antecedente ventajoso á 
ensayos de ejercicio democrático. El hábito de desen- 
vainar á diario las espadas no pudo quebrarse sobre 
tablas que no se detienen viejos vicios de idiosincra* 
cia á una voz de mando como ocurre con las carcas 
de caballería en las grandes revistas. Entonces pasó 
lo que estaba en el orden fatal de las cosas. La esca- 
sez de hombres dirigentes y el peligroso prestigio de 
los atributos guerreros prepararon naturalmente el 
advenimiento de los primeros soldados de las campa- 
ñas santas á las más elevadas posiciones civiles. Aho- 
ra bien, colocados ellos á tanta altura en un medio 
desconocido y cuajado de sorpresas y de novedades 
hasta para los más expertos, ¿podían cumplir sin co- 
meter graves errores la misión extraña que se les 
asignaba? Absurdo fuera el afirmarlo así. Si á seten- 
ta años de distancia de la jura de la constitución los 
orientales todavía soñamos con el sufragio libre y si 
en la actualidad la perspectiva de una lucha electoral 
provoca aterradores vaticinios — exagerados, es cierto 
— ¿cómo creer que al día siguiente de cerrado el dra- 
ma de la independencia habría el aplomo y la sabidu- 
ría bastante para gobernar bien? Sin elementos, con 
poca civilización yen plena indisciplina social, ¿era 
posible salvar obstáculos ? Recuérdese que los revo- 
lucionarios de este continente se distinguen en espe- 
cial de los revolucionarios norte-americanos en su 
muy distinta educación política. Allá era tan avan- 
zado el grado de la cultura general que por una cues- 



LA. TIEBRA CHARBITA 


77 


tión en apariencia trivial— un ínfimo aumento de 
impuestos — se produjo el alzamiento y se renegó de 
la metrópoli. La comuna y sobre todo las admirables 
condiciones prácticas para el gobierno, propias de los 
sajones, perfeccionadas en la tierra nueva, prepararon 
una maquinaria institucional sencilla y al alcance de 
todos que puesta en actividad todavía pasma al mun- 
do entero con sus maravillosos resultados. Un princi- 
pismo sano, conciente y vulgarizado fué el eje de todo. 

En cambio aquí sucesos inesperados interrumpie- 
ron en su profundo sueño á las colonias que recien 
entonces pensaron en la alborada. Todo lo combinó 
la fuerza avasalladora del destino. Contagiada de 
una fiebre ardiente, pero poco entendida en su esen- 
cia y de contornos vagos al principio, la América en 
masa rompió cadenas y en brevísimo lapso de tiempo 
un concierto de nuevas naciones invitaba al asom- 
bro. La pasión, una pasión noble y fascinadora, pre- 
sidió á ese alumbramiento. 

Entonces fueron las angustias. Como faltaba el 
primer escalón, el preliminar de una infancia cultiva- 
da, no pudo operarse sobre ese cimiento de granito 
que se llama pueblo y las tiernas nacionalidades goza- 
ron, nuevas cajas de Pandora, del privilegio de todas 
las catástrofes quedando perdida allá en el fondo un 
tánico bien: la libertad. A ellas pudo aplicarse en ese 
periodo de su existencia el comentario que arrancó á 
Mme.de Staél el estado social de los polacos: «Están 



78 


LA TIERRA CHARRÚA 


sazonados para la independencia nacional pero todavía 
ellos son demasiado jóvenes para la libertad política.» 

El influjo de algunos hombres eminentes mal po- 
día regularizar la marcha de acontecimientos dictados 
por fatalidades hereditarias; y asi vemos á la corrien- 
te turbia y mal encauzada arrebatando lógicamente 
á los más ilustres hijos de la revolución para arro- 
jarlos luego á la costa como restos de un naufragio. 
En ese juego evidente de fuerzas sociológicas encon- 
tramos el argumento más decisivo para ser profunda- 
mente misericordiosos con nuestros grandes hombres 
inválidos en posteriores lides políticas. 

Una voluntad más fuerte que la voluntad de los 
individuos, la voluntad del medio, torció sin lástima 
el rumbo de los sucesos y aquí estamos todavía re- 
sintiéndonos de esas obligadas turbulencias! 

Si el determinismo se acepta como algo inconcuso 
en los campos de la filosofía y si la ciencia criminal 
moderna presta decisiva atención á los motivos que 
actuaron sobre el delincuente llegando hasta á decre- 
tar absoluciones cuando sorprende impulsos exter- 
nos ó internos tales que desarman el brazo castigador 
de la justicia, ¿cómo desconocer semejantes circuns- 
tancias en la crítica histórica, que es ya una ciencia, 
y que precisamente tiene su trama en el eslabona- 
miento de motivos? 

La posteridad no puede medir con una misma vara 
de mansedumbres ó de severidades á los sugetos que 
ante ella desfilan. Quien comparece delante de ese 



LA TIERRA CHARRÚA 


79 


tribunal trae á las espaldas un complicado equipage de 
acciones buenas, regulares y malas y para ordenar 
todo eso que responde á una ley y que integra un mo- 
saico se requiere no perder un solo detalle y calificar 
el carácter y la entidad de cada situación. 

Si; el determinismo es la gran llave que abre los 
más intrincados misterios morales. Una vez esclare- 
cidos los motivos que empujaron á un hecho feliz ó á 
una solución desgraciada recien se está en actitud de 
ensalzar ó de deprimir. 

Pues bien, mirados en conjunto nuestros caudillos, 
á pesar de sus evidentes pecados, ¿ puede decirse que 
un afán culpable de rapiña, de crimen, de traición, 
ó de negocio los lanzó alguna vez y por momentos 
á la mala senda ? Jamás. Fue la cólera, fueron sus 
escasos alcances, las singulares situaciones de la 
época, el enceguecimiento de la ignorancia, la pa- 
sión desatada, los factores que empalidecieron su 
conducta. Nada de infamia calculada. Y ese punto 
de partida honrado es el que salva su prestigio ante 
el fallo de la historia. Por eso es que nunca vaci- 
laremos en titular padres de la patria á Fructuoso 
Rivera, á Manuel Oribe y á otros pocos orientales 
de vigoroso perfil clásico. Esos, como Artigas, como 
Lavalleja, han sido caudillos en el concepto más di- 
latado de la palabra. 

Pero es muy otra la apreciación que nos merece el 
pretorianismo debiendo desde ya agregar que enten- 
demos por tal al producto irregular, vicioso y servil 



80 


LA TIERRA CHARRÚA 


surgido á la sombra de las administraciones desorde- 
nadas. Pertenecen á ese sistema de compadrazgos 
todas las hechuras de lo^ mandones; quienes jamás 
estuvieron en pugna con los gobiernos y ostentan in- 
solentes una gerarquía obtenida de favor. Han sido 
sus representantes genuinos esos hijos de la campaña, 
caprichosamente levantados por las preferencias loca- 
les, que se dicen poseedores de largo prestigio y que 
en el fondo nunca han probado su valor en verdade- 
ras acciones de guerra y sí su altanería quebrallona 
tolerada y aplaudida en horaenage á los servicios 
importantes prestados á la autoridad. ¿Y cuáles fue- 
ron esos servicios ? Reclutar gente, como quien reúne 
el ganado y quieras que no quieras, cuando algún mo- 
vimiento popular ha puesto en aprietos á los gobier- 
nos corrompidos; aprovechar esas ocasiones de segura 
impunidad para cometer toda clase de atentados ro- 
bando descaradamente las haciendas agenas á pretex- 
to de que pertenecen á un enemigo político; vivir de 
las arcas nacionales en todo tiempo y en la paz dedi- 
carse á la elaboración de inscripciones fraudulentas y 
de atropellos políticos que fructificarán el día de las 
elecciones en beneficio del opresor. 

Los representantes del pretorianismo ofrecen mul- 
tiplicados los defectos de los caudillos sin tener en 
su favor, como estos, virtudes y hazañas capaces por 
si solas de vindicar á la más castigada de las reputa- 
cienes. En efecto ellos, llegados tarde á la fuerte 
brega, ni siquiera tomaron parte en su desenlace. 



la tiebra charrúa 


81 


Surgieron en el período de cristalización institucio- 
nal, sin gloria, sin mayor gastfe de corage, sin honor, 
guareciéndose bajo la fama de los soldados liberta- 
dores en la misma condición parásita de las enreda- 
deras que se desarrollan y avanzan abrazadas al 
tronco de los grandes árboles. Sindicados por su te- 
mible indisciplina, sin el freno de escrúpulos morales, 
ellos repudian la legalidad por incómoda y consul- 
tando anhelos rapaces y autoritarios se lanzan á las 
más siniestras aventuras teniendo solo en vista afa- 
nes de bastardo predominio. Ellos no luchan ni se 
matan por la patria, ¡qué digo! por amor á un par- 
tido. Pero siempre con la invocación tradicional, que 
no se les cae de los labios, explotan dolorosas disi- 
dencias sociales persiguiendo fines inconfesables y 
raquíticos. 

Esa es la diferencia. Los caudillos incurrieron en 
graves errores movidos por pasiones de fuego senti- 
das con el alma. Los representantes del pretorianis- 
mo fueron culpables de mil actitudes bochornosas 
dictadas por el cálculo y planteadas con frió intento. 
De ahi que la historia imparcial absuelva á aquellos, 
los glorifique, mientras ella funda la condena de 
estos. 

Claro está que todos los hombres de armas llevar 
y de prestigio colecticio en la época de nuestra orga- 
nización no merecen ser así descalificados. Algunas 
distinguidas figuras desfilan en ese agitado periodo y 
la prueba de que ellas tenían valor positivo está en el 



82 


LA TIERRA CHARRÚA 


hecho de que en más de una oportunidad arrastraron 
tras de sí millares de energías hermanadas por un 
ideal de purificación. Bajo el calificativo de pretoria- 
nos cabe toda la escoria, todas las mediocridades, 
todas las indignas creaciones del poder. No así, cier- 
tamente, los soldados cultos ó incultos, paisanos ó de 
extracción pueblera, que en circunstancias dadas su- 
pieron escuchar las angustias generales para inter- 
pretarlas en los campos de batalla y de la guerra 
civil, heraldos allí del honor, de la libertad y de los 
agravios ciudadanos. 

Nunca hemos pensado hacer la biografía de los 
personages nacionales motivo de este capítulo. Ni 
siquiera intentaremos ofrecer en síntesis un reflejo de 
su accidentada vida. Y la razón no puede ser más 
concluyente. Con respecto á los blasones de cada 
cual en los tiempos de la patria vieja, cuando recien se 
formaban fronteras, ya el criterio selecto está hecho: 
los extravíos procaces del criterio vulgarísimo no 
merecen que les dediquemos espacio, pues tampoco 
sirven las razones para romper ciertos prejuicios hijos 
de la estupidez. Por lo demás, la ignorancia tan cra- 
sa no tiene personería en las lides intelectuales. 
Nuestro propósito se reduce á encarar así, en conjun- 
to, sucesos culminantes en que intervinieron, mejor 
dicho, que crearon Oribe y Rivera, para deducir lue- 
go y sin pretensiones su colorido histórico. 

Don Manuel Oribe era una personalidad concluida 
cuando entró á ocupar la segunda presidencia de la 



LA TIERRA CHARRÚA 


83 


República. Dueño de una esmerada educación, valien- 
te, veterano en el sacrificio, ligado por origen á lo 
mejor de su país, sereno, firme, pundonoroso, de un 
ardiente patriotismo, los acontecimientos conjurándose 
en su favor lo llamaban á ocupar puesto preferido en- 
tre los ciudadanos de la América. En Ituzaingó adqui- 
rió renombre fantástico realizando una proeza de per- 
files griegos y ya antes había probado lo robusto de su 
desinteresada abnegación brindando sin esfuerzo á 
Juan Antonio Lavalleja la jefatura envidiada de una 
aventura homérica que él concibiera; todo en homena- 
ge á la superior graduación. De una honestidad per- 
sonal positiva, sério, reservado, resuelto, él estaba he- 
cho para el mando y para afrontar conflictos, como los 
árboles aislados pero de fibra endurecida que suelen 
verse coronando nuestros cerros en actitud desafiante, 
ansiosos de medir sus fuerzas con las fuerzas del hu- 
racan. PeroJ ajaiama rigidez de su conducta lo hacía 
más in dicado para d irigir ejércitos que asuntos políti- 
■oospíobre todo en un p e n oflolleli vol^ 
maba — porque era muy anormal — tino sumo y con- 
cesiones dolorosas á pasiones ilegítimas. Así vemos 
que el carácter inflexible y ejemplar de su administra- 
ción presta ocasión á su derrocamiento. Honrosa se- 
veridad. í\ o vamos á entrar en el detalle de minuciosas 
investigaciones que molestarían aquí. — Lo indudable 
es que un buen día el general Rivera, Comandante 
General de Campaña, se niega á rendir cuenta de la 
inversión de gruesas sumas de dineros públicos que 



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LA TIERRA CHARRÚA 


había solicitado y recibido para objetos del servicio, 
y que este lamentable acto de indisciplina social y 
militar provocó una merecidísima represión de parte 
del gobernante desobedecido. Rivera no quiso saber 
de nada que fuese un sometimiento á la autoridad 
constitucional, justamente censora, dijo «que el go- 
bierno se le había sublevado » y ahí tenemos el ori- 
gen de posteriores gangrenas. 

Como útil esclarecimiento insertamos enseguida 
una carta dirigida por el presidente Oribe al general 
Rivera, que evidencia los esfuerzos moralizadores del 
gobierno: 

« Sr. Brigadier D. Fructuoso Rivera. — Montevi- 
deo, Setiembre 26 de 1836.- -Estimado señor general: 
— Repetidas y apremiantes reclamaciones de las ofi- 
cinas fiscales me ponen en el caso de pedir á Ud. se 
sirva compeler al Comisario de la Comandancia Ge- 
neral de Armas de Campaña á que rinda las cuentas 
correspondientes á los años 1834 y 35. Esto se ha- 
ce urgente é interesa no solo á la buena contabilidad 
de la República sino al propio crédito de Ud. como 
persona altamente colocada en la administración na- 
cional. 

Creo tal omisión hasta hoy efecto de las dificulta- 
des inherentes á toda administración en campaña y 
por lo mismo me intereso en que Ud. active la remi- 
sión de esas cuentas cuya demora indefinida es in- 
compatible con el absoluto acatamiento que el go- 
bierno rinde á la ley ante la cual comparece con 



LA TIERRA CHARRÚA 


85 


repetición á dar cuenta de sus actos mas insignifi- 
cantes. 

Deseo, pues, que salga de esa molestia con la bre- 
vedad posible y que ordene á su atento S. S. y amigo 
— Manuel Oribe. > 

¡Hermoso documento histórico! 

Un distinguido historiador argentino, don Mariano 
A. Pelliza, aprecia de la siguiente manera aquel sona- 
do alzamiento: « La revolución de Rivera no tenía 
programa ni motivo alguno que la justificase. Al 
entregar á Oribe la presidencia fué nombrado coman- 
dante general de campaña y en vista de las arbitrarie- 
dades con que desempeñaba el puesto, gastando sin 
autorización y manteniendo militarizada la frontera 
sin orden del gobierno, por decreto de 19 de Febrero 
de 1836 se suprimió la comandancia, lo que equiva- 
lía á la destitución del comandante general. Rivera 
volvió á Montevideo donde muy prónto lo rodeó la 
oposición compuesta de orientales desafectos á Oribe 
y argentinos emigrados enemigos de Rozas. Compe- 
lido á rendir cuentas de su administración en 1836 se 
notaron abusos que ascendían á más de dos millones 
de pesos de que no había comprobantes y si los había 
eran falsificados. Rivera no se preocupó de los cargos 
que le formulaban y azuzado por sus partidarios y la 
prensa de oposición, abandonó la capital para hacerle 
la guerra á Oribe». (1) Este comentario tiene el méri- 
to de ser imparcial pues pertenece á un extrangero y, lo 

(1) M. A. Pelliza, La Dictadura de Roxas Pag. 124. 



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LA TIERRA CHARRÚA 


que resalta más elocuente, á un flagelador de Rozas. 

Como se trata de un punto importantísimo, dadas 
sus ulterioridades, conviene presentarlo completo sin 
omitir sus contactos con el exterior para explicarnos 
luego, sin esfuerzo, la actitud trascendental de los 
protagonistas en aquel suceso. 

El general Oribe había sido llevado á la presiden- 
cia por el voto unánime de la Asamblea en la cual 
tenían asiento los amigos más caracterizados de su 
antecesor. Cuando asumió el mando el estado de la 
administración pública era deplorable. Todo estaba 
por hacerse. Don Juan María Perez, su Ministro de 
Hacienda, ciudadano integérrimo y de especiales con- 
diciones para el puesto, decía al Cuerpo Legislativo 
en su informe de 1835: «Los cofres del Erario Na- 
cional se encuentran totalmente exhaustos, las rentas 
y arbitrios que debían abastecerlos de caudales han 
sido consumidas de antemano ; el crédito se ha extin- 
guido.» 

Estas palabras valen para la historia lo que pesan 
por cnanto fueron estampadas en un documento sin 
carácter político mucho antes de producirse la revo- 
lución riverista. Argumentando con números tene- 
mos que el 15 de Febrero de 1835, es decir, quince 
días antes del ascenso de Oribe al poder, la deuda 
pública alcanzaba á $ 2.081.000 habiendo importado 
la renta general en 1834 $ 769.766. 

Pues bien, esta angustiosa situación económica 
fué victoriosamente afrontada por el nuevo presiden- 



LA TIERRA CHARRÚA 


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te quien, mediante sábias resoluciones, consiguió au- 
mentar de manera extraordinaria los recursos de la 
nación. 

En el primer año de su gobierno Oribe hace subir 
la renta á $ 812.050 que llega en 1837 á la suma, 
enorme en proporción, de $ 1.075.819. De este total 
se dedujeron $ 183.000 destinados á la amortización 
de la deuda heredada. 

La faz financiera del gobierno de don Manuel 
Oribe era irreprochable, nadie lo discute, y por ende 
está muy por encima de la faz financiera del gobierno 
anterior al suyo. 

Políticamente tampoco admitía reparo aquella si- 
tuación. Uno de los primeros actos de Oribe fué le- 
vantar el decreto de Abril de 1834 por el cual se 
confiscaban sus bienes al general Lavalleja, así como 
promulgar una ley de socorro y de amnistía á los 
proscritos. 

Por otra parte, él dictó el decreto de fundación de 
la Universidad; él fundó la Junta de Higiene Pública 
del Estado, que hoy se llama Consejo de Higiene; él 
reglamentó la denuncia de tierras públicas, que daba 
pie á inveterados abusos; él organizó el servicio de 
pensiones militares; él abordó con brillante éxito el 
problema de la deuda pública existente, amortizándola 
en parte y mandando cubrir con pólizas el resto; él 
estableció la división judicial; él redujo el número 
crecidísimo de jefes y oficiales creando leyes de retiro 
y de atinada reforma, á la cual se ampararon muchos 



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LA. TIERRA CHARRÚA 


servidores; él dictó la ley organizando los Consulados 
así como la referente á las funciones de los Tribu- 
nales Eclesiásticos; por decreto de 22 de Febrero de 
1836 él reglamentó la enseñanza científica del Es- 
tado; él reanudó las relaciones comerciales con Es- 
paña, rotas desde la guerra de la independencia; él 
reglamentó el servicio de correos, dándole contactos 
con el exterior; él completó la sub-división territorial 
y abolió el fuero personal en las causas civiles y cri- 
minales; él promulgó leyes sobre herencias, sobre li- 
bertad de esclavos, sobre estado civil, sobre guias de 
ganado, sobre impuestos, sobre contrabando, sobre 
Instrucción Pública. 

¿Podía cxijirse labor más lucida en aquella época? 
Nosotros creemos que ese radicalismo purificador fué 
la sentencia de muerte de aquel gobierno sobresa- 
liente. Ya hemos visto y estamos viendo que en 
nuestro país las administraciones de rigurosa probi- 
dad no son, ciertamente, las más populares. 

Ni siquiera el argumento apasionado y antojadizo 
de persecuciones arbitrarias existió para alzarse en 
armas contra el gobierno. Tan es así que ni el mismo 
general Rivera lo busca para justificar su actitud. 

En esencia, salta á la vista que en un balance de 
gastos, correctamente pedido y de tendencias morali- 
zadoras, hizo estribo el espíritu desordenado de un 
caudillo para rebelarse. No puede pedirse un pre- 
texto más baladí y menos plausible. Sin embargo, 
corrientes fanatismos de secta desconocen esta evi- 



LA TIERRA CHARRÚA 


89 


dencia que ya no admite controversia en los campos 
de nuestra historia. Es lamentable que en el día jó- 
venes escritores se hagan solidarios de semejantes 
adulteraciones. 

Pero mucha mayor gravedad revistió la’revolución 
riverista por sus resonancias internacionales que por 
el grado de su colorido ilegítimo. 

Don Manuel Oribe durante su gobierno tuvo el 
acierto de no intervenir en los asuntos de nuestra ve- 
cindad. Despótico ó nó el dominio de don Juan Ma- 
nuel de Rozas apreciarlo así y proceder en con se- 
cuencia correspondía á sus compatriotas, nunca á un 
Estado independiente y respetado en su integridad 
que había encontrado el origen de todas sus desgra- 
cias internas precisamente en las agenas disidencias. 
Profesando con firmeza esas ideas Oribe hizo lo po- 
sible por apartar de su camino todo escollo que pu- 
diera comprometer sus relaciones de buena vecindad. 

Por la frontera terrestre el asunto no ofrecía difi- 
cultades— el peligro brasilero apenas asomaba de 
nuevo, — pero no así por el lado de Buenos Aires. 
Rozas representaba un sistema robusto y triunfal, 
fundado en grandes odios y asediado por enemigos 
implacables y de talla superior. Arrojados estos de su 
país, mediante sangrientas persecuciones, buscaron 
hospitalidad activa en la república vecina. Mas aún; 
ellos pretendieron obtener el apoyo material del go- 
bierno de la época en sus planes de guerra contra el 
adversario que ya exhibía sus poderosas garras de 



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LA TIERRA CHARRÚA 


tirano. La repulsa con que se contestó á tales solici- 
tudes trajo la enemistad jurada de los emigrados al 
gobierno de Oribe y su maliciosa aproximación al 
general Rivera cuyas ambiciones tuvieron buen cui- 
dado de estimular. Levantado este en armas contó 
entre sus mejores adalides á esos mismos expatriados 
que dirigidos por el insigne Juan Lavalle lo acompa- 
ñaron en las alternativas de su aventura revolucio- 
naria. 

Así se explica el decreto gubernativo de 5 de 
Agosto de 1836 por el cual se ponía fuera de la ley á 
Lavalle. Con estas alianzas al extranjero se ofrecía 
ejemplo funesto á las ambiciones y se ensayaba la po- 
lítica equivocada que repetida en 1864-65 tan tre- 
mendas calamidades originó. 

Pero no fué éste el único argumento de conducta 
que vino á preparar la identificación de los partidos 
orientales con los partidos argentinos. El criterio ex- 
tremo de Rozas, en lo que se refería al servicio militar 
exigido de los súbditos franceses, y los serios sucesos 
que dieron pie á la retirada del vice cónsul de Francia 
en j Buenos Aires, señor Aimé Roger, motivaron la 
interrupción de relaciones diplomáticas con esta po- 
tencia, siendo su resultado inmediato el bloqueo de 
todo el litoral perteneciente á la República Argentina 
por la escuadra francesa del Atlántico del Sur bajo 
las órdenes del almirante Leblanc. 

Invitado á colaborar desde su esfera en esta empre- 
sa guerrera del extrangero, que le brindaba su alianza, 



LA TIERRA CHARRtJA 


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el presidente Oribe se rehusó terminantemente á 
aceptar ingerencias en sucesos extraños á los intereses 
verdaderos de su país. Resalta aún más la correcta 
energía de su actitud recordando que ya por entonces 
— Mayo de 1838 — la sublevación del general Rivera 
se había impuesto en gran parte de la campaña y que 
el apoyo de la Francia, poderoso y decidido, inclina- 
ría el triunfo á favor de quien lo aceptara. « Leblanc 
había pretendido la alianza con Oribe. Este presi- 
dente no quiso infringir las leyes del derecho inter- 
nacional declarándose enemigo de la República Ar- 
gentina, que agravio ninguno nos había inferido, y el 
desairado almirante de ultramar produjo la catástrofe, 
despechado por la recta conducta de Oribe, que no 
aceptó el triunfo de su causa al vil precio de la vio- 
lación de la neutralidad, en cuyo principio cumplido 
descansan la armonía, estabilidad y concierto de las 
naciones civilizadas; y el gobierno progresista del 
año 38, cayó envuelto por ruda intervención monár- 
quica, pero envuelto, como Artigas, en la bandera de 
su patria y en el puro estandarte que simboliza la 
causa americana. » (1) 

Claro está que los emigrados argentinos, en el afán 
explicable de crear dificultades de todo género á Ro- 
zas, dirigieron sus esfuerzos á sellar, como se hizo, la 
alianza del general Rivera con los franceses; y tam- 
bién poco cuesta penetrarse de que éste, en su afán 
explicable de crear dificultades de todo género al pre- 

(1 Luis Santiago Botana. Rasgos de Administraciones Nacionales pág. 15 



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LA TIERRA CHARRÚA 


sidente Oribe, aceptara complacido una ayuda tan fe- 
cunda y oportuna. A estas singulares combinaciones 
conducen las pasiones políticas cuando pierden el fre- 
no moderador de la razón. Dice el historiador Pelliza: 
« La Francia debía mantenerse firme y su alianza con 
la revolución oriental victoriosa proporcionaría al se- 
ñor Roger los medios de vengarse de Rozas castigan- 
do su olvido de las prácticas internacionales. » 
Prosigue el mismo: « La situación del presidente 
Oribe se hacía por momentos insostenible. Después 
de varias tentativas de pacificación y viendo que Ri- 
vera aumentaba sus elementos con el apoyo de la 
escuadra francesa, renunció el mando el 26 de Octu- 
bre de 1838. Desde esa fecha la situación de [la Re- 
pública Oriental quedó completamente entregada á la 
influencia del general Rivera quien asumió la presi- 
dencia de hecho, protegido por la Francia . » (1) 
Hemos preferido transcribir estos párrafos de un 
autor extranjero, que dicen más en su sobriedad que 
todos nuestros comentarios, á fin de constatar de ma- 
nera insospechable las afinidades materiales de los 
triunfadores con los extraños. Hasta el día del desas- 
tre institucional don Manuel Oribe sostuvo brillante- 
mente la bandera del derecho y su caída, abrazado á 
la legalidad, ofrece un alto ejemplo de pureza demo- 
crática que más adelante y bajo presiones bastardas 
semejantes repetirían don Juan Francisco Giró, don 


[1] M. A. Pelliza. La Dictadura de Rozas . [pág. 134.] 



LA TIERRA CHARRÚA 


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Atanasio Cruz Aguirre, en cierto modo, y el doctor 
José E. Ellauri. 

Ese fue el momento mas grande del general Oribe. 
Lástima inmensa que el escozor de la injusta derrota 
sufrida lo lanzára luego á la senda de errores tan 
graves como los que acababa de combatir. 

Antes de penetrar en la apreciación de ese nuevo 
periodo de sus actividades queremos repetir que pro- 
ceden muy mal y escriben libros históricos envenados 
quienes niegan su verdadero carácter á los sucesos 
que venimos de bosquejar ; quienes mas tarde bati- 
rán palmas en favor de la intervención brasilera 
de 1865. (1) ¡ Qué pobres son los ideales alimentados 
por el fanatismo! ¡Qué mal ocupan su tiempo los auto- 
res nuevosque penetran en el pasado cuchillo en mano! 

Oribe hizo renuncia del mando ante el Cuerpo Le- 
jislativo, en documento memorable, á mediados de 
Octubre de 1838, apenas cuatro meses antes de cum- 
plir su ejercicio presidencial. Esa renuncia interpues- 
ta y aceptada en debida forma cierra la puerta á 
toda justificación legal de su posterior conducta. Si 
el mandatario derrocado pensó volver por sus fueros 
agredidos estuvo de sobra aquella actitud, en esencia 
espontánea, que hacía caducar legítimamente su de- 
recho. Si otra fué su iutención debió suprimir tal 
estorbo de su camino. De cualquier modo que se la 
aprecie lo más ventajoso ante el concepto histórico 

(1) Cárlos Oneto Yiana. El Pacto de la Unión pág. 16. 

José Luciano Martínez. Vida Militar de los generales Enrique y Gregorio 
Castro pág. 29. 



94 


LA TIERRA CHARRÚA. 


hubiera sido no resignar el poder en beneficio del 
atentado prepotente y 'caer envuelto en la bandera de 
las instituciones. Esa era la mejor de las revanchas ! 

Pero la cólera es pési ma consejera y O ri be, zahu- 
m'a'do con las glorias puras de su desgracia, cruzó el rio 
ya mal inspirado. Por lo demás, en Buenos Aires con- 
cluiría de perder la cabeza. Allí estaba en el pleno 
goce de sus poderosos recursos don Juan Manuel de 
Rozas cuya situación política entonces ofrecía apa- 
riencias alarmantes. En guerra con la Francia, en 
guerra con alguna provincia poco dócil y con la pers- 
pectiva de guerra al frente, encarnada en la persona- 
lidad de Juan La valle, lo urgente era conjurar esos 
conflictos diferentes que coaligados con tino serían 
incontrastables. A la nación bloqueadora se le opuso 
la gestión diplomática, pero al jefe unitario era nece- 
sario oponerle un hombre capaz por sus aptitudes 
militares de sostener la causa de la tiranía. Oribe, 
movido por justos despechos, estaba ahí y Ro z as, ex - 
plotando sus indignaciones, supo utilizarlo en bene- 
Ificid propio. 

Hemos dicho con todo cálculo: la causa d e la tira- 
nía y no hemos mentido. La dominación de Rozas 
ofrece un ejemplo de las consecuencias sombrías á 
que conducen los errores, aún los errores sinceros y 
patrióticos de los partidarios exajerados. Como lo ha 
dicho acertadamente el general Mansilla en su libro 
sobre el déspota rioplatense : « Un mal gobierno no 
es un caso fortuito , ni se concibe un opresor solitario 



LA TIERRA CHARRÚA 


95 


en la sociedad, cualquiera que sea el estado embriona- 
rio de su organización, como se puede ver un árbol 
secular aislado en el desierto pampeano sin fin. » (1) 
A Rozas lo trajeron al poder las impaciencias prin- 
cipistas de sus adversarios, herederos de todas las so- 
berbias directoriales y reácios, en su infinito orgullo, 
á las enseñanzas repetidas de la experiencia. Porque 
Rozas no escaló el mando de improvisó, por virtud de 
una escaramuza afortunada. Quien estudie la historia 
argentina lo ve surgir con lentitud pero con fir- 
meza, sujeto al proceso que rige el desarrollo de las 
fuerzas organizadas. Hijo de importante familia, ma- 
yordomo, consumado ginete, caudillo en crecimiento, 
jefe de escuadrón, auxiliar eficacísimo con sus seis- 
cientos colorados del gobernador don Martin Rodrí- 
guez contra Dorrego, vengador enseguida de este, á esa 
altura de su carrera la cumbre viene á él con la misma 
rapidez con que él vá hacia ella. Así redondeado el 
prestigio solo bastaba aplicarlo abiertamente á su fin 
para triunfar sin duda alguna « porque una ten- 
dencia inconciente arrastraba al populacho hacia 
las banderas de Rozas.» (2) Las constituciones del 
19 y del 26, el platonismo político de Rivadavia y 
de otros ciudadanos ilustres no había encontrado 
medio fecundo y la mejor prueba de ello la ofrece 
el extraordinario éxito de las tendencias federales, 
torpes, vagas en su concepto definitivo pero — en 


íl] Lucio V. Mansilla. Rozas. 

[2] M. A. Pelliza. La Dictadura de Rozas, [pág. 21] 



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LA TIERBA CHARRÚA 


eso unánimes — aliadas en su apasionada hostilidad 
á Buenos Aires que, como castigo á sus exclusivismos 
aristocráticos, vendría á ser juguete sangriento de uno 
de sus propios hijos. La vieja política unitaria desde 
1811 á 1861, desde Artigas hasta Urquiza, había de 
crear dificultades hasta tanto no se apeára del afán ab- 
sorbente que la caracterizara durante cincuenta años de 
inauditas turbulencias. A propósito, refiere un escru- 
puloso autor que el 13 de Diciembre de 1839, aniver- 
sario del fusilamiento de Dorrego, exclamaba Lavalle 
en el seno del ejército paseándose agitado delante de 
sus oficiales del Estado Mayor: « ¡Ah! señores, yo he 
sido el que abrió la puerta á Rozas para su despotismo 
y arbitrariedades sin ejemplo. Los hombres de casaca 
negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia me 
precipitaron en ese camino haciéndome entrever que 
la anarquía que devoraba á la gran República, presa 
del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. 
Más tarde, cuando varió mi fortuna, se encogieron de 
hombros . . . Pero ellos al engañarme se engañaban 
también, porque no era así. Dorrego solo explotó en 
su beneficio el mal que estaba arraigado en el país, 
como se ha visto después. » ( 1 ) Profunda verdad. 
Ya hemos visto que el estado político de la América, 
atrasado y embrionario, no guardaba armonía con las 
instituciones avanzadísimas que le decretaron sus 
asambleas constituyentes. Cuando la misma Europa, 
en pleno esplendor civilizado, no había admitido de- 

[1] A. J. Carranza, El general Lavalle ante la justicia postuma. 



LA TIERBA CHARRÚA 


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cididaraente el imperio de las nuevas ideas, como lo 
prueba con elocuencia el carácter absolutista de la 
Santa Alianza, poderosa asociación de reyes repre- 
siva del liberalismo, se quería para las nacionalidades 
de este continente una fórmula perfecta y entonces 
atrevida de gobierno. El sistema republicano, tan se- 
ductor al espíritu de los hombres libres por el encanto 
de sus dogmas igualitarios requiere para fructificar 
en debida forma un medio ambiente adecuado á sus 
delicadas exigencias, de lo contrario, sus ventajas se 
tornan en perjuicios y á la sombra de groseras adul- 
teraciones se labran las mayores calamidades públi- 
cas. Como los más sencillos y sorprendentes mecanis- 
mos de relojería, que dejan de funcionar al menor 
golpe rudo, el sistema republicano de gobierno pierde 
su eficacia y fallan las leyes de alta sabiduría que 
rigen su ejercicio cuando no encaja holgadamente en 
la sociedad que lo adopta. 

Un ejemplo vigoroso de semejante fracaso lo ofrece 
Sud América á raíz de su organización. Es cierto que 
las muchedumbres continentales, dirigidas por tribu- 
nos de robusto pensamiento, sirvieron con singular 
energía al ideal redentor como es cierto que ellas 
alcanzaban los prestigios del dogma proclamado pro- 
testando reiteradas veces contra tentativas exóticas 
de gobierno. Se puede afirmar á su respecto que ellas 
salvaron la causa de la libertad con sus ruidosísimas 
resistencias. Pero de abrazar con entusiasmo un cre- 
do á la práctica correcta y fecunda del mismo medía 


7 



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LA. TIERRA CHARRÚA 


enorme distancia. Para crear la república solo se ne- 
cesitó de mucho valor, de mucha audacia, de mucho 
patriotismo y como estas virtudes crecían lozanas en 
el corazón de los nativos, pronto pudo acariciarse en 
la realidad el afán perseguido; pero para hacer efecti- 
vo el imperio de sus instituciones se requería mucha 
cultura, mucha disciplina, mucha capacidad cívica y 
estos elementos indispensables no abundaban, no 
existían, al producirse la emancipación. Por eso más 
sangre hemos derramado en la tarea pacífica de la 
organización que en el empeño belicoso de conquistar 
nuestra independencia. Los federales de 1820, ¿po- 
seían acaso el plan minucioso y completo de sus doc- 
trinas y los unitarios de la misma época tenían bien 
marcado su derrotero ó ambos bandos eran dos fuer- 
zas hijas de la pasión, dirigidas por fanatismos em- 
píricos á cual más equivocado ? Se trataba de dos 
tendencias con gran fondo de verdad pero mal presen- 
tadas. En efecto, una hizo del localismo más acérrimo 
su bandera y otra encontró la suya proclamando la 
anarquía y la disolución. Las dos traían el gérmen del 
desastre y las dos tienen la responsabilidad de la 
guerra civil. Después de mucho batallar en lo que 
refiere á la tierra argentina, la más ensangrentada por 
estas diferencias, á Urquiza y Mitre cabe la gloria de 
haberse dado cuenta de lo pernicioso de tales extre- 
mos. 

Pues bien, si al declararse la independencia todo 
estaba por hacerse y si como lo expone con atrayente 



la tierra charríja 


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sinceridad el general Mansilla : « la América del Sur 
era entonces una impostura republicana», ¿cómo 
creer posible una adaptación irreprochable y juiciosa 
al nuevo régimen de libertad cuando recien se salía 
del dominio de una metrópoli que sólo sabía esclavi- 
zar á sus colonias? A los ciegos que recuperan la vis- 
ta mediante una operación se les arranca al mundo de 
las tinieblas con prudencia, aumentando lentamente 
la intensidad de la luz á fin de no lastimar en sus órga- 
nos á un sentido muy delicado que recien despierta. 
¿Algo semejante no reclaman las sociedades que evo- 
lucionan? De lo contrario el pasage de un estado de 
aplastadora tutela al gobierno del pueblo por el pue- 
blo expone al naufragio. 

Nos hemos detenido en estas apreciaciones gene- 
rales con el fin de sostener enseguida que Rozas, con 
todos sus crímenes y atentados, fué un fruto natural 
de torcidos acontecimientos, fruto recogido en mayor 
ó menor escala en los restantes, países de este conti- 
nente, con excepción de Chile, que tanto ha valido 
siempre como nacionalidad equilibrada, y del Brasil 
que siguió durmiendo el caduco sueño colonial bajo 
los auspicios del Imperio. El exceso unitario trajo el 
exceso federal que fatalmente, por la ley de las reac- 
ciones, debía terminar con el entronizamiento de un 
déspota. Así fué y recién cuando el terror disciplinó 
las energías y mares de sangre borraron el pasado 
pudo resurgir la libertad definitivamente orientada. 

Así, pues, nosotros miramos la época de Rozas 



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LA TIERRA CHARRÚA 


como una obligada consecuencia de épocas ante- 
riores de temeraria imprudencia institucional, de la 
misma manera que cuando el terreno está predis- 
puesto á la enfermedad se busca la causa de una tu- 
berculosis en el resfrio, en el desarreglo personal que 
le dió antecedente. La dominación de Rozas no fué 
decretada por el capricho aislado de un hombre que, 
á no contar con sólido apoyo, no hubiera perpetuado 
su dictadura durante veinte años. Ella señala más 
bien el vuelco de una sociedad anarquizada que can- 
sada de debatirse en la impotencia buscó descanso- 
en los brazos de la tiranía. Síntomas de esa decaden- 
cia cívica lo ofrecen las más encopetadas damas de 
Buenos Aires arrastrando el carruaje que con- 
ducía el retrato del déspota; la religión colocando ese 
mismo retrato en el altar, junto á sus divinidades; los 
primeros guerreros dé la independencia haciéndose 
solidarios del sistema y también la literatura fanática 
y servil de aquel tiempo oprobioso. 

Reanudando, fué un gra n error del ex- presidente 
Oribe asociarse á la situación sombría presidida por 
Rozas y comprometer sus positivas glorias convir- 
tiéndose en instrumento de aquel tirano. No intenta- 
mos desconocer esa evidencia. Pero para darle su 
verdadero carácter conviene recordar que entonces 
no podía existir la claridad de perspectivas morales 
que hoy nos habilita á emitir opinión acertada sobre 
aquel suceso. La alianza de Oribe y Rozas la habían 
ido tegiendo las circunstancias, ella fué preparada 



LA TIERRA CHARRÚA 


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por un conjunto de factores favorables á la autoridad 
presidencial y su coronamiento sin<5 justificable se 
explica en mérito á los extremos de solidaridad á que 
conduce una aproximación repetida. 

Por otra parte, nuestro país aún estaba bajo la tu- 
tela política de sus poderosos vecinos. Incorporado 
en distintos períodos á cada uno de ellos si sus fron- 
teras geográficas habían sido bien deslindadas no 
sucedía lo mismo con las fronteras de su vida política. 
Después de 1830 las potencias limitrofes siguieron 
ejerciendo sobre nuestra democracia el mismo influjo 
espiritual, á veces decisivo, dibujado en 1810 y coro- 
nado y cerrado — ¡ por fin ! — con la entrada del ejér- 
cito brasilero á nuestra capital en 1865. Y si por el 
lado norte la estabilidad monárquica ahogaba toda 
vinculación partidaria, sin embargo de que conocidas 
son las afinidades que tuvo el general Rivera con los 
f arrapos, otra cosa muy distinta ocurría por el lado 
argentino. Los partidos orientales y los partidos de 
aquella nación se habían venido identificando desde 
mucho antes de la tiranía de manera que Rozas sólo 
necesitó acentuar en su provecho ese movimiento de 
fraternidad. 

Agreguemos que la influencia de la política rocista 
en nuestro país era enorme, siendo, por desgracia, 
muy difícil escapar á ella. Se trataba de un astro y de 
un satélite recien emancipado. Oribe, inclinado á la 
revancha,— ahí estriba su gran error— debía fatalmente 



102 


LA TIERBA CHARRÚA 


caer en el círculo prepotente del dictador que ya no 
lo abandonaría. 

Pero á este respecto interesa disipar una pomposa 
afirmación corriente que presenta al triunfador, al 
general Rivera, en abierto pique con Rozas, obediente 
en esto aquel á sus tendencias libertadoras y de alto 
patriotismo. Es la referida una de las tantas mistifi- 
caciones amonedadas por las vulgares pasiones de 
partido que concienzudos esclarecimientos históricos 
han destruido ya. Aunque suene mal á muchos oidos 
la verdad de las verdades es que el general Rivera 
hizo todo lo posible por disputarle al general Oribe 
la alianza con el tirano de Buenos Aires, como lo 
probaremos enseguida con testimonios irrefutables^ 
llegando en el calor de ese propósito á sacrificar 
á su aliado de la víspera y amigo el general don 
Juan Lavalle. 

Espiguemos al efecto en autores extranjeros que 
escriben sin pasión sobre nuestras cosas y que si al- 
guna poseen ha de ser unitaria porque es el cuño que 
llevan sus libros. 

Habla primero el señor Angel Justiniano Carranza 
en su alabada obra La Revolución del Sur de 1839; 
después comentaremos : « El presidente Rivera que 
hasta entonces se había limitado á dejar sentir su 
desagrado llamó en la tarde del l.° de Julio al inten- 
dente general de policía, don Luis Lamas, y le or- 
denó que hiciera disolver las fuerzas argentinas expe- 
dicionarias, recogiendo el armamento y las monturas. 



LA TIERRA CHARRÚA 


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é impidiera por todos los medios á su alcance saliese 
Lavalle de la ciudad ; poniendo la ejecución de esa 
orden y su reserva bajo la mas severa responsabilidad 
del intendente quien las comunicó. 

« Contrariaba profundamente á Lamas como orien- 
tal y como correligionario político que su ilustre 
amigo saliese de Montevideo con las apariencias de 
prófugo, según lo pintaba poco después la prensa 
ministerial. » ( 1 ) 

Fué en estas circunstancias tan comprometidas que 
don Andrés Lamas, entonces muy joven, resolvió des- 
obedecer abiertamente las órdenes del gobernante. 
Al efecto, empezó por poner en conocimiento de los 
revolucionarios argentinos las hostilidades que contra 
ellos se preparaban apurando de este modo su inva- 
sión que de lo contrario corría riesgo inminente. Pero 
yendo el doctor Lamas aún más lejos en sus combi- 
naciones no sólo hizo posible la realización del em- 
peño guerrero de los unitarios sino que también le 
dió carácter oficial. El general Lavalle se dirigió al 
muelle en plena tarde, acompañado de un selecto gru- 
po de oficiales. El trayecto hasta el embarcadero lo 
recorrió en manifestación por las calles más centrales 
agarrado del brazo con el señor Lamas quien así acre- 
ditaba su entereza y la sagacidad de su espíritu. Vea- 
mos cuál fué la impresión que produjo en el general 
Rivera la noticia de esta actitud. Continúa Carranza : 

[1] A. J. Carranza. La revolución del Sur de 1839; pags. 32 y 35. 



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LA TIERRA CHARRtJA 


« Este ( Rivera ) que había sido enterado de lo acae- 
cido, por su edecán, el coronel Luís Perichón, quien 
encontró y saludó á Lavalle, no lo consideró así en el 
primer momento, y reclamando de los representantes 
de Francia el desembarco del general y de los expedi- 
cionarios, ordenó á los buques orientales capturasen 
los transportes mercantes, mandó encausar á Lamas 
y por último que se suspendiera y sumariase al ayu- 
dante de la Capitanía del Puerto. Según se ha sabido 
después, Rivera estaba en tratos de paz con Rozas, 
por medio de los agentes diplomáticos ingleses. Exhi- 
bimos más adelante, agrega, los comprobantes de esa 
tentativa oscura y grave, felizmente frustrada, porque 
el dictador de Buenos Aires no pudo persuadirse que 
la salida de Lavalle de Montevideo se verificase en 
esa forma, á la luz del día, sin la connivencia de Ri- 
vera, de cuya doblés desconfiaba; y determinó ya, sin 
vacilar, vadease el Uruguay el ejército que se remon- 
taba en Entre Ríos á las órdenes del general don 
Pascual Echagüe. » (1) 

El historiador Pelliza confirma lo anterior en los 
términos siguientes : « Rozas que veía sus vacilacio- 
nes (las de Rivera) lo hizo tocar secretamente por el 
ministro inglés Mendeville, insinuándole la conve- 
niencia de hacer la paz con Buenos Aires. Rivera 
tragó el anzuelo y los sucesos de Corrientes vinieron 
á mostrarle que se habían reído de él, porque cuando 

(1) A. J. Carranza. La Revolución del Sur de 1839. (pág. 38.) 



LA TIERRA CHARRÚA 


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quiso formalizar la negociación con Rozas, éste le 
contestó : que en su carácter de defensor de la sa- 
grada causa americana, no podía tratar con traidores. 
Esperanzado en la paz que lo dejaría dueño de la si- 
tuación oriental, no sólo comprometió Rivera el éxito 
del levantamiento de Corrientes, sino que hostilizó al 
general Lavalle creándole dificultades en su proyecto 
de expedicionar contra Rozas. » ( 1 ) 

La actitud personalísima de Lamas fué la que de- 
cidió la situación, de manera, pues, que á este insigne 
diplomático cupo el honor de romper con Rozas como 
muchos años después dividiría con otro insigne esta- 
dista, don Manuel Herrera y Obes, el honor de abrir 
la fosa de su inicua dominación. Lavalle, en carta 
dirigida á su amigo don Andrés Lamas desde la 
isla de Martín García, momentos antes de invadir, le 
decía : « Yo nada espero del general Rivera sinó hosti- 
lidades; está poseído de una rabia frenética, no tanto 
contra la empresa cuanto contra mi. Pronto llorará su 
ceguedad. Su propia conciencia será mi vengadora. 
Si yo triunfo de Rozas, su nombre será el objeto de 
execración de todos los pueblos argentinos, y si nó, 
el cargará con la ignominia de mi muerte. Jamás he 
hecho un pronóstico con mas confianza. En cuanto 
á mi Yd. me vé en un camino único, el de la patria, 
y aunque todo el universo se conjurase yo iría á 


[1] M. A. Pelliza. La dictadura de Rozas . (p&g. 150.) 



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LA TIERRA CHARRÚA 


morir allí, porque así me lo mandan mi deber y mis 
compañeros.» (1) 

Si las otras transcripciones no fueran suficientes 
bastaría esta última para acreditar que Rivera hizo lo 
posible por cruzar los planes libertadores del jefe uni- 
tario y que si no tuvo éxito en tales propósitos se de- 
bió á causas extrañas á su criterio, á causas opuestas 
á su voluntad expresa. El documento antecedente, 
emanado de Lavalle, posée todo el sentido carácter 
de un testamento político y es bien claro en el deslin- 
de de responsabilidades. Los graves reproches que 
en él se formulan no tienen levante. 

Solo resta ratificar la acusación dirigida á Rivera 
de que al tiempo de estas deslealtades estaba en tratos 
amistosos con Rozas. El historiador Carranza trae al 
efecto una série importantísima, por lo que esclare- 
cen, de cartas privadas suscritas por los dos interesa- 
dos en la negociación. Puede imaginarse la eficacia 
probatoria definitiva que tienen, después de medio 
siglo largo, esos escritos de índole particular y por lo 
mismo sinceros en sus párrafos llenos de preciosa 
espontaneidad. A fin de no extendernos demasiado 
solo elegiremos dos de esas epístolas. Dice así la pri- 
mera: 

« Buenos Aires, Agosto 16 de 1839. — Señor Gene- 
ral don Pascual Echagüe. — Mi querido amigo : Tengo 
el gusto de avisarle el recibo de sus apreciables 1.® 
de Julio y 3 del corriente. 

[1] M. A. Pelliza. La Dictadura de Eoxas ) pag. 156. 



LA TIERRA CHARRÚA 


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El pardejón salvaje unitario Rivera, en su deses- 
perada situación «me mandó ofrecer la paz » ofre- 
ciendo entregar al salvaje Lavalle y á los demás sal- 
vajes unitarios emigrados, al gobierno argentino; pu- 
blicar una amnistía reconociendo en sus empleos al 
Sr. Presidente Oribe y á los demás orientales de su 
partido legal ; declarándose en contra de las preten- 
siones francesas, haciendo causa común con esta Re- 
pública, en defensa de su libertad; y, por último, todo 
lo que yo considerase necesario con tal de darnos la 
mano; quedando él de Presidente en el Estado Orien- 
tal reconocido por el gobierno argentino .... 
Juan Manuel de Rozas. » (1) 

La segunda carta referida está destinada á la be- 
nemérita dama doña Bernardina Fragoso de Rivera, 
esposa del general, que la suscribe, y fechada en el 
Durazno á 26 de Mayo de 1839. Copiamos su párrafo 
pertinente: «Mas, primero que todo es un asunto de 
suma importancia que tengo entre manos con el mis- 
mo Buenos Aires. El asunto se trata por medio de los 
agentes ingleses. 

Todo esto es de suma reserva; más te lo comunico 
confiado en que no lo harás trascendental á nadie. No 
está distante el que hagamos la paz con Rozas. » (2 ) 

Nada más se precisa para afirmar opiniones en este 
asunto. Al detenernos en el comentario de aquellos 
sucesos no ha sido ciertamente nuestro objeto acumu- 


(1) A. J. Carranza. La revolución del Sur de 1831. (Pág. 2b5). 

[2] Cárranza. La revolución del Sur de 1839 [Pág. 43]. 



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LA TIERRA CHARRÚA 


lar condenaciones sobre el nombre del general Rive- 
ra, pero sí poner de manifiesto la ignorancia ó la pa- 
sión que acreditan á diario quienes colocan á don Ma- 
nuel Oribe al nivel de los más infames traidores por- 
que él tuvo tratos con Rozas. Somos los primeros en 
censurar tan torpe acercamiento mas á la vez nos fas- 
tidia que se pretenda rodearlo de caracteres únicos, 
denotativos de una distinta pasta moral, cuando Ri- 
vera, á quien se presenta en aquel entonces como 
salvador de la libertad platense, imploró la alianza 
del tirano y pasó, para obtenerla, por conocidas hu- 
millaciones. 

Rozas, para atraerse eficazmente á Oribe, empezó 
por darle el trato de Presidente legal de la República 
Orienta], título que á esa altura importaba una evi- 
dente usurpación. El agraciado no supo resistir á 
semejantes halagos ni á las distinciones especiales 
de que era objeto y que creyó de su deber retribuir 
incorporándose al orden de cosas dominante. 

Lanzado en ese camino de las complacencias, Oribe 
que era, por lo demás, de tempei’Smento récio y auto- 
ritario, llevó demasiado lejos su adhesión; tan lejos 
que muy pronto lo encontraremos consolidando al 
poder rosista con las armas en la mano. 

Cuando Lavalle llega victorioso hasta el pueblo 
de Merlo, distante siete leguas de Buenos Aires, des- 
pués de haber doblado al general Angel Pacheco que 
se oponía á su paso, y Rozas llegó á considerarse 
perdido, fué Manuel Oribe quien disipó aquel in- 



LA TIERRA CHARRÚA 


109 


menso peligro deteniendo los avances del caudillo 
unitario. 

Enseguida, entusiasmado con la empresa que le 
ofrece además los placeres de una revancha, inicia 
la persecución del jefe enemigo al través de las pro- 
vincias, sin desmayar, sin descanso, sin apearse del 
caballo por días enteros, pegado, como la sombra al 
cuerpo, á la retaguardia adversaria. En las batallas 
del Quebracho Herrado y Famaillá quedó rota la 
cerviz unitaria. Después de una campaña, brillante 
bajo la faz militar pero ingrata bajo la faz del dere- 
cho, el general Oribe consigue arrojar dispersos á la 
frontera boliviana los últimos restos del ejército liber- 
tador. El insigne Juan Lavalle había caído en la 
hermosa contienda, como él tal vez lo quiso. L.a muer- 
te del gobernador Avellaneda de Tucumán fué un 
crimen dejado impune, en el mejor de los casos, por 
Oribe, que nadie puede justificar. 

El papel culminante que jugó el referido, á pesar 
de ser extrangero, en esta campaña decisiva, acredita 
la confianza que se tenía en sus talentos militares, 
confianza que bajo ese aspecto él supo confirmar. 

Apartado de la línea recta y ya en su decadencia 
histórica, mal rodeado, mal dirigido y peor aconsejado, 
don Manuel Oribe, prestando talvez acatamiento á 
secretas nostalgias nativas, ponía su sueño favorito en 
la reconquista del poder presidencial que antes renun- 
ciara solemnemente. Mucha, muchísima culpa en se- 
mejantes extravíos adjudicará mañana el fallo de la 



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LA. TIERRA CHARRÚA 


posteridad á los hombres civiles de robusta inteligen- 
cia que acompañaban al caudillo expatriado y que en 
vez de corregir sus impulsos irregulares los fomentaron 
conduciéndolo á cometer lamentables errores. 

Oribe vencedor y pacificador de la República Ar- 
gentina gozaba á la sazón de un justo prestigio militar 
en el concepto del partido federal. En consecuencia, 
no s© puso dificultades á su deseo manifestado de 
invadir el territorio oriental en pié de guerra, á fin de 
vengar agravios agenos y agravios propios ya pres- 
critos. Pero antes debía Oribe batirse con Rivera 
quien le presentó batalla en los campos del Arroyo 
Grande sufriendo una derrota total. 

Este desastre dejaba libre la entrada á la patria 
que ardía en el desquicio. El general Oribe lo enten- 
dió así y el 16 de Febrero de 1848 acampó en el Ce- 
rrito, frente á la ciudad de Montevideo que acababa 
de ser atrincherada bajo la dirección estratégica del 
general Paz. 

Allí se mantendría durante nueve años. 

' "Antes de proseguir en esta rememoración rápida, 
que solo nos permite tocar algunas cumbres, vamos 
á ocuparnos en especial del general Rivera. 

Desde luego, procede manifestar que los dos pró- 
ceres nombrados poseen rasgos propios singulares. 
Oribe fué más soldado que caudillo, Rivera más cau- 
dillo que soldado ; aquel estudió el arte de la guerra 
en los libros, adquiriendo sólidos conocimientos teóri- 
cos 5 este aprendió á pelear leyendo en ese libro sabio 



LA TIERRA CHARRÚA 


111 


de la naturaleza, que tan pocos entienden, adquiriendo 
habilidades para el oficio alrededor de los fogones 
gauchos; el primero, como que era general de escuela, 
sabía obedecer y exigió, á su tiempo, ser obedecido 
con idéntica latitud ; el segundo, como que era gene- 
ral de montoneras, nunca pidió á sus subalternos dis- 
ciplina por cuanto él nunca aceptó ese freno, inso- 
portable para quien sólo respetaba su capricho; Ori- 
be, de acuerdo con su temperamento militar, dió al 
país un gobierno regular, ordenado y puro; Rivera, 
pagando tributo á sus tendencias desquiciadas, des- 
pilfarrado por costumbre, hizo un gobierno que refleja 
fielmente sus condiciones personales; aquél, correcto, 
altruista, severo, no discute á Lavalleja el mando su- 
perior que méritos acumulados le disciernen, porque 
goza de más alta gerarquía, y acepta gustoso servir de 
cimiento á la gloria de quien será mañana su rival ; 
éste, audaz, temerario, ambicioso, no acepta jefaturas 
superiores á la suya, acampa por sus respetos, y así, 
procediendo por cuenta propia, obtiene espléndidas 
victorias y ayuda á fundar la patria; Oribe por exce- 
so de consecuencia, por no aparecer traidor, lleva 
hasta el extremo su adhesión á Rozas, mientras Ri- 
vera, que no conocía aquella cualidad, á nadie hizo 
el sacrificio de sus instintos ni con nadie se creyó ja- 
más obligado; el uno era grave, abstraído, conciso, 
mientras el otro en el bullicio, en la broma, en la ex- 
pansión encontraba su ambiente. Oribe fué uniforme 
en el desarrollo de su vida; Rivera tuvo muchas ñor- 



112 


LA TIEBRA CHARRÚA 


mas de conducta ; Oribe, inexorable, atropelló de fren- 
te los mayores obstáculos para vencerlos como se 
vence á una fortaleza, por asalto; Rivera, menos te- 
naz y más hábil, prefirió quebrar las dificultades 
echando manos de medios discutibles é indiscretos; 
Oribe señala una energía, Rivera define un capricho. 

Pero ambos, á la vez, tienen muchos puntos de 
contacto. Como los astros que cruzan sus órbitas, 
ellos en algunos instantes se tocan, casi se confunden, 
para alejarse luego millares de leguas en sus actitudes, 
prisionero cada cual de su propia trayectoria. Los 
dos fueron valientes, los dos acometieron acciones 
heróicas, los dos prestaron homenaje á grandes erro- 
res y poseyeron varoniles virtudes ; los dos creax-on 
la patria de los orientales ayudados por dos patricios 
aún más ilustres que ellos. 

Volvemos á repetirlo: todas las infidencias y todos 
los atentados de Rivera huyen despavoridos ante 
grandeza épica de los hechos extraordinarios que se 
llaman Guayabos, Rincón, campaña de Misiones. De 
Oribe podemos decir que todos sus atropellos y todas 
sus aberraciones quedan extinguidos con la gloria de 
la Agraciada, del Cerro y de Ituzaingó, como desapa- 
recen del cielo las nubes más rebeldes disipadas por 
la acción vivificante de los primeros rayos solares. 

Sin embargo, pocos hombres caracterizados han 
recibido tantas andanadas hostiles como estos dos 
patricios. En contra de Oribe se agotó el índice de los 
más crudos epítetos. Comparado á Nerón, tildado de 



LA TIERRA CHARRÚA 


113 


verdugo, de tirano, de sanguinario, de miserable, de 
bárbaro, de monstruo, de asesino, de instrumento, de 
traidor, él conoció en vida el vinagre de todos los in- 
sultos. 

Rivera no ha sido más feliz. El odio y la pasión 
hicieron de él un miserable, un cobarde, un ladrón, un 
vendido, un desertor, un infiel, un déspota, un servil, 
un infame, un traidor. Esas saetas envenenadas las 
recibió en pleno pecho. 

Conocida es la opinión que á su respecto tenían el 
general Paz, Juan Carlos Gómez, don José María 
Muñoz, don Andrés Lamas, don Benito Chain, sus co- 
rreligionarios. En el seno de la Asamblea de Notables 
manifestó César Díaz qu e «el general Rivera siempre 
había sido un traidor é infame parricida » ; y en carta 
dirigida al doctor Lamas dice del mismo ¿ogJ^Lyiiml 
Herrera jr Obes: «¡Q,ué hombre! y ésto es lo que en i 
nuestro país encabezó un partido poderoso y ha man-j 
tenido y mantiene á la República en agitación tanj 
funesta!» 

En contraposición á estos ataques las crónicas de 
antaño nos traen el éco de himnos honoríficos y de 
hiperbólicos títulos otorgados á aquellos guerreros por 
el servilismo y por las pasiones de partido. 

Tn justo medio veritas en ésta como en todas las 
diferencias extremadas. La actuación de esos ilustres 
ciudadanos tuvo visibles alternativas, horas acertadas 
y momentos desgraciados. Tomados aisladamente 
unos ú otros de tales antecedentes se llega á escri- 


8 



114 


LA TIERBA CHARRÚA 


bir elogios y censuras ácres, todos y todas á base de 
mentira. 

El ambiente, las exigencias locales, el carácter pro- 
pio de cada época así como la presión de circunstan- 
cias accidentales, á veces ignoradas, que el historiador 
no puede despreciar, determinan un veredicto lleno 
de equilibrio moral y de justiciera nobleza. En pre- 
sencia de las causas atenuantes y agravantes que ro- 
dean á toda unidad humana de relieve, se impone 
aplicar la ley de las compensaciones dejando siempre, 
un ancho margen de benevolencia postuma que me- 
recen siempre los que fueron. 

Ya es tiempo de que ese criterio de equidad se 
aplique á nuestros antepasados. Ya es tiempo de que 
Rivera y Oribe duerman su último sueño hermanados 
en la apoteósis. Por eso urge que aparezca el escritor, 
profundo y sabio, capaz de investigar con espíritu le- 
vantado los archivos, las publicaciones y las bibliote- 
cas nacionales y de verter el fruto de sus estudios 
retrospectivos en capítulos morigerados y fecundos. 
Hasta tanto así suceda continuarán perjudicando tor- 
pes mistificaciones de fracción y nuestros jóvenes 
seguirán fulminando ó endiosando á aquellos pro- 
ceres, según sean ellos blancos ó colorados. ¿Hasta 
cuando persistirán estas procesiones tradición alistas 
al pasado muerto que revisten el carácter lúgubre de 
un dos de Noviembre? 

Para dejar ya á un lado al general Rivera pasamos 
á considerar enseguida su ingerencia en los asuntos 



LA. TIERRA CBTARRÍJA 


115 


de la plaza de Montevideo, que tantas condenacio- 
nes le ha valido de sus contemporáneos afiliados á los 
partidos unitario y conservador. Después de la bata- 
lla de Arroyo Grande, que diera desoyendo las indi- 
caciones útiles del gobernador Ferré y del general 
Paz, Rivera pasó de nuevo el río Uruguay en la más 
completa dispersión. Al llegar á Montevideo supo 
que las tareas del gobierno estaban confiadas, en pri- 
mera línea, á varios extranjeros, ocupando el general 
Pacheco y Obes, porteño," el Ministerio de la Guerra. 
Esta incrustación de elementos extraños, que en el 
fondo eran sus enemigos por cuanto representaban 
las más acentuadas tendencias unitarias, disgustó so- 
bremanera al general y estuvo á punto de compro- 
meter la buena armonía de la defensa. Este profundo 
cisma se disimuló mediante la inmediata salida á cam- 
paña del experto caudillo que esta vez, como siempre, 
obraría inconsultamente por cuenta propia. 

La tremenda derrota de India Muerta, inflingida 
por Urquiza, fué el castigo que tuvo ésta soberbia 
guerrera. Internado en el Imperio regresa á Monte- 
video por mar y desde abordo y con la eficacísima 
colaboración de su esposa, realizó un movimiento 
revolucionario afortunado que lé vuelve al poder. 

De nuevo busca el general Rivera en la campaña 
escenario para sus actividades y algún tiempo des- 
pués, en 1847, como jefe de la guarnición de la ciu- 
dad de Maldonado, inicia negociocianes de arreglo 
con los sitiadores, sin autorización de su gobierno. 



116 


LA. TIERRA CHARRÚA 


En presencia de esta conducta el gobierno de la 
Defensa, de acuerdo con la Asamblea de Notables, 
resolvió su destierro al Brasil. 

Según el historiador Pelliza, Rivera «habíase arre- 
glado casi con Oribe para alejarse del país en cambio 
de veinte mil pesos fuertes que recibiría en el acto y 
además la promesa de designársele una mensualidad 
por el gobierno del Miguelete si su conducta ulterior 
lo hiciera acreedor á tal merced. » (1) 

Ilumina definitivamente ese punto histórico el mis- 
mo texto del decreto de destitución y extrañamiento 
que lleva la fecha de Octubre 3 de 1847 y que em- 
pieza así: « Teniendo presente que el señor Brigadier 
general don Fructuoso Rivera está en comunicación 
con el enemigo que asedia al pueblo de Maldonado y 
ha abierto negociaciones siu autorización de ninguna 
especie y de un carácter alarmante por el tenor de 
su comunicación confidencial á S. E. el Sr. Presiden- 
te, se ve que el objeto del enemigo no es otro que ob- 
tener la entrega de aquel punto y su guarnición, ha- 
ciendo para conseguirlo proposiciones de interés per- 
sonal para el citado general » etc. 

No entraremos á calificar esta actitud del general 
Rivera bajo la faz disciplinaria, que tal vez no tendría 
atenuaciones, sino bajo su fisonomía política. En 1847 
todos los orientales estaban hartos de la guerra. 

En un principio los partidos nuestros se habían 
identificado íntimamente con los partidos argentinos 

(1) M. A. Pelliza. La Dictadura de Roxas, pág. 378. 



LA TIERRA CHARRÚA 


117 


y si bien es cierto que estas afinidades no se rom- 
pieron, luego resulta evidente que ellas estaban bas- 
tante relajadas en ambos lados. El general Rivera, 
en el campo sitiado, fué cabeza de la robusta tenden- 
cia local, mientras entre los sitiadores de una y otra 
nacionalidad se operaba idéntico distanciamiento. Y 
así tenía que suceder. Ni Montevideo, convertido en 
una Rochela del unitarismo, soportaría siempre su 
pesado yugo militar, ni Oribe aceptaba con el entu- 
siasmo de la primera época su rol de general dele- 
gado. Ese tan explicable aflojamiento de las volun- 
tades decretó las aproximaciones promisoras. Sabido 
es que el entonces coronel Venancio Flo r es en más 
de una oportunidad y bajo palabra de honor penetró 
al campamento del general Oiibe celebrando con 
éste entrevistas amistosas muy significativas. A me- 
dia noche, acompañado por el comandante Artaga- 
veytia, volvía el referido á la línea enemiga. Encau- 
sado en ésta corriente de opiniones, que más tarde 
resultaría irresistible, el general Rivera no titubeó en 
ponerse al habla con los sitiadores. Oribe, que ya ha- 
bía evidenciado sus buenas disposiciones para llegar 
á un arreglo aceptando las bases pacificadoras de los 
ministros Gore y Gros que Rozas se apresuró á recha- 
zar, no puso obstáculos á las manifestaciones del cau- 
dillo. Tan adelantadas estaban las tentativas cuando 
el gobierno de Montevideo entró en conocimiento de 
las mismas que para cortar toda perspectiva de aco- 
modo se procedió con la severidad relatada contra el 
inquieto Rivera. 



118 


LA TIERRA CHARRtJA 


Porque el criterio ultra unitario dominante en la 
capital no consentía nada que no resolviera la caída 
de Rozas, como si nuestros intereses dependieran de 
aquella situación. Pero el tirano de Buenos Aires, se 
dice, estaba acampado en el Cerrito por cuanto el 
general Oribe era su hechura. Incierto; la mejor 
prueba de que este aceptaba una fórmula transaccio- 
nal para obtener la paz, la encontramos en sus dis- 
tintos esfuerzos para cerrar la guerra. Indudablemen- 
te refleja honor sobre nuestra cancillería el hecho de 
que ella haya creado por sí y realizado el plan victo- 
rioso de la triple alianza dirigida contra el déspota, 
pero nadie ignora el precio doloroso que para los 
uruguayos tuvo aquella empresa. Tan doloroso que 
todavía nos preguntamos qué fué mas caro si el mal 
mismo ó el remedio ideado para extinguirlo. 

¿Iban, pues, errados quienes soñaban con un arreglo 
en familia de las viejas diferencias caseras? Había 
en el Cerrito muchos ciudadanos distinguidos, como 
los había en la Plaza, que no se rehusaban á una tran- 
sacción decorosa. Respondiendo en mucha parte á esas 
aspiraciones latentes y en alguna á su temperamento 
levantisco fué que el general Rivera abrió negociacio- 
nes directas y personales con el general Oribe. Algu- 
nos años más tarde los mismos hombres que lo fulmi- 
naran por esa tentativa pacificadora ocurrirían á un 
sistema muy semejante para poner término á la gue- 
rra. No otra cusa dice aquello de: «No hay vencidos 
ni vencedores » . 



LA TIERRA CHARRÚA 


119 


La significación política de Rivera, que tal vez to- 
cara su meridiano el día de Cagancha, decrece rápi- 
damente durante los años largos del sitio y pasa á la 
categoría de un recuerdo durante su destierro en el 
Brasil. Designado en 1855 para integrar el triunvira- 
to, en compañía de Lavallejay Flores, emprende via- 
je á la patria. La muerte, que ya lo acecha, tal vez en 
homenaje á sus grandes méritos suspende el cumpli- 
miento de sus fatales designios hasta tanto el caudi- 
llo pisa tierra oriental, quizá para hacer dulce su últi- 
mo sueño. Apenas cruza la frontera cae enfermo, 
yendo á morir en el fondo de un rancho miserable 
sobre la costa del arroyo Conventos. Sus restos des- 
cansan á la fecha en la catedral de Montevideo, dis- 
frutando justos honores de panteón, bajo la salva- 
guardia de las pasiones coloradas enfurecidas que 
desde hace muchos años buscan en la sepultura del 
general Rivera escudo para encubrir sus iniquidades. 

Lástima grande que el capítulo de esas idolatrías 
adulteradas, menos respetable de lo que puede supo- 
nerse, obligue á los espíritus moderados á silenciar su 
elogio patriótico y sereno del prócer. 

Víctor Hugo, con su modo genial de expresión, ca- 
racteriza de la manera siguiente á los partidarios 
ultra: « Se está tan en pró que se está en contra. » 
Verdad inconcusa que alcanza á nuestros tradiciona- 
listas fanáticos. Tanto se exagera el aplauso, tanto 
se miente, tantos errores se niegan, que las lauda- 
torias se vuelven contra el favorecido, con la misma 



120 


LA TIERRA CHARRÚA 


naturalidad con que un elástico demasiado estirado 
concluye por romperse castigando cruelmente la ma- 
no del imprevisor. Flaco servicio prestan al general 
Rivera quienes intentan torcer las leyes de la crítica 
y conquistar para su ídolo el fallo de la historia, por 
la fuerza, como si los medios coercitivos valieran en 
semejantes asuntos! Así, pretendiendo hacer de un 
pecador un varón santo que jamás pagó tributo á las 
miserias humanas, se abre las puertas á la novela y 
ya sabemos que nadie crée en el fondo real de estas 
aunque él muy á menudo exista. Muy otro es el pro- 
cedimiento exigido para llegar á un comentario exac- 
to. Un balance juicioso, donde tengan cabida holgada 
los extravíos y los aciertos, las impopularidades y la 
gloria, las acusaciones y los elogios, permite obtener 
el saldo precioso y definitivo sobre cada personalidad* 
Ese saldo, á pesar de todo y también gracias á todo 
dá derecho á Oribe y á Rivera á ser eternos en 
nuestra memoria. A los que le condenan inexorables 
por el despilfarro de dineros públicos, sin perjuicio 
de otras consideraciones atendibles, puede contestar 
el primero, desde la inmortalidad, haciendo suya la 
frase de Escipion el Africano, dirigida al Senado que 
estimulado por el odio lo interrogaba sobre el destino 
de algunos fondos romanos: «No daré cuenta de cua- 
tro millones de sestercios cuando he hecho entrar en 
el tesoro cuatrocientos millones » . Por su parte el 
segundo, cuando se le descalifica por sus vinculacio- 
nes con Rozas, no vacila en la inmortalidad porque 



LA TIERRA CHARRÚA 


121 


su vida tuvo muchos momentos de oro y á su respecto 
cabe usar la enérgica respuesta de Escévola, inducido 
á renegar de Mario: «Nunca declararé enemigo de 
Roma al que la ha librado de los cimbrios » . 

Que siga cayendo nieve sobre las tumbas del pa- 
sado hasta tanto sepamos aprovechar mejor los orien- 
tales las enseñanzas del patriotismo. 

Hablemos de la Defensa de Montevideo en sí. 

Es el citado un bello episodio de nuestras disiden- 
cias. Desde el momento en que hemos declarado sin 
reatos que ninguna razón de legalidad extricta asistía 
al general Oribe en su invasión y que ésta se hizo 
bajo los auspicios extranjeros, con grueso núcleo de 
tropas de la Confederación Argentina, es lógico que 
consideremos más legítima y más encuadrada dentro 
de la ley á la causa política que se anidaba dentro de 
los muros de nuestra capital. Por lo demás, el her- 
moso conjunto intelectual que florecía en Montevideo, 
agitándose ora en la prensa, ora en la tribuna, ora en 
la diplomacia, ora en la cátedra, presta un amable co- 
lorido á las actividades fragmentarias de adentro que 
no pudo alcanzar en aquel preciso momento la causa 
estacionada en el Cerrito y sometida á un severo ré- 
gimen militar, á pesar de contar ella con patricios 
tales como Giró, Berro, Aguirre, Antuña, Acevedo 
y otros. 

El fallo de la historia no será seguramente favora- 
ble á la irrupción guerrera de 1843 , hecha en nombre 
de una legalidad desvanecida, pero el tiempo ha de 



122 


LA TIERRA CHARRÚA 


caracterizar de un modo distinto al corriente mu- 
chos sucesos posteriores ligados á aquel error. Es 
justo recordar que la ingerencia odiosa del extran- 
gero también lució descarada en el campo de los si- 
tiados. Las intervenciones, cuya prolongación indefi- 
nida concreta uno de los más inteligentes triunfos de 
los políticos de la Defensa, señalan la intromisión 
absorbente de las potencias europeas en nuestros ne- 
gocios. Sus buques sostuvieron el bloqueo, su dinero, • 
obtenido en abundancia, solucionó el problema finan- 
ciero, sus súbditos constituyeron el núcleo de la guar- 
nición. 

Y no fué, en general, un impulso expontáneo y de- 
sinteresado el que prestó origen á las legiones extran- 
jeras. Ellas fueron creadas por el gobierno de la épo- 
ca que por decreto de 16 de Febrero de 1843 impuso 
á todos los habitantes de la ciudad el servicio militar 
y que, aún así escaso de elementos, se apresuró á con- 
tratar mercenarios. En una de sus hermosas cartas 
fechada en 1848, el doctor Herrera y Obes le mani- 
fiesta al doctor Lamas que: «las familias de la le- 
gión de Thiebaut, solamente, exigen como 3000 pata- 
cones mensuales de aumento en raciones para este 
mes. ¡Cuánto exigirá el que viene!» Por otra parte, 
mediante contrato en forma, con afectación por años 
de las rentas de aduana, se obtuvieron fondos del 
exterior. El representante de Francia, Mr. Devoize, 
entregaba mensualmente al gobierno cuarenta mil 
pesos y conocidas son las inmensas angustias porque 



LA TIERRA CHARRÚA 


123 


pasaron los jefes de la resistencia cuando ese subsidio 
se suprimió. Por supuesto que no intentamos estable- 
cer paralelo estricto entre la alianza con Rozas, que 
era la negación de la libertad, y la alianza con las na- 
ciones europeas, heraldos predilectos de la libertad. 
Pero, de cualquier modo, en principio se desnaturali- 
zaba la defensiva con esa demanda mendicante de la 
intervención. El argumento aducido en favor de los 
sitiadores por los panegiristas de la causa invasora, 
que afirman que don Juan Manuel de Rozas encarna- 
ba el espíritu americano frente á los avances, peligro- 
sos y comprometedores de nuestra autonomía, de las 
naciones europeas, no. pasa de ser en esencia un gro- 
sero artificio. Empecemos por observar que el motivo 
de las intervenciones lo dió el déspota argentino; de 
él vino el desafio airado antes de que la respuesta 
armada de los extraños justificara en la apariencia 
el título pomposo que para sí creó de «heroico de- 
fensor de la sagrada causa americana» . 

Por otra parte, la lealtad impone confesar que si 
Rozas era porta-estandarte efectivo de los ideales 
democráticos, solo restaba renunciar á las preciosas 
regalías de una libertad representada de manera tan 
sombría. 

La defensa de Montevideo ofrece un ejemplo alec- 
cionador de lo que vale la perseverancia aliada al 
talento. Un puñado de hombres llenos de energía 
pudo improvisar una última y porfiada resistencia. 
¡Cuántos desalientos y cuantas timideces hubo que 



124 


LA TIEBRA CHARRÚA 


vencer! En otra de sus notables cartasal doctor Andrés 
Lamas así le pinta el doctor Herrera y Obes el estado 
de la Plaza: «Nadie piensa ir sino á Buenos Aires <5 
cualquier otra parte. Disminuye, por consiguiente, la 
población, disminuyen los capitales, disminuye el tra- 
bajo, disminuyen las rentas y aumenta la pobreza y 
los gastos del gobierno. Protesto á Ud. que á tener 
menos corazón que el que tenemos ya era cosa de 
haber dado al diablo con esto. ¡Y podremos mante- 
nernos cuatro meses y vendrá de Europa lo que por 
aquí nadie espera! ¡Qué época me ha tocado, mi 
amigo ! » Datos elocuentes que realzan á la distancia 
la perspectiva del conjunto. 

La defensa fué memorable; probableme nte ex ar, 
géram^TosT que la titulanTíeroica. Heroicas son las 
hazañas y ellas solo pueden ser breves; tienen algo 
del vértigo y mucho del rayo. Dificil mente se concibe 
un suceso legendario que abrace un espacio de tiempo 
de nueve años consecutivos. La resistencia tuvo cier- 
tos momentos estoicos pues, por lo demás, el sitio re- 
vistió acentuados caracteres platónicos. 

Es de notar que los sitiados poco se preocupaban 
de las hostilidades del enemigo que siempre fueron 
débiles y muy intermitentes. En su larga correspon- 
dencia diplomática, que desborda sana expontaneidad 
y que condensa en forma invalorable la crónica del 
sitio, don Manuel Herrera y Obes de todo parece 
preocuparse menos de señalar actos belicosos en el 
enemigo. Intensas amarguras revela en sus cartas, 



LA TIERRA OHARRÍJA 


125 


pero jamás dedica párrafos á la condición militar del 
adversario que naturalmente debiera preocuparlo en 
primer término. Fuera de una que otra manifestación 
guerrera, que dieran motivo para lucir su bravura al 
doctor José María Muñoz y para caer noblemente á 
Marcelino Sosa, los años del asedio se deslizaron 
monótonos y pacíficos, sin ofrecer el accidente de una 
sorpresa sangrienta. Y se explica sin mayor esfuerzo 
que fuera así. La situación precaria de los sitiados 
apenas les permitía sostenerse ; de manera, pues, que 
estando ellos á la simple defensiva nada cuesta expli- 
carse que se concretaran á esperar el ataque. Con 
respecto á los sitiadores, ¿qué ventaja decisiva, en 
cuanto á arraigo material, podía proporcionarles la 
posesión de una ciudad si ellos eran señores y due- 
ños absolutos del terreno, ya dominado? Induda- 
blemente la rendición de Montevideo valía un triunfo 
y bien merecía una misa, pero asaltarlo á sangre y 
fuego en condiciones problemáticas de éxito pagaba 
la pena de ser meditado antes de hacerse. 

El general Oribe pudo en un principio con sus ca- 
torce míTsOldados apoderarse de~ia-~-~eapital, á pesar 
de los esfuerzos estratégicos del insigne general Paz 
que en plena orfandad de elementos nunca hubiera 
alcanzado á realizar un milagro. Después, una vez 
organizada la resistencia, el asunto cambió de fisono- 
mía. Sin embargo, siempre se estuvo en aptitud de 
intentar, con muchas probabilidades, un formidable 
empuje. Don Manuel Oribe era un soldado de ante- 



126 


LA TIERRA CHARRÚA 


cedentes temerarios, lo acompañaban en la empresa 
famosos capitanes de la Independencia y por lo tan- 
to no seria lógico atribuir al temor un sedentarismo 
guerrero prolongado por años y años. 

Talvez no quiso producir un abundante derrama- 
miento de sangre selecta y que no le era extraña, sin 
seguridades de triunfo, cuando sus aspiraciones de 
revancha estaban casi totalmente consumadas. Si 
consideramos tal el infortunio del general Rivera las 
batallas de Arroyo Grande y de India Muerta com- 
pensan con su peso victorioso los desastres institucio- 
nales de otras épocas amargas. Si buscamos en dis- 
tinto sentido la huella de la revancha ella pronto 
aparece honda y firme por el lado material. En efecto, 
el gobierno del Miguelete tenía su asiento positivo 
sobre todo el territorio del país, con excepción de una 
que otra plaza fuerte; mientras que el gobierno de la 
Defensa, más aproximado á la legalidad, era una fic- 
ción doctrinaria que moría con la última trinchera. 
De manera, pues, que Oribe, sin estar sometido á las 
imposiciones constitucionales, poco agradables á la 
ambición de los hombres, pudo gobernar como quiso, 
á capricho y sin término, estándose tranquilo en su 
campamento del Cerrito. ¿Las mismas perspectivas 
de tranquilidad y de firmeza ofrecía el gobierno legal 
aún siendo triunfador? La suerte infausta de la admi- 
nistración de don Juan Francisco Giró — que era de 
tolerancia, — contesta con más acierto que nosotros. 

Con el correr del tiempo se fueron cansando las 



LA TIERBA CHARRÚA 


127 


mismas ambiciones, que con tanta dificultad llegan á 
fatigarse, y los síntomas del resultado final surgieron 
á la vista de los espíritus observadores con mucha 
anticipación al epílogo. En nueve años hasta las pa- 
siones amainan y hasta sufre transformaciones or- 
gánicas el temperamento de los individuos más re- 
sueltos. Don Manuel Oribe y sus consejeros no pudie- 
ron escapar á esta ley de la vida. La luz empezaba á 
hacerse en el horizonte de la patria. 

No de otro modo se explica la actitud mansa y 
desidiosa del sitiador ante los preparativos largos y 
claramente amenazadores del general Urquiza, quien 
le diera tiempo sobrado para ponerse en temible guar- 
dia. Don Manuel Oribe poseía relevantes condicio- 
nes de general y no puede atribuirse á ignorancia su 
abandono. En el fondo de las cosas solo el amor pro- 
pio y un sentimiento generoso de lealtad al tirano, 
que fuera su amigo, lo mantenían en actitud hostil. 
Pero aquellas mismas circunstancias de afección em- 
pezaron á desvanecers ? con noticia de Rozas que ex- 
perimentó la consiguiente alarma. Así se explica su 
nota de ruptura de 24 de Agosto de 1851, inspirada 
por acontecimientos muy anteriores, en la cual decla- 
raba que « no merecería la confianza del gobierno de 
la Confederación el general en jefe del ejército unido 
de vanguardia, Presidente del Estado Oriental del 
Uruguay brigadier don Manuel Oribe, por lo que los 
jefes de las divisiones argentinas en operaciones en 
la Repáblica Oriental procederán á nombrar en con- 



128 


LA TIERRA CHARRÚA 


sejo el jefe que haya de dar cumplimiento á las ins- 
trucciones de que es portador el edecán del gobierno 
coronel don Pedro Ramos » . Hemos subrayado lo de 
divisiones argentinas para acréditar que Rozas no 
pretendía ejercer superitendencia sobre las tropas 
orientales de su aliado. 

Existen sobrados motivos para suponer que esta 
nota no se hizo pública ñor cuanto nunca llegó á cum- 
plirse lo ordenado en su contenido. 

Los escasos documentos oficiales de aquel momen- 
to supremo dejan transparentar en el general sitiador, 
más que todo, el deseo de no aparecer defeccionando. 
Ahí se exhibe otra vez la característica inflexible de 
don Manuel Oribe. Soldado de temple, hombre de 
una sola chapa, él se rehusaba á no cumplir hasta el 
fin con el aliado. Este sentimiento exagerado de leal- 
tad lo lleva á cometer lamentables errores que las pa- 
siones de bando sabrían explotar. Y el afan tenaz de 
ser consecuente lo mantuvo ligado á la suerte de la 
tiranía hasta el último instante, cuando en el fondo 
no eran tan ardientes ni tan sinceras sus afinidades. 
Así se explica que ya en Septiembre 6 del 51 lanzara 
una proclama en la que decia: «La gravedad de la 
situación en que se halla el país en consecuencia de 
los sucesos que han tenido lugar en estos últimos 
tres meses y el deseo de evitar á mi patria el derra- 
mamiento de sangre, me han decidido á adoptar la re- 
solución de retirarme del país con las tropas argen- 
tinas y orientales que quieran acompañarme cesando 



la tierra charrúa 


129 


de este modo la causa ostensiva de la guerra y sus 
consiguientes desastres.» 

En distintos párrafos hemos censurado sin rodeos 
la aproximación de Oribe al jefe de la Confederación 
Argentina que concluyó por depararnos la calamidad 
de las intervenciones que, europeas ó no, importaban 
una humillación y una catástrofe ; pero á la vez repu- 
diamos el comentario vulgar que pretende caracteri- 
zar á aquél como un instrumento servil, mercenario y 
sumiso 

Ni los antecedentes varoniles del general Oribe, 
ni su temperamento recio, ni la alta posición militar 
que investía permiten afirmarlo así. Seguramente que 
él tuvo imperdonables debilidades con Rozas, pero 
ellas deben apreciarse como concesiones de aliado á 
aliado, dictadas por el extravío. Aceptada la vincula- 
ción y necesitando Rozas de Oribe para utilizar sus 
condiciones de consumado general y Oribe de Rozas 
para obtener recursos de guerra, el tiempo sólo podía 
fortificar ese acercamiento. Pagando homenaje á la 
referida reciprocidad Oribe comprometió su verda- 
dera significación política embarcándose en desacier- 
tos incalificables. 

Continuamente oímos repetir que en Montevideo 
se salvaron las libertades del Río de la Plata amena- 
zadas por un ejército sanguinario, bárbaro y opresor. 
No podemos pretender saber más que los que mucho 
saben, pero acreditamos la sinceridad de nuestro pen- 


9 



130 


LA TIERRA CHARRÚA 


samiento manifestando que no compartimos en un 
todo ese aserto. 

Sería el caso de desesperar del arraigo de las sa- 
nas doctrinas en estos países si admitiéramos que un 
hecho anormal y fugaz como todos los caprichos de 
los sucesos — la tiranía de Rozas — pudo amenazar la 
estabilidad de nuestra estirpe libre. 

Llegado el caso de obtener el triunfo no hubiera 
sido precisamente Rozas el vencedor. Habría tocado 
ese lote al general Oribe que se apoyaba sobre la ma- 
sa de un partido político descollante y patriota, com- 
puesto exclusivamente de orientales. 

¿ Acaso no se hubiera colocado entonces ese parti- 
do á la altura de su misión reparadora? Ahí está su 
victoria electoral, inmediata á la paz de Octubre, acre- 
ditando si había ó nó en el Oerrito patricios abnega- 
dos. Fué, pues, la mansedumbre presidencial de don 
Juan Francisco Giró, lleno de repugnancias cuando 
se trataba de proceder con empuje, la causal de los 
gravísimos y posteriores estallidos anárquicos. 

No menos equivocado es decir que los sitiadores 
integraban una jauría de elementos cimarrones, ena- 
morados de un verdugo. Oribe era un soldado y lo 
que es más un soldado de calidades distinguidisimas, 
que se desempeñaba tan gallardamente en una bata- 
lla como en sociedad de damas. Sus errores, enor- 
mes ó pequeños, reducidos ó exagerados, deben enca- 
rarse como los errores de una gran personalidad y es- 



LA TIERRA CHARRÚA 


131 


tudiarse con el aplomo que se merecen los asuntos de 
trascendencia. 

Por lo demás, si á su alrededor flotaban muchas 
entidades mediocres, nacidas al calor de los fogones 
de campamento, también junto á él se movían muchos 
hombres capaces y moderados que luego ilustrarían 
en el gobierno y en las cámaras los anales de la Re- 
pública. 

Quienes tan crudamente se expresan olvidan que 
el ejército del Cerrito fué el que dió más nutrido con- 
tingente á las tropas expedicionarias que bajo bandera 
oriental combatieron contra el déspota en Caseros. 
Los batallones de Lasala y Maza, famosos por su bi- 
zarría, bajo distinto comando prestaron decisivo con- 
curso en aquella jornada. ¿No eran tan despreciables, 
tan sanguinarios, tan monstruosos los elementos del 
Cerrito, hechuras horrendas del infernal Oribe? ¿Por 
qué la Plaza no los reemplazó con tropas educadas 
dentro de sus muros en el culto estricto de la liber- 
tad? Sencillamente porque no los tenía, porque la de- 
fensa de Montevideo estaba en manos de soldados en 
su mayoría contratados y extranjeros. 

La historia aún no ha pronunciado su última pala- 
bra sobre aquellos trágicos acontecimientos. Ella dirá 
mañana, cuando ciertos antecedentes oscuros se es- 
clarezcan yprime sobre las pasiones una virtuosa rec- 
titud de criterio, si los orientales sirvieron su interés 
ó si por el contrario lo perjudicaron colaborando en 
primera línea en la empresa de derrocar al tirano de 



132 


LA TIERRA CHARRÚA 


Palermo, haciendo tristísimos sacrificios territoriales. 
Ella dirá si nuestros antepasados extremaron <5 no su 
generosidad comprando la alianza brasilera con peda- 
zos de tierra uruguaya y todo esto dirigido principal- 
mente á obtener la liberación de un pueblo extraño: 
del pueblo argentino. Ella dirá si no hubiera sido 
más práctico y más venturoso para esta patria cerce- 
nada arreglar sus diferencias de familia en familia, 
como lo intentó el general Rivera y no lo rechazaba 
el general Oribe. Ella dirá si en los nueve años del 
sitio se sirvió adentro y afuera al interés argentino ó 
al interés oriental. Ella, en fin, dictará fallo levantado 
sobre los distintos episodios de la Guerra Grande, 
tan oscurecidos á la fecha en cierto sentido á pesar 
de lo mucho que se ha escrito á su respecto. 

Por lo pronto debe recordarse que la labor diplomá- 
tica de la Defensa se encarna en dos figuras ilustres 
por su talento político: el doctor Manuel Herrera y 
Obes y el doctor don Andrés Lamas. 

Es el primero una de las más caracterizadas perso- 
nalidades que ha producido el país, bastando la lectu- 
ra de los documentos internacionales salidos de su 
pluma para darse inmediata cuenta del superior cali- 
bre de aquel espíritu indomable. Con todos sus extra- 
víos — treinta años después lo encontramos sirviendo 
afanoso á la tiranía de don Máximo Santos desde el 
Ministerio de Relaciones Exteriores — el doctor He- 
rrera y Obes destaca con rasgos eminentes entre sus 
compatriotas. 



LA TIERRA CHARRÚA 


133 


Es el segundo digno, por la profundidad de su espí- 
ritu, del anterior. Enviado de ministro á Río Janeiro 
por el gobierno de la Defensa él hace prodigios de 
habilidad y apesar de tener en frente á la rumbosísima 
cancillería argentina, encarnada en el general Tomás 
Guido; apesar de representar en una corte, famosa 
por sus característicos egoismos, á una entidad políti- 
ca de arraigo material irrisorio, concluye por conquis- 
tarse las simpatías del coloso del norte y por inclinar 
la balanza. La alianza brasilera con Urquiza y la De- 
fensa es obra exclusiva suya y del doctor Herrera y 
Obes. Cuando entidades de tanta valía propia, inter- 
vienen en negociado tan trascendental lo menos que 
puede hacerse es detenerse en la fuerza del comenta- 
rio retrospectivo. 

¡Que surja de una vez el escritor de alto vuelo, de 
alta erudición y de alta equidad, capáz de iluminar 
ésta y tantas otras rutas de nuestra historia ! 

Una figura austera, que ya tenía relieve nacional 
por los eminentes servicios prestados á la causa de la 
independencia, destaca seductora dentro de Montevi- 
deo. Referimos á don Joaquín Suárez. Este ciudadano 
al morir dejó la huella de una virtud. Anciano ya lo 
sorprendieron los azarosos acontecimientos de la Gue- 
rra Grande, pero, colocándose á la altura de las cir- 
cunstancias, él acepta el mando, que ya antes desempe- 
ñara en calidad delegada, y prosigue con prestigio 
veterano el desarrollo de los sucesos. Jamás fué eje 
de violencias pudiéndose afirmar á su respecto que el 



134 


LA TIERRA CHARRÚA 


atentado no figuró entre sus medios de acción. Ho- 
nesto, puro, patriota y desinteresado don Joaquín 
Suárez es un bajo relieve típico de épocas honorables, 
que ya pasaron. El tiene derecho adquirido á ser se- 
ñalado como un ejemplo de probidades, tanto más 
meritorias cuanto que no las iluminó el talento, y poi; 
eso su estatua no usurpa terreno en medio de una 
plaza pública. Pero distingamos. Nosotros en Joaquín 
Suárez alabamos una vida larga dedicada al bien de 
los suyos. Principalmente nos seducen sus energías 
batalladoras en los tiempos adversos, sus viriles vin- 
culaciones con la causa de Artigas, su conducta regu- 
lar en la presidencia, su tenacidad de todos los días 
en el afán sagrado; sin perjuicio de incorporará esos 
evidentes merecimientos los adquiridos cuando la 
Defensa. Pero éstos en segundo término por cuanto 
ellos están empañados por la pasión de partido, mien- 
tras que aquéllos escapan á nuestras míseras contro- 
versias. En consecuencia, rendimos justicia sincera al 
oriental. Quienes decretaron la estátua de Suárez no 
lo han entendido así, como pudo comprobarse al ser 
ella descubierta. En el bronce que representa al pa- 
tricio se ha querido consagrar una gloria roja. Indu- 
dablemente este modo tan diminuto de juzgar á los 
hombres restringe el homenaje póstumo por cuanto 
denota intenciones hirientes y exclusivas. Síntomas 
de la misma enfermedad. 

Vamos á cerrar este capítulo. Los restos mortales 
del general Manuel Oribe, oficial esforzado de la 



LA TIERRA CHARRÚA 


135 


patria vieja, segundo jefe de los Treinta y Tres, capi- 
tán del centro en Sarandí, héroe en Ituzaingó, austero 
presidente de la República, co-fundador, en una pala- 
bra, de nuestra nacionalidad, descansan en la Iglesia 
principal de ese pueblo de la Unión que él creara. 
Los fanatismos corrientes, que consideran malditas 
las cenizas de ese caudillo, no han permitido que ellas 
compartan con las del general Fructuoso Rivera los 
favores de un legítimo homenaje oficial. Esas tenden- 
cias morbosas no pueden durar, porque las anormali- 
dades nunca adquieren carácter orgánico. Dia vendrá 
en que las opiniones, más educadas en la moderación, 
sabrán borrar distingos odiosos y exclusiones que no 
tienen razón honrada de ser. 



136 


LA TIERRA CHARRÚA 


Quinteros— Paysandú — La Florida 

Cumpliendo una de las bases del tratado de paz de 
1851 inmediatamente después de encarrilarse en for-: 
ma institucional la situación del país se convocó á 
elecciones generales. En aquella época irregular y de 
ensayo no era dado esperar un desarrollo modelo del 
proceso comicial, mucho más cuanto que lustros de 
zozobra habían desorientado á las muchedumbres. 
Sin embargo, el resultado correcto y auspicioso para 
los hombres tranquilos que se obtuvo practicando el 
sufragio probó, una vez más, á qué sorprendentes ex- 
tremos de éxito puede llegarse cuando una sinceridad 
verdadera inspira la conducta común. Y esa correc- 
ción de procederes en ambos partidos no debe extra- 
ñarse si se recuerda que la aspiración dominante en el 
seno de todas las clases sociales era la de asegurar la 
paz. Constituidas las Cámaras ellas eligieron presiden- 
te de la República, en Marzo de 1852, á don Juan 
Francisco Giró. Era el referido un ciudadano adornado 
de hermosos dotes de carácter, que reunía las mismas 
condiciones honorables del insigne Joaquín Suarez. In- 
teligente, poseedor de una vasta experiencia de go- 
bierno, modesto, tolerante y suave, su nombre no le- 
vantaba resistencias, lo que no era poco decir tratán- 
dose de un elemento definido de la causa del Cerrito. 

Algunos escritores coinciden en desconocer al señor 
Giró suficientes enterezas de carácter para desempe- 



LA TIERRA CHARRÚA 


137 


ñar una presidencia surgida sobre escombros. A esa 
debilidad de impulsos moralizadores atribuyen la pos- 
terior y negra catástrofe. Yan más lejos aún; adelan- 
tan que á haber vivido el general Eugenio Garzón, 
desde la presidencia — que mereciera, — habría disi- 
pado todas las sombras amontonadas en el horizonte. 
Otros, cambiando solo personas, insisten en que el 
doctor Herrera y Obes elevado á la primera posición 
política de su país habría disuelto peligros poniendo 
en juego su probada habilidad. Nos cuesta creerlo 
así. Concluida la guerra, apagado el volcán, todavía 
dominaban intensos calores en su cráter que, de cual- 
quier manera, producirían sérios perjuicios. La mayo- 
ría del Cuerpo Legislativo era favorable al partido 
blanco y esta circunstancia natural y, sobre todo, per- 
fectamente legítima, prestó motivos á graves impa- 
ciencias y agitaciones del partido colorad*). ¿Qué vo- 
luntad pudo haber enfrenado esas indisciplinas que 
concluirían en la rebelión? Difícil encontrarla. El de- 
lito del nuevo mandatario no consistió ni en sus blan- 
duras, ni en sus concesiones, ni en sus tolerancias, él 
tuvo origen en el hecho insoportable para el colora- 
dismo — ya entónces avaro del Poder— de que las 
cámaras, siendo en su mayoría blancas, hubieran lle- 
vado á la altura á un correligionario, ejercitando al 
proceder así un derecho incuestionable. 

El señor Giró, bajo el influjo de ideas altruistas 
que prueban el temple de su virtud cívica, se preocu- 
pó desde el primer instante de aplacar las pasiones 



138 


LA TIERRA CHARRÚA 


de bajo fondo y al efecto di<5 una primera prueba de 
equidad haciéndose acompañar por un ministerio ma- 
tizado. 

Así el general Flores ocupa el Ministerio de la 
Guerra, don Florentino Castellanos el de Gobierno y 
Relaciones Exteriores, don Manuel J. Errasquín el 
de Hacienda y la Jefatura del Estado Mayor el ge- 
neral don Wenceslao Romero. Como se vé, el presti- 
gio de la fuerza, que desgraciadamente es el más im- 
portante de los prestigios en los gobiernos de Sud 
América, lo prestaban hombres de estricta filiación 
colorada. Conciente de su misión reparadora el señor 
Giró aborda con entusiasmo las pesadas tareas de su 
cargo. Es de imaginarse cuánto estorbaría los nobles 
propósitos de reconstrucción perseguidos por él y sus 
ministros, el estado ruinoso de la cosa pública. Sin 
embargo, se abordó con fé la ardua tarea de promo- 
ver adelantos y en tal concepto aquella presidencia 
creó los pueblos de Constitución, Artigas, Treinta y 
Tres, Santa Rosa y Cuareim ; afectó las tierras públi- 
cas al servicio de amortización de la deuda general 
del Estado ; mandó proceder á una mensura general 
del territorio de la República ; ordenó la contabilidad 
y reglamentación de las oficinas públicas; reglamentó 
la policía marítima; entregó á las Juntas la dirección 
de la caridad pública, hizo frente á los abrumadores 
apremios financieros dejados en herencia por la de- 
fensa como también á las impertinencias diplomáti- 
cas del Imperio que se atribuía, en parte, peligrosos 



LA TIERRA CHARRÍJA 


139 


derechos de tutor. Al amparo de esos esfuerzos, cla- 
ramente exhibidos en todos los órdenes de la admi- 
nistración, inicióse el renacimiento de energías hasta 
entonces aletargadas, las rentas experimentaron un 
notable aumento y el comercio, que ofrece un dato 
de interés barométrico para apreciar la confianza que 
inspiran los gobiernos, adquirió resaltantes vitali- 
dades. 

Los acontecimientos empezaban á esclarecerse gra- 
cias á la noble sinceridad del gobierno, reconocida 
por los elementos más considerados y dignos del país. 
Pero hacían una excepción lamentable en esta alianza 
de voluntades derechas los representantes del colora- 
dismo ultra. Ellos habían impuesto su dictadura irres- 
ponsable dentro de la Plaza durante muchos años y 
ellos no consentirían fácilmente ser privados de los 
fueros discresionales de que gozaran durante un pe- 
ríodo de guerra, incompatible con el orden insti- 
tucional. 

Es cierto que faltaba motivo decoroso para conmo- 
ver el orden público. Dentro de su agobiadora esca- 
sez de recursos, sin elementos, sin perspectivas, el 
gobierno había conseguido imponerse á la marejada, 
á fuerza de habilidad. 

Abona el afán levantado del presidente Giró la 
convocatoria de la Guardia Nacional que vino á sus- 
tituir casi totalmente al ejército de línea. Era la indi- 
cada una tentativa demasiado generosa que rendiría 
frutos bien caros. Movido por el noble propósito de 



140 


LA TIERRA CHARRÚA 


apagar las pasiones iracundas, enardecidas hasta un 
punto inaudito durante la Guerra Grande, el presi- 
dente de la República inspiró un hermoso decreto, que 
suscribieron con él don Manuel Herrera y Obes, don 
Bernardo P. Berro y don Venancio Flores, en el que 
se « prohibía á la prensa periódica traer á juicio los 
actos y las opiniones referentes á la guerra que ter- 
minó el 51 », y se apreciaba «toda transgresión al 
respecto como una concitación al desorden y á la. 
anarquía ». Verdaderas personalidades los firmantes 
de ese documento, heraldo de concordia, tenían el de- 
recho de dirigirse, en esa forma á los propagandistas 
del ódio. La diversa filiación política de los mismos 
le quita toda sombra atentatoria y destaca en el con- 
cepto histórico la importancia de aquellas palabras 
de incitación á la paz. 

Bajo ese carácter superior debe apreciarse aquel 
decreto, recibido con descargas de metralla por el 
grupo de opositores, que no se conformaba con perder 
el valioso elemento de propaganda destructora repre- 
sentado por la agitación constante de viejos agravios 
y rencores. 

Hacer la crítica de aquella medida, á pretexto de 
que se hería la libertad de la prensa, es tan exajerado 
como censurar á un individuo que en legítima defensa 
y en uso de su derecho á la vida hiere á quien lo 
ataca. Se trataba de un procedimiento práctico auto- 
rizado, impuesto por el desorden dominante, cuyo 
defecto probablemente consistió en no ser él bastante 



LA TIERRA CHARRÚA 


141 


eficaz, como lo probaron sucesos posteriores. Nada 
mejor para inutilizar á los perversos y sediciosos que 
arrancar de sus proclamas el tema maldito de los 
choques fratricidas. Pero ¿qué razón es atendida 
cuando las pasiones se desatan? 

Sin darse cuenta del contraste irónico, los conspi- 
radores eligieron para la revuelta el aniversario de la 
Jura de la Constitución. El 18 de Julio de 1853, 
estando la Guardia Nacional formada en la Plaza de 
la Matriz en actitud tan noble y despreocupada que 
llevaba las cartucheras vacías y ramos de flores, en 
vez de bayonetas, en las puntas de los fusiles, el co- 
ronel Pal leja, á la vista de las autoridades, lanzó sobre 
ella su batallón de morenos, bautizando con sangre de 
inocentes el triunfo de la ambición. Los gen erales César 
Díaz y Melchor Pacheco y Obes fueron los instigado- 
res principales de aquel ingrato suceso. Lo más se- 
lecto déla juventud montevideana formaba en las fi- 
las de la Guardia Nacional, acuchillada por tropas que 
obraban bajo la seducción del pillaje. Este motín mi- 
litar ofrece rasgos tan impuros como sus gemelos de 
Enerode 1875yde Juliode 1898. A sus autores cabe la 
triste suerte de haber iniciado, bajo laspeores condicio- 
nes, la segunda série de nuestras catástrofes institu- 
cionales. El motín de 1853 merece la más candente 
reprobación de la historia, pues ninguna de esas ate- 
nuantes que se llaman persecuciones injustas, latro- 
cinios, desgobierno, despotismo, ódio, figura á favor 
de sus co-ejecutores, que, por otra parte, tampoco 



142 


LA TIERRA CHARRÚA 


presentan á su favor antecedentes de vulgaridad que 
expliquen su conducta. He ahí uno de los grandes 
errores del pasado sólo perdonable cuando la imagi- 
nación, dando un enorme paso hacia atrás, evoca la 
memoria apocalíptica de tiempos que fueron. 

Triunfante la subversión, el mandatario desposeído, 
salió fugitivo del país, emigrando á Buenos Aires. No 
poco dice en su honor el hecho de que habiéndole 
sido ofertado de inmediato por la intervención brasi- 
lera, el auxilio poderoso, incontrastable, de un ejército 
para reivindicar el poder infamemente arrebatado, él 
se rehusara á aceptar ese recurso tentador, prefi- 
riendo la derrota y el ostracismo, antes que la recon- 
quista presidencial, al precio de una humillación por 
el extranjero. Actitud tan virtuosa, culmina los pres- 
tigios del digno presidente y dilata su nombre en la 
posteridad. Oribe, que renunciara el mando, cometió 
el extravío de pretender recuperarlo luego con el 
apoyo extraño; Giró, vencido por la traición, que no 
había legitimado el brutal atropello, tuvo cordura de 
clarovidente y no quiso ni por sí, ni aliado al vecino, 
intentar una revancha sobre el hermano desleal. Esta 
diferencia de conducta en la desgracia inmerecida, 
hace que la figura de don Manuel Oribe se achique 
en el infortunio mientras crece la de don Juan Fran- 
cisco Giró con lozanías envidiables. 

Tan elevado ejemplo de equilibrio moral dicta una 
enseñanza fecunda que alguno olvidó después. 

La nueva situación, consecuente con su origen, de- 



LA TIERRA CHARRÚA 


143 


bía imponerse por la fuerza. La historia ha recojido 
como elocuente testimonio de los fanatismos parti- 
distas de antaño, un decreto, suscrito por el general 
César Díaz, poniendo fuera de la ley á don Bernardo 
P. Berro que debería ser ejecutado donde se le en- 
contrase. El delito de aquel ciudadano lo creaba su 
enérgica resistencia personal al régimen improvisado, 
en su carácter de Ministro de Gobierno, de la admi- 
nistración constitucional derrocada, investido además 
de las funciones anexas á la cartera de Guerra para 
dar empuje á los elementos legales en el interior del 
país. 

Dice así aquella famosa resolución, en su parte dis- 
positiva: « Art. l.° Por el presente decreto se autori- 
za á las autoridades del gobierno provisorio para que 
procedan á aprehender á Bernardo P. Berro, en cual- 
quier parte de su jurisdicción en que se encuentre. 

Art. 2.° Quedan igualmente facultadas las indica- 
das autoridades para que, en el acto de ser aprehen- 
dido el mencionado Bernardo P. Berro, sea pasado 
por las armas sin más formalidad que la justificación 
de la identidad de su persona, dando cuenta al Mi- 
nisterio respectivo. 

Comuniqúese, publíquese, etc. etc. — (Firmado)— 
Cesar Díaz , Juan José Aguiar, Enrique Martínez, 
José Zubillaga .» 

¿Qué dirán á esto los fanáticos? Adviértase que la 
autoridad que se atribuía el decreto de perseguir, era 
el fruto de un nefando motín y que don Bernardo 



144 


LA TIERRA CHARRÚA 


Berro merecía el dictado de rebelde por ser culpable 
de no acatar un incalificable despojo. ¡Qué tiempos! 

Mutilado más tarde, por favor singular de la muerte, 
el triunvirato de los generales integrado por Rivera, 
Lavalleja y Flores, este último asume el gobierno. Ino- 
ficioso páralos fines que perseguimos sería detenernos 
á apreciar las causas de su caída, impuesta por la re- 
volución que encabezara el doctor José María Muñoz 
así como las administraciones fugaces de don Luis 
Lamas y de don Manuel Basilio Bustamante. La 
consideración, aunque breve, del Pacto de la Unión, 
suscrito el 11 de Noviembre de 1855 por los genera- 
les Oribe y Flores, nos interesa especialmente por 
cuanto aquel famoso acuerdo apunta el arranque de 
un nuevo ensayo de política fraternal. Muy dignos 
escritores han dedicado párrafos de dura crítica á esa 
alianza de los dos militares más caracterizados de la 
época, alianza que, aunque de apariencia personal, da- 
das las grandes vinculaciones en la masa de las par- 
tes signatarias, importó la aproximación patriótica y 
formal del partido blanco y del partido colorado. Los 
conservadores, es decir, la fracción exaltada y so- 
berbia de la última de las agrupaciones citadas; la 
misma que igualaba al unitarismo aquí, en sus lamen- 
tables exageraciones y exclusivismos ; la misma de cu- 
yas filas salieran los derrocadores del gobierno de Gi- 
ró, y cuyas hostilidades sin cuartel al partido blan- 
co no amenguaban en pasión, los conservadores, 
apreciaron el acercamiento de los generales co- 



la. tierra charrúa 


145 


mo un suceso indecoroso y bastardo. Los cronistas 
de esa tendencia lian declarado funestísimos sus 
resultados, incorporando entre ellos la tragedia 
de Quinteros. Comprendemos ese lujo de severidad 
en los políticos desafectos de la época á que nos re- 
monta ésta indagación retrospectiva no así en quie - 
nes están en aptitud de juzgar con absoluta calma de 
espíritu acontecimientos enterrados bajo el polvo de 
cincuenta y tantos años de olvido. Ea efecto, Oribe 
y Flores al unirse condensando en un documento sus 
ideas de futuro, dieron, por lo pronto, un venturoso 
ejemplo de cordialidad cívica que realmente no inco- 
modaba entonces, cuando el clarín de la revuelta ha- 
cía oir sus más siniestros toques hasta en los confines 
del país. Carecemos de autoridad erudita para opinar 
en absoluto que el acercamiento de los dos grandes 
caudillos fué propicio al bien público en sus ulteriori- 
dades. Por lo demás, las pasiones de partido empa- 
ñan aun tanto el ambiente que sabemos no se creería 
en nuestra imparcialidad si insistiéramos con mucho 
entusiasmo en el aplauso de sus resultancias naciona- 
les. Pero se paga tributo á la verdad declarando que 
Oribe y Flores estuvieron en lo cierto, que ellos in- 
terpetraron en forma práctica las exigencias popula- 
res aunando sus esfuerzos y sus elementos para con- 
sagrar en una gran candidatura nacional á la presi- 
dencia los anhelos dominantes de reconstrucción. ¿No 
abonaban ellos, por lo menos, su desinterés del mo- 
mento constatando que renunciaban de la manera más 


10 



146 


LA TIERRA CHARRÚA 


solemne á ocupar el mando? ¿No daban ellos forma 
definitiva á una aspiración que estaba en la atmósfera 
al decir, con noble franqueza, que convenía uniformar 
la opinión pública acerca de la persona llamada á pre- 
sidir los destinos de la nación desde el l.° de Marzo 
del 56, poniendo así sello de realidad á los votos pla- 
tónicos de los ciudadanos tranquilos ? 

Para comprender todo el alcance de aquella actitud 
levantada, conviene transcribir el programa suscrito 
por los generales, que seguramente no roba espacio, 
y condensado así en el texto original: 

« l.° Trabajar por la extinción de los odios que ha- 
yan dejado nuestras pasadas disensiones, sepultando 
en perpetuo olvido los actos ejercidos bajo su funesta 
influencia. 

2. ° Observar con fidelidad la Constitución del 
Estado. 

3. ° Obedecer y respetar al gobierno que la nación 
eligiere por medio de sus legítimos representantes. 

4. ° Sostener la independencia é integridad de la 
República, consagrando á su defensa hasta el último 
momento de la existencia. 

5. ° Trabajar por el fomento de la educación del 
pueblo. 

6. ° Sostener por medio de la prensa la causa de 
las luces y de los principios, discutiendo las materias 
de interés general, y propender á la marcha progresi- 
va del espíritu público para radicar en el pueblo la 
adhesión al orden y á las instituciones, á fin de extir- 



LA TIERRA CHARRÚA 


147 


par por este medio el germen de la anarquía y el sis- 
tema del caudillaje». 

La parte de aquel importante documento antes 
transcrita contiene declaraciones políticas notables 
por el progreso inmenso que acreditan en las ideas 
dominantes. Los jefes militares, actores principales 
en tremendos acontecimientos recientes, levantaban 
hermanados su voz para repudiar evocaciones maldi- 
tas, agregando que era necesario proscribir los odios, 
acatar al gobierno, sostener la independencia nacio- 
nal, cumplir la Constitución del Estado y extender la 
propaganda de los principios y de la educación del 
pueblo. 

Es cierto que el arraigo de alguna de semejantes 
manifestaciones moría en el papel, pero, de cualquier 
manera apuntaba una victoria el hecho de que los 
hombres de sable entendieran ya por esos tiempos 
rutinarios los anhelos de la opinión patriótica. Mu- 
chos lustros han corrido y recién ahora empiezan á 
ser realidad los conceptos programáticos vertidos en 
un momento de sinceridad por los generales Oribe y 
Flores. 

La historia pronto dirá quienes consultaban mejor 
con su conducta en aquel instante las conveniencias 
del país, si los conservadores, herederos de. los intole- 
rantes orgullos unitarios, fanáticos y rencorosos, au- 
tores del motín de 1853 y empeñados en llevar al 
gobierno á un hombre de lucha, capaz de sostener sus 
afanes de círculo, ó si los caudillos tradicionales, dese- 



148 


LA TIERRA CHARRÚA 


chados por inútiles por aquéllos, cuando eviden- 
temente constituían dos focos poderosísimos, que 
reconociendo su fuerza recíproca se acercaron para 
aliarse en beneficio del país, prestándose á ser apoyo 
eficaz de un presidente cuya candidatura fuera acep- 
tada por sus amigos y ejemplarizando con un acto de' 
tranquilizadora cordialidad. La idea perseguida por 
los generales fué noble y debió rendir fecundos resul- 
tados. Tal vez el despecho enconado de los conserva- 
dores, que no tuvieron la abnegación de acatar su 
derrota legislativa y que se lanzaron á la revolución 
proclamando la idea anexionista, vino á esterilizar un 
gran esfuerzo. 

Dada la alta significación partidaria de los firman- 
tes del pacto, era indiscutible que la candidatura pre- 
sidencial prohijada por ellos tendría sérias, decisivas, 
probabilidades de triunfo. Después de repetidas va- 
cilaciones y de fluctuar entre don Francisco Agell, don 
Juan Miguel Martínez, don Florentino Castellanos y 
otros excelentes ciudadanos, los generales identifica- 
ron simpatías en la personalidad de don Gabriel An- 
tonio Pereira. A su frente levantó el partido conser- 
vador la del general César Díaz, brillante soldado de 
la causa republicana, escritor galano y de peso, ilus- 
trado, inteligente, que ceñía sobre sus sienes los lau- 
reles inmarcesibles de Caseros. Pero junto á este 
capital de singulares méritos César Díaz poseía el in- 
menso defecto, para 'ser un buen candidato, de pagar 
fogoso tributo á las pasiones más intemperantes. En. 



LA TIERRA CHARRÚA 


149 


su opinión jamás debía transarse en la realidad de los 
hechos con los afiliados al partido blanco, pensando, 
en contraposición con los insignes estadistas docto- 
res Lamas y Herrera y Obes, que la fórmula pacifi- 
cadora de « no hay vencidos ni vencedores » , no pa- 
saba de ser una bonita metáfora. Porfiado en ese or- 
den de ideas, empapadas en el exclusivismo unitario 
no tuvo inconveniente en aportar su concurso al de- 
rrocamiento de Giró, embarcándose en las contingen- 
cias de un motín injustificado y nefando. Consecuen- 
te con ese mismo criterio dictaba luego un decreto 
poniendo fuera de la ley á don Bernardo P. Berro, 
culpable de no sancionar aquella iniquidad. 

Su nombre, pues, encarnaba las aspiraciones más 
soberbias y excluy entes y su triunfo hubiera abocado 
á la nación á gravísimas reacciones internas. El re- 
presentaba un reto, una bandera de guerra, la resu- 
rrección de agravios dantescos, y la época requería 
un mandatario firme, pero tranquilo y ecuánime. ¿Al- 
canzaban estas cualidades al candidato de los gene- 
rales? A esa altura délos sucesos don Gabriel Anto- 
nio Pereira era una de las encarnaciones más ilustres 
del patriciado nacional. Valiente y entusiasta él había 
servido desde sus primeros días á la causa de la inde- 
pendencia, acompañando al general Artigas en sus 
campañas libertadoras. En 1825 le cabe la gloria ciu- 
dadana de suscribir la memorable declaratoria de la 
Florida, y en 1829, como vice-presidente de la Asam- 
blea General Constituyente y diputado por Canelo- 



150 


LA. TIERRA CHARRÚA. 


nes, autoriza la Carta Fundamental de la República. 

En 1839 llegó á ocupar, con carácter interino, la 
primera magistratura figurando durante todo el Sitio 
Grande entre los más leales y apasionados defensores, 
de Montevideo. Por sus antecedentes, por su actua- 
ción de combate en la primera fila y por sus manifes- 
taciones explícitas pertenecía al Partido Colorado. 

Poseedor de una cuantiosa fortuna, de edad madu- 
ra, rebelde ya á los impulsos fanáticos de las fraccio- 
nes, su nombre gozaba de prestigios generales que lo 
presentaban como una solución feliz. 

Los tiempos eran de tormenta. Tal vez el señor 
Pereira lo comprendió así cuando escribía en los si- 
guientes términos, con fecha 28 de Enero de 1856, al 
general Oribe quién, en compañía del general Flores» 
lo había visitado para hablarle de su candidatura: 
« Después de haber meditado mucho sobre mi acepta- 
ción al distinguido honor de ocupar el puesto de la 
presidencia en las actuales críticas circunstancias que 
atraviesa nuestro desgraciado país, he resuelto defini- 
tivamente no aceptarlo, porque comprendo se nece- 
sita un hombre más joven para afrontar con frente 
serena y ánimo inconmovible, los desastres que han 
ocasionado los trastornos políticos en nuestra desven- 
turada patria. En mi larga carrera pública, sabes 
bien que jamás he sido llamado á ocupar destinos 
públicos, sino contra toda mi voluntad, y he accedido 
solo porque creía que podría ser útil á la patria. 
Hoy debo aspirar al descanso y al retiro, cuando por 



LA TIERRA CHARRUA 


151 


mi edad y mi cansancio y fatigas, por tantas desgra- 
cias porque hemos pasado, comprendo que poco sería 
el contingente que podría ofrecer para la salvación de 
la patria. Así es que te pido y te suplico que se fijen 
en otra persona que reúna otras condiciones que las 
mías para realizar esa obra, y me dejen gozar de mis 
últimos años en el dulce hogar doméstico y entre mi 
familia. » 

En presencia de nuevas reiteraciones, escribía el 
señor Pereira otra carta al general Flores, con fecha 
29 de Enero, cuyo párrafo principal dice: « Para sal- 
var al país — dados los elementos de desorden que lo 
aniquilan y que lo arruinan — que no le dan tiempo de 
respirar, y que lo agobian con continuas exacciones y 
revueltas, se requiere una fuerza de voluntad en el 
mandatario y una energía probada para tomar sobre 
sí, las más enérgicas medidas que pongan dique á to- 
dos los desórdenes que han labrado el infortunio de 
la patria y que mantienen en continua zozobra á sus 
habitantes. Por mi edad y mi cansancio — aunque ja- 
más me negaría á hacer todo sacrificio por mi patria 
— comprendo bien que no soy el hombre á propósito 
para afrontar tan difíciles circunstancias: se necesita 
más vigor que se encontrará en compatriotas más 
jóvenes que deben en estos momentos de suprema 
prueba para el país disponerse á ofrecer á la patria > 
lo que sus padres les dieron en otros días, su fortuna, 
sus sacrificios y su existencia. Así estoy firmemente 
decidido á cooperar sólo particularmente á la salva- 



152 


LA TIERRA CHARRÚA 


ción del país, dentro de la esfera de mis esfuerzos y 
de mi voluntad, declinando el honor que se me hace 
al presentar mi candidatura á la Presidencia de la 
República. » 

Quedaría mutilada nuestra exposición si no agre- 
gáramos á las anteriores transcripciones el extracto 
de las cartas dirigidas al señor Pereira por los gene- 
rales, en el deseo de destruir sus propósitos de aisla- 
miento. 

Contestábale don Manuel Oribe con fecha 29 de 
Enero : «Nadie mejor que tu persona para los difíci- 
les momentos que atravesamos, y toda la esperanza 
de la paz se espera de tu nombramiento. ¿ Qué será 
de este desgraciado país si no aceptases la presiden- 
cia? ¿Te has hecho cargo bien de todos los elementos 
que están en pie de desorden y de desmoralización? 
¿Quién podrá detenerlos mejor que tú, que siempre 
has sido respetado por todos los partidos, por tu pa- 
triotismo y probidad? Además, tu posición social 
independiente, tu fortuna considerable, tus grandes 
servicios á la patria, son cosas que no se encuentran 
entre otros, que podrían ser útiles pero que no gozarían 
de las mismas consideraciones que nos mereces. » 

Contestábale don Venancio Flores con fecha 30 de 
Enero: « He tenido el honor de recibir su carta de fe- 
cha 29 del corriente. Por ella me informo que usted 
declina el que presentemos y sostengamos su candida- 
tura á la presidencia de la República. Son tan críti- 
cos los actuales momentos porque atraviesa el país y 



LA TIERRA CHARRÚA 


153 


se hacen tan necesarios los esfuerzos de todos sus 
buenos hijos, para arrancarlo de esta deplorable si- 
tuación, que se hace indispensable que haga Yd. este 
nuevo sacrificio en pró de la patria, por quien usted 
tanto hizo. Es preciso que haga Yd. este nuevo sa- 
crificio, si, porque sólo el prestigio de su nombre, 
de su acrisolado patriotismo y honradez reconocida, 
son capaces de sacarnos de tan terrible cáos. Sólo 
su presencia en el poder es lo único que puede 
alcanzar ese fin y laudable objeto. Así es que ante la 
patria y por ella y en su nombre, pido á usted que- 
brante su voluntad y le preste este servicio, tal vez el 
mayor y más grande y señalado que le haya prestado. » 

Los párrafos anteriores acreditan elocuentemente 
la resistencia del señor Pereira á aceptar el lanza- 
miento de su candidatura. Al través de sus porfiadas 
negativas se trasluce el concepto desfavorable que le 
merecían las agitaciones anárquicas de los círculos. 
Yencida la obstinación del candidato, éste suscribió 
un programa de gobierno dirigido á sus conciudada- 
nos. Es el mencionado un documento de vigoroso 
tono que respira mucha sinceridad democrática. De- 
cía en cierta parte: «En el presente caso — lo saben 
hasta aquellos que presumen ignorarlo — no he dado 
un paso, ni el más mínimo para optar á la presidencia 
de la República. Mi candidatura ha sido iniciada por 
algunas personas que antes tenía el derecho de consi- 
derar más bien como adversarios que como amigos». 
Agregaba luego : « En el franco y leal cumplimiento 



154 


LA TIERBA CHARRtJA 


de la Constitución buscaré la fuerza y la sanción de 
todos mis actos gubernativos. Colocado en esa posi- 
ción si el hombre privado conservaba alguna simpatía 
por tal ó cual partido, el jefe del Estado, padre de la 
gran familia oriental, no tendría más colores que los 
puros colores de la bandera de la patria. Bajo su som- 
bra cabemos todos; esos colores simbolizan glorias y 
recuerdos sin mancha y quizás el único vínculo que 
podrá todavía unirnos. Mande quien mande, la mitad 
del pueblo oriental no puede ni debe tener ni conser- 
var en eterna tutela á la otra mitad.» 

Y concluía: « Aceptaré entonces con fe y entereza 
el cargo, y me parece que á pesar de todos los peligros 
y eventualidades que pue den sobrevenir, sobrará ener- 
gía en el corazón y altura en la mente para no des- 
mayar ante la malquerencia, el desvío ó la injusticia 
de los hombres, y voluntad firme para empuñar el 
timón de la nave del Estado para sacarla ilesa al tra- 
vés de las rocas y de la tormenta que amenaza des- 
plomarse sobre nosotros. Para eso contaría en primer 
lugar con que al fin la misericordia divina ha de lan- 
zarnos una mirada de piedad. ¡Hemos sido tan des- 
graciados ! 

Vencedor ó vencido habré cumplido siempre con 
mis deberes á despecho de todos y de todo. » 

Contrariando nuestro propósito de ser sobrios en 
citas hemos incorporado á estas páginas esas de- 
claraciones culminantes porque ellas nos ofrecen la 
fe de bautismo de la situación presidencial creada 



LA. TIERRA CHARRÚA 


155 


el l.° de Marzo de 1856. El documento referido 
posee aspectos políticos notables, no siendo segura- 
mente el menor el hecho de decirse en él que el 
nuevo mandatario ocuparía el poder desligándose, sin 
reticencias, de los partidos existentes y con repudia- 
ción de esas innobles aparcerías de bando que tanto 
han relajado hasta nuestros dias el carácter de los 
gobiernos. Por lo demás, acusa las apreciaciones de 
una melancolía cívica ese aserto de que nuevas catás- 
trofes se vislumbran sobre los horizontes de la patria; 
pero como si esa visión profética adquiriera contor- 
nos de realidad, dice enseguida el candidato, que él 
sabrá proceder con toda la energía exigida por el 
bien público á fin de conservar la paz. 

Ni don Gabriel Antonio Pereira buscó el mando 
ni él se dispuso á ocuparlo con desconocimiento de 
las circunstancias duras en que le tocaba desempe- 
ñarse. Fatalmente empujado por los sucesos él llegó 
á la primera magistratura, sin menoscabo de las for- 
mas constitucionales, apoyado con toda energía por 
el prestigio aliado de los dos caudillos y presentando 
como diploma antecedentes envidiables y saneados. 
Muy rico, de edad ya avanzada, sin aspiraciones atro- 
pelladas, pues ya estaba habituado á los honores, sin 
funestas vinculaciones atávicas, todo invitaba á supo- 
ner que él sería un puente de plata tendido entre los 
partidos extremos. ¡Oh fragilidad de las previsiones 
humanas; nada de esto sucedería! 

Apenas corrido un mes desde el día de su elección 



156 


LA TIERRA CHARRÚA 


el señor Pereira, en carácter confidencial, dirigió una 
nota á todos los Jefes Políticos, cuyo objeto era am- 
pliar los rasgos políticos de su programa Les mani- 
festaba allí que « no dejasen de calmar los ánimos y 
predicar la paz, la templanza y la concordia; auné 
usted á todos para arrancar á la República del antro 
de miserias y desgracia en que yace y verla florecien-. 
te y próspera. Trabaje usted también para hacer com- 
prender á los ciudadanos el peligro inminente que 
corre nuestro país si continuamos en el camino del 
desorden y que unidos seremos fuertes y nos respeta- 
rán, y que desunidos seremos el vil juguete de ambi- 
ciones bastardas y víctimas de cualesquier acechanza. 
Que reunidos los ciudadanos y formando en el único 
y solo partido nacional que debe existir cuando la po- 
lítica está en peligro y con el concurso que se le debe 
podremos arrancar á la república de la funesta situa- 
ción que la discordia le ha preparado, consiguiendo 
salvarla de la humillación y de la ruina que sobre ella 
pesa ». 

Este loable afán de extirpación de las viejas divi- 
siones era prematuro. El partido conservador, que no 
estaba dispuesto á soportar su derrota parlamentaria, 
se lanzó de lleno á la conspiración dando lugar sus 
evidentes agitaciones subversivas al destierro del ge- 
neral César Díaz. Como no pretendemos hacer el de- 
talle crítico de la administración nacida del pacto de 
los generales no ocuparemos espacio enunciando al 
dedillo sus errores y sus méritos anteriores al suceso 



LA TIERRA CHARRUA 


157 


sangriento de Quinteros. Esa investigación interesante 
reclama las proporciones de un libro y fuerzas muy 
superiores á las nuestras. En consecuencia, no co- 
mentaremos la designación del ilustre constituyente 
doctor José Ellauri para Ministro de Gobierno y Re- 
laciones Exteriores de la nueva situación, ni la de 
don Doroteo García para la cartera de Hacienda; ni 
la creación del Consejo Consultivo compuesto por los 
señores Manuel Herrera y Obes, Luís Lamas, Juan 
Miguel Martínez, Francisco Solano de Antuña, Anto- 
nio Rodríguez, Cándido Joanicó, Lorenzo Batlle, Ata- 
nasio C. Aguirre, Francisco Agell, Tomás Villalba, 
Jaime Estrázulas, y don Juan Francisco Giró; ni la 
supresión de la Comandancia General de Armas en 
perjuicio del general don Venancio Flores; ni los su- 
cesos reprochables de que fué teatro el recinto de 
la representación nacional con motivo de reincor- 
porarse á las cámaras el diputado revolucionario 
de otrora don Fernando Torres; ni las enérgicas 
medidas de seguridad pública adoptadas; ni la pro- 
paganda anexionista á la Confederación Argenti- 
na; ni la propaganda desencadenada de algunos ór- 
ganos de la prensa; ni el giro peligrosísimo tomado 
por las pasiones de partido. Nuestra idea no ha sido 
escribir historia. Sólo hemos querido calificar algunos 
sucesos trascendentales dentro del marco incompleto 
y semi-desconocido aún de cada época. Si al referirnos 
á don Gabriel Antonio Pereira fuimos generosos en 
las transcripciones obramos así simplemente para 



158 


LA TIERRA CHARRÚA 


destruir de paso, con elementos insospechables de 
prueba, ciertos testimonios de ofuscación tradicional 
que por ahí corren. Son esas exaltaciones de bande- 
ría las que pretenden reducir la talla política del 
candidato del pacto quitándole calibre ciudadano; y 
á esos extravíos es necesario contestar con las afirma- 
ciones sanas y convincentes que presta la realidad. 

No hay duda de que el sombrío acontecimiento de 
Quinteros, como que fué la consecuencia violenta de 
un cúmulo de circunstancias agregadas, exige, para 
ser presentado en su verdadero concepto histórico, 
el estudio minucioso de sus antecedentes políticos y 
sociales. Aún en síntesis algo útil podría decirse al 
respecto pero el justo temor de que los fanáticos de 
nuestro pasado, tan grande y tan miserable á la vez, 
lleguen á considerar parcial nuestro comentario, nos 
aparta de esa ruta de esclarecimientos. En homenaje, 
pues, á esos escrúpulos y mutilando las sabias leyes 
de la crítica, por cuanto los acontecimientos, como 
las piedras preciosas, modifican su apariencia según 
sea su engarce, encararemos el asunto en la forma más 
desventajosa para la atenuación. Estamos en presen- 
cia del desnudo hecho de Quinteros. Señalemos ante 
todo sus antecedentes guerreros. Cumpliendo segura- 
mente la primera parte de un plan de levantamiento, 
á fines de 185 7el coronel Brígido Silveira se alzó 
en armas en el departamento de Minas y avanzó há- 
ciaja capital. En el Colorado derrotó á un núcleo 
reducido de fuerzas policiales salido de Montevideo, 



LA TIERRA CHARRÚA 


159 


siendo muerto alli el jefe de las mismas ciudadano 
don Luís Pedro de Herrera. Mientras tanto, el gene- 
ral César Díaz, que tenía la jefatura militar del movi- 
miento, desembarcaba audazmente junto con un gru- 
po de compañeros, por el antiguo muelle de Lafone, 
situado en la falda del Cerro. Esta operación se hizo 
en pleno día habiéndose efectuado la travesía de$de 
el puerto de Buenos Aires en la cañonera « Maipú » , 
buque de guerra argentino. Fusionadas las fuerzas 
invasoras con los elementos reunidos por el coronel 
Silveira se dirigieron resueltamente hácia Montevi- 
deo. Tres veces fué asaltada la ciudad, defendida 
por guardias nacionales, y tres veces fueron re- 
chazados los revolucionarios que perdieron en el 
último de esos esfuerzos al sargento mayor Fa- 
rías. El fracaso de este atrevido afán puede atri- 
buirse, entre otros motivos, al mal resultado que 
tuvo una conjuración preparada dentro de las trin- 
cheras por elementos extranjeros, adictos á los asal- 
tantes, conjuración cuya existencia fué denunciada en 
tiempo al gobierno. Sin embargo, durante los ataques 
á la plaza pudo defeccionar el batallón de artillería 
con su jefe, el mayor Manuel Freire. Fallado el golpe 
sobre la capital, que era decisivo, los revolucionarios 
se internaron en la campaña tomando rumbo al Norte. 
Batidos con éxito en Cagancha, ellos continuaron su 
retirada, á marchas forzadas, en el deseo explicable de 
vadear el Río Negro, larguísima y caudalosa cinta de 
agua que en todo tiempo ofrece difícil paso. Las fuer- 



160 


LA TIEBRA CHARRtJA 


zas del gobierno estaban bajo el mando superior del 
general don Anacleto Medina, soldado experto que 
adivinando el plan de los invasores, ocupó la margen 
izquierda del río antes citado. El 28 de Enero llega- 
ban al Paso de Quinteros los revolucionarios, pero ya 
era tarde : el general Medina, avisado por su jefe de 
vanguardia don Dionisio Coronel, de la aproximación 
del enemigo, había hecho ocupar el extremo norte del 
mencionado paso por fuerzas á órdenes del coronel 
Francisco Lasala, mientras escuadrones mandados por 
los comandantes Gervasio Burgueño, Timoteo Apari- 
cio, Bernardino Olid y Agustín Muñoz atacaban la 
retaguardia adversaria arrollándola. Expone en su 
parte el general gubernista que al « disponer un ata- 
que simultáneo con dichas fuerzas, apareció en el paso 
un parlamento de los rebeldes que lo mandó recibir 
por el teniente coronel don Jeremías Olivera, segundo 
Jefe del Estado Mayor, cuyo parlamento ofrecía el 
sometimiento completo de los rebeldes y la rendición 
de sus armas, lo que aceptó para evitar la efusión 
de sangre. » El lúgubre desenlace de aquel su- 
ceso de armas pone de relieve la poca sinceridad 
del argumento enunciado, de que para evitar la efu- 
sión de sangre se aceptó la rendición sin condicio- 
nes. ¡Demasiada se derramó y bien estérilmente! El 
hecho fué que cayeron prisioneros trescientos ochenta 
y tantos revolucionarios, con todo su armamento, je- 
fes y oficiales. El 2 de Febrero de 1858, fecha de 
ingrata memoria en nuestros anales, se fusiló á los 



LA TIERRA CHARRÚA 


161 


generales César Díaz y Manuel Freire, y á los corone- 
les Francisco Tajes, Sacarelo, Pollo, Abella y á otros 
bravos orientales. Persiguiendo propósitos errados 
de ejemplarización con respecto á la tropa, tuvieron 
idéntico fin uno sobre cada cinco soldados. No insis- 
timos mayormente en la fidelidad de cifra de los 
* 

muertos por cuanto carecemos de datos para ser 
precisos, temiendo, por otra parte, que se nos pueda 
sospechar parciales. Lo indudable es, como lo han 
acreditado sobrevivientes de aquel luctuoso suceso, 
que en la hora del sacrificio hubo algunos espíritus 
buenos que intercedieron con éxito en favor de de- 
terminados adversarios. Entre ellos debemos recor- 
dar al extinto general Burgueño. 

El partido colorado sostuvo desde el primer mo- 
mento que el general César Díaz y sus compañeros se 
habían entregado en virtud de una capitulación cuyas 
bases se fijaron por escrito; y que en ese docu- 
mento se pactaba el respeto más absoluto á la vida 
de los vencidos. En contrario de esta afirmación per- 
sistente los actores en el drama declararon, también 
desde el primer momento, que no medió capitulación 
alguna y que los revolucionarios se rindieron á dis- 
creción. A ese respecto vale la pena reproducir, sim- 
plemente como pieza histórica de interés retrospecti- 
vo, los siguientes párrafos de una declaración, am- 
pliatoria de su parte, suscrita por el general Medina 
el 8 de Febrero de 1858, seis días después de la in- 
molación, que dice así: 


íi 



162 


LA. TIERKA CHARRÚA 


«V. E. que por mis despachos oficiales conoce 
como yo mismo la falsedad de tan ingeniosas asercio- 
nes, me ha de permitir que rectifique los hechos para 
que publicada ésta nota en hoja suelta llegue á noti- 
cia de todos: que después de derrotados completa- 
mente los rebeldes por la vanguardia del ejército 
constitucional quedaron reducidos en el Paso de 
Quinteros con su infantería y tres escuadrones de 
caballería, donde el grueso del ejército, que había to- 
mado la retaguardia del enemigo, los embistió cir- 
cunvalándolos para cargarlos; entonces fué cuando 
tentaron la capitulación por primera y segunda vez; 
que no quise oir, hasta que habiéndola propuesto por 
tercera vez, les intimé que se rindiesen á discreción 
y sin condiciones en término de media hora so pena 
de ser inmediatamente acuchillados por el ejército. 
Se rindieron efectivamente y considerándolos como 
realmente eran, traidores tomados con las armas en 
las manos, los puse á disposición del gobierno. Por lo 
demás, ésto que está consignado en documentos ofi- 
ciales, que han sido publicados, lo repito para todos 
aquellos que desconociendo la justicia en las resolu- 
ciones del gobierno, han querido á la vez poner en 
duda la lealtad de mis procedimientos respecto á los 
rebeldes César Díaz y otros que fueron ejecutados en 
cumplimiento del decreto del i.° de Enero que los 
declaró reos de ésta patria. Esto me parece suficien- 
te, Excmo. señor, cuando el que habla tiene la con- 
ciencia de ser creído, porque siempre debe tenerla, 



LA TIERRA CHARRÍJA 


163 


el veterano que desde la Independencia sirve á su 
patria, sin haber manchado jamás su larga carrera 
por un acto de deslealtad. » 

Bajo la faz señalada del asunto ni quitamos ni po- 
nemos rey. De ningún modo queremos aparecer em- 
peñados en sostener esta <5 aquella de las tésis extre- 
mas. En abono de ambas se encontrarían con facilidad 
argumentos atendibles que la historia enunciará ma- 
ñana. No corresponde esa tarea de amortajar pasio- 
nes á los que apenas aspiramos á ser cronistas breves 
de cosas pasadas; á quienes, aunque nos resistamos á 
ello, todavía vivimos bajo el dominio, por suerte cada 
día mas liviano, de aquellas pasiones. 

Por lo demás, no modifica mayormente los térmi- 
nos de nuestro comentario, decidido y recto, el hecho 
de que haya ó no existido capitulación el 2 de Fe- 
brero de 1858. Con ella ó s,in ella Quinteros fué un 
gran error, tal vez un crimen; como han sido grandes 
errores, tal vez crímenes, el fusilamiento, sin juicio, de 
los defensores de Paysandú; el fusilamiento, por orden 
verbal, de los defensores de la Florida; el fusilamien- 
to, por orden personal de Lavalle, del coronel Dorre- 
go; el fusilamiento, como exigencia de un juicio infa- 
me, de los hermanos Carrera; el fusilamiento, por 
orden impartida poi Bolívar, de los ochocientos pri- 
sioneros españoles; el fusilamiento, sin juicio, por los 
unitarios mandados por el coronel Bartolomé Mitre, 
del general Gerónimo Costa, coronel Ramón Bustos 
y demás compañeros revolucionarios. 



164 


LA TIERRA CHARRÚA 


Y no calificamos directamente de crímenes esta 
série de hechos tremendos por cuanto la idea de cri- 
men vulgar, alevoso, premeditado, con dificultad puede 
encarnarse en los sucesos políticos, creados siempre 
por grandes marejadas y por enloquecedoras ofusca- 
ciones. ¿Qué hombre de estado, qué partido, qué 
general al cometer sus más grandes desaciertos polí- 
ticos, al producir hechos atentatorios y de sangre, que 
en la vida ordinaria representan delitos comunes, 
castigados sin atenuación por los códigos, no ha creído 
responder á una inspiración elevada y patriótica? En 
política, con muy raras excepciones, el que manda y 
en el desempeño de su autoridad deja caer el peso de 
la fuerza sobre los que estorban su gestión guberna- 
tiva, por lo general cree interpretar los anhelos de la 
masa y ser fiel ejecutor de las disposiciones de la ley. 
Nunca echa de menos el que está arriba los inciensos 
que marean, los aplausos y las adulaciones que embo- 
rrachan. ¿Puede decirse que es un asesino vulgar 
quien hiere dominado por los celos, enceguecido por 
la cólera, sin conciencia de lo que hace su brazo? 
Pues en las agitaciones políticas pasa algo parecido 
aunque no en grado tan avanzado. En el terreno de 
la pasión, nada hay más difícil para definir que la 
frontera que separa á la equidad del atropello, á la 
justicia del atentado, á lo bueno de lo malo. Si se 
escucha al gobierno, los opositores son unos mi- 
serables, anárquicos, hijos réprobos. Si se oye á los 
opositores, el gobierno encarna un insoportable des- 



LA TIERRA CHARRÚA 


165 


potismo, una ignominia, una burla grotesca de la 
libertad. Es rarísimo el caso en que los grandes 
desaciertos políticos no tienen origen en grandes 
extravíos morales del instante. Y esta circunstan- 
cia palpable, que encuentra su consagración leal 
en cada página de la historia, no debe ser desa- 
tendida por quienes tienen la dicha de apreciar los 
acontecimientos más controvertidos sin descender de 
las regiones severas del pensamiento, allí donde ha- 
llan su clima los espíritus ecuánimes. Existen ejem- 
plos excepcionales de constancia en el atentado bár- 
baro, de séries de delitos, y entonces pierde razón 
decorosa de ser la circunstancia atenuante. Así, las 
iniquidades reiteradas de Rozas, que durante veinte 
años y sin declinar en sus entusiasmos homicidas, 
cercenó á cuchillo las conciencias argentinas, ofrecen 
el caso de una aberración política llena de horrores- 
Ahí aparece el crimen con caracteres orgánicos, ce- 
bándose en padres y en hijos, en derechos y en insti- 
tuciones, en la fortuna privada, en la fortuna pública, 
en el honor de las familias, en el honor de la patria, 
en el honor de la democracia que es la gran familia 
humana. Rotos todos los frenos, mil veces cometida 
la violación y mil veces anhelada, despreciadas todas 
las dignidades de la colectividad, ¿quién se atreve á 
lavar de manchas ese collar de infamias ? 

Pero las crudezas críticas pierden su carácter ab- 
soluto cuando se trata de errores, todo lo grave que 
se quiera, pero que apuntan manifestaciones aisladas 



166 


LA TIERRA CHARRÚA 


en un conjunto sano. El hecho de que ellos proven- 
gan de una administración regular en sus lincamien- 
tos generales, honesta, afanosa en su propósito moral, 
y combatida, á pesar de eso, por oposiciones iracun- 
das, presta coyuntura á las atenuaciones. 

No encarando las cosas con esa calma bienhechora 
é insistiendo en negar el grueso rubro que pertenece 
á la fragilidad y á las miserias de los hombres, se 
llega á derribar muchas, muchísimas cumbres adora- 
das por la propia fantasía y en lo que se refiere á los 
fastos continentales se concluye por convertir en 
polvo á los primeros capitanes de la Independencia, 
batiendo luego lodo con famas y con reconocidos 
prestigios. Quien penetra en el pasado movido por 
ímpetus inexorables acusa desconocer la calidad 
esencialmente falible de los hombres. Examinando la 
conducta de cada cual, sin mayor esfuerzo, acabará 
por doblar las más altivas frentes y al final de la jor- 
nada demoledora, cuando se disponga á celebrar su 
victoria cosaca, la justicia, tocándole en el hombro, le 
dirá: — ¿Y tú también, acaso no debes incluirte en el 
número de los condenados? Los hombres no son im- 
pecables. Por lo contrario, su más legítimo patrimo- 
nio lo representa su derecho á pecar. Las purezas 
irreprochables no son de este mundo. Dentro, pues, 
del medio bastardo en que vivimos, es necesario ele- 
gir lo menos malo y señalar las causas y los paliati- 
vos de lo peor cuando ellos existen y son lógicos. 

¿Cual de los más brillantes campeones de nuestra 



LA TIERRA CHARRÚA 


167 


libertad no presenta enormes culpas? Bastaría tomar- 
los con sacrificio de las leyes imponentes de la pie- 
dad histórica para hacer de ellos hechuras bárbaras y 
contradecir sus hazañas de poema con sus responsabi- 
lidades de tragedia. 

Para nosotros Quinteros sólo puede tener explica- 
ción y encontrar algunas atenuantes. Nunca intentare- 
mos exhibir el justificativo de algo que no lo tiene. 
¿Cómo legitimar el derramamiento innoble de sangre, 
que siempre ha sido y será estéril para el bien, cuando 
injusto? ¿Cómo hablar de rebeldes y de la rigidez 
del cometido militar, cuando todos eran los mismos y 
cuando antes que el soldado victorioso estaba el her- 
mano vencido? Quinteros, Paysandú, la Florida, tri- 
logía de sangre, episodios ingratos, mucho olvido ne- 
cesitáis para borrar la huella de tanto exceso! 

Se ha sostenido que la ejecución del 2 de Febrero 
de 1858 fué procedente y perfectamente legal por 
cuanto el gobierno, con anterioridad, había puesto fue- 
ra de la ley á los revolucionarios, según se desprende 
del decreto que agregamos íntegro: «Montevideo, 
Enero 1. de 1858. — Considerando que la paz pública 
es una de las primeras necesidades del Estado y que 
ella no se puede conservar sino teniendo por base el 
respeto y obediencia á las autoridades constituidas; 
que ese respeto y obediencia es un deber indispensa- 
ble en todos los ciudadanos é imprescindible en los 
jefes y oficiales de la República; que habiéndose alza- 
do en abierta rebelión contra el gobierno, varios jefes 



LA. TIERRA CHARRÚA 


Í 68 


capitaneados por los traidores Brígido Silveira, Fa- 
rías y otros, el gobierno se encuentra en la indispen- 
sable necesidad de castigar con todo el rigor de la ley 
esa rebelión injustificable, á menos de abdicar los de- 
beres y derechos que le competen por las leyes fun- 
damentales del Estado, ha acordado y decreta: Artí- 
culo l.° Declárase reos de lesa política á los traido- 
res Brígido Silveira y demás jefes y oficiales que se 
hayan prestado ó se prestaren á apoyar la rebelión 
contra el gobierno. Art. 2.° Ordénese á las autorida- 
des civiles y militares de la República que en caso de 
ser aprehendidos procedan á juzgarlos con brevedad 
y pronta aplicación de la ley. Comuniqúese, publíque- 
se, etc. — Pereira. — Andrés Gómez. » 

Pensamos que aquel argumento no adquiere carác- 
ter decisivo ni aún con la constancia de que se había 
impartido en debida forma una orden oficial rigurosa. 
Por lo pronto, conviene observar que tratándose de 
convulsiones políticas nunca se cumplen las leyes 
represivas de alcance extremo, dictadas sólo para 
estorbar la propagación de la causa combatida. Huelga 
exponer el fundamento de esas tolerancias. En el 
fondo de todas las revoluciones flota un ideal, un afán 
generoso, alguna razón de justicia, y cuando en virtud 
de cualquiera de esos acicates morales, aunque se Ies 
exagere, un núcleo de ciudadanos se lanza á los cam- 
pos sacrificándolo todo, no existe el derecho en el 
triunfador de aplastar á los vencidos con el peso 
extricto de la ley como si se tratara de ladrones y de 



LA TIERRA CHARRÚA 


169 


matreros. Esto no se discute por lo sabido y por lo 
sensato que es. Y en nacionalidades del espíritu fe- 
briciente de las muestras, en donde todos hemos sido 
revolucionarios, en donde el derecho, por lo general, 
ha vivido divorciado del gobierno, se impone con más 
fuerza la clemencia con los derrotados. ¿Quién no 
ha conspirado en estos países anárquicos del Río 
de la Plata? ¿Pues, habría sido admisible el fusi- 
lamiento por mandato legal de los que, en cien oca- 
siones, pudieron ser tomados prisioneros con las 
armas en la mano ? Supongamos á Máximo Santos 
tirando un decreto, semejante en su energía casti- 
gadora al decreto que comentamos, en los preli- 
minares de la cruzada de 1886. En ese concepto, 
cuando mil seiscientos prisioneros cayeron en su 
poder, 'él habría ejercitado un derecho legal convir- 
tiendo en un inmenso patíbulo á los campos ya me- 
lancólicos del Quebracho. ¿Bastara para justificar ese 
hecho de sangre la enunciación de la severísima orden 
emitida? Jamás. Por encima de la ley escrita está la 
ley moral ; más alto que la legalidad de los documen- 
tos, que es de cristal, está la legalidad de las concien- 
cias, que es eterna. Agréguese á lo expuesto que los 
vencidos en Quinteros componían un núcleo de nati- 
vos figurando á su cabeza elementos descollantes que, 
extraviados ó no, presentaban títulos envidiables para 
ser respetados. Además, el decreto del l.° de Enero 
mandaba que se juzgase á los prisioneros y esto no se 
cumplió en Quinteros. El procedimiento seguido por 



170 


LA TIERRA CHARRÚA 


los Consejos de Guerra para dictar sus fallos, aunque 
sumario, exije ciertas formalidades conocidas. Allí 
no hubo forma de juicio. El general Medina declara 
en su parte que cumplió lo mandado por el decreto de 
la referencia en cuanto al fusilamiento di los vencidos, 
nada más. 

Nosotros no consideramos que la actitud severa, 
cruel, del gobierno, respondiera á odios de bando, fue- 
ra el fruto de las intemperancias pasionales encendi- 
das en años pasados y desatadas entonces por obra 
de las circunstancias. 

Tal vez algún colorido de ese acento ha prestado 
al infausto suceso la barbarie de las muchedumbres 
partidarias, pero es indudable que el gobierno al pro- 
ceder como procedió lo hizo guardando consecuencia 
á reiteradas manifestaciones anteriores. Precisamente 
el señor Pereira, como si adivinara que el destino 
colocaría tempestades en su ruta, expuso repetidas 
veces en documentos que hemos comentado cual 
era su modo de pensar con respecto á las pers- 
pectivas de agitaciones internas. El carácter inflexi- 
ble de sus opiniones se revela en todos los párrafos 
de su programa que parece producto de agoreros por 
la precisión moral de sus vaticinios. La última frase 
de aquella pieza política condensa su espíritu robus- 
to: «vencedor ó vencido habré cumplido siempre con 
mis deberes á despecho de todos y de todo. » Dema- 
siado lejos llevó el mandatario la interpretación prác- 
tica de esas palabras ! Mas cerca hubiera estado, cier- 



la tierra charrúa 


171 


tamente, de los deberes invocados ejercitando la 
clemencia, que es en el gobierno la ley de las leyes, 
en vez de preferir una fórmula inexorable y bárbara 
de castigo. 

Que eran pecadores los revolucionarios, se afirma. 
Contestamos: ante todo, ya hemos recordado que 
siempre será venial en los países libres de la tierra, 
el delito cometido por los hombres de partido convic- 
tos de conspirar contra el orden público. Y aun con- 
cediendo que fueran grandes culpables los fusilados 
en Quinteros, ¿ era legítimo extremar con ellós la re- 
presión cuando el país acababa de salir de una época 
infernal, cuando durante nueve años de guerra se ha- 
bían estado cometiendo día á día pecados de lesa pa- 
tria, siempre impunes? Por otra parte, en determina- 
das situaciones de la vida ninguna venganza es más 
cruel que el perdón. La generosidad como el ridículo 
mata á las más airadas causas y á esa victoria sola, 
la más espléndida, deben aspirar los gobiernos saga- 
ces. Considerando los preliminares de la administra- 
ción combatida así como las declaraciones escritas 
del gobernante, que abundan en protestas enérgicas, 
á menudo he pensado que la tragedia del 2 de Febre- 
ro fué dictada por una pasión arraigada que muy bien 
pudo ser la de conservar á todo trance la paz, costa- 
ra lo que costara y cumpliendo así los postulados de 
una voluntad férrea. 

El país, que creyera entrar de lleno en sendas prós- 
peras, había sido arrancado del riel institucional, gra~ 



172 


LA TIERRA CHARRÚA 


cias á una audacia militar, tal vez triunfante por la 
tolerancia oficial. A este gravísimo descarrilamiento 
siguieron tres años de caos singularizados por una 
perpétua fiebre revolucionaria: el poder pasaba, como 
moneda, de mano en mano. De estas largas tinieblas 
fué apartada la nación por el pacto de los generales, 
que hizo posible el advenimiento de un mandatario 
ungido por el sufragio popular y superior en su de- 
sempeño á las ambiciones reprobables de las fraccio- 
nes. Ese mandatario fué el señor Pereira que ocupó 
el mando en pleno período de efervescencias y bajo 
la amenaza de una reacción desordenada. Eran los 
mismos elementos vencedores en 1853, desapodera- 
dos luego por una de las tantas alternativas políticas, 
los que se lanzaban á la borrasca. Los que hicieron 
la revolución á Giró conspiraban un lustro después 
contra Pereira. Si aquel mereció censuras por su re- 
signación ante el despojo arbitrario y si á su benig- 
nidad se atribuyera el origen de los posteriores de- 
sastres nacionales, este no estaba dispuesto á repetir 
el ejemplo de la retirada noble, antes estéril. Tal vez 
creyó con sinceridad el señor Pereira que él disiparía 
las in certidumbres y peligros latentes de la situación 
sellando con un acto de inusitada dureza el final de 
una aventura revolucionaria dirijida contra su gobier- 
no. Si así lo juzgó fué enorme su error. 

Por lo expuesto, se alcanza el juicio definido que 
tenemos formado sobre Quinteros. Nada nos inclina á 
justificar aquel suceso de sangre que tantos explica- 



LA TIERBA CHARRÚA 


173 


bles rencores encendiera. Sin embargo, no incurrimos 
en las exageraciones de quienes, dominados por la 
obcesión partidaria, presentan á aquella tragedia de 
nuestro período de organización con caracteres de 
aterradora ferocidad imputándola á un partido de 
antaño que, matando al enemigo indefenso, dicen, 
rindió homenaje á su tradición de sangre y de degüello. 
Los que así se expresan infieren cruel injuria á nues- 
tra raza, al suponerla madre de generaciones orgá- 
nicamente asesinas, de generaciones entusiastas por 
el atentado, hermanas de los chacales y primogénitas 
del crimen. Afortunadamente es la mencionada una 
tésis que á fuerza de ser torpe, resulta ridicula. El 
hecho de que ella tenga á la fecha, aunque parezca 
increíble, numerosos heraldos sólo revela que toda- 
vía hay entre nosotros muchos explotadores de 
ódios ya prescriptos y también muchos adversarios 
de la ciencia histórica y de sus preciosas ense- 
ñanzas. Responsable ó nó el partido blanco de la 
ejecución de Quinteros repugna á nuestros sentimien- 
tos levantados presentar á aquel grupo político vestido 
con instintos de hiena, de la misma manera que nos 
repugnaría lanzar semejante brulote sobre el partido 
colorado achacando á frutos de una tendencia san- 
guinaria los sombríos acontecimientos de Paysandú y 
de la Florida. Estos y aquél han sido gravísimos 
errores, accesibles á la atenuación y al olvido. Ellos 
fueron consumados en momentos de terrible ofusca- 
ción, por mandato de indómitas pasiones, y todo 



174 


LA. TIERRA CHARRÚA 


inclina á creer que las primeras censuras para tales 
masacres las encontró la justicia en el corazón contrito 
de sus mismos y principales autores. 

Más de uno debió la vida al esfuerzo generoso de 
jefes gubernistas. 

Véase lo que dice á ese respecto don Juan Manuel 
de la Sierra, uno de los prisioneros, en un libro sobre 
Quinteros, publicado en 1884, que destila la pasión 
más iracunda: « Los blancos estuvieron amables y sal- 
varon á varios. Daremos la relación: El coronel don 
Dionisio Coronel, por simpatía particular, al mayor' 
don Juan B. Hubó. El coronel Muñoz, por igual mo- 
tivo, al mayor don Antonio Almada, el comandante 
Carnes, al de igual clase don José Mora. El coronel 
don Francisco Lasala á su sobrino el capitán don 
Juan M. de la Sierra, ciudadano don Vicente Garzón 
y al Sargento Mayor don Wenceslao Regules. El co- 
mandante Simón Moyano al capitán don Gabriel T. 
Ríos. El comandante don Pantaleón Pérez al ciudada- 
no don Adolfo Cabrejo. El traidor Medina á los ciu- 
dadanos don Luis Isaac de Tezanos y don Juan An- 
tonio Vilas (a) Pittaluga. Los comandantes don Ber- 
nardino Olid y don Gervasio Burgueño al mayor don 
Luis Viera, capitán don Ciríaco Burgos, don Manuel 
Pagóla, don Celestino Zamora, don Ezequiel Burgos, 
don Pedro Zas, don Eusebio Latorre, don Antonio 
Pedemonte, don Feliciano González y don Pedro Ve- 
lazco; ayudante mayor don Miguel Antuña; tenientes 
don Felipe Batista, don Clodomiro Lezama, don Agus- 



LA TIERRA CHARRÚA 


175 


tín Chalá; y los ciudadanos don Mauricio Zavalla y 
José Cándido Bustamante. El mayor don Ignacio Raíz 
fué salvado por otro jefe cuyo nombre no recordamos. 
Otro tanto nos sucede con los jefes que salvaron los 
capitanes don Manuel L. Quijano, don Gregorio Gar- 
cía, y tenientes don León Ortiz, don Manuel Alvara- 
do, don Francisco Laenz, y demás oficiales subalter- 
nos que figuran en las listas que en otro lugar pu- 
blicamos.» (1) 

Las listas á que refiere el señor de la Sierra dan 
un total de trescientas ocho personas las que á estar 
á su manifestación, insospechable en lo que ello pue- 
da favorecer al gobierno de la época, fueron puestas 
en libertad al llegar á la Villa de la Unión. ¡No todo 
fué siniestro! 

Por otra parte, es necesario remontarse á aquellas 
épocas de espantosos desequilibrios sociales para en- 
contrar el secreto de las grandes agonías republicanas 
porque atravesaron las naciones de Sud América. 
¿En cual de ellas no se sacrificó, no se inmoló al ven- 
cido en nombre de la libertad? Sin acordarnos otra 
vez del coronel Dorrego, hecho mártir, ahí está rio 
por medio el ejemplo de otra tragedia gemela y casi 
contemporánea de Quinteros. En 1856, estando la 
provincia de Buenos Aires en manos de un gobierno 
unitario, fué invadida por un grupo de distinguidos 
elementos disidentes encabezados por los generales 

[1] Por un testigo presencial f J. M. de la Sierra) La Revolución de 1857 
y la Hecatombe de Quinteros , pág. 91 y 92. 



176 


LA. TIERRA CHARRÚA 


Gerónimo Costa, José María Flores, y coroneles Bus- 
tos y Perez. El gobernador don Pastor Obligado, que 
era á pesar de eso un distinguidísimo ciudadano, did 
órden de que se persiguiera sin cuartel á los revo- 
lucionarios y con esas instrucciones salió á campaña 
su ministro de la guerra, coronel don Bartolomé Mitre, 
quien cumplió al pié de la letra lo mandado, como ló 
acredita evidentemente su mismo parte, que en lo 
pertinente dice así: « ¡Yiva Buenos Aires! A escape* 
Ganando horas. Urgentísima. Villa de Lujan, l.° de 
Febrero de 1856. Excmo. señor Gobernador del Es- 
tado, doctor don Pastor Obligado : 

La persecución ha durado por más de tres leguas ha- 
biéndose ellos dispersado totalmente al extremo de 
no quedar dos hombres reunidos. Entre sus muertos 
se hallan el ex-coronel don Ramón Bustos; y entre 
los prisioneros Gerónimo Costa (fué fusilado), un 
comandante Wiffe ( fue fusilado), Benjamín Perez 
(fué fusilado). Benitez fué perseguido dos leguas y 
escapó en un parejero. Felicito á V. E. por este nue- 
vo triunfo. Dios guarde á V. E. muchos años. — Bar- 
tolomé Mitre . » 

Completa ese documento este otro, también extrac- 
tado: « Villa de Lujan, l.° de Febrero de 1856. Excmo» 
señor Secretario en el Departamento de Guerra coro- 
nel don Bartolomé Mitre 

Alcanzado Benitez y su gente murieron todos 

Dios guarde á V. E. muchos años. — 

Coronel Eusebio Canesa. » Es el primer ciudadano 



LÁ TIERRA CHARRÚA 


177 


¿le Sud América en la actualidad quien suscribe el 
mas acusador de esos oficios que empieza con un ¡viva! 
y que concluye con una felicitación por la victoria 
obtenida, después de comunicar que han sido fusila- 
dos los prisioneros, que eran gloriosos servidores de 
la nación. Por su parte, el temerario Conesa dice to- 
do en pocas palabras : « murieron todos. » Ya sabe- 
mos lo que esa frase gráfica significa: ninguno fué 
perdonado en la derrota. Pues nadie se acuerda de 
remover estas memorias fratricidas que excitan al 
odio y que ya no tienen objeto en las luchas avanza- 
das de la democracia argentina. En nuestro pais, hace 
diez años, hemos tenido en marco reducido otro dra- 
ma político sin nombre. 

Durante el gobierno ilustrado y civil del doctor Ju- 
lio Herrera y Obes se consumó la perversa celada del 
11 de Octubre y nadie ignora que al infortunado doc- 
tor Pantaleón Pérez se le dió muerte en el fondo de 
un cuartel, después de estar rendido y prisionero. 

En antecedentes el gobierno de la época de las agi- 
taciones subversivas de ciertos elementos avecinda- 
dos en el pueblo de la Unión, pues dos jefes de cuer- 
po invitados al efecto habían cumplido con su deber 
militar denunciando aquellos trabajos, ordenó á estos 
últimos que simularan apoyar á los ilusos que en 
ellos confiaran, á fin de reconocer el carácter y al- 
cance de la revolución en germen. Aunque ya á esa 
altura y aceptando semejante conducta perdía terre- 
no el honor de los jefes solicitados, ello poco hubiera 


12 



178 


LA TIERRA CHARRÚA 


importado á concluir el asunto con las referencias 
legales ordinarias. Pero este sainete degeneró en 
sangriento drama gracias á las inspiraciones inferna- 
les del propio Presidente de la República, que movía 
los hilos de la miserable maquinación, y media docena 
de inocentes ciudadanos, víctimas de su credulidad, 
encontraron la muerte como consecuencia delaini-: 
cua farsa referida. 

Insensatez mayúscula fuera alegar á diario en favor 
del derecho con el recuerdo de aquella infamia. 
Toda nuestra vida de ensayo institucional está plaga- 
da de episodios sangrientos é innobles. Quienes han 
tenido oportunidad de presenciar las espantosas es- 
cenas de irrespetuosidad á los muertos que se des- 
arrollan en un campo de batalla, quienes saben mejor 
que nadie cuantas calamidades engendra la guerra 
civil porque han palpado en la realidad sus horrores 
— y eso que eran atemperados — pueden darse cuen- 
ta de los sucesos trágicos que se han desarrollado en 
nuestras comarcas durante cuarenta años de desastre 
y de encarnizamiento pasional. Todos han interveni- 
do en esos excesos fúnebres que pertenecen al pasa- 
do como el eco á las tumbas. ¿A qué, pues, remover 
tanta vergüenza? Haciendo nuestra la interrogación 
cortante dirigida por don Domingo de Oro al primer 
general Mansilla, decimos: « ¿para qué legarle más 
inmundicia á la posteridad? » 

Tanto más odiosa es la tarea de vivificar los agra- 
vios del pasado y tanto más resaltante lo infundado 



LA TIERRA CHABBtJA 


179 


de ese prurito, que lleva á identificar con la idiosin- 
cracia criminal de un partido el desenlace reproba- 
ble del 2 de Febrero, cuando se piensa que durante 
aquella misma breve campaña cometieron los revolu- 
cionarios injustificables excesos. P21 reloj que usamos 
perteneció á Luis Pedro de Herrera, una víctima de 
la revolución de 1857, y presenta en sus tapas huellas 
indelebles del filo del puñal. El referido ciudadano, 
llevando á sus órdenes algunos policianos de la capi- 
tal, iba para el pueblo de Las Piedras en comisión 
del gobierno. A la altura del Colorado fue sorprendi- 
do por las fuerzas del coronel Silveira, muy superio- 
res en número. En presencia del enemigo sus solda- 
dos huyen quedando solo firmes el jefe de la partida 
y su fiel asistente. Decir que se peleó allí sería tan 
exagerado como sostener que dos hombres pueden 
sostener la carga aplastadora de doscientos atacantes. 

Pronto cayeron heridos de muerte los soldados que 
habían sabido cumplir con su deber, siendo ferozmente 
apuñaleados. A Herrera le cortaron las orejas y la nariz 
aparte de otras heregías sin nombre. El gobierno 
agredido, en conocimiento de tan ingrato suceso, tiró 
un decreto donando terreno en el Cementerio Central 
de Montevideo para sepultura del infortunado oficial 
sacrificado. La veracidad del anterior relato es noto- 
ria. Conociendo la exaltación de las opiniones polí- 
ticas sustentadas por el bravo César Díaz no pueden 
extrañar, por otra parte, los siguientes conceptos que 
extractamos de una carta auténtica y ya publicada 



180 


LA. TIERRA CHARRÚA 


que dirigió, cuando la cruzada, á don Tomás Gomen - 
soro: 

«... Actividad y energía, mi querido amigo. Es 
preciso que el partido colorado, el partido de las tra- 
diciones gloriosas de la República, se levante como 
un solo hombre para gritar ¡ atrás ! á esa canalla que 
prostituye los destinos públicos ; es preciso extirpar 
esa raza maldita que más de una vez ha entregado el 
país al extranjero, etc. Es preciso que corra sangre 
porque ella es necesaria para sellar la revolución y 
hasta es moral que no se demore el castigo de los 
criminales. No haya lástima, no, con ellos, severidad, 
amigo mío, y mano de fierro con esa canalla. Fusile 
usted á todo el que no quiera plegarse á nuestras 
ideas, á todo el que no quiera aceptar las gloriosas 
tradiciones de la defensa; derribe usted de una vez 
todos los obstáculos que se nos presenten. Yo acepto 
la responsabilidad de todo. Para todo lo autorizo, 
etc., etc. — César Díax. » ¡Disculpables intemperan- 
cias de los tiempos terribles! 

La revolución de 1857 obedecía á las inspiracio- 
nes políticas del doctor Juan Carlos Gómez y sabido 
es que este tribuno de tanto talento prohijaba la idea 
de nuestra anexión á la República Argentina y que 
este ensueño era compartido por los primeros pensa- 
dores de la causa unitaria. En vísperas de partir pa- 
ra Montevideo, en donde. fundaría el célebre «Nacio- 
nal», se ofreció al doctor Gómez en la capital porte- 
ña un banquete, esencialmente partidario, al cual con- 



LA TIERRA CHARRÚA 


181 


currieron entidades extranjeras de primera fila. Lle- 
gado el momento de los brindis todos los oradores 
pronunciaron discursos de largo alcance internacio- 
nal á cuyo través se dibuja el afán anexionista, que 
importaba una blasfemia para los buenos orientales. 
Terminó así su peroración el doctor Yelez Sarsfield: 
«Que sea feliz en todos sus pasos; que alce á su an- 
tigua patria de la postración y desgracia que sobre 
ella pesa; que el cielo y los hombres le ayuden á ha- 
cer de sus dos patrias una sola, como antes lo fueron; 
que á él se deba la unión en una sola República del 
Estado Oriental y de los Estado del Plata. » Excia- 
ba el insigne Sarmiento: «Que Montevideo se resta- 
blezca de los males del cuerpo y del alma que lo afli- 
gen ; que recupere su libertad y su salud y el pueblo 
volverá los ojos adonde tiene sus amigos, sus compa- 
triotas de sangre, de raza, de idioma, y un día busca- 
rán en los Estados Unidos del Plata remedio á todos 
sus males. » 

Contestó, entre otras cosas, el obsequiado: « El día 
está cercano en que poniéndose de pié toda la Repú- 
blica á la vez, aterre á los caudillos, á las explotacio- 
nes, á las farsas que agitan el océano y enarbolando 
con su brazo robusto la bandera de la nación, poda- 
mos todos reunidos á su sombra, ciudadanos de una 
poderosa República, brindar por el gran pueblo de los 
Estados Unidos del Sud.» 

Nosotros que abrigamos profunda fé en la consis- 
tencia y grandeza de nuestros destinos ; que venera- 



182 


LA. TIERRA CHABRtJA 


mos la tradición libertadora del heroico Artigas; que 
creemos indestructible el cimiento de la nacionalidad 
bizarra que aquel fundó, apreciamos equivocada, mal- 
dita la propaganda cívica que resucitaba el ideal ne- 
gro de la incorporación. 

Al general Lavalleja se le ha censurado porque, 
bajo la presión de circunstancias desesperadas, aceptó 
el remedio transitorio de unir nuestra vida á la vida 
argentina. Pues el doctor Juan Carlos Gómez abogó 
por la anexión en tiempos de bonanza, cuando ya 
óramos definitivamente libres, y presentándola como 
una solución permanente. ¿Habrá quien sostenga que 
no padeció error el ilustre escritor al prestigiar una 
fórmula fusionista que nuestro pueblo, que tiene enti- 
dad propia, jamás aceptará por estar ella reñida con 
sus preferencias, con su historia y con sus altiveces 
autonómicas ? 

Tal vez la reprobación de esos planes liberticidas 
contribuyó al incremento de la pasión ruda. 

Después de Quinteros, á solicitud de los legisla- 
dores señores Solsona y José G. Palomeque, la Asam- 
blea, constituida de afiliados á los dos partidos en 
número respetable, hubo de discernir á don Gabriel 
Antouio Pereira el título de Gran Ciudadano bene- 
mérito de la Patria, otorgándole el grado militar de 
brigadier general, en mérito: «á que los gloriosos 
sucesos de Callorda y de Quinteros, sobre la rebelión 
importaban un verdadero y exclusivo triunfo de la 
autoridad y de las instituciones de la República, que- 



LA TIERRA CHARRÚA 


183 


dando así labrada la base inmutable del orden y de la 
mejor garantía para la felicidad común. » Son éstas 
palabras textuales del proyecto de ley debiendo ob- 
servarse que sus dos proponentes estaban afiliados 
entonces al partido colorado. ¡Singulares ofuscacio- 
nes de criterio ! ¡La felicidad común, decían! Nunca 
estuvo ella más comprometida que después de la 
oscura inmolación ! La sangre generosa de los herma- 
nos sacrificados el 2 de Febrero de 1858 costaría 
muchas lágrimas y mucho duelo á la patria de todos. 
A la sombra de aquel episodio, injustificable ante las 
leyes morales, han nacido represalias de la peor estirpe. 
Todavía se explota inicuamente el recuerdo de aquella 
tragedia. 

El partido vencedor en 1865 ha declarado márti- 
res de la libertad de la patria á las víctimas del Paso 
de Quinteros. Con más peso y más autoridad que nos- 
otros alguien dirá mañana si es exacto ese pomposo ca- 
lificativo. Las palmas del martirio pertenecen á los allí 
caídos como pertenecen álos caídos en Paysandú, en la 
Florida y en otros altares del dolor. Falta averiguar 
si la libertad estaba proscrita del país en 1857, bajo 
los auspicios de un gobierno constitucional, recto y 
honrado, y si en ese supuesto ella venía envuelta en 
los pliegues de una bandera rencorosa y anexionista. 
Sea como fuere, que jamás se repitan escenas tan lú- 
gubres; que cuanto antes el olvido y la piedad borren de 
nuestro presente la huella amarga délos odios del pa- 
sado ; y que la juventud del día, sin distinción de par- 



184 


LA TIERRA CHARRÚA 


tidos, practique el culto de la verdad, sorda álas men- 
tiras convencionales dictadas por la pasión, condenan- 
do lealmente hechos sombríos como el que venimos 
de apreciar! 


Terminado el período constitucional del señor Pe- 
reira el l.° de Marzo de 1860 la Asamblea General 
eligió Presidente de la República á don Bernardo P. 
Berro. Formado este ciudadano en la escuela del sa- 
crificio más estricto podía presentar ya entonces una 
sobresaliente foja de servicios. En defensa de la 
autoridad constitucional de don Manuel Oribe había 
tomado parte activa en las campañas seguidas por 
éste en los años 36 y 37 contra el rebelde general 
Rivera. Durante el Sitio Grande permanece en el 
Cerrito, á la par de otros hombres de valía, salvando 
su nombre de toda complicidad en atropellos. Elegido 
senador, á raíz de la bendita paz de Octubre de 1852, 
apreciando sus evidentes condiciones de estadista se 
le designa para ocupar la presidencia de la Cámara 
Alta. De allí lo arranca el llamado de don Juan Fran- 
cisco Giró, quien le ofrece la cartera de Gobierno en 
su bien nacida administración. Consumado el motín 
del 18 de Julio don Bernardo Berro no cede en pre- 
sencia del atentado triunfante y sale á campaña á 
congregar tropas en favor de la causa legal. El pacto 
de la Unión tuvo su aplauso de manera, pues, que no 
fué de extrañar su exaltación á la primera magistra- 



la tierra charrúa 


185 


tura dentro de la política decretada por los generales 
en 1855. Ya antes de ocupar el mando supremo era 
el señor Berro una personalidad culminante. Para 
afirmarlo así nos remitimos, más que á sus antece- 
dentes cívicos, en conjunto radiantes, á la noble sig- 
nificación desús energías intelectuales. 

Muy pocos conocen los notables documentos po- 
líticos salidos de su pluma, pues la mayor parte de 
ellos están aün en los archivos. Pero las piezas escri- 
tas que han alcanzado publicidad permiten aqui- 
latar las superiores cualidades de estadista que 
distinguían á aquel gran ciudadano. Hombre de 
pensamiento águila, como don Manuel Herrera y 
Obes y don Andrés Lamas, el señor Berro desta- 
ca con luces singularmente propias en aquel me- 
dio crepuscular de nuestros ensayos institucionales; 
pero aventajó á los luchadores citados en algo inva- 
lorable para la posteridad : su conducta, recta y clara 
como el ideal, consagró siempre las austeridades de 
su propaganda que tuvo aristas preciosas. El título 
intelectual más saliente de don Bernardo Berro lo 
decreta el concepto exacto que se forjara de los par- 
tidos tradicionales y de su porvenir en relación con el 
porvenir de la patria que era su altar. Para él, ya en 
1854, era axiomático que el bien de la República solo 
podía alcanzarse mediante una -renovación de las di- 
visas políticas hasta entonces en uso y poniendo en 
práctica agitaciones colectivas denunciadoras de nue- 
vas tendencias y de nuevos gérmenes democráticos. 



186 


LA TIERRA CHARRÚA 


Como el asunto es de sí interesante y deseamos no 
aparecer hiperbólicos en nuestros asertos vamos á 
permitirnos insertar algunos párrafos de los escritos 
del señor Berro, que condensan admirablemente las 
ideas de la referencia. 

En su «Exposición de ideas sobre los trabajos para 
la reorganización del partido blanco,-» entre otras mu- 
chas cosas buenas, decía lo siguiente, como Presidente 
de la Junta Directiva elegida el día 20 de Febrero 
de 1854 y que era integrada por los señores Francisco 
Solano de Antuña, Eduardo Acevedo, Diego Lamas, 
Luís de Herrera y el exponente : 

« El partido Blanco y el partido Colorado no es- 
tán separados por ideas, ni por clase ó condición. 
Igual es su composición, é iguales también sus prin- 
cipios políticos. Su división es toda personal ó corres- 
ponde sólo á las personas de que se componen. No 
pugnan por establecer doctrinas ó sistemas contrarios 
sino para adquirir cierta posición para dominar ó pa- 
ra evitar que otros la adquieran, para no ser domi- 
nados. La cuestión es referente á hechos, á su diver- 
sa apreciación. Proclaman los mismos principios y se 
separan en su aplicación á esos hechos. Hay algo de 
parecido en nuestros partidos, tales como los van po- 
niendo los sucesos, á aquellos que destrozaron á las 
antiguas repúblicas de Italia en los días de su deca- 
dencia. Al último no se peleaba ya por nada que in- 
teresase á la patria, sino á las familias coaligadas que 
buscaban en el poder, ya la satisfacción de sus odios, 



LA TIERRA CHARRÚA 


187 


de su vanidad <5 de su codicia, ya un medio de librar- 
se de las vejaciones de sus antagonistas. Excluyén- 
dose recíprocamente, y siendo la elevación del uno la 
desgracia del otro, la lucha no podía menos de repro- 
ducirse constantemente y ser la guerra civil el estado 
nrrmal de la República. 

Con semejantes partidos bien se vé que no puede 
menos de caminarse á una ruina cierta; como sucedió 
allí y como sucederá aquí si llegasen á perpetuarse. 
Y no importa que uno de los combatientes esté 
exento de culpa, que obre solamente por la necesidad 
de la defensa propia; el resultado siempre será el 
mismo: la división de la nación en dos partidos en- 
carnizados combatiéndose sin cesar y como natural 
consecuencia el desorden y la tiranía ; la sangre y la 
desolación ; la ruina de todos modos. Y agregaba lue- 
go: «El Partido Blanco nació ligado á un hecho, no á 
una idea; tuvo un objeto especial: filé instituido para 
sostener el gobierno constitucional de don Manuel 
Oribe atacado por Rivera. Ese hecho terminó de todo 
punto con la pacificación y el pacto de Octubre, y 
con él terminó también la causa que produjo este par- 
tido. Este debió, pues, cesar y cesó. » ( 1 ) 

Poseen incomparable belleza moral estos párrafos 
que denotan un relieve de ideas altruistas tan valien- 
te como raro en una época gobernada por la pasión y 
por el agravio cruel. Los jóvenes colorados fanáticos 

(1) Juan José de Herrera. — Anales del Partido Nacional. — Tomo II —Pá- 
ginas 22 y 24. 



188 


LA TIEBBA CHABELA 


del odio tradicional y los por fortuna ya escasos jó- 
venes que diciéndose nacionalistas manchan con evo- 
caciones inicuas las pureza del programa del Partido 
Nacional, debieran aprender cordura empapando su 
criterio, dominado por el extravío, en la lectura edu- 
cadora de máximas tan avanzadas. ¡Hace cincuenta 
años ya se repudiaba un pasado trágico que ahora, 
por regresión atávica, pretenden restaurar algunos 
espíritus ó mal dirijidos ó de aliento pobre! 

Después de fundar la necesidad imperiosa de elegir 
una fórmula más adelantada de agrupación, declaraba 
el señor Berro á sus correligionarios : « Para el intento 
de los blancos una bandera que represente el interés 
nacional, que llame la acción de la nación y en- 
vuelva también el interés blanco, sería la que conven- 
dría adoptarse de preferencia. Creo que la bandera 
de Octubre podría servir para eso. Ella declara 
la necesidad y hace la prohibición de que no haya 
vencedores ni vencidos; que ninguno de los partidos 
tenga privilegio sobre el otro; que ninguno de ellos 
quede glorificado y con toda la honra y el otro conde- 
nado y con todo el deshonor. Ella prescribe el someti- 
miento al orden constitucional y busca la unión de 
todos y su igualdad bajo el dominio de la ley. Una 
bandera de esa clase no podrá menos de halagar y 
atraer á los hombres de paz y á cuantos son extraños 
álos partidos; y además estaría constantemente enca- 
minándose á la disolución de éstos y buscando el re- 
greso al orden normal y á la estabilidad que lo acom- 



LA TIERRA CHARRÚA 


189 


paña. ¡Cuánta fuerza moral adquiriría el partido que 
alzase esa bandera! ¡Cuántas ventajas adquiriría so- 
bre el contrario que le opusiese el estandarte de la 
intolerancia, del exclusivismo y de la tiranía de par- 
tido, causa eficacísima y reconocida de la perpetra- 
ción del desorden ! » ( 1 ) 

¿Cómo resistir á la transcripción de tales párrafos 
que exhiben tanta galanura de sentimientos y que 
aliados á otros igualmente notables de selectos pen- 
sadores de filiación colorada y de filiación blanca 
integran un mosaico de alto patriotismo? ¿Cómo no 
prestar ámplio espacio á opiniones que crean todo un 
magnífico programa de principios y que demuestran 
á la evidencia que el partido constitucional se vistió 
con las plumas del grajo al adjudicarse la paternidad 
de ideas de concordia, difundidas mucho antes, y arre- 
batadas, sin confesarlo, al pasado para hacerlas fraca- 
sar precisamente por apartarse de los rumbos firmes 
diseñados por la clarovidencia de algunos de nuestros 
mayores; precisamente por alentar la arrogancia de 
repudiar con platónico radicalismo los viejos cultos, 
viejos y deformes, pero valiosos é indispensables para 
reconstruir con éxito seguro? 

El carácter breve y sintético de esta obra no nos 
permite engolfarnos en la apreciación de este asunto, 
preñado de enseñanzas y de agradables sorpresas pa- 
ra quienes pensamos que en la coparticipación en el 

(1) Juan .losó de Herrera. —Anales del Partido Nacional. — Tomo II. 

raninas ¿o y <¿ü. 



190 


LA TIERRA CHARRÍJA 


gobierno de los partidos existentes, en el perfeccio- 
namiento de los mismos y en la práctica resuelta de 
la tolerancia y de la virtud común estriba el secreto 
de nuestras prosperidades morales y materiales. 

Don Bernardo Berro, ese presidente de idiosin- 
cracia despótica que se pinta para buscar causa á una 
revolución injustificable, condensó, al subir al mando, 
en un documento jugoso, sus principios de gobierno. 

Esa exposición fué invariablemente entregada para 
su lectura á las personalidades que ocuparon los di- 
ferentes ministerios, á fin de que ellas pudieran co- 
nocer el modo de pensar del jefe de la nación y saber, 
si él era adaptable á sus propias opiniones. Esa pieza 
política, dada á conocer poco tiempo atrás, ( 1 ) me- 
rece muy bien los más calurosos elogios de la crítica 
imparcial. Probablemente ella y el trabajo político 
dirijido en 1855 por don Andrés Lamas á sus com- 
patriotas, son los documentos de mayor nervio y re- 
veladores de más vasto talento de hombres de esta- 
do, que se haya producido en este país. Por otra 
parte, ningún presidente de la República, después de 
Berro, ha dado á sus conciudadanos una prueba de 
tanto respeto a la entidad de sus ministros y de tanta 
certeza de rumbos. En el documento de la referencia 
exponía el señor Berro, como puede verse, que su mi- 
sión como primer magistrado respondía á tres fines : 
l.° Consolidar el orden; 2.° Arreglar y moralizar la 

(l) Juan José de Herrera . — Anales del Partido Nacional . — Tomo I. — 
— Páginas G á 45. 



LA TIERRA CHARRÚA 


191 


administración ; 3.° Hacer efectivo el régimen repu- 
blicano. Estos tres objetos, decía, forman el círculo 
de mi aspiración fundamental. « Reconociendo que la 
actual administración está montada sobre el principio 
de la probidad y del liberalismo en su más pura y ex- 
trema significación, y que eso ha de constituir la base 
y punto de arranque de sus procedimientos, tengo que 
exigir prévio acuerdo sobre varios puntos; especial- 
mente estos tres: l.° Ejercicio Electoral; 2.° Régimen 
municipal; 3.° Cuestión Eclesiástica. » A cada uno de 
estos tópicos cardinales dedica luego párrafos dig- 
nos de los repúblicos norte -americanos, demasiado 
extensos para ser trasladados íntegros pero que en 
parte queremos reproducir para sentar uno de los 
más bellos antecedentes de aquel gobierno ejem- 
plar. Con respecto al primer punto dice el señor 
Berro: «De todos modos es mala la intervención 
del gobierno. Si la mayoría está con él es innece- 
saria esa intervención y siempre se produce el mal 
ya apuntado. Si está contra él, además de ese mal, 
viene á resultar destruido por su base nuestro 
sistema representativo, es decir, la minoría viene 
á usurpar el derecho de la mayoría dando repre- 
sentantes á la nación. ¿De qué servirá una legisla- 
tura buena, si para obtenerla sería preciso hacer malo 
al pueblo? Y la legislatura buena, y por lo mismo 
aceptable y respetada que procede de un vicio, afir- 
ma más éste haciéndolo llevadero y menos sensible. » 

Continúa sobre el segundo tema: « La sávia que 



192 


LA TIERRA CHARRÚA 


da vida, alimenta y hace desarrollar el régimen repu- 
blicano no está arriba, en el gobierno; no desciende 
de éste al pueblo; está abajo, en el pueblo; y sube de 
aquí para arriba, al gobierno. El gobierno recibe y 
elabora esa sávia que baja después á beneficiar la 
sociedad. Es preciso que esté bien primero el pueblo, 
para que abunde la sávia republicana y la comunique, 
cual conviene, á los poderes que de él nacen. Es 
preciso que el pueblo sea republicano, sepa serlo, no 
pueda dejar de serlo, para que esos poderes marchen 
republicanamente, para que ellos y todo se mueva 
conforme á las condiciones esenciales de la vida re- 
publicana. Esa es la necesidad vital. Y bien: el 
pueblo no aprende esas cosas, como se aprenden 
otras, con la agena enseñanza, las aprende por sí 
mismo, practicándolas, como se aprende á andar, an- 
dando. » 

Aborda así el tercer tema: «El patronato es una 
ley constitucional y el Poder Ejecutivo, por lo tanto, 
está obligado, hasta con juramento, á reconocerlo y 
defenderlo. Luego que el gobierno comprendió que 
se iba en camino de anular el derecho y las regalías 
del patronato, retiró el pase al breve de institución 
del Vicario Apostólico. Ahora se exije la reposición 
de éste en el gobierno de la iglesia oriental y fundán- 
dose precisamente en la no existencia del patronato. 
El Presidente no puede acceder á eso. La reposición 
sólo podría tener lugar, en cuanto al ejercicio de las 
funciones vicariales en el país, por un acto de patro- 



LA TIERRA CHARRÚA 


193 


nato, por el libre y expontáneo consentimiento del 
gobierno. » 

¿ Verdad que, á pesar de haber corrido cuarenta 
años, todavía poseen interés palpitante estas avanzadas 
ideas expuestas con tanto esmero de fondo y senci- 
llez de forma ? 

Para presentar más acentuado el cuadro y á true- 
que de molestar al lector, extractaremos algunos con- 
ceptos del mismo programa de gobierno comentado 
en lo que refiere á nuestras cuestiones políticas. El 
señor Berro encontraba la solución de nuestro oscuro 
problema internacional de entonces en el « aislamiento 
político de la República, vale decir, no ligarse políti- 
camente con nadie, salvo el caso de guerra, y enton- 
ces para el objeto de esta y nada más. No ponerse ba- 
jo la protección de ninguna nación sola. Aceptar lo 
que proceda de la combinación de muchas ; y en este 
concepto adherirse á la liga continental americana. >' 

Así resolvía el problema interno: « Constituciona- 
lismo en todo; espíritu liberal; promover la vida de- 
mocrática; combatir la licencia y el despotismo como 
lo más opuesto á eso ; sostener el principio de autori- 
dad y el vigor de la ley como lo más favorable á todo 
ello. Conservarse siempre fuera y encima de todos los 
partidos y círculos. Servirse de sus hombres y darles 
preferencia si fuere necesario consultando en ello tan 
solo los intereses del país y los propósitos del go- 
bierno en ese sentido. Estorbar por toda clase de me- 
dios lícitos el enarbolamiento de las antiguas bande- 


12 



194 


LA. TIERRA CHARRÚA 


ras de partido, aunque sea necesario apoyarse en los 
hombres que hayan pertenecido á alguno de ellos. » 

Quedaría inconclusa nuestra tarea si antes de ce- 
rrar estos expresivos extractos no dejáramos indicios 
de la opinión sustentada por el señor Berro para ob- 
tener el apaciguamiento de los partidos. Proponía él, 
por escrito : « Quebrar la posición de ios emigrados 
orientales en la República Argentina abriéndoles las 
puertas para regresar sin excepción, declarando á los 
que sean militares y no hayan perdido la nacionalidad 
oriental, repuestos en sus grados desde que acaten al 
gobierno y pidan su reincorporación al Estado Ma- 
yor General, sin perjuicio del derecho que oportuna- 
mente asista á los primeros para solicitar lo mismo 
cuando hayan recuperado su nacionalidad, conforme á 
la Constitución. Obligar por ese medical gobierno 
argentino, y acreditando simultáneamente cerca de él 
un agente, confidencial por ahora, á que asuma una 
política clara y precisa respecto de nuestro país, re- 
cabando si es posible garantías de que la paz no será 
alterada, ya que la responsabilidad de todo cuanto 
pudiesen intentar de allí los jefes orientales, hoy en 
armas como argentinos, es toda del gobierno argen- 
tino. » 

Apréciese después de esta última lectura el acierto 
político del señor Berro que, recién ascendido á la 
presidencia, ya ponía el dedo en la llaga de nuestros 
males internos. Su observación sobre la actitud falsa 
del gobierno argentino, mucho antes de que estallara 



LA TIERRA CHARRÚA 


195 


la revuelta florista, observación qué fué plenamente 
confirmada en la realidad, acredita que mucho antes 
de producirse los sucesos que dieron pretextos á la 
invasión ya se columbraba en nuestro horizonte la 
récia tormenta. 

Las declaraciones que hemos insertado abonan el 
sólido valimiento como estadista de don Bernardo 
Berro y hacen la mejor defensa de su personalidad. 
Quien sembró tan elevadas ideas políticas, quien hizo 
un culto de la honradez de manos y de corazón y del 
leal acatamiento á la ley, al extremo de ponerse más 
de una vez en pugna con sus mismos correligionarios, 
no puede jamás merecer los dictados vulgares que le 
dispara la pasión de grupo, inconsulta y sin escudo en 
este caso. 

A la distancia, al través de ocho lustros que han 
venido á limpiar de impurezas el juicio do las genera- 
ciones, la memoria del presidente Berro destaca se- 
ductora, erguida y sólida sobre nuestros horizontes 
históricos. Aquel gran ciudadano poseyólas virtudes 
patricias de don Joaquín Suárez completadas por un 
verdadero y esclarecido talento político. Sin duda 
alguna, él ha sido el primero de nuestros gobernantes 
y aún de los más selectos apóstoles del dogma demo- 
crático en este país. El día de la justicia ámplia y 
gloriosa pronto llegará para él 

Nacido en condiciones de la más extricta corrección 
institucional el gobierno de 1860 , tuvo las mismas 
auspiciosas perspectivas que se presentaron á la vista 



196 


LA TIERRA CHARRÚA 


de don Juan Francisco Giró al ocupar la presidencia. 

Los acontecimientos pronto acreditarían que nin- 
guna barrera era capaz de detener el avance de las 
pasiones fragmentarias, no por eso menos intensas en 
su furia. 

Ya hemos visto y comprobado que el gobernan- 
te no se equivocaba en cuanto á las complicaciones 
internacionales que ya entonces se urdían contra 
nuestros intereses de nación libre. Sin embargo, abor- 
dó con el mayor entusiasmo las tareas de su alta in- 
vestidura trataudo de aprovechar el tiempo. En el 
corto período de tranquilidad fecunda concedido al 
país por la guerra civil, el nuevo gobierno organizó la 
caja de contabilidad militar en los cuerpos del ejército; 
reglamentó el usufructo de maderas en las islas na- 
cionales, creando sobre el mismo un impuesto de dos 
pesos por año, dedicado á fines de caridad; organizó 
la presentación de cuentas contra la administración; 
mandó levantar un mouumento á los Treinta y Tres; 
elevó á categoría de ciudades á las villas de Salto y 
Paysandú; dió fondos para el culto en los templos del 
país; reglamentó la forma de pago de los derechos de 
Aduana ; llevó á cabo la reforma militar aceptando el 
modelo de instrucción para maniobras de infantería; 
acuerda el pago á los Treinta y Tres de sus sueldos 
íntegros; reglamenta el Registro Cívico; hace obliga- 
torio el uso del sistema métrico decimal ; reglamenta 
el pago de la deuda Franco- Inglesa; á ese mismo fin 
y para cortar monstruosos abusos se declara que el 



LA TIERRA CHARRÚA 


197 


Estado no se reconoce obligado á pagar los perjuicios 
sufridos por particulares en sus bienes por casos for- 
tuitos, tales como los de guerra externa <5 de rebelión; 
se crea la Dirección General de Obras Públicas; se 
llega á un acuerdo con el banquero Mauá para el pago 
de su crédito que alcanzaba á | 3.200.000 ; se traspa- 
san á las Juntas los derechos fiscales sobre terrenos 
dentro del radio de la capital y sobre los permisos 
concedidos para edificar; se dicta una disposición 
oportuna para estorbar los contratos sobre negros 
esclavos brasileños; se incorporan á la ciudad los 
barrios nuevos de la Aguada y del Cordón ; se enca- 
rece á los Jefes Políticos la buena elección de subal- 
ternos y la consideración con los vecindarios; se 
ratifica el tratado internacional para el arreglo de la 
deuda A nglo- Francesa; se establece la gratuidad en 
la expedición de permisos para el establecimiento de 
casas de comercio; se completa la división judicial 
del país; levanta la institución del Correo; créanse 
los Tribunales de Apelaciones; dá en arriendo las 
tierras públicas; se ordena rigurosamente una mayor 
actividad de las oficinas públicas en el despacho ; se 
reorganiza la Junta de Sanidad; se reforma el alum- 
brado, con evidente beneficio público ; para fomen- 
tar diversas corrientes de buena importación se 
declaran libres de derechos aduaneros á muchos ar- 
tículos de uso común; se reglamenta la exportación 
de nuestros ganados y frutos por la frontera terrestre; 
se dictan sábias disposiciones represivas del contra- 



198 


LA. TIERRA CHARRÚA 


bando; se rebajan notablemente los derechos de 
Aduana, dando ésto motivo á un vertiginoso aumento 
de los negocios; pone el cimiento al desiderátum de 
la descentralización administrativa facilitando rentas 
propias álas Juntas; garante la propiedad semoviente 
creando la documentación para las transacciones de 
abasto; promulga la ley de presupuesto; reforma efi- 
cazmente la institución de la Guardia Nacional; funda 
el Asilo de Mendigos; dicta el primer reglamento de 
la Beneficencia Pública; organiza el sistema de conta- 
bilidad en las oficinas; establece el procedimiento 
moralizador del llamado á propuestas obligatorio para 
toda obra de carácter público; reglamenta el servicio 
aduanero; y, finalmente, á pesar de las dificultades 
producidas por la guerra civil, consigue hacer econo- 
mías y amortizar en oro más de dos millones de pesos 
de deuda pública. Hojeando rápidamente los diarios 
de la época encontramos esa hermosa série de inno- 
vaciones que, en su mayoría, fueron esterilizadas por 
las agitaciones sobre vinientes. Ante la posteridad esa 
enumeración de esfuerzos progresistas funda el más 
envidiable de los blasones. Pero, malo ó bueno, de 
todos modos, el gobierno de don Bernardo Berro, es- 
taba condenado á caer. A este resultado concurrían 
factores de distinta procedencia y de índole desigual. 
En efecto, en el orden interno prometía graves des- 
órdenes la actitud agresiva de muchos elementos del 
partido colorado, reliados á un avenimiento cordial. 
La masacre de Quinteros rendía ya sus primeros 



LA TIERRA CHARRÚA 


199 


frutos de maldición, empezando por encender grandes 
ódios y exhibiendo á un gobierno, inocente de toda 
mancha, como heredero del inmenso error cometido 
por el gobierno precedente. La administración que 
comentamos á nadie persiguió, abónalo mejor así, la 
reincorporación al ejército de los jefes y oficiales 
dados de baja en época anterior; pero, el atentado del 
2 de Febrero estaba muy fresco en el corazón de los 
partidarios y de ahí al alzamiento armado sólo me- 
diaba un paso. 

Por otra parte, en el orden externo, la situación no 
era más favorable. El Brasil monárquico y la Repú- 
blica Argentina, que tuvo su Solferino en la batalla de 
Pavón, se aprestaban á combatir, para aplastarla, á la 
nacionalidad paraguaya, agarrándose á ese fin de un 
pretexto cualquiera, que no tardaría en presentarse. 
Para prestigiar esa acción guerrera así como para 
robustecer el empuje se necesitaba la alianza del 
Estado Oriental. Más adelante veremos al presidente 
Berro resistiéndose sábiamente á lejitimar esa aven- 
tura, ya bosquejada. En cambio, no sucedería lo mismo 
en el casó de operarse un cambio en la composición 
del gobierno. Fuera de ésto, debe recordarse, como 
un antecedente, la amistad estrecha y bien nacida que 
ligaba al general Flores con el general Mitre, á la 
.sazón presidente de la República Argentina, enorme- 
mente robustecida después del triunfo alcanzado 
sobre Urquiza por las armas porteñas á las que perte- 
neciera en calidad distinguida aquel militar oriental. 



200 


LA TIERRA CHARRÚA 


En consecuencia, fueron tres circunstancias aliadas 
las que trajeron el desastre: el interés internacional 
de nuestros vecinos fronterizos, la pasión unitaria, y 
el interés del col oradismo, rebelde entonces, — como 
en 1853 y como en 1856 — á la disciplina política, 
lejítimamente creada, y escudado esta vez por la 
memoria bien explotada de la tragedia del Paso de 
Quinteros. 

Ningún otro móvil decretó la revuelta. A la admi- 
nistración atacada no se le pudo recriminar por sus 
desaciertos. Bajo la faz pública, ella ha vigorizado la - 
tradición de nuestras integridades; bajo la faz política, 
ella no se señala, por más que se suela decir lo contra- 
rio, por la sombra de persecuciones odiosas; bajóla 
faz del bienestar común, ella presidió positivos é in- 
negables progresos; bajo la faz diplomática, el tiempo 
ha hecho ya justicia al vuelo superior de sus concep- 
ciones internacionales. 

En Abril de 1863 invadió su país el general don 
Venancio Flores, soldado de fibra y de corazón, que 
poseía simpáticas condiciones campesinas. En su pri_ 
mera proclama habla de tiranía y de déspotas, pero 
sin concretar el fundamento de esos cargos. Aquel 
movimiento revolucionario ha pasado á la historia con 
el nombre de Cruzada Libertadora. ¿Por qué liber- 
tadora? Después de cuarenta años, estudiando con 
frialdad los acontecimientos, no se encuentra base 
lógica á aquel exagerado calificativo que no pasa de 
ser una de las tantas pomposidades políticas creadas 
por las pasiones de partido. 



LA TIERRA CHARRÚA 


201 


Aquilata más aún la sin razón del movimiento el 
hecho de que los revolucionarios inscribieran entre 
sus motivos de reivindicación armada, la conducta 
y perfectamente correcta seguida por el gobierno de 
Berro con el jefe de la Iglesia Oriental que había 
pretendido desconocer el imperio del Patronato. 

Producida la invasión, el presidente se dirigió á las 
Cámaras explicando las medidas extraordinarias 
adoptadas para reprimirla. La minuta sancionada 
por la Cámara de Senadores, de aprobación á los pro- 
cederes del Poder Ejecutivo, contiene estas palabras: 
« En medio de la situación tranquila y próspera que 
gozaba la República, cuando el imperio de la Ley, la 
garantía de todos los derechos y el crédito nacional, 
reconquistados con sacrificios honrosos, de interés, 
de penuria y de sangre, parecían asegurar un porve- 
nir venturoso para la patria, la Asamblea Nacional ha 
sido sorprendida por la injustificable invasión con 
que don Venancio Flores amenaza la paz é institu- 
ciones de su país, lo cual constituye una verdadera 
traición á la patria. » 

Hemos tomado este expresivo párrafo simplemente 
á causa de estar suscrito el documento de que es 
parte integrante por los senadores doctor Manuel He- 
rrera y Obes y doctor Jaime Estrázulas. Nadie ignora 
que el primero de los nombrados tenía adquiridos tí- 
tulos brillantes de coloradismo, así como todos sabe- 
mos que el último, desterrado justificadamente más 
tarde, hizo publicaciones contradictorias con aquellos 



202 


LA. TIERRA CHARRÚA 


conceptos tildando, entre otras muchas cosas, de dic- 
tador al presidente Berro. Júzguese, pues, la impor- 
tancia histórica de semejante agravio en presencia 
prévia de aquellos elogios. 

Las habilidades guerrilleras del general Flores, por 
una parte, y, por otra, la torpeza de los generales del 
gobierno, que no supieron proceder en el terreno con 
acierto militar, permitieron tomar á la invasión un 
vuelo nunca presumido. 

No poco contribuyó á fundar esta situación preca- 
ria la conducta anárquica seguida por algunos ele- 
mentos políticos afiliados al partido blanco que, 
defraudados en sus impaciencias de mando, se lanza- 
ron, sin escrúpulos, á la más culpable de las oposi- 
ciones. Sacrificándolo todo á su fin, ellos instaban á 
los militares en campaña á desconocer la autoridad 
del gobierno. El fruto más vigoroso lo tuvo esa pro- 
paganda en la sublevación del coronel Olid quien 
devolvió cerrada la nota por la cual se le mandaba 
bajar á Montevideo. Aquella hostilidad criminal 
dentro de la defensiva, que obligaba al gobierno á 
prestar atención á dos enemigos, no podía prolongar- 
se, tanto más cuanto que los señores Estrázulas y Ca- 
ra via solos, condensaban el foco de la anarquía. Fué en 
tales circunstancias que se decretó su destierro, me- 
dida eficaz que ha dado pié á todo género de mistifi- 
caciones y calumnias. El gobierno procedió atinada- 
mente al alejar del país á ciudadanos demagogos y de 
tendencias perturbadoras en momentos en que las 



LA TIERBA CHARRÚA 


203 


calamidades se desplomaban aliadas sobre la Repú- 
blica. Sin embargo, se ha querido ver en aquel suceso 
un testimonio elocuente del despotismo de don Ber- 
nardo Berro. Flagrante injusticia, bajo todos concep- 
tos, pues si, por un lado, él fué necesario, por otro, la 
paternidad de aquel acto de energía cívica no pertene- 
ció al Presidente. Así tuvo ocasión de probarlo hasta 
la evidencia, hace próximamente diez años, el doctor 
Juan José de Herrera, ex-Ministro del referido man- 
datario, desde las columnas del diario La Epoca. 
Decía este entónces : « Muerto está aquel ciudadano 
(Berro): por consecuencia, indefenso ante los ataques 
que se le hacen. ¿No es deber de los que le sobrevi- 
ven y que con él actuaron, el hacer algo por su desa- 
gravio, bien que al hacerlo sea menester echar uno 
sobre sus propios hombros una buena parte de las 
responsabilidades contraídas y por las cuales se le 
procesa? Aunque otras no mediaran esta circunstan- 
cia me decide á la publicación que de Yd. solicito. 
Va sin decir que ni busco, ni quiero, ni necesito abso- 
luciones, como no las necesita la memoria del patrio- 
ta acusado; pero, sí, necesito asumir, en minoración 
de la de éste, la responsabilidad que me cabe por 
actos que se llaman de delincuencia política, de que 
no fué él solo, reo. » 

Coronando una extensa exposición insertaba el 
doctor Herrera dos cartas, inéditas hasta esa fecha y 
de fuerza convincente incontrastable. Violentando 
otra vez nuestro propósito breve, nos decidimos á 



204 


LA TIERRA CHARRÚA 


prestar espacio aquí á los mencionados documentos 
por ser ellos casi desconocidos y por hacerlo indis- 
pensable así la importancia de la rectificación histórica 
aludida. Dicen ellos: «Enero 25 de 1864. — Señor 
Presidente: En opinión del Ministerio ha llegado el 
caso de servir á la situación con uno de los sacrifi- 
cios que V. E. y sus Ministros se impusieron al asu- 
mir actitud decidida y firme con el fin de dominar las 
malas pasiones y las intempestivas ambiciones que 
amenazan, desde la capital, herir de muerte la causa 
que defendemos al lado del país. 

Asumir aquella actitud, quiso decir el no abdicar 
la presidencia en manos del partido blanco, y sí, sal- 
var á éste con la autoridad legal, — quiso decir apartar 
todos los estorbos para que fuese pronto el triunfo 
sobre la anarquía que acaudilla Flores, no permitiendo 
que los estorbos esos pudieran, tolerados, hacer surgir 
otro centro anárquico que, aunque con otra divisa, 
fuese, en sus tendencias y en sus resultados, un po- 
deroso auxilio de aquel mal caudillo. La resolución 
del gobierno trae consigo la necesidad de sacrificios, 
algunos dolorosos. Pero, dictados éstos por honda y 
honrada convicción, aunque no sean ni en el presente 
ni el futuro reconocidos como nacidos de sentimien- 
tos patrióticos, ellos deben ser resueltos cuando en los 
hombres del gobierno hay el temple que se requiere. 

Y. E. conoce, mejor que sus Ministros, la situación 
general; conoce sus peligros crecientes cada día. El 
caudillejo Olid ha levantado sus armas contra la au- 



LA TIERRA CHARRÚA 


205 


toridad de que dependía. Él constituye, en relación á 
la autoridad, un elemento militar de anarquía, de la 
misma fisonomía que el de Flores, á disposición del 
centro anárquico que conspira insensatamente desde 
la capital contra la presidencia, sin detenerse á pensar 
que tal conspiración traería, más ó menos tarde, la 
ruina de todos por el fraccionamiento seguido de la 
derrota, de los elementos que sirven de base á la si- 
tuación. Levantado en armas aquel caudillcjo, es de- 
ber de previsión, aunque los sumarios que se están 
levantado no nos hicieran las tristes revelaciones que 
nos hacen, aislarlo, apartando de su contacto la direc- 
ción de la fuerza que la lógica de sucesos próximos le 
ha de dar á causa de la necesaria fraternidad y solida- 
ridad que establece la perspectiva de combatir á un 
enemigo común, que es en este caso, para Olid y al- 
gunos otros, la Presidencia. 

Concretadísimas están comprendidas en lo que digo 
á Y. E. las ideas que hemos manifestado en acuerdo. 
Nos parece oportuno proceder ya. 

Y para que no dependa del Ministerio el que ya se 
se proceda, adjunto la nómina de las personas que 
deben ser alejadas de la República por algún corto 
tiempo, el bastante para que, tranquilizado el país, 
no obstante ellos, puedan volver á gozar, ya sin peli- 
gro público, de todos los derechos del ciudadano, que 
les habrá restituido el gobierno de su país, oponién- 
dose éste, para conseguirlo, á la insensatez de ellos 
mismos. 



206 


LA TIERRA CHARRÚA 


De Y. E. con toda consideración y respeto . — Juan 
José de Herrera. » 

A epístola tan terminante contestaba de la manera 
siguiente el señor Presidente de la República: « Se- 
ñor Ministro Dr. Juan José de Herrera. Estimado 
amigo: Era muv de temer que el camino en que ha- 
bían entrado ciertos hombres, los llevaba á la pertur- 
bación del orden; á la lucha material contra la auto- 
toridad. Desgraciadamente ese temor se está reali- 
zando. La insurrección ha tenido principio ya y hay 
que reprimirla inmediatamente para que no tome 
cuerpo y nos envuelva en una anarquía espantosa, 
dando por resultado el triunfo de la rebelión. 

El peligro es inmenso y no se puede, en efecto, 
estar con los brazos cruzados en su presencia. La 
salvación de la patria y de los principios que soste- 
nemos están de por medio. Aborrezco la violencia» 
y no hay para mi mayor sacrificio que el tener que 
hacer daño á mis semejantes; pero soy esclavo del 
deber y desde que él me impone ese sacrificio, aun- 
que con la mayor amargura que es de presumir, me 
resigno. 

Accedo, pues, á lo que Yds. me proponen, con fir- 
me conciencia, ahogando los afectos de amistad y de 
consideración que me conmueven. Accedo, en la per- 
suasión de que la separación del país, por corto tiem- 
po, de esos señores incluidos en la lista, servirá pode- 
rosamente para evitar el mal que tememos y que 
sobre ellos vendría á caer también en definitiva. Pue- 



LA TIERRA CHARRÚA 


207 


den darse ya las órdenes consiguientes para la apre- 
hensión con la reserva y cuidado que importa á fin 
de que se haga efectiva. 

Su amigo affmo . — Bernardo P. Berro . — Enero 26 
de 1864. » 

¡Ni una palabra ágria, ni un insulto al adversario 
en armas! Conviene recordarse, porque entraña un 
expresivo síntoma de cordura, aquello de: « No ab- 
dicar la presidencia en manos del partido blanco. » 
¿Qué dirán á esto los tradicionalistas trasnoehados 
del presente? 

Reanudemos ahora nuestro interrumpido relato. 

Había corrido un año y se estaba peor que al prin- 
cipio. A mediados de 1864, varios miembros del 
Cuerpo Diplomático, en calidad de mediadores y 
después de diversas entrevistas celebradas durante 
un armisticio, presentaron á la consideración del go- 
bierno, las siguientes bases de pacificación, aceptadas 
y firmadas por el general Flores: « l.° Todos los 
orientales quedarán desde esta fecha en la plenitud 
de sus derechos políticos y civiles, cualesquiera que 
hayan sido sus opiniones anteriores. 

« 2.° En consecuencia, el desarme de las fuerzas se 
hará en el modo y forma que el Poder Ejecutivo 
resuelva, acordando con el brigadier general don 
Venancio Flores el modo de practicarla con las 
fuerzas que estén bajo sus órdenes. 

« 3.° Reconocimiento de los grados conferidos por 
el brigadier general don Venancio Flores, durante el 



208 


LA TIERRA CHARBtJA 


tiempo de la lucha, de aquellos que estuviesen en las 
atribuciones del Poder Ejecutivo conferir y la pre- 
sentación al Senado, por parte del Poder Ejecutivo 
de la República, pidiendo autorización para reconocer 
los que necesitasen este requisito por la Constitución 
de la República. 

«4.° Reconocimiento, como Deuda Nacional, de 
todos los gastos hechos por las fuerzas del brigadier 
general don Venancio Flores, hasta la suma de qui- 
nientos mil pesos nacionales. 

«5.° Las sumas recaudadas por órdenes emanadas., 
del brigadier general don Venancio Flores, proceden- 
tes de contribución, patentes, ó de cualquier otro im- 
puesto, se considerarán como ingresadas al Tesoro 
Nacional. — Puntas del Rosario, Junio 18 de 1864. » 

Esas bases de arreglo propuestas y oficialmente 
aceptadas por el general revolucionario, hacen la 
mejor defensa de la administración combatida. En 
ellas sólo se exige la aceptación de medidas de órden 
común, pero en ninguno de los incisos se habla, de la 
calidad del gobierno, cuya tiranía y cuyo despotismo 
sirvieran de bandera á la cruzada. Ninguna revolu- 
ción ha transado en el país en condiciones más tri- 
viales. Todas han solicitado y obtenido — como era 
natural — seguridades de que en alguna parte los idea- 
les sustentados serían tomados en cuenta. Siempre 
se ha reclamado gobierno de coparticipación, libertad 
de sufragio, tolerancia política y otros frutos fecundos, 
encarnados con fuerza de anhelos en la conciencia 



LA TIERRA CHARRÚA 


209 


nacional. El general Flores nada de eso pedía, lo que 
prueba, una de dos: ó que sacrificaba expontaneam ente 
los ideales que proclamara para lanzarse :í la guerra, 
— algo ilógico— ó que aquellos carecían de funda- 
mento sério, lo que se aproxima mucho más á lo pro- 
bable. El presidente Aguirre aceptó por documento 
oficial las anteriores bases en consideración á que : 
« ante las consecuencias destructoras de la prolonga- 
ción de la guerra y sus funestos efectos en el orden 
social, no podía el gobierno considerar inaceptable el 
medio para poner término á semejante situación, ca- 
paz de ser aún agravada por complicaciones externas.» 

Las exigencias documentadas del general Flores 
invitaban á una inmediata aceptación que, como he- 
mos dicho, no tardó en producirse. Pero allí no se 
encerraba el todo de las pretensiones revolucionarias. 

Había por medio una carta confidencial del gene- 
ral Flores dirigida al señor presidente de la Repúbli- 
ca que era reflejo fiel de las ideas dominantes entre 
sus subalternos que las habían exteriorizado en la si- 
guiente acta: «Los abajo firmados, jefes del ejército, 
reunidos en este campo declaramos solemne é inde- 
clinadamente que no aceptamos la paz sin que se 
acuerden como bases indispensables para arribar al 
arreglo pacífico, las siguientes, fuera de las que pue- 
da acordar nuestro general en jefe: 

« l.° Un Ministerio General cuyo nombramiento 
recaerá en la persona del señor brigadier general don 
Venancio Flores. 

a 



210 


LA TIERRA CHARRÚA 


« 2.° desarme total de todas las fuerzas beligerantes. 

O 7 

el que se hará simultáneamente y de común acuerdo 
entre el señor general Flores y el gobierno de Mon- 
tevideo. 

En representación de los que suscribimos la pre- 
sente acta y para acompañar al señor general Flores, 
en sus deliberaciones con los señores Ministros nego- 
ciadores de la paz, hemos convenido nombrar y nom- 
bramos al señor general Caraballo y los señores coro- 
neles Reyes, López, Rebollo y Acosta. » ( 1 ) 

Era absurdo suponer que el gobierno de la época, 
por intenso que fuese su anhelo de llegar á la pacifi- 
cación, iba á aceptar las bases de arreglo copiadas, es- 
pecialmente la última. ¿Podía concebirse que la au- 
toridad constituida pactara el desarme total de las 
fuerzas legales entregándose por el hecho, atada de 
pies y manos, á la causa rebelde? Ciertas transaccio- 
nes son más vergonzantes y perjudiciales que una de- 
rrota. Fuera de duda que la conciliación, bajo tan de- 
presivos auspicios, hubiera importado algo semejante. 
Decorosamente no pudo ser aceptada una fórmula de 
acuerdo en tales condiciones. Preferible era seguir 
combatiendo y así se declaró. 

No estorba agregar, en calidad ampliatoria, que si 
bien la mediación diplomática encarnada, por una 
parte, en don Eduardo Thornton, ministro de Inglate- 
rra, no presentaba dificultades en esa persona, cam- 
biaba de índole y hasta ofrecía peligros en lo referente 

(1) Antonio H. Conte .— La Cruzada Libertadora , pág. 431. 



LA TIERRA CHARRÚA 


211 


al consejero José Antonio Saraiva y al doctor Rufino 
de Elizalde, representantes respectivamente del Im- 
perio del Brasil y de la República Argentina. Ambos 
señores servían intereses extranjeros estrechamente 
ligados con nuestra dolorosa política interna, de ma- 
nera, pues, que ellos no debieron empeñai'se mayor- 
mente en propiciar una fecunda aproximación de las 
causas divergentes cuando era sabido que á sus can- 
cillerías convenía muy mucho prestar apoyo al par- 
tido en armas. Tan se apreciaba así que el gobierno 
del señor Aguirre creyó sorprender en la mediación 
síntomas de comprometedora parcialidad. ¿No es 
lógico suponer que durante el armisticio de Monzón 
se elaboró la alianza de los revolucionarios con las 
potencias fronterizas, acordándose el precio que ella 
tendría, — la guerra del Paraguay — y también el 
anonadamiento del gobierno legítimo y puro existente 
á la fecha en el Estado Oriental? 

El gobierno de Aguirre, que autorizara las negocia- 
ciones tirando decretos decisivos en tal sentido, no 
podía de ningún modo repudiar términos de reconci- 
liación que destacaban por su insignificancia. Fueron 
si las bases secretas, señaladas en parte por el docu- 
mento antecedente, las que hicieron fracasar las acti- 
vidades pacificadoras. Reanudadas las operaciones 
bélicas los revolucionarios atacaron á la Florida el 
día 4 de Agosto de 1864. Mandaba su guarnición de 
doscientas plazas, el teniente coronel don Jacinto Pá- 
rraga, J efe P olítico y Comandante Militar del depar- 



212 


LA TIERRA CHARRÚA 


tamento. Dirigía personalmente el asalto, que empezó 
á las ocho de la mañana, el señor general Flores. A 
las tres horas de combate y á pesar de la intrepidéz 
opuesta por los defensores del gobierno, estaba que- 
brado el nervio de la resistencia. Todo el ejército re- 
volucionario pesaba aplastador sobre un puñado de 
soldados leales que pagarían bien cara su temeridad. 
A las dos de la tarde habían triunfado en absoluto 
los atacantes, quedando en su poder ciento cincuenta 
prisioneros. Estos eran acreedores, por su bravura, al 
respeto de los vencedores ; sin embargo, fueron fusi- 
lados siete de los oficiales de más alta graduación, á 
saber: los comandantes Jacinto Párraga y Dámaso 
Silva; capitanes José Boseh, Gregorio Ibarra, Manuel 
Sotelo; alféreces Adolfo Castro y Juan Bautista Cas- 
tillo. Este dato tiene insospechable exactitud pues es 
tomado de la lista oficial que suscribió el general 
Enrique Castro. En nota dirigida al general Diego 
Lamas, Ministro de la Guerra del gobierno descono- 
cido, manifestaba el general Flores: « Y todo lo que 
ha influido sobre mi ánimo para efectuar esa ejecu- 
ción de siete jefes y oficiales prisioneros, no ha podi- 
do ser más que el silencio despreciativo con que se ha 
mirado la indicación que tantas veces he hecho de ha- 
cer menos cruel la guerra. » (1) Modo muy raro de 
exhibir sentimientos de clemencia el de argumentar 
con la matanza de prisioneros indefensos y rendidos! 
La insensatez de la anterior declaración guarda simili- 

[1] Antonio H. Conté. La Cruzada Libertadora pág. 460. 



LA TIERRA CHARRÚA 


213 


tud con aquella otra del general Medina quien decía 
que, para evitar el derramamiento de sangre, había 
aceptado la entrega á discreción de los soldados de 
Quinteros. Pecaríamos de ingenuidad si afirmáramos 
que solo siete fueron las víctimas del 4 de Agosto. 
Asegurado el triunfo, el furor partidario se desató 
consumando sangrientos excesos que no hay para que 
describir. 

Lo acontecido en la Florida no tiene justificación 
y sí provoca intensas reprobaciones. El mismo moti- 
vo de índole pasional que nos condujo á repudiar la 
tacha de traidores lanzada por decreto sobre los re- 
volucionarios de 1857 y á condenar, en consecuencia, 
acerbamente su fusilamiento, que revistió caracteres 
de imperdonable severidad, ese motivo, gravitando 
en este instante sobre nuestro espíritu, nos induce á 
reproducir aquel reproche en preseucia de la tragedia 
de la Florida. Adictos leales á la legalidad los venci- 
dos en la defensa de este pueblo, dos veces famoso, 
el comandante Párraga y sus compañeros no olvida- 
ron el deber fuerte en las horas tremendas de la ca- 
tástrofe. Abrazados á la bandera del honor y de las 
instituciones ellos cayeron con las últimas trincheras, 
cuando ya solo restaba convencerse de la derrota. 
Ser heróicos fué su crimen. Por eso murieron. 

Como todos los sucesos sombríos de nuestro pasado 
el epílogo oscuro del 4 de Agosto presenta alguna 
atenuación. En el asalto el general Flores perdió, en 
lucha franca, al mayor de sus hijos. Esta circunstan- 



214 


LA TIERRA CHARRÚA 


cia unida al fanatismo de las pasiones políticas, que 
habían llegado á su grado de mayor intensidad, ex- 
plica y amengua en algo esta flagrante violación de las 
prácticas de la guerra regular. ¡ Escudo bien pequeño 
para encubrir tan gran falta! 

El suceso relatado y la toma de los pueblos de Du- 
razno y Porongos dieron nuevo vigor á la revolución, 
que adquirió bríos incontrastables con la alianza im- 
perial. En capítulo separado apreciaremos ese acon- 
tecimiento. Ya al mando de miles de soldados, mu- 
chos orientales y muchos brasileros, puso el general 
Flores formal sitio ála plaza de Paysandú. Concurría 
eficazmente á su propósito, por agua, la escuadra del 
extranjero. Mandaba las fuerzas legales, dentro de la 
ciudad, el coronel don Leandro Gómez, soldado ague- 
rrido, de carácter estóico y uruguayo hasta la médula 
de los huesos. Desde 1836 venía sirviendo en ejérci- 
tos veteranos. Apasionado por la memoria de Artigas 
nunca supuso que el destino colocaría su nom- 
bre, próximo al del gran patriota, en los fastos de 
nuestra historia. En aquel asedio su figura adquiere 
nuevos prestigios; y el 2 de Enero él compró, al precio 
de su vida, la inmortalidad y derecho ámplio á la 
admiración de las generaciones. 

El sitio de Paysandú duró alrededor de un mes. 
Ochocientos hombres resistieron todo ese tiempo á 
un ejército de doce mil y al bombardeo sostenido de 
la escuadra del almirante Tamandaré. No nos exten- 
deremos en el detalle de la gran hazaña. Pero para 



LA TIERRA CHARRÚA 


215 


caracterizar el nervio de la defensa es necesario re- 
cordar que cuando faltaron los fulminantes se les 
reemplazó con fósforos; que la guarnición fué diez- 
mada; que muchas veces se rechazó con éxito el ata- 
que desigual; que la bandera oriental flameó hasta el 
último instante en el mas alto de Jos baluartes y que 
Leandro Gómez y Lucas Piriz sonreían al peligro en 
los primeros puestos de las avanzadas. Aquella de- 
sesperación trájica frente á la fatalidad era imponente. 
El fuego concentrado de muchos días y los cascos 
de metralla habían desplomado casi todos los edi- 
ficios. Paysandú era un cráter y en el seno de ese 
cráter, debatiéndose indomables contra malditas ad- 
versidades coaligaáas, estaban sus abnegados defen- 
sores. La hermosa ciudad de la víspera sería el se- 
pulcro de las instituciones. El 2 de Enero de 1865 
señala el último día del sacrificio. Agotados todos los 
recursos aconsejados por Ja temeridad y en momen- 
tos en que Leandro Gómez se disponía á contestar 
á una carta de los jefes sitiadores, pidiendo condicio- 
nes para la entrega de la plaza, fué rodeado por tro- 
pas brasileras á las que se entregó diciendo al oficial 
que las mandaba: « Bien, señor oficial, me entrego 
prisionero y solo pido garantías para los valientes que 
me han acompañado en la defensa de la integridad 
de la patria. Para mi no pido nada: quedo sujeto d 
las leyes de la guerra. » (1) Ampliamente garantido 
en su vida, así como también en la de todos sus com- 

[1J Orlando Ribero.— Recuerdos de Payscmúú, pág. 93. 



LA. TIERRA CHARRÚA 


216 


pañeros, se le condujo por la calle 18 de Julio y bajo 
segura custodia con dirección al puerto. A medio 
camino fué detenido por el comandante Francisco 
Belen, quien, invocando órdenes del general Flores y 
del coronel Gregorio Suárez, pidió su entrega. Como 
se resistiera á ello el oficial brasilero, luego de dis- 
cutir acaloradamente el punto, se preguntó al general 
Gómez cual era su deseo, á lo que éste contestó: 
« Prefiero ser prisionero de mis conciudadanos, antes 
quede extranjeros. » (1) Entregado entonces con los 
oficiales que lo acompañaban al siniestro Belen este 
los llevó por la calle Comercio para detenerse en la 
trinchera de la calle 8 de Octubre, inmediata á la 
casa de la familia de Sacarello. Estos datos los he- 
mos tomado de una obrita recien publicada — Recuer- 
dos de Pai/scmdú, por Orlando Ribero — preciosa por 
la nobleza y la imparcialidad con que está escrita 
y por provenir de una persona de acentuada signifi- 
cación social que figuró entre los defensores de la 
plaza y que, en consecuencia, refiere lo que vió. En 
lo que resta del triste relato dejamos en el uso de la 
palabra á quien tiene sobrada autoridad para ilustrar- 
nos al respecto: «Allí demoraron un largo rato, espe- 
rando órdenes, según decía Belen. En este intérnalo 
de tiempo se disgregaron algunos de los prisioneros, 
sacados de aquel grupo por amigos que militaban en 
las fuerzas contrarias, entre ellos el mayor Belisario 
Estomba, quien, debido á ésto, salvó su vida, como 

[1] Orlando Ribero . — Recuerdos de Paysandú , pág. 94. 



LA. TIERRA CHARRtJA 


211 


igualmente los demás que tuvieron la suerte de encon- 
trar quienes los sacasen de aquel grupo destinado á 
ser sacrificado. » 

En Paysandú, como en Quinteros, hubo algunos 
espíritus piadosos que supieron interponer sus oficios 
en favor del hermano vencido. ¡ No todo sería arra- 
sado por el instinto cruel! 

Prosigue el señor Ribero: «Al cabo apareció un 
ayudante ó jefe, quien trasmitió ordenes en voz baja, 
siguiendo después la marcha calle 8 de Octubre aba- 
jo, hasta nuetra casa paterna situada en la misma, 
esquina á Treinta y Tres. Llegados los prisioneros, 
que habian quedado reducidos á cinco, á esta casa, 
los instalaron en la caballeriza. Momentos después 
vino otro jefe, el comandante García, sobrino del co- 
ronel Suarez, y pidió al general Gómez que lo acompa- 
ñase. Fué conducido al comedor donde se hallaba 
reunido un titulado Consejo de Guerra. Después, por 
referencia del coronel don Eustaquio Ramos, supe 
que don Isaac de Tezanos se encontraba en ese gru- 
po de ajusticiadores. De allí fué sacado momentos 
después y llevado al huerto, donde fué fusilado con- 
tra la pared de la casa que daba frente al oeste, al 
costado izquierdo de la salida. » 

Idéntica suerte tuvieron el comandante Eduviges 
Acuña, el comandante Braga, y el capitán Federico 
Fernández. 

« Los cuatro cadáveres de los jefes fusilados, con- 
tinúa, fueron sacados del huerto y puestos en fila en 



218 


LA TIERRA PHARRÓA 


el patio de la casa. Nuestro padre entró á ella horas 
después y se encontró con aquel espectáculo. Al ca- 
dáver del géneral Gómez le habían cercenado la larga 
pera que éste usaba. Volvió después con el propósito 
de darles sepultura en la misma casa como lo había 
hecho con su hijo Pedro en el corralón, al costado de 
la Jefatura; pero ya no los encontró : los habían con- 
ducido al cementerio arrojándolos al osario general, 
confundidos con infinidad de otros hacinados. » 

Ha merecido la pena prestar hospitalidad á estos 
párrafos que abren ancho rumbo á la luz y que ratifi- 
can definitivamente versiones, ya conocidas por otros 
conductos. Si los representantes más ilustres de la 
defensa sufrieron suerte tan aciaga puede imaginarse 
cuantos excesos, cuantas infamias, cuantas víctimas 
se propiciaron en día tan infausto para el honor na- 
cional. 

Narrado en síntesis el viril episodio, para que su 
significación resplandezca, ¿hay acaso necesidad de 
ponerle comentario? No; Paysandú es una fulgurante 
estrella de nuestra historia y á las estrellas se las ve 
siempre; sin que sea indispensable alzarse en punti- 
llas. En cuanto á la culpa de los autores de los fusi- 
lamientos referidos, ella es tremenda ante el fallo de 
la posteridad. Pero las mismas observaciones apun- 
tadas al condenar la masacre de Quinteros tienen 
sitio oportuno al condenar la masacre de Paysandú. 

Las pasiones, desatadas hasta el paroxismo des- 
pués de dos años de lucha, el rencor fanático del 



LA TIERRA CHARRÚA 


219 


momento, las incongruencias de la época, que era 
dura, la práctica habitual del atentado, condujeron á 
la consumación de tan grave error. Como sobre don 
Gabriel Antonio Pereira, el 2 de Febrero de 1858, 
sobre el general Venancio Flores, el 2 de Enero de 
1865, se acumula la responsabilidad creada por el 
sangriento suceso. El, como jefe superior de las fuer- 
zas orientales, y mucho más después de la masacre de 
la Florida, que había conmovido á la opinión sana 
del país, debió impartir ordenes terminantes para ha- 
cer efectivo el respeto á los prisioneros. No lo hizo y 
muchas veces se habrá arrepentido luego. El drama 
de Paysandú, como su gemelo el drama de Quinteros, 
obedeció á inspiraciones superiores. Si en el segundo 
caso citado es cosa sabida que la orden de ejecutarlo 
partió del Presidente de la República, en lo que re- 
fiere al primero todas las presunciones lógicas per- 
miten suponer que el fusilamiento de Leandro Gó- 
mez y de sus compañeros se hizo por mandato 
directo del general Flores. A no mediar la autori- 
zación expresa de éste, ¿acaso se hubieran atre- 
vido dos jefes subalternos á proceder por su cuen- 
ta en asunto de tanta responsabilidad? ¿No se 
desprende de la versión moderada y correcta del 
señor Ribero, que Belén pidió los rendidos invocando 
los qombres de Flores y Suárez; que luego los detuvo 
un largo rato esperando órdenes; según decía, para 
someterlos, un a vez que éstas llegaron, á un pseudo 



220 


LA. TIERRA CHARRÚA 


Consejo de Guerra y fusilarlos en seguida? Por lo 
demás, ¿se simuló siquiera el castigo de Belén? 

Es oportuno recordar que la muerte ya estaba pro- 
metida á Leandro Gómez, desde hacía un mes, como lo 
prueba acabadamente el documento que copiamos ín- 
tegro en seguida : & El General en Jefe del Ejército 
Libertador. — Cuartel General, frente á Pavsandú. 
— Diciembre 3 de 1864. — El abajo firmado, general 
en jefe del Ejército Libertador pone á Y. S. de plazo 
para la entrega de la plaza con su guarnición y todos 
los elementos de guerra que ella contiene, hasta pa- 
sado mañana 5 del corriente, á la hora de salir el sol. 

Efectuada la entrega de la plaza, los jefes y oficia- 
les de esa guarnición obtendrán sus pasaportes para 
el paraje que designen, pudiendo permanecer en el 
seno de la República los que así lo soliciten. Vencido 
el plazo fijado y procediéndose en seguida al ataque, 
Y. S. pagará con su vida las consecuencias y desas- 
tres que puedan ocasionarse. Para concluir, diré á 
Y. S. que para evitar que las familias sufran algún 
daño debe V. S. notificar á la población lo antedicho, 
pudiendo disponer de todo el día de mañana las per- 
sonas que quieran dejarla ciudad. — Dios guarde á 
Y. S. muchos años. — Venancio Flores . » 

Como es natural, teniendo presente lo ocurrido en 
la Florida y cumpliendo su deber militar, Leandro 
Gómez rechazó airado esta primera intimación como 
también las sucesivas. No es de extrañar que enarde- 
cido el general Flores por las dificultades del sitio y 



LA TIERRA CHARRÚA 


221 


por los esfuerzos sobrehumanos que le costó la victo- 
ria, ordenara, en el primer momento, se cumpliera la 
severa advertencia. Tal vez, más tarde, él fué el pri- 
mero en condenar aquella enorme injusticia. 

La defensa de Paysandú es quizás el hecho más 
glorioso que registran los anales de Sud- América. 
Por encima de los antagonismos de partido ella re- 
salta como una de las más sublimes inmolaciones en 
aras de la libertad de la patria hollada por el extran- 
jero. Aunque algunos oidos imperfectos se resientan 
con el éeo de estas declaraciones ya es llegado el 
tiempo de conceder á ellas el brillo de las veidades 
inconcusas. 

En Paysandú se humilló la dignidad de la patria y 
también la dignidad de las instituciones; en Quinteros 
se sacrificó la dignidad de las instituciones. 

Paysandú es un suceso de la vida internacional de 
nuestro pueblo; Quinteros señala una catástrofe de 
nuestra vida interna. Aquí y allá soalzaron dos patí- 
bulos; aquí y allá cayeron injustamente víctimas ilus- 
tres ; aquí y allá se engendraron inmensas desgracias 
y vergüenzas políticas. 

Las opiniones más contradictorias deben aproxi- 
marse en estas críticas, que no admiten controversia, 
enalteciendo así nuestro carácter y fortificando nues- 
tra conciencia colectiva, todavía vacilante. 

Cerramos este capítulo con las mismas palabras 
tranquilas usadas al terminar nuestro juicio sobre 
Quinteros : 



222 


LA TIERRA CHARRÚA 


— Sea como fuere, que jamás se repitan escenas tari 
lúgubres; que cuanto antes el olvido y la piedad bo- 
rren de nuestro presente la huella amarga de los. odios 
del pasado; y que la juventud del día, sin distinción 
de partidos, practique el culto de la verdad, sorda á 
las mentiras convencionales dictadas por la pasión, 
condenando lealmente hechos sombríos como el que 
venimos de narrar! 



LA TIERRA CHARRÚA 


223 


La intervención brasilera de 1865 y la guerra 
del Paraguay 

El afán de producir, de cualquier modo, la caída del 
gobierno, condujo á dos extremos deplorables, señala- 
dos por el epígrafe de estas líneas: la intervención 
brasilera y la guerra del Paraguay. He ahí dos gran- 
des y profundos errores que evidencian hasta dónde 
conducen las pasiones políticas cuando ellas se sobre- 
ponen á la razón. Va antes hemos dicho que el movi- 
miento armado de 1863 no tuvo causa justificada, á 
menos que se busque aquella en detalles, sin importan- 
cia, de susceptibilidad partidaria. También algún co- 
mentario hemos adelantado sobre cuál era la situación 
del país y cuáles sus anhelos y sus perspectivas de 
ventura cuando de nuevo conmovió la guerra civil 
nuestras campañas. Después del año 1851, que seña- 
la un luminoso punto de partida, en 1860 se intenta- 
ba el tercer ensayo de regeneración pacífica. En 1853 
el nefando motín del 18 de Julio puso término san- 
griento á una administración pura y auspiciosa. 

Tal vez en la benevolencia característica de don 
Juan Francisco Giró y en su sinceridad de móviles y 
de conducta tuvo origen aquel desahogo triunfante 
de la soldadesca. 

Vueltas las cosas á quicio y empezando otra vez 
á laborar de nuevo, estalla la protesta frenética de 
los despechados en sus ambiciones y se esteriliza 



224 


LA. TIERRA CHARRÚA 


otro esfuerzo noble con el acto censurable de Quin- 
teros. Tal vez en 1858 la exagerada rigidez de pro- 
cedimiento de don Gabriel Antonio Pereira, que 
creyó apagar perniciosas agitaciones con un instante 
de severidad siniestra, dió motivo al mencionado fra- 
caso. 

En 1860 se aborda el tercer intento. Obrando con 
mayor sabiduría se llevó al gobierno á un ciudadano 
de condiciones sobresalientes de inteligencia, de mu- 
cho carácter, pero además de mucha cordura y por 
lo mismo capaz de afrontar sin pestañear y sin cólera 
las más difíciles eventualidades. Quien abogara por 
el olvido de los rencores de antaño, quien repudiaba 
de la política militante las divisas ensangrentadas de 
otrora, quien había querido abrir nuevos rumbos al 
curso de las ideas y quien discernía tan sensata- 
mente sobre los más intrincados problemas nacionales 
era el indicado para tomar con sus fuertes manos la 
caña del timón. El pueblo no padeció error al pen- 
sar que estaba en presencia de su hombre. Elegido, 
en condiciones de irreprochable legalidad, Berro em- 
puñó las riendas del mando supremo para acreditar 
bien pronto el vuelo de su pensamiento. Nada se le 
podía imputar : ni pecaba ni dejaba pecar, al punto 
de que, después de muchos lustros corridos, aún se 
recuerda su período como una época de positivas fe- 
licidades. Su lema en todos los órdenes de la gestión 
pública fué una firme honradez. Pero el conflicto esta- 
ba decretado y era premioso provocarlo cuanto antes. 



LA TIERRA CHARRÚA 


225 - 


Así, pues, nada extraña la invasión de 1863 que des- 
plegó una curiosa bandera de liberación partidaria 
y eclesiástica. ¡El despotismo de don Bernardo 
Berro (!) serviría de pretexto á la Cruzada. A pesar 
de sus hábiles recursos de guerrillero y de la torpe- 
za incalificable de los generales gubernistas; á pesar 
de los éxitos de Vera y de Coquimbo, el general 
Flores no conseguía el fin perseguido: si el gobierno 
no lo vencía á él, él tampoco podía vencer al gobier- 
no. No escapó á su vista que mientras estuviera en 
vigencia su sistema de correrías, muv ingenioso, pero 
de resultados muy deleznables, el propósito definitivo 
permanecería intangible. Esc convencimiento, hábil- 
mente explotado trajo, como consecuencia inmediata 
y directa, la alianza con el Imperio del Brasil. Prue- 
ba mejor que nada la importancia decisiva que ella 
tuvo para la revolución, vacilante y sin cuerpo estable 
hasta entonces, el hecho de que, enseguida de reali- 
zada, el general Flores alcanzó la victoria. Fué el 
ejército brasilero, fuerte de diez á doce mil hombres, 
el que rindió á Paysandú, después de destruirlo con 
sus potentes cañones; fué la escuadra brasilera la 
que anuló á los pocos buques de guerra orienta- 
les, dando así motivo á la hazaña romancesca del 
Villa del Salto, incendiado por su comandante el 
bravo Pedro Rivcro antes de entregarlo al enemi- 
go; fueron dineros brasileros los que consuma- 
ron la ingrata empresa. Presentando un contingen- 
te tan poderoso, el triunfo era solo cuestión de días. 


15 



226 


LA. TIERRA CHARRÚA. 


El 20 de Febrero, por contraposición irónica á aquel 
otro 20 de Febrero de 1827, las tropas imperiales, 
confundidas con las tropas revolucionarias, — liberta- 
doras, ¿no es? — ocupaban á Montevideo, último ba- 
luarte esta vez, como en 1848, de la legalidad. Antes 
de entrar al fondo de la crítica debe preguntarse 
¿tuvo motivo justificado la intervención extranjera de 
1865? No, y mil veces no. Así, rudamente, lo mani- 
festamos porque se impone decirlo con fiereza cuan- 
do el extravío de los partidos pretende glorificar 
sucesos vergonzosos que señalan nuevas y lamentables 
aberraciones del patriotismo oriental. La preven- 
ción, el odio del Brasil monárquico á nuestra na- 
cionalidad era asunto conocido. La herencia lusitana 
estaba bien recogida y aumentada en manos de los 
descendientes que, siempre astutos y utilitarios, su- 
pieron hacer retoñar los incalculables beneficios de sus 
negociaciones territoriales con España, suscribiendo 
los para nosotros dolorosos tratados de 1851. Ellos 
habían aprovechado entonces nuestras desgracias ! De 
manera, pues, que el Brasil, bajo todos conceptos, — 
por desemejanza de sistema de gobierno, por tenden- 
cia y por antecedentes, — figuraba en el número de 
nuestros más terribles y despiadados acreedores in- 
ternacionáles. De consiguiente, después de zafarnos 
de su pesada tutela, que poseía todos los atributos de 
una dorada esclavitud, ¿era patriótico solicitarla de 
nuevo abriendo una era de calamidades locales de la 
peor especie? Ningún espíritu desprevenido y recto 



LA TIERRA CHARRÚA 


227 


se inclinará á la afirmativa. Yamos todavía más lejos : 
aún en el supuesto de que el gobierno de don Ber- 
nardo Berro fuera culpable de grandes atentados in- 
ternos, nada hubiera justificado jamás la alianza con el 
poderoso vecino y porfiado enemigo tradicional. En 
tésis general, las intervenciones extranjeras son des- 
dorosas, son fatales para los Estados que en un mo- 
mento-de anemia cerebral llegan á propiciarlas. Su 
amparo tendrá siempre las bondades envenenadas de 
la sombra del manzanillo. ¿Y si comentando la con- 
ducta política de don Manuel Oribe hemos censurado 
acerbamente su alianza á los argentinos en 1843, en 
épocas de emancipación en cierto sentido prelimina- 
res, cuando recién amanecíamos en el concierto de las 
naciones, ¿cómo no ser tan severos, más severos, con 
el general Flores que, veinte años después, comete 
idéntico error y ocurre á idénticos expedientes ilegíti- 
mos y oprobiosos de triunfo ? 

Pero el reproche adquiere mayor acento al recor- 
dar la irritante injusticia que presidió á la interven- 
ción, tal vez la mas audaz, la más innoble que recuer- 
dan las cancillerías de este continente. Al gobierno 
de Rio Janeiro le convenía enormemente la caída de 
la situación constitucional creada en el Uruguay en 
1860. Concurrían á redondear ese interés la hábil 
política exterior del presidente Berro, que después 
apreciaremos, y sus conocidas vistas sobre la cues- 
tión paraguaya, ya sobre el tapete. En esa virtud no 
descansó en el empeño diabólico de entorpecerlo 



228 


LA TIERRA CHARRÚA 


en su marcha regular. No poco hizo en tal sentido, 
prestigiando y apoyando de manera oficiosa el mo- 
vimiento encabezado por el general Flores, con 
violación flageante de la neutralidad. Pero estas 
incorrecciones no habían sido bastante eficaces, pues 
el gobierno oriental, como se sintiera débil en sus ele- 
mentos materiales y procediendo con verdadero buen 
juicio, tuvo el tino de no hacer mayor ruido alrededor 
de semejantes ofensas á su estabilidad. Notando el 
Imperio que su actitud provocativa no era tomada en 
cuenta y ansioso de llegar á una solución de fuerza, 
aumentó sus desafíos. El caso era traer el choque 
aprovechando la ocasión que hacía aún más calva la 
complicidad placentera en el atentado del gobierno 
argentino presidido por el general Mitre. A ese efecto 
se presentó á la autoridad oriental una série de recla- 
maciones, á cuál más fantástica, sobre daños y perjui- 
cios inferidos á súbditos brasileros, en su mayoría 
desconocidos ó de domicilio en los departamentos 
fronterizos, aún á la fecha difíciles para la vigilan- 
cia policial. Para exhibir en todo su lujo aquella 
inicua gestión diplomática, monstruosa en sus pre- 
tensiones, basta hacer presente que en 1864 se exigía 
satisfacción por agravios reales ó fantásticos, ocasio- 
nados á particulares á raíz de 1851, y aún á sujetos 
que aparecían como reclamantes ante su legación y 
que luego se comprobó irrecusablemente que habían 
fallecido largo tiempo atrás. Desesperante situación la 
de un gobierno así acosado por un coloso que hacía 



LA TIERRA CHARRÚA 


229 


burla sangrienta de los principios internacionales más 
rudimentarios en su deseo, que ya no disimulaba de 
llegar á un rompimiento ! 

Aunque convencido de la perversidad del propósito 
final, aun sabiendo que en aquellas terribles circuns- 
tancias nada podrían las pruebas acumuladas de buena 
vecindad, el gobierno oriental se preocupó de exhi- 
bir en el terreno de las ideas la sinrazón de los insi- 
diosos ataques que se le dirigían por un poder extraño. 
Además de reducir á mínima expresión los recla- 
mos interpuestos, después de muchos años de abando- 
no, se contestó presentando á la Cancillería brasilera 
una nómina mucho más abultada de ciudadanos orien- 
tales perseguidos y agraviados en territorio imperial. 

Pero todo era tiempo perdido: estaba escrito que la 
administración regular uruguaya caería como preám- 
bulo á la guerra á seguirse contra el desdichado Pa- 
raguay ! El primer acto del drama iba á empezar. El 
4 de Agosto de 1864 el consejero Saraiva — uno de los 
estadistas más capaces del Imperio — acreditado en 
misión diplomática especial cerca de ésta República, 
presentó el famoso ultimátum con promesa de inva- 
sión inmediata y de bombardeo en regla para el caso 
de no ser atendidas sus incalificables pretensiones 
«dentro del plazo improrrogable de seis dias.» En 
aquellas horas de épicas angustias, el gobierno tuvo 
suficiente entereza para desestimar las brutales impo- 
siciones del Imperio en la forma textual siguiente: 
« Devuélvase original por inaceptable, en la forma y 



230 


LA TIERRA CHARRÚA 


en el fondo la nota conminatoria» La circunstancia 
de haber ocupado entonces el doctor Juan José de 
Herrera la cartera de Relaciones Exteriores nos quita 
libertad para apreciar estos sucesos tan culminantes. 
Veámos lo que dice á su respecto un cronista muy 
apreciable: «El gobierno del señor Berro discutió 
con altura la sin razón de una reclamación que lleva- 
ba todas las proporciones de un ultimátum. El Mi- 
nistro de Relaciones Exteriores Oriental, hizo más 
que defender en el terreno de la diplomacia nuestro 
derecho, evidenció al mundo americano lo que jamás 
había visto y á todos los agentes diplomáticos resi- 
dentes en la República probó que los puestos é indi- 
viduos que se presentaban como víctimas de atrope- 
llos de otras administraciones, no habían existido 
jamás, que eran imaginarios, que en ninguna parro- 
quia del universo existía su fé de bautismo; y moral- 
mente corrido ante el Cuerpo Consular de la repúbli- 
ca el representante del gabinete de San Cristóbal se 
fué á Río á mandar al Plata « otra manifestación » 
más aparente para darle un pretexto de legalidad á la 
guerra, que venía, pues se quería que fuese nuestra 
república un punto de apoyo en las operaciones 
para abastecer las armadas y ejércitos de la futura 
alianza contra el Paraguay». (1) 

Vencido el término fatal señalado, el ejército bra- 
silero cayó, como una avalancha, sobre nuestras 

(1) Luis Santiago Botana — Rasgos de • Administraciones Nacionales — 
Página 38. 



LA TIEBRA CHA RB tí A 


231 


campañas que fueron entregadas al saqueo. Se trata- 
ba de país conquistado. En 1865, como en 1816, todo 
lo arrasó la ola irresistible venida del Norte; en 
tiempos de Aguirre, como en tiempos de Artigas, la 
nacionalidad estuvo á punto de perecer. Leandro Gó- 
mez encarna entonces las fierezas autonómicas de los 
descendientes de los charrúas, y, heredero del deliran- 
te patriotismo del Libertador, renovó las gloriosas 
epopeyas de la bandera tricolor. La musa incompa- 
rable de Olegario Andrade ha engarzado la memoria 
de su sacrificio inmortal en un torrente de magníficas 
estrofas. 

Como puede apreciarse, en el concepto oriental 
nada justifica, nada atenúa la iniquidad de la inter- 
vención imperial. Por el contrario, á medida que el 
tiempo pasa resalta más odiosa la conducta seguida 
por el Brasil con nuestro país, aprovechando la amar- 
gura de nuestras dificultades internas. 

Es indudable que al Estado Oriental, dada su posi- 
ción en el continente y dada su pequeñez territorial 
relativamente á sus vecinos, jamás puede convenirle 
embarcarse en aventuras capaces de comprometer la 
seguridad de sus espléndidos destinos. Es también 
indudable que á la altura de adelanto político á que 
hemos llegado, nada, ningún agravio, ninguna protes- 
ta colectiva, por fundada que sea, tiene el derecho de 
solicitar el apoyo del extranjero para imponerse. Bas- 
taría golpear en las fronteras, buscando auxilios ofi- 
ciales malditos, para convertir en criminal á la más 



:232 


LA TIERRA CHARRÚA 


santa de las reivindicaciones. Por fin hemos aprendi- 
do á profesar el culto impersonal y purísimo de la pa- 
tria, por encima, muy por encima, de los cultos bas- 
tardos de divisa. Pero si en lo que dice al presente 
ya está hecha la conciencia pública sobre las inter- 
venciones, es necesario hacer extensiva al pasado la 
crítica de los mismos. Por supuesto que él debe ser 
atemperado en homenaje á los tiempos y á las co- 
rrientes desorientaciones del espíritu colectivo, tra- 
bajando por toda clase de falsas inspiraciones y de 
caries. Mas se impone hacer un dogma de estas doc- 
trinas salvadoras y castigar, como viril enseñanza, las 
violaciones que ellas han tenido en épocas rudas, do- 
minadas por el furor de cien huracanes. 

Adictos á ese criterio igualitario de equidad, he- 
mos censurado en estas páginas las conmixtiones con 
el extrangero que en distintos momentos de su exis- 
tencia han aceptado los partidos orientales, el blan- 
co, hoy, el colorado, mañana, dejando con esos actos 
la huella de grandes vergüenzas y dolores nacionales. 

¿Escapa la revolución del general Flores á esa 
crítica severa? ¿No entraña la más lamentable y au- 
daz de las aberraciones eso de llamar Cruzada Liber- 
tadora á un movimiento reaccionario que obtuvo su 
triunfo por gracia y merced del Brasil, que prestó al 
efecto diez ó doce mil soldados monárquicos y que 
bombardeó á Paysandú para aumentar el catálogo de 
las nativas glorias? 

Concedemos á la pasión política el derecho de in- 



LA TIERRA CHARRÚA 


233 


quirir y de encontrar antecedente legítimo al esfuerzo 
revolucionario de 1863, pues si todos pensáramos del 
mismo modo no habría entre nosotros partidos de 
ruta divergente en cierto sentido. Pero negamos á 
esa misma pasión política la regalía de adulterar la 
historia y de ofender la dignidad de la patria pres- 
tando su aplauso á la alianza del general Flores con 
el Emperador don Pedro II, dirigida contra el gobier- 
no de su país, contra el hermauo. Por muchas vuel- 
tas que se le dé ai asunto esta fusión, como la del 
general Oribe con el gobierno argentino, debe levan- 
tar críticas unánimes y aleccionadoras. 

¿No se llega hasta á condenar las intervenciones 
francesa é inglesa, propiciadas por el gobierno de la 
Defensa, próximo seguramente á la legalidad y á los 
verdaderos principios ? 

Provoca estas reflexiones sinceras la lectura de 
libros recientes de dos aventajados y buenos amigos 
nuestros de filiación colorada. Uno de ellos, el tenien- 
te de artillería José Luciano Martínez, escribe: « Se 
acercaba, entretanto, el fin de la gloriosa revolución. 
La actitud del gobierno blanco con el Brasil había 
obligado á éste á tomar represalias (!) invadiendo la 
República con sus ejércitos y movilizando su escua- 
dra con el mismo objeto. Los que hablan de las inter- 
venciones extranjeras se olvidan, en este punto, de 
que aquel gobierno, á raíz del rompimiento con el 
Brasil, gestionó oficialmente una alianza con el tirano 
López del Paraguay, quien, después de protestar 



234 


LA TIERRA CHARRÚA 


contra el Brasil, preparó su ejército y se dispuso á 
tomar la ofensiva. La anarquía interna, las conse- 
cuencias de una série de revoluciones y de desgobier- 
nos, unidos á estos gravísimos conflictos internacio- 
nales, ponían nuevamente en peligro la independencia 
de la República, su existencia de nación. En tales 
circunstancias no son seguramente los que produjeron 
esa situación con sus torpezas y sus crímenes, los que 
pueden hablar de amor á la libertad y á la indepen- 
dencia del país: ese amor lo probó, en cambio, el ge- 
neral Flores al unirse con el Brasil (!!!) para destruir 
los restos del desgraciado gobierno que invocaba la 
representación nacional, al restablecer la paz y la 
concordia (!) en el interior y estrechar los vínculos fra- 
ternales con aquel país y la argentina, obteniendo así 
la mejor y eficaz garantía de la nacionalidad. (!!) » (1) 

¿Puede darse algo más estupendo? ¿Qué extremos 
y que errores políticos no alcanzan glorificación 
midiéndolos con el metro de tan deplorable extravío? 
Quedamos enterados: El general Flores abonó amor 
á la independencia bombardeando á Paysandú con ca- 
ñones brasileros! 

Dice á su turno en un laborioso folleto, el bachiller 
Carlos Oneto Viana: «Está por demás decir, que yo 
acepto la cruzada del 63 con todos sus vicios y sus 
defectos. Indiscutiblemente vino á operar en el país 
una nueva faz política y social, que significa, bajo 

José Luciano Martínez — Vida militar de los generales Enrique y Gregorio 
Castro, pág. 190. 



LA TIERRA CHARRÚA 


235 


todo concepto, un evidente progreso comparado al ré- 
gimen anterior. Yo acepto también la alianza con los 
brasileros en las condiciones y de la manera como se 
produjo. (! ) Comprendo que no está perfectamente 
justificada por su moralidad. Fué sin embargo, una 
medida política de gran trascendencia, que si compro- 
metió al país en aventuras peligrosas — que no aplau- 
do y que pudo evitarlas — vino no obstante á asegu- 
rar nuestra independencia (!!!) irremisiblemente per- 
dida si se abandona al Imperio solo la lucha! » (1) 

He aquí nuevas y singulares sorpresas de la crítica: 
la intervención brasilera, brutal y deprimente, como 
todas las fusiones de ese género ingrato, vino á « ase- 
gurar nuestra independencia » ! ¿Es posible contestar 
á doctrinas tan sacrilegas, cuando semejantes brumas 
oscurecen el intelecto? De todos modcs, imaginamos 
la respuesta. Con el gesto triunfador de quienes opo- 
nen un argumento incontrastable nos dirían aquellos 
estimados escritores: que así fué, que nuestra autono- 
mía y nuestro decoro de pueblo libre se salvaron arran- 
cando del poder al sanguinario partido blanco, á los 
perversos autores de la hecatombe de Quinteros, á las 
hechuras del degollador, del miserable Oribe, des- 
honra y aberración de nuestra raza; que entre la ca- 
lamidad que importaba este dominio político y la 
calamida de la humillación por el extranjero no cabía 
duda: ésto era preferible; que Paysandú cayó sin glo- 
ria y que los blancos estaban aliados con López, con 

[1] Carlos Oneto y Yiana— El Pacto de la Unión , pág. 127. 



236 


LA TIERRA CHARRÚA 


un horrible tirano. El falso estribillo de siempre al 
que es delito verdaderamente imperdonable que se si- 
gan adhiriendo hombres jóvenes y de facultades distin- 
guidas. Empecemos de una vez á mirar sin lentes en- 
gañadores á ese pasado nuestro que posee vigor y vo- 
lúmen de cordillera. 

Por otra parte, se incurre en pecado de impenitente 
candidez cuando se avanza que el Brasil al aceptar la 
alianza con los revolucionarios de 1864 lo hizo guiada 
por móviles altruistas y de sentimental nobleza. Eso 
de crear entrañas á la política internacional, con fines 
exclusivos de santificación partidaria, no necesita 
análisis para resultar disparatado, fuera de que la 
diplomacia imperial no en valde tenía fama conquis- 
tada por sus astucias de mercader y por sus trampas 
malabares. El Brasil hizo la alianza., primero, para des- 
truir á un gobierno cuyas gestiones exteriores, auda- 
ces y prácticas, le eran altamente desagradables y 
después, para aumentar con un pueblo más el núme- 
ro de verdugos del Paraguay, para encontrar en los 
orientales — ¡Suizos en otrora de tantas jornadas! — 
baqueanos en aquella combinada campaña, como lo 
dijo muchos años atrás, pensando y escribiendo en 
cruda prosa, el excelso poeta argentino Carlos Guido 
Spano. 

Agréguese á estos gruesos beneficios el que entra- 
ñaba la reconquista de su perdida influencia en los 
asuntos internos de la siempre codiciada ex-provincia 
Cisplatina. Se sienta un absurdo soberano cuando se 



LA TIERRA CHARRÚA 


237 


opina que el dominio espiritual del Imperio sobre 
nuestro país no existió después de la alianza. Tal 
acertó va contra todas las presunciones lógicas, más 
aún, contra la misma verdad. ¡Como para quedar- 
se atrás por corto de genio era el oficioso amigo! 
Encaja bien á esta altura una frase gráfica del 
doctor Andrés Lamas, ministro en Río Janeiro de la 
nueva situación, quien concluía una nota así: «Repré- 
sentant d’un pays dont on m’a si cruellement fait 
sentir la faiblesse dans ma présent mission; repré- 
sentant de’un gouvérnement que le Brésil considere 
coni me sn créature . . . » Estas palabras, llenas de co- 
lor, denuncian hartazgo de humillaciones. A peso de 
oro cobró el Imperio su comisión. Después de utili- 
zarnos todavía nos despreció. 

En nota de 28 de Enero de 1865, manifestaba el 
general Flores al ministro Silva Paranhos, ocupán- 
dose de la alianza: «Ella existe desde ha mucho 
tiempo en los sentimientos y en las conveniencias re- 
cíprocas ; hoy existe también en los hechos, porque 
el triunfo de Paysandú fué sellado con la gloriosa 
sangre de los bravos de una y otra nacionalidad. » 
Las conveniencias brasileras, ya lo creo, ni que hablar; 
pero, ¿y las conveniencias orientales? ¿Cuales fueron 
ellas? Concedido que el triunfo de la revolución sa- 
tisfizo una conveniencia de bando, más no de la pa- 
tria. Confesemos que si llevarnos de vanguardia á 
asesinar á un pueblo viril y amigo nuestro, y si vol- 
vernos á los tiempos de ia tutela del vocino, tan jus- 



238 


LA TIERRA CHARRÚA 


tamente combatido por Artigas, significó una ventaja 
nacional, nosotros padecemos enorme error al expre- 
sarnos de esta manera. Antes de cerrar la aprecia- 
ción rápida de este asunto es procedente declarar 
que apesar de sus grandes errores de la época co- 
mentada y á pesar de su intervención en acontecimien- 
tos lúgubres, el general don Venancio Flores era un 
tipo atrayente de caudillo y poseía sentimientos le- 
vantados. Basta ver un retrato suyo para encontrar 
inmediatamente en aquella fisonomía abierta y leal 
rasgos enérgicos de bondad. El nunca mereció morir 
victimado como lo fué por sus propios correligio- 
narios. 


La guerra del Paraguay señala la memoria del 
crimen internacional más grande que se haya consu- 
mado en la América del Sur. 

¿No nos conmueve la historia del despedazamien- 
to de Polonia, puesta en poste de crucifixión por tres 
potencias europeas? Pues la Eepública Paraguaya, 
que en 1865 fué mutilada en su acepción territorial y 
autonómica, que padeció entonces lo indecible, que 
perdió sangre, riquezas, y esperanzas, hasta casi mo- 
rir, reproduce en el lienzo continental el espectáculo 
de aquel bárbaro despojo. El drama paraguayo no es 
otra cosa que la leyenda polaca de nosotros los sud- 
americanos, pero acentuada en sus perfiles odiosos 
con mayor número de estrofas de dolor y de ignomi- 



LA TIERRA CHARRÚA 


239 


nia. Fueron pueblos hermanos, recien salidos de la 
misma cuna, — excepto el Brasil — los que enclavaron 
á la joven nacionalidad, cuando ni siquiera existía la 
disculpa de impuestas expansiones en virtud de un 
pletórico aumento de habitantes. La estadística ofre- 
ce datos de horrorosa elocuencia sobre los resultados 
de la guerra. Antes del choque el Paraguay poseía 
una población próxima á un millón y medio; después 
aquella no alcanzaba á cuatrocientas mil almas, en 
su casi totalidad mujeres. Los hombres, culpables de 
ardiente patriotismo, habían caído segados por la 
metralla y por el cuchillo de los aliados como caen 
las hojas de los árboles bajo el azote inclemente del 
huracán. Por muchos años la falta de elementos mas- 
culinos no permitió formar hogar á las valerosas 
mujeres de la tierra hermana. 

¿ Acaso la actitud desesperada de los boers á la 
fecha, grandiosos en su desigual ofensiva, aventaja á 
la actitud extraordinaria del pueblo paraguayo que 
inmoló todo al afán santo de libertad? 

El interés de disimular la iniquidad de 1865 ha 
llevado á los escritores de estos países á presentar al 
Paraguay, al tiempo de la alianza, en condiciones de 
la más acabada barbarie y anarquía. Mucho se misti- 
fica en ese sentido. En la época que tratamos el Pa- 
raguay era una potencia de verdadera importancia. 
No vamos á hacer un entusiasta elogio de la índole 
excepcional de los gobiernos allí corrientes, revesti- 
dos de apariencias dictatoriales y dinásticas, pero es 



240 


LA TIERRA CHARRÚA 


indudable que ellos consultaban las exigencias espe- 
ciales de una sociedad rudimentaria en cuanto á la 
preparación y cultura de sus muchedumbres. Por lo 
demás, empujaba las tendencias en aquel rumbo, con 
fatal energía, la herencia sedentaria y disciplinada de 
las Misiones jesuíticas. Y pensándolo bien, ¿ no era 
más lógico, más adaptado al medio, ese expediente de 
las dominaciones fuertes y dilatadas que el otro fa- 
moso prohijado por los principales hombres de Mayo, 
en momentos de desvarío, de favorecernos con el 
ingerto de reyes exóticos y desacreditados? El doctor' 
Francia, una personalidad de curiosísimo relieve, dió 
á su país días de absoluta tranquilidad que si bien no 
fueron propicios al progreso de las ideas prepararon 
en cambio el desenvolvimiento de las riquezas locales 

Antes de esta administración, ya la derrota campal 
del general Belgrano, enviado en 1810 en misión re- 
dentora al Paraguay, había cerrado el país, ya de sí 
aislado, al contacto argentino. Don Carlos Antonio 
López siguió la misma ruta política abierta por su 
extraño antecesor. 

En 1851, el Paraguay contesta con una negativa ála 
invitación que se le dirige para colaborar en la cam- 
paña contra Rozas, acreditando así una visión clara 
de sus conveniencias vitales (1). El mariscal Francisco 
Solano López ocupó el poder en circunstancias en 
que los horizontes internacionales de su país, empe- 
zaban á oscurecer. Aunque esencialmente autoritario 

(1) Mariano A. Pelliza . — La Dictadura de Roxas. — Pág. 441. 



LA TIERRA CHARRÚA 


241 


en sus procedimientos, era el mencionado un hombre 
de exquisita cultura personal que había recibido 
educación en Europa y que venía de frecuentar los 
salones del Emperador Napoleón III. Atento á las 
necesidades de su pueblo que — preciso es no olvi- 
darlo — se agitaba en un medio semi-bárbaro, debido 
á muy explicables circunstancias ambientes, el maris- 
cal López se preocupó de dotarlo de numerosos ade- 
lantos mereciendo muy especial atención los de índole 
guerrera. El sabía que el choque con sus poderosos 
vecinos era inevitable, dados ciertos antecedentes acu- 
mulados, y en virtud de esa convicción no descansó 
en su celo defensivo. No nos es posible, ni lo permiten 
nuestras fuerzas, seguir en todas sus faces las preli- 
minares del drama. Sólo constataremos que la Repú- 
blica Argentina y el Brasil, Alarmados ante la poten- 
cia bélica de la nación paraguaya, incrustada á man- 
salva en sus fronteras, resolvieron llevarla á la guerra 
para quebrarla. Ese es el fondo del asunto, aunque 
las cancillerías y determinados sucesos presenten co- 
mo ofensor al que luego fué agredido y abrumado. 

En esa alianza entró el Estado Oriental. Mejor di- 
cho, se le obligó á entrar, como una consecuencia de 
la intervención brasilera en favor del general Flores 
y de su partido político. Un contingente de 2.000 
hombres marchó al país de los esteros para dejar tes- 
timonio en el exterior, con lujo de bravuras, del valor 
intrínseco para el sacrificio heróico de la raza nuestra. 

Los paraguayos defendieron como leones el territo- 


16 



242 


LA TIERRA CHARRÚA 


rio de sus mayores. Tal vez exasperados por tan ruda 
resistencia los aliados llevaron adelante la guerra en 
condiciones terribles: la humanidad se desterró, por 
enojosa, de los campos de batalla. De paso y estu- 
diando un caso concreto conviene abonarlo así. Para 
el efecto aprovecharemos un interesantísimo artículo 
histórico de nuestro compatriota el señor Doroteo 
Márquez Yaldez, ( L) de rectificación á datos evidente- 
mente falsos sobre la pelea del Yatay que estampa en 
su libro, Efemérides Uruguayas, don Orestes Araújo, 
un profesor de instrucción pública que por su cuenta y 
riesgo y en homenaje á estrechas pasiones de partido 
se ha permitido adulterar, de la manera más torpey 
nuestras tradiciones políticas. En el precitado estu- 
dio prueba el señor Márquez Yaldez, en la forma más 
irrefragable, que en el Yatay chocaron, bajo las órdenes 
del brigadier general Flores, 9.500 aliados con 3.000 
paraguayos mandados por el coronel Duarte. La 
acción duró una hora, de once á doce de la ma- 
ñana del día 17 de Agosto de 1865. Sin embargo, 
1.700 cadáveres de los últimos quedaron sobre el 
campo contra 250 muertos de los aliados. ¿ Es creí- 
ble que esa desproporción se produjo sólo durante 
la pelea? Sería absurdo suponerlo así: Yatay fué una 
espantosa carnicería. A ese respecto escribía el ma- 
riscal López al general Mitre: «la bárbara crueldad 
con que han sido pasados á cuchillo los heridos del 
combate del Yatay. . . no han sido bastantes á ha- 

(1) Doreteo Márquez Yaldez —Rectificaciones históricas. 



LA. TIERRA CHARRÚA 


243 


cerme cambiar la firme resolución de no acompañar á 
Y. E. en crímenes tan bárbaros y atroces. > 

Habla el coronel Centurión en sus Memorias: 
« Los aliados, después de terminado el combate, man- 
charon sus armas con atrocidades inauditas, que la 
pluma se resiste á referir. » Exponía, finalmente, el 
diario Evening Star, de Londres, de 24 de Diciembre 
de 1865: « Yatay es un nombre que entraña un sen- 
timiento de horror para todos los que vieron el campo 
de batalla despaés del 17 de Agosto. Aquello era un 
espectáculo horrible 1 — Mil cuatrocientos paraguayos 
yacían en tierra sin recibir sepultura, y la mayor 
parte de ellos apretándose con las manos las gargan- 
tas que tenían degolladas!. . . ¿Cómo se pasó aque- 
llo?. .. Es que fueron hechos prisioneros y después de 
desarmarlos los degollaron, abandonándolos sobre el 
campo de batalla, en tanto que los más jóvenes fueron 
salvados para distribuirlos como esclavos ...» 

La guerra concluyó con el anonadamiento de la 
raza perseguida. ¡Claro está; cuando se cumplió al 
pié de la letra la ley de exterminio alli también pudo 
exclamarse siniestramente: «la paz reina en Varso- 
via. > Si; la paz de los sepulcros, dominó en el esquil- 
mado Paraguay! 

¿ Obtuvo nuestra República algún beneficio coope- 
rando á esa obra de maldición ? Absolutamente nin- 
guno. Ante todo, veamos los argumentos forzados que 
se han tegido para justificar nuestra complicidad en 
aquella gran heregía internacional. López era un dés- 



244 


LA TIERRA CHARRÚA 


pota, se dice, y había que libertar á su país de su fé- 
rrea dominación. Fuera <5 no exacto el carácter odio- 
so asignado al referido gobernante, merece recordarse 
el tinte especial de la emancipación política del Pa- 
raguay. El temperamento manso y tranquilo de sus 
habitantes respondía á una idiosincracia esencial- 
mente negligente y de tendencias sedentarias, fomen- 
tadas en su tiempo por el arraigo de las doctrinas je- 
suíticas. Un pueblo que pasara su infancia entregado 
á ejercicios religiosos, abdicando su entidad y el ma- 
nejo de sus más elementales intereses en manos de 
una Orden, mal podía desempeñarse por su cuenta 
cuando el contagio de santos ideales atravesó sus 
fronteras y venció también allí á la autoridad ema- 
nada de España. Extinguida una tutela, más que por 
esfuerzo propio por imposición irresistible del mo- 
mento histórico, era indispensable engendrar otra 
igual al poder caduco, más opresora que aquella, pero 
disfrazada con los atributos libertarios. 

Y así el Paraguay, lanzado á la independencia an- 
tes de tiempo y en condiciones peores que las provin- 
cias próximas, cayó expontáneamente en los brazos 
tiránicos de don Gaspar Rodríguez de Francia para 
seguir durmiendo en plena ignorancia aún de las in- 
quietudes fecundas de la adolescencia. 

Los López no marcan un paso adelante en ese sen- 
tido; pero la prueba de que su gobierno dictatorial 
era aceptado sin resistencias por la inmensa masa de 
sus compatriotas la encontramos en el cariño idolá- 



LA TIERRA CHARRÚA 245 


trico que éstos les profesaron. ¿Inconciencia, suges- 
tión ó servilismo ? No podríamos precisarlo ; pero 
ciertamente que la tarea de romper el engaño, 
de borrar el sofisma, ó de destruir la coyunda no 
podía pertenecer á los extraños. ¿Quién sostiene 
tan peligrosa é inaceptable doctrina? Los países se 
dan sus instituciones y crean sus fronteras y ponen 
en ellas marcos divisorios para que nadie ignore que 
hasta allí alcanzan los fueros de una soberanía y los 
derechos de una pujanza. Dentro de esos límites 
existe un organismo territorial independiente y son 
los moradores de esa zona los únicos llamados á re- 
solver las diferencias que entre ellos surjan, de la 
manera que mejor les cuadre. Entendido que, en ca- 
sos excepcionales, cuando las disputas caseras inco- 
modan al vecino y hieren en forma positiva intereses 
suyos sagrados, nace la facultad de repeler esos avan- 
ces. A pesar de lo defectuoso de su gobierno este no 
era el caso del mariscal López. Malo ó bueno para 
los paraguayos — ellos adoran su memoria — no co- 
rrespondía á las potencias inmediatas convencerlos de 
lo primero, fuera de que, por otra parte, ellas, que pa- 
saban ó habían pasado por idénticas peripecias ins- 
titucionales, nada luminoso podían ofrecer como 
ejemplo. ¿Los orientales, no acababan de aliarse con 
los brasileros haciendo de Paysandú un Gólgota de 
la democracia; esos mismos brasileros, no llevaban 
acaso el estigma de esclavos; y los argentinos, no so- 
portaron veinte años el cautiverio rozista, no venían 



246 


LA. TIERRA CHARRÚA 


de matarse, con trágico encarnizamiento, peleando por 
Urquiza y contra Urquiza? 

Particularizando el asunto, ¿en qué molestaba, ni 
aún indirectamente, á la República Oriental el despo- 
tismo del mariscal López? Aun al presente el Para- 
guay es para nosotros una tierra desconocida á la 
cual solo nos vincula la leyenda sangrienta de una 
catástrofe. El caso del tirano de Buenos Aires se 
presenta muy distinto. A Juan Manuel de Rozas lo 
repudiaban sus mismos connacionales, al punto de 
que el clamor de una esperanza de liberación cruzó 
las campañas argentinas cuando el capitán general de 
Entre-Ríos recogió, para vengarlo, el agravio de dos 
generaciones. Urquiza mismo pidió la alianza con el 
extranjero, aplaudida con entusiasmo por la opinión 
pública de su país. En cambio, Francisco Solano Ló- 
pez era sostenido y acatado por su pueblo que probó 
cuanto lo quería pereciendo en su defensa y pronun- 
ciando al morir su nombre mágico. Los paraguayos 
nunca pidieron la intervención armada para librarse 
de su mando. Rozas, más que una amenaza era un 
cuchillo suspendido sobre la cabeza del Uruguay ; su 
prevención y su hostilidad nos pertenecía. López, 
nunca se preocupó de ofendernos, por lo contrario, 
existe constancia positiva de que nos profesaba pro- 
funda y explicable simpatía. 

De manera, pues, que causa extrañeza oir afirmar 
á ciudadanos orientales que fué lógica nuestra inge- 
rencia en la aventura. 



LA TIERRA CHARRUA 


247 


En su citado libro, dice al efecto el señor José Lu- 
ciano Martínez : « La voz de la justicia y del honor, 
desconocidos por el déspota paraguayo, congregó bajo 
una misma bandera á los tres Estados del Río de la 
Plata, los cuales iban á protestar, con las armas en 
la mano, contra la barbarie y el despotismo. » ( 1 ) El 
escritor no incurre en omisión geográfica al incorpo- 
rar el Brasil á los Estados del Plata. ¿ Acaso no lo era 
en 1865, por gracia bendita de la intervención? ¿Aca- 
so sus cañones no brillaban al sol en las calles de Mon- 
tevideo? Prosigue el amable cronista: «Para resta- 
blecer en el país hermano, sometido á una dominación 
oprobiosa, la libertad y el derecho, más que por ven- 
gar agravios, que también existían y clamaban ven- 
ganza, se formó la Triple Alianza del Brasil, la Ar- 
gentina y la República Oriental del Uruguay. » 
Vengarnos nosotros: ¿y por qué? ¡Agravios! ¿Cuál 
era más grande, el supuesto que nos dirigiera López 
desde su guarida ó el real, inferido por nosotros á nos- 
otros mismos, al aceptar el concurso brasilero para 
exterminarnos fraternalmente? 

¡ Qué lamentable es que las ofuscasiones de partido 
lleven á nuestra juventud pensante á sostener tésis 
políticas suicidas! Y si mañana se ensayan por nues- 
tros colosales vecinos, en las carnes del aliado de 
ayer, doctrinas de purificación interna, como las pul- 
sadas para descuartizar al Paraguay: ¿qué diremos? 

(I) José ] nciano Martínez. — Vida militar de los generales Envigue V Gre~ 
geno Castro.— Pégs. 192 y 193. 



248 


LA TIERRA CHARRÚA 


La protesta correrá riesgo de helarse en lábios que 
han aplaudido con entusiasmo la degollación de un 
pueblo justificándola á título de tratarse de una raza 
oprimida. El despotismo de López, se exclama. ¡ Cui- 
dado con ese argumento que lleva muy lejos ! La prue- 
ba al canto: ¿no fué el despotismo de Berro , (sic) el 
que trajo la invasión brasilera? Pues el caso de tales 
extravagancias de lenguaje podría repetirse y sería 
insensato que la opinión nacional no se encontrará 
condensada y fuerte para dirigir sus fulminaciones á 
semejantes ensayos de bandolerismo. 

También se han mentado, con acento acusador, las. 
relaciones políticas de López con el gobierno de 
Berro. Se aventura: ¿si éste se alié con aquel, por 
qué no pudo aliarse á su vez el general Flores con- el 
Emperador del Brasil? La respuesta á éste aserto nos 
lleva á señalar una de las aristas más brillantes de la 
administración nacida el año 1860: su gestión inter- 
nacional. El afán de brevedad que preside á estas li- 
neas no es tan imperioso que nos prohiba hilvanar 
dos párrafos sobre éste punto de tanto interés retros- 
pectivo. 

Todavía está poco esclarecido el conocimiento de 
la labor diplomática de la Cancillería Oriental duran- 
te el período apuntado. Cuando se haga el estudio 
concienzudo de la misma y se disipen ciertos prejui- 
cios rancios, sin otra base que las pasiones de bando, 
entonces será necesario reconocer que el presidente 
Berro y los hombres de Estado que lo acompañaron 



LA' TIERRA CHARRÚA 


249 


en su luminosa elaboración gubernativa, acreditaron 
singular clarovidencia en el manejo de nuestros asun- 
tos exteriores. En efecto, desde su independencia 
nuestro país venía siendo juguete de las intrigas y 
pérfidas combinaciones vecinales, que se colaban 
audazmente por las fronteras en forma de interven- 
ciones y de movimientos revolucionarios. Así se des- 
lizaron los primeros treinta años de nuestra agitada 
existencia. El Brasil y la Argentina ejercían un do- 
minio letal sobre esta nacionalidad llena de fragili- 
dades internas. La indicada tutela, además de ser 
deprimente nada bueno prometía en lo futuro. Todos 
los patricios de pensamiento viril lo apreciaban de 
aquella manera. Si en un principio no poco se obtu- 
vo conteniendo las voracidades terribles de los linde- 
ros, más adelante, una vez cristalizada y por ende 
bien definida la patria, era necesario hacer algo bueno 
y de mayor eficacia en su beneficio. Al presidente 
Berro cabe la honra de haberlo entendido así antes 
que ningún otro gobernante. Como lo hemos visto al 
extractar su programa, él conceptuaba que el verda- 
dero provecho internacional de la República estaba 
en mantenerse aislada y, en caso de no poder conti- 
nuar en esa situación cómoda, en vincularse á muchas 
otras potencias. Apartar nuestros destinos de la in- 
fluencia brasilera, y de la influencia argentina, dema- 
siado fraternal, fué el anhelo de aquel mandatario; 
pero cuando relámpagos cruzan la frontera anuncian- 
do graves conflagraciones, don Bernardo Berro fia- 



250 


LA TIERRA CHARRÚA 


mea decididamente su magnífico ideal de política ex- 
terna, sintetizado así : oponer al formidable poderío 
argentino -brasilero otro poderío también formidable: 
el de los pueblos pequeños y otras fracciones semi- 
autonómicas del Sur. A este proyecto genial, que al- 
gún día y en semejante <5 distinto rumbo deberá re- 
producirse, respondió su aproximación diplomática al 
Paraguay. 

Nuestra legación de aquella época allí fué impor- 
tantísima y hubo de rendir frutos de trascendencia- 
continental á no surjir el desesperante estorbo de la 
aventura revolucionaria de 1863. Esa coalición nues- 
tra con el nervudo Paraguay, extendida en cierta for- 
ma auspiciosa á la mesopotamia argentina, hubiera 
creado en la práctica un grandioso equilibrio vecinal. 
La certeza adquirida por las potencias fronterizas de 
que el gobierno de 1860 iba en camino de emancipar 
á nuestro organismo de su venenosa tutela, dándole 
arraigo exterior fuerte y sesudo, las inclinó del todo 
en favor de la revuelta florista, cuya prosperidad bé- 
lica importaba la ruina de grandes ensueños de vita- 
lidad. . . 

La alianza buscada con el mariscal López no re- 
vestía ningún carácter odioso. Ella no iba contra el 
general Flores, ella se dirigía contra el Brasil, contra 
el tradicional y común enemigo. Ese contrato de 
mutua conveniencia tampoco importaba cercena- 
miento de nuestra autonomía; por lo contrario, él iba 
encaminado á fortalecerla. Tan natural como aparece 



LA TIERRA CHARRÚA 


251 


que el Imperio al intervenir en nuestros asuntos bus- 
caba absorbernos, resulta insensato suponer que 
López intentase devorarnos. ¿A qué empeñarnos en 
la demostración de esta verdad, cuando una simple 
visual lanzada al mapa de América responde con 
rotunda elocuencia geográfica ? 

Por lo demás, la guerra llevada contra el Paraguay 
tuvo un carácter netamente partidario, al punto de 
que la divisa del contingente uruguayo consistía en 
una cinta punzó. Los orientales fueron los suizos de 
la jornada y en su desempeño guerrero recibieron 
más desaires que distinciones de las potencias. Como 
lo decimos. A ese efecto, y entre otros muchos ante- 
cedentes, vale la pena recordar que cuando en 1867 se 
hubo de firmar la paz, por iniciativa de Mr. J. Gould, 
secretario de la embajada británica en Buenos Aires, 
no se dió ingerencia, ni directa ni indirectamente, al 
jefe superior oriental. Con motivo de esa tentativa 
los generales expedicionarios Mitre y Marqués de 
Caxías llegaron á prestar su aprobación á un proyecto 
de convenio, que no se hizo carne por negativa del 
mariscal López. Pues en esos importantísimos preli- 
minares no se dió intervención de ningún género al 
señor general Enrique Castro. Este evidente despre- 
cio de parte de los aliados motivó una expresiva 
carta del señor general Flores, que, para abonar lo 
expuesto, copiamos en lo pertinente: « Sé de una 
manera positiva que se está tratando de paz con 
López y me ha llamado la atención el que Vd. nada 



252 


LA TIERRA CHARRÚA 


me diga á ese respecto. Así es que supongo <5 que Yd. 
me ha escrito y sus cartas se han extraviado, ó que 
los generales Mitre y Caxías no han dado á usted 
conocimiento de lo que se hace en el sentido de la 
paz. 

«Usted, mi querido general, es el jefe de la División 
oriental, en el ejército aliado y, por consiguiente, de- 
be tener participación, como representante ahi de la 
República, en toda medida que se adopte, tanto ea el 
orden militar como en negociaciones con el enemigo, 
pues, que nada puede hacerse sino de acuerdo entre 
los tres poderes aliados. Espero, pues, que usted me 
diga lo que haya sobre este importante asunto, y que 
para ello, si nada le hubieran aún comunicado los 
generales Mitre y Caxías, los vea usted y les haga 
sentir el deber en que usted está de exigir participa- 
ción en este negocio, sobre el cual no puede prescin- 
dirse del general oriental » . Anhelos tan plausibles 
cuanto ilusorios, estos! El arrojado general Flores 
tendría tiempo antes de cerrar los ojos, de conocer 
los primeros desastres de su política exterior. 

En 1868, siendo Presidente de la República, es- 
cribía el caballeresco general Batlle: «Nuestro más 
vehemente deseo es la pronta conclusión de esa eterna 
guerra, que se creyó obra de pocos meses y dura ya tres 
años sin que le veamos próximo término.» (1) En 1869, 
el mismo don Lorenzo Batlle intentó empeñosamente 

[1] José Luciano Martínez, Vida Militar de los generales Enrique y Gregorio 
Castro, pág. 226. 



LA TIERRA CHARRÚA 


253 


obtener el retorno de la División Oriental, pues no 
había fondos para sostenerla, á pesar de su exigüidad 
numérica. Como no tuviera éxito en tales gestiones 
comunicaba el nuevo desaire sufrido al brigadier ge- 
neral Castro: «La mayor recomendación que tenía 
nuestro Ministro Plenipotenciario, don Adolfo Ro- 
dríguez, fué la de recabar de los dos gobiernos alia- 
dos el retiro de nuestra División. Desgraciadamente 
ambos han hecho una resistencia decidida á nuestro 
propósito, valiéndose para ello de las estipulaciones 
del tratado de la Triple Alianza, en que se obligaron 
las tres naciones á no desistir de la guerra hasta que 
López fuese expulsado del Paraguay. En vane hemos 
hecho valer la insignificancia de nuestra fuerza, pues 
que dejaríamos allí el contingente paraguayo que 
compone su mejor número. Se nos ha contestado que 
nuestra sola bandera y su persona de usted, encabe- 
zando un grupo de orientales, constituían un elemen- 
to normal de inmensa importancia para el éxito de 
las próximas operaciones. Todos nuestros esfuerzos 
se han estrellado contra la oposición de aquellos po- 
deres, que declaraban mirarían como rota la alianza 
por nuestra parte y responsabilizada la nación orien- 
tal por las consecuencias que aquel hecho produje- 
se.» (1) ¿Puede darse una confesión más paladina de 
impotencia, de rabia comprimida, de humillación y de 
vergüenza? El contingente oriental, formado en su 

1— Jopó Luciano Martínez Vida do los generales Enrique y Gregorio Castro # 
pág. 254 . 



254 


LA TIERRA CHARRÚA 


« mejor número » de paraguayos, era prisionero de 
los aliados, representaba un papel decorativo invalo- 
rable para ellos y amargo para nosotros. 

Luego de referir á los apuros financieros, proseguía 
el señor Presidente de la República: «En situación 
tal y siendo cada vez más apurado el estado de nues- 
tras rentas, hará usted bien en aceptar todos los au- 
xilios que le ofrezcan los generales aliados, desde que 
puedan aliviar las necesidades de nuestro ejército, 
disminuyendo los giros que vienen á agobiarnos .... 
No ha pasado la República, desde su origen por una 
situación tan difícil, pues nadie acierta con las me- 
didas que convenga adoptar. » ¡ Pobre decoro nacio- 
nal! Los orientales concluirían por vestirse y por 
municionarse, con autorización del propio gobierno, 
recurriendo á los argentinos y á los brasileros. Hé 
ahí una de las tantas delicias engendradas por la in- 
tervención imperial. 

¿A qué insistir? Concluyamos. La guerra del Pa- 
raguay, para nosotros injustificada en el terreno de la 
moral y de la ley, nos deparó verdaderas desgracias á 
la vez de provocar la ruina de un pueblo amigo, 
de un pueblo nobilísimo que todavía, después de 
treinta años, no se ha repuesto del rudo golpe. Fui- 
mos al Paraguay á perderlo todo y á no ganar nada, 
como lo acreditaron brutalmente los hechos. Desde 
entonces ha quedado roto el equilibrio político en el 
Rio de la Plata; desde entonces nosotros, diminutos, 



LA TIERRA CHARRÚA 


255 


estamos solos frente á potencias gigantes; desde en- 
tonces falta un precioso platillo en la balanza. 

Es innecesario agregar que el valor de los orienta- 
les lució indomable durante los cinco años de cam- 
paña. La hazaña de Enrique Pereda que rindió, en 
medio de la metralla, honores militares al bravo León 
de Palleja, muerto heróicamente al frente de su 
batallón, ofrece el emblema, grabado sobre el ace- 
ro de la posteridad, de aquella tremenda empresa de 
matar á un pueblo de hermanos. ¿Pero de qué vale el 
denuedo sólo cuando no lo acompaña el prestigio 
mágico de la razón y de la justicia? Que en nuestros 
anales de gran nación nunca se inscriban sucesos con 
viñeta, tales como la guerra del Paraguay que seña- 
la mucha pujanza y mucho aliento al servicio de un 
gran error! 



256 


LA. TIERR1 CHARRÚA 


Los nuevos horizontes 

Vamos á cerrar estas páginas pues los últimos 
veinte y cinco años de nuestra historia solo ofrecen 
el espectáculo de inmensos desastres institucionales, 
sin presentar siquiera el fanal de una luz perdida. 
Con respecto á este período de hondas podredumbres 
muy poco puede decirse. Epoca de fango y de igno- 
rancia ella solo recuerda desgracias internas. 

El desarrollo independiente de nuestro pueblo pre- 
senta tres etapas. La primera, la de los caudillos, des- 
de 1830 á 1875, se caracteriza por los récios antago- 
nismos de' partido, por dramáticas divergencias, por 
disputas, sostenidas á mano armada, que alcanzaron á 
tener momentos realmente bellos. En 1875 nace la 
segunda etapa, la de los pretorianos, que muere en 
1897. Su origen y su fin lo apuntan dos movimientos 
militares contradictorios. En efecto, la soldadesca 
acampada el 15 de Enero infaustó en la Plaza de la 
Matriz, puso en esa hora de maldición, que tantos 
rios de sangre inocente costaría, la piedra funda- 
mental de su dominio atentatorio ; pero esa otra fecha 
esclarecida del 17 de Marzo de 1897 recuerda que 
en la costa del arroyo Tres Arboles encontró su fosa, 
de la cual jamás se levantará, el sistema tanto tiempo 
triunfante sobre las ruinas de la patria. Quebrada la 
soberbia de una clase opresora y ratificadas en el 
gobierno las conquistas políticas obtenidas en rudo 



LA. TIERRA CHARRÚA 


257 


batallar, la República ha entrado ya en el tercer 
período de su edad, que puede titularse etapa cívica. 
Cuat r o años hemos corrido en ella y ya el país se ha 
dado cuenta de que alcanza nuevos tiempos y de que 
los días de una felicidad positiva han llegado por fin. 
Responde esta certidumbre al fenómeno importantí- 
simo de adelanto que denuncian los ideales hoy flo- 
tantes en nuestro ambiente. La patria se rejuvenece 
y sus esperanzas de ventura se consolidan cuando los 
anhelos trascendentales de libertad electoral, de 
coparticipación en el manejo de la cosa pública y de 
respeto á la integridad del erario, empiezan á obtener 
un seductor arraigo. Estamos, pues, en presencia de 
un quinto ó sexto ensayo de aproximación fecunda. 
Pero ninguno tan ámplio y promisor como éste. To- 
das las corrientes del sentimiento nacional, todos los 
esfuerzos de sus hombres dirigentes, todas las nativas 
honradeces se han coaligado para dar carácter defini- 
tivo y perdurable á la virtud gubernativa que alborea. 
En semejante empresa de bendición tiene sitio eficaz 
de lucha la juventud de los dos partidos orientales, 
que debe apartarse de los exclusivismos torpes y 
concurrir al mejoramiento común predicando la 
atenuación, el olvido para los agravios pasados, y la 
alianza fraternal para las jornadas venideras. Es 
indispensable convenir de una vez en que ni el dogma 
santo de la democracia, ni la libertad, ni la virtud han 
sido patrimonio único de partido determinado, como 


17 



258 


LA TIERRA CHARRÚA 


lo pretende, por regla general, el extravío de las pa- 
siones corrientes. 

Apena pensar que todavía ciertas propagandas po- 
líticas buscan inspiración en las tumbas heladas de 
nuestros grandes caudillos muertos, cuando á su res- 
pecto ya corre prescripción, ya está prohibido el co- 
mentario cruel é inexorable. Nuestra edad clásica 
está cerrada y es hora de que, cediendo cada cual 
algo en el calor de sus predilecciones retrospectivas, 
llegue á unificarse el fallo histórico alrededor de ciar, 
dadanos eminentes cuyo nombré está abrazado, como 
la bandera á su ástil, á las tradiciones de la Repúbli- 
ca, son parte de su mismo corazón. Al pasado, como 
que es tal, hay que entregarlo definitivamente al libro 
confiando en que los hombres de alto pensamiento, en 
el silencio del gabinete, prévia exploración minuciosa 
de archivos y memorias, sabrán extraer el saldo lim- 
pio de nuestras glorias consulares rompiendo valero- 
samente las idolatrías fraccionarias para exhibir su 
caudal bueno, como arranca el lapidario la piedra pre- 
ciosa devastando vulgares guijarros. Las fuentes de 
la vida política están en la actualidad que no admite 
debates retardatarios, que no puede detenerse un ins- 
tante en su desarrollo vertiginoso para averiguar Ja 
ascendencia tradición alista de los factores que apro- 
vecha. Explicable que el prestigio irresistible de los 
caudillos tuviera fuerza de imán en épocas dramáti- 
cas que ellos llenaron con el éco de sus heroicidades y 
de sus extravíos; explicable que aún á raíz de muer- 



LA TIERRA CHARRÍJA 


259 


tos ellos, como el Cid, ganaran batallas partidarias 
desde la tumba; pero resulta inaudito que al través de 
medio siglo y en días febriles de integración social 
se pretenda imponer á los acontecimientos la norma 
anticuada é imperfecta que sirvió de pauta á nuestros 
mayores para combatirse, en su afán de ganar la 
victoria para sus divisas de trapo. 

Sobre hechos notorios, sobre incidentes concretos 
descansa la cuna del partido blanco y del partido co- 
lorado ; pues bien, como hoy estamos en presencia de 
hechos completamente distintos de aquellos y produ- 
cidos en época de una muy superior civilización, es 
natural, es impuesto, buscar en éstos últimos las gran- 
des inspiraciones de conducta cívica. 

Los nombres legendarios de Rivera y de Oribe han 
servido de escudo á todo género de infamias y de 
explotaciones, al punto de que se proclama la verdad 
diciendo que ellos han causado más males muertos 
que vivos. Esos soldados, á pesar de sus errores, cons- 
tituyen, con media docena de valiosas reputaciones 
civiles y militares, el cuadro de los grandes servido- 
res de la patria. Empalidecida, aquí, eclipsada, allá, 
palpitante siempre, su grandeza existe y crece como 
los organismos vivos, victoriosa sobre el insulto, so- 
bre la procacidad, sobre el desahogo de los pobres de 
espíritu. Clavada lejos, en lontananza, hacia el rumbo 
que señala el Bethleem de la nación, ninguna racha 
podrá arrancarla de su asiento de piedra, ni habrá en 
el desierto arenas bastantes para enterrar su mole 



260 


LA TIERRA CHARRÚA 


que tiene aristas de Pirámide. Muerden en granito 
los que pretenden arrancar de cuajo nuestras tradi- 
ciones heróicas al empeñarse en romper famas caba- 
llerescas, bien ó mal templadas, pero de hierro. Ya el 
tiempo, que es más sabio que los hombres, ha arroja- 
do su última palada de cal purificadora sobre los des- 
pojos mortales de nuestros atletas. 

Ha llegado pues la hora de enterrarlos en sitio sa- 
grado, bajo la caricia dulce de la tierra por ellos mo- 
delada en concierto de pasiones y de metralla. En 
vez de encarnizarnos, como jauría de perros, con 
quienes sostuvieron justas, recogidas por el poema, 
en pro de la libertad y del derecho; en vez de herir 
sin lástima á nuestros próceres negándoles atenua- 
ciones, seamos duros, seamos implacables con los 
que en épocas recientes han esquilmado á la patria, 
robándole sus dineros, arrebatándole su dignidad, 
y oscureciendo sus perspectivas al lanzarla á la 
bancarrota y á la guerra civil. Esos no exhiben en su 
defensa el argumento de un sacrificio, de un insom- 
nio por el bien público. Su profesión ha sido el atro- 
pello, llevado á sus más vituperables extremos. An- 
taño, el exceso de ardor fundó el fanatismo ; en el día, 
la ausencia calculada de todo entusiasmo, para estar 
en aptitud menos comprometida, ha creado una in- 
mensa familia de parásitos, de sujetos de goma, sin 
conciencia, sin amor á nada, sin ideales, dominados 
por una sola preocupación: traficar. En esas filas 
bastardas anida toda la polilla que barrenó en otrora 



LA TIERRA CHARRÚA 


261 


las mismas entrañas del roble, afrentando á dos ge- 
neraciones con el espectáculo de orgías y de despil- 
farres baltasarianos. Allí están los verdaderos peca- 
dores, los padres de la usurpación, quienes cometie- 
ren el sacrilegio de violar á sabiendas y por codicia 
nuestra Constitución y las leyes. Para estos culpables, 
que han delinquido con premeditación, con alevosía y 
con ensañamiento, cuesta encontrar circunstancias 
atenuantes. Como los falsos apóstoles, que explotan al 
prójimo invocando el nombre de la religión, éstos 
han consumado incalificables despojos escondiéndose 
bajo el nombre de los grandes caudillos desaparecidos. 

No poco han concurrido á sostener tales desdoros 
los centros políticos militantes, en su afán de recla- 
mar para sí el patrimonio de nuestras leyendas herói- 
cas y de desconocer al adversario hasta el derecho de 
sentir orgullo nativo al evocarlas. No puede, no debe 
perdurar el cisma profundo de la opinión nacional 
frente á Oribe y frente á Rivera, y para alcanzarlo así 
es necesario que los partidos de la actualidad renun- 
cien á la irrisoria pretensión de ser los dueños exclu- 
sivos de unos ó de otros de nuestros principales 
patricios. Q,ue sean de una vez entregados al fallo 
concienzudo de los espíritus imparciales, de filiación 
colorada y de filiación blanca, los hombres de catego- 
ría eminente, interventores en la época de la inde- 
pendencia y en las escenas dramáticas del sectarismo 
clásico. Que claridades de tolerancia iluminen su co- 
mentario despojándolo de las acritudes y de los endio- 



262 


LA. TIERRA CHARRÚA 


samientos solicitados por la intransigencia ó por el 
frenesí de los bandos divergentes. Que se proceda á 
esa exploración con espíritu levantado y sano teniendo 
firme en la memoria la sabiduría del precepto de Cris- 
to en presencia de la mujer adúltera : < que el que de 
vosotros se halle sin pecado tire contra ella primero 
la piedra », y recordando también que juzgándola por 
un capítulo ninguna obra es notable, que á los hom-; 
bres debe mirárseles en conjunto como se mira el 
cielo : hermanando sus abismos de sombras con sus 
estrellas, y que no hay belleza física ni moral sin un 
instante de eclipse y capaz de resistir triunfante al 
severo análisis de la crítica. 

A propósito, aquí tienen cabida las siguientes pa- 
labras dél insigne pensador don Andrés Lamas: « En 
el libro del pasado todos tenemos culpas y algunos 
de nosotros grandes culpas. Si continuamos leyendo 
en ese libro, no nos entenderemos jamás, estamos 
irremisiblemente perdidos; perdidos nosotros, perdi- 
dos nuestros hijos que de nosotros heredan esa heren- 
cia de perdición. ¿ Cuál de nosotros no se ha extra- 
viado del buen camino, no ha tenido días de delirio y 
vértigo, cuál no ha pagado su tributo á esas malas 
ideas bajo cuya atmósfera hemos nacido, hemos vivi- 
do, hemos combatido ? ¿ Quién no tiene de qué arre- 
pentirse ? Cerremos el libro del pasado; ese libro no 
sirve sino para dividirnos. Sólo la posteridad podrá 
fallar las causas que encierra. Para esas causas no 
hay jueces entre nosotros: todos somos incompetentes 



LA TIERRA CHARRÚA 


263 


porque todos somos apasionados » (1). Hace cuarenta 
y cinco años eran lanzadas á la publicidad estas de- 
claraciones. 

Tan escaso ha sido nuestro adelanto en el dominio 
de las ideas que aún hoy poseen platonismo teórico 
los anhelos de concordia y de equidad corrientes en 
1856. ¿No importa ello una aberración sin nombre? 
¿Hasta cuando viviremos enseñando á nuestros niños 
á balbucear homenages ó agravios á Rivera y á Oribe, 
según sean sus padres de tal ó cual filiación política ? 
¡ Cómo entristece descubrir semejantes extravíos del 
criterio popular; cómo indignan los brulotes tirados, 
con la grosería de escupitazos, á nuestros primeros 
capitanes, por la ignorancia más crasa ó por la ambi- 
ción ignominiosa consentida! 

El lote de nuestros héroes no es posible abrirlo y 
cerrarlo con los nombres de Artigas y de Lavalleja. 
A éstos es indispensable, es sobre todo justo, agregar 
otros prestigios meridianos que condensan hazañas, 
sacrificios, errores, derrotas y victorias de leyenda. 
Tampoco puede reducirse á Suárez y á Berro el núme- 
rode nuestros patricios. Por lo menos, media docena 
de ciudadanos distinguidísimos, colorados y blancos, 
se asocian á ellos para alcanzar honores de apoteósis. 

Mucho, muchísimo contribuirán á esta obra de ben- 
dición los jóvenes orientales de la actualidad difun- 
diendo en el seno de las muchedumbres nuestras, en 
campos donde tan hondas raíces tiene echadas la 

1 —Andrés Lamas á sus compatriotas, pág. 61. 



264 


LA TIERRA CHARRÚA 


ignorancia — el peor de los males colectivos, — ideas 
de cordura y desano patriotismo. La mejor manera 
de quebrar prevenciones y de poner coto al ultraje 
absurdo, consiste en abrir los espíritus á las caricias de 
la razón, como se abre la tierra con el filo del arado pa- 
raentregar la semilla á sus elaboraciones misteriosas y 
fecundas. Aunque este momento histórico, lleno de 
fiebres y perplegidades, no confirme lo que decimos, 
es indudable que nuestras agrupaciones políticas mar- 
chan á una radical modificación de contextura. 

Ideas, ya dominantes, de sensatez han labrado el 
convencimiento profundo de que el paralelismo de 
los partidos debe estribar en algo más fundamental 
que las divergencias de apreciación retrospectiva. 
Todos estamos convencidos de que los ciudadanos 
íntegros y bien intencionados no pueden admitir entre 
sí barreras tan frágiles y anticuadas como las impues- 
tas por los agravios de tiempos de nuestros Móntes- 
eos y de nuestros Capuletos. 

Si Oribe y Rivera, si Quinteros y Paysandú separan 
á los blancos netos de los colorados netos, es obliga- 
torio declarar injustificado tal distanciamiento, por lo 
menos, en la acepción lógica. 

Los partidos tradicionales, que surgieron á la vida 
ligados « á un hecho, no á una idea, » como lo dijo ha- 
ce medio siglo don Bernardo Berro, están obligados á 
amoldarse á las exigencias adelantadas de la época 
actual invirtiendo así los términos de aquel verídico 



LA TIERRA CHARRÚA 


265 


aserto mediante su vinculación á ideas, no á hechos 
por fulgurantes que ellos sean. 

Para resolver los problemas económicos y sociales 
del día poco nos interesa, más aún, poco nos importa, 
saber si nuestros padres estuvieron en la verdad ó 
en el error luchando por tal ó cual divisa en tal ó cual 
año. Algo más adelantado que tales paparruchas es la 
que exige la conciencia pública. Son principios, son 
dogmas de una religión práctica, son mejoramientos 
inmediatos, son situaciones moralizadoras, son liber- 
tades, son derechos, son servicios eficaces los que la 
nación solicita de sus cuerpos políticos, vinieren ellos 
del campo que vinieren. ¿ Qué ligazón lógica cabe en- 
tre la muerte injusta de César Díaz ó de Leandro Gó- 
mez, entre Oribe ó Rivera, y esos trascendentales 
asuntos del presente que se titulan organización del 
régimen aduanero, sistema general de impuestos, fo- 
mento sesudo de la inmigración, régimen monetario, 
negocios internacionales con el Brasil y con la Ar- 
gentina, protección á la agricultura, libertad del voto, 
regeneración de la clase militar, etc. etc? Se dirá por 
algún apasionado: más de lo que parece; uno de 
los partidos viejos señala la escuela del honor, de la 
pureza, del patriotismo real, mientras que el otro en- 
carna el fanatismo, la apostasía, la sumisión incondi- 
cional al extranjero. Estas absolutas disparatadas no 
merecen respuesta tanta es la absurdidez que respi- 
ran! ¿Hasta cuando pretenderán algunos espíritus 



266 


LA TIERRA CHARRÚA 


ofuscados hacer ángeles de los colorados y de los 
blancos demonios, ó vice-versa? 

Por todo lo expuesto es realmente sensible presen- 
ciar el espectáculo pernicioso que ofrecen algunos 
núcleos de partidarios, preocupados de resucitar ido- 
latrías y amores cívicos de otras épocas. Los que así 
proceden, con negación del porvenir, incurren en la 
nécia zoncera de quienes creen que vuelven la vida á 
cosas, afortunadamente muertas, despertando con in- 
yecciones de actividad inteligente entusiasmos arti- 
ficiales y fugaces por las costumbres camperas. El 
tipo del gaucho no se levantará de su tum ba porque 
él se fué para siempre, corrido por la ciudad y por el 
telégrafo; y de la misma manera puede afirmarse que 
el culto frenéti co y partidario de los caudillos de anta- 
ño ha concluido y no volverá, á pesar de ridiculas 
resurrecciones, por cuanto el progreso evidente de la 
sociedad en que vivimos no permite que los persona- 
lismos anticuados, rencorosos é imperfectos de años 
pasados retoñen con éxito en este medio nuevo y re- 
finado que pide otros altares, - -- 

La forma resuelta con que nos expresamos no nos 
lleva á confundir nuestras ideas con las sustentadas 
por el constitucionalismo. 

Reconocer el carácter incompleto de nuestros par- 
tidos, casi seculares, y repudiar de sus programas el 
culto funesto de la tradición no importa conceder que 
poseen la verdad quienes abogan por la extinción ful- 
minante de las mencionadas colectividades. Ahí es- 



LA TIERRA CHARRÚA 


267 


triba precisamente la diferencia que separa á los na- 
cionalistas de los constitucionalistas. Aquellos dicen: 
los partidos de origen personal existen; suprimirlos 
en forma radical sería alcanzar el ideal, pero esto es 
imposible, no está en manos de la voluntad del mo- 
mento pues organismos que tienen base sólida y 
multiplicada en la familia, en el ejército, en la admi- 
nistración, en las muchedumbres, en el corazón y en 
la historia no se arrancan á capricho como se quita 
una verruga. En consecuencia, prosiguen, lo práctico, 
lo útil, es aceptarlos con todos sus grandes defectos 
y con todas sus grandes virtudes y preparar su re- 
forma por la evolución, poniendo en su alma ideas 
progresistas, llenando con vino nuevo los odres vie- 
jos, limando sus crudezas despacio y con energía, 
como desgasta y redondea silencioso el mar las 
piedras más angulosas Estos mismos rumbos es- 
tán señalados con robustez en el siguiente párra- 
fo del talentoso Juan Carlos Gómez: « Si pudié- 
ramos borrar con toda nuestra sangre la división 
de los partidos y hacer que todos nuestros com- 
patriotas tuviesen los mismos antecedentes y las 
mismas opiniones, ella no subsistiría ciertamente 
un solo momento más. Sin embargo, contra lo 
imposible nadie es fuerte. Los partidos existen y 
es preciso aceptarlos. Seamos prácticos, y aprove- 
chemos en educarlos el tiempo que perderíamos en la 
pretensión de suprimirlos. » Sensible que la exalta- 
ción de su propaganda jacobina contra los blancos 



268 


LA. TIERRA CHARRÚA 


quitara fuerza á ese apotegma mejor interpretado ya 
entonces en la realidad de las agitaciones democráticas 
por el batallador estadista don Bernardo Berro que 
dedicó á las « nuevas ideas » todo el vigor de su 
intelectualidad disciplinada. 

Exponen, por su lado, los constitucionalistas: los 
partidos existentes son malos ; nada fundamental los 
separa, al extremo de que no son en esencia adver- 
sarios los afiliados honestos de ambos; su tendencia 
retrograda y sus fanatismos, empapados en aguas de 
rencor, les dán un significado perjudicial, inacepta- 
ble en épocas normales; el dualismo político que 
ellos representan es absurdo y ofrece peligros perma- 
nentes de conflagración armada. En virtud de estas 
verdades, han propuesto los esclarecidos apóstoles del 
flamante dogma, la supresión de los antiguos bandos 
y su reemplazo por una gran colectividad principista, 
donde tengan cabida todos los hombres buenos, pien- 
sen como quieran sobre el pasado, aliados en el afán 
supremo de fundar la felicidad pública sobre las rui- 
nas de los partidos cuya muerte se creyó alcanzar 
por decreto. Nos libraremos muy bien de engolfar- 
nos en el comentario analítico de ese precioso doctri- 
narismo que, con toda probabilidad, en su misma belle- 
za ideal lleva el secreto de su mala fortuna. Los hechos 
con su ruda elocuencia proclaman, presentando argu- 
mentos ilevantables, que esa tesis deslumbradora no 
es la exacta. En efecto, pregonada ella con carácter 
oficial en 1871, teniendo á su entero servicio á la 



LA TIERRA CHARRÚA 


269 


prensa metropolitana, que un día alcanzó á ser toda 
suya, favorecida en su desarrollo por el peso de la 
tiranía y por el prestigio arrastrador innato á las más 
brillantes propagandas —que no son, por lo común, 
las más eficaces, — no pudo, sin embargo, imponerse 
y debió al fin declararse vencida por boca de su pon- 
tífice máximo el doctor don José Pedro Ramirez, 
Durante treinta años han tocado á reunión los 
apóstoles del nuevo credo, reácios al convencimiento 
de su derrota. Indudablemente que son poco sinceros 
quienes insisten, á la fecha, en negar la evidencia de 
ese contraste, mucho más palpable ante el extraordi- 
nario robustecimiento de los bandos viejos que, como 
los grandes arboles, desafían firmes todas las incle- 
mencias. La fuerza decorativa que tuvo el Partido 
Constitucional y el sello de alta intelectualidad que le 
prestaron valiosas incorporaciones universitarias, han 
sido causa de que él haya sobrevivido en cierto modo 
á su dispersión, amparado en su caída por el escudo 
de erguidos talentos, de la misma manera que el re- 
nombre de un guerrero, impresionando fantásticamen- 
te al enemigo, suele dar lugar á una fácil retirada, en 
las circunstancias más precarias. El fracaso de la co- 
lectividad mencionada señala un ejemplo y es fuente 
de abundantes enseñanzas. Leíamos meses atrás en un 
artículo de Paul Groussac, que sabe atar el pensa- 
miento á la pluma, este concepto, de intenso realis- 
mo: «La incurable inferioridad sud-americana pro- 
viene de la ruptura violenta con las tradiciones. » 



270 


LA TIERRA CHARRÚA 


En esa frase, que tanto dice, encontramos el moti- 
vo de la caída de los constitucionalistas. Impul- 
sados por móviles plausibles de rápido adelanto, 
ellos quisieron romper de golpe con el pasado, atri- 
buyendo al mismo, á sus anarquías, á sus bastardas 
herencias, á su culpa, todas las amarguras demo- 
cráticas sufridas. Esto estaba muy lejos de ser cier- 
to. Ni el capricho, ni lo improvisado, por blasonar 
da que sea su alcurnia, gobiernan á los aconteci- 
mientos. Quiera que no quiera, el hijo lleva disuelta 
en su sangre la personalidad de su padre y si la 
educación, domando instintos, puede reducir el pare- 
cido entre la rama y el tronco ella no alcanza á bo- 
rrar el sello de la raza, que á lo mejor, cuando se le 
juzga extinguido, salta y reclama imperioso su dere- 
cho con la fuerza de un gesto, de un arranque ó de 
una semblanza instantánea. Pues ese es el caso de las 
sociedades que tienen también rastro de su origen en 
el pasado, factor colosal y enérgico á cuya influencia 
nada ni nadie escapa. El partido constitucional, cre- 
yéndose invencible, tendió línea de pelea franca á 
nuestras leyendas, insultó las idolatrías, á menudo 
torpes, de las masas campesinas, hizo tabla rasa de 
los grandes afectos anónimos, renegó de los caudillos, 
de su obra, de sus herederos, y el resultado final está 
proclamando si tal procedimiento f ué cuerdo. ¿Cómo 
no perecer si se afrontó la corriente á pecho descu- 
bierto, sin aprovechar útiles recursos y con desprecio 
de la experiencia? 



LA TIERRA CHARRÚA 


271 


El constitucionalismo flageló, como decimos, sin 
piedad á los próceres del país, á los predilectos de 
la pasión popular, olvidando que á las muchedumbres 
incultas no se las electriza con palabras retóricas que 
no entienden. La inmensa mayoría de nuestros com- 
patriotas, analfabetos, refractarios, ó alejados del 
contacto de la bizarra propaganda, permanecieron 
irreductibles, fieles á sus primitivos amores. Era ló- 
gico esperarlo así. La evolución de las ideas en tér- 
minos tan radicales pide un conjunto de elementos 
depuradores que desgraciadamente aún hoy no posee- 
mos. Ante todo, reclama un alto grado de preparación 
de los espíritus. 

Ciudadanos que no saben leer, y estos suman mi- 
llares ; niños que no conocen el camino de la escue- 
la; ancianos que se asustan del ferro-carril, que les re- 
presenta energías endemoniadas; mujeres sumidas en 
la ignorancia, que no saben siquiera enseñar á sus 
hijos el retazo de una oración cristiana, todas esas 
fracciones aliadas determinan la fisonomía de un pue- 
blo muy distante aún de la perfección intelectual exi- 
gida para arraigar las reformas políticas trascendenta- 
les. Pero el constitucionalismo ni aún intentó romper 
aquellas perjudiciales costras colectivas llevando con 
la voz de sus apóstoles, á los rincones de la campaña, 
el gérmen de los altruismos sostenidos. 

De Montevideo no salieron sus adalides, entrega- 
dos, por otra parte, á la enojosa tarea de fulminar 
desde la prensa á los hombres de tradición, negán- 



272 


LA TIERRA CHARRTJA 


doles virtudes y desinterés por el hecho de no haber 
abandonado ellos las viejas agrupaciones. 

Mucho bien ha sembrado el partido constitucional, 
muerto en flor, colaborando patrióticamente al des- 
gaste de rudas y temibles pasiones. Sin duda no 
guarda proporción el bulto de este beneficio con el 
tiempo tomado para alcanzarlo. 

En otro concepto, casi afirmamos que aquella afa- 
mada colectividad con el fuego de sus ataques á los 
bandos de antaño, ha llevado á resultados contrapro- 
ducentes. La violencia de sus manifestaciones, arrasa- 
doras del pasado, que es fusta y que es freno, provocó 
estruendosas reacciones del tradicionalismo ofendido 
empujado así á la más lamentables exageraciones. 
Además, los atractivos teóricos del programa divul- 
gado, consiguieron apartar de los partidos blanco y 
colorado á muchos de sus hombres dirigentes y en- 
tónces vimos á audaces oligarquías, gobernadas por 
los mediocres, usurpando las más altas y delicadas 
funciones del Estado en nombre de las viejas divisas. 

El constitucionalismo, enamorado de lo perfecto, 
llegó á prestar autoridad indiscutible á extremos ener- 
vantes. Así, por ejemplo, se hizo carne en la opinión 
que los partidos debían desaparecer y desde enton- 
ces se renunció á toda actividad de política militante 
por cuanto ella hubiera aprovechado á los partidos 
combatidos, duramente excomulgados. Debilitados, 
estos, é impotentes los redentores para dar á sus con- 
cepciones colorido eficaz, en el orden de la realidad, 



LA TIERRA CHARRÚA 


273 


nos encontramos en la más absoluta auarquía pública 
frente al atentado triunfante. 

Veinte años permanecimos en ese reposo, llorando 
día tras día nuevas derrotas del ideal, pero aferrados 
siempre á la tésis deslumbradora que en el terreno de 
los hechos ni creaba ni dejaba crear. Pasamos largos 
lustros discutiendo fórmulas de pureza, como si á los 
despotismos se les venciera con recursos líricos. 

En 1 890, por fin, el Partido Nacional cobra nuevos 
bríos é inicia su campaña regeneradora que nos ha 
deparado los beneficios principistas de esta correcta 
actualidad. Las palabras, ya apuntadas, de Juan Car- 
los Gómez califican acertadamente el absurdo de 
aquel esfuerzo estéril de extinción fulminante de 
sólidas tendencias: « Contra lo imposible, nadie es 
fuerte. Los partidos existen y es preciso aceptarlos. 
Séamos prácticos y aprovechemos en educarlos el 
tiempo que perderíamos en la pretensión de supri- 
mirlos. » 

El jugo de esas ideas, que eran compartidas por otros 
eminentes pensadores orientales, lo encontramos en 
la carta magna del nacionalismo. Fundada por los 
hombres del partido blanco y sobre el cuerpo de su 
organismo esta agrupación ha respondido, por el ca- 
rácter práctico de sus anhelos, á las exigencias de 
nuestra evolución política. 

El Partido Nacional, al darse su programa en el 
año 1872,1o encabezó con esta declaración, llena de 
sabio equilibrio: « Ni condena, ni glorifica el pasá- 


is 



274 


LA TIERRA CHARRÚA 


do>. De manera, pues, que en lugar de romper violen- 
tamente con la tradición la llamó á sí, le pidió su apo- 
yo para marchar adelante con firme acierto. Com- 
prendiendo que el imperio estricto de los principios 
reclamaba aun, para ser cierto, la fatiga de muchas 
jornadas, no tuvo inconveniente en esperar y pene- 
trado de que la mejor manera de combatir á la 
tradición — en cuj a inutilidad presente todos estamos 
de acuerdo — consiste en admitirla para alejarla 
mediante la reflexión y el convencimiento, que des- 
gastan con fuerza incontrastable las pasiones más 
airadas, hizo espacio en sus filas generosas á todas 
las opiniones y á todas las jactancias retrospectivas. 

¿ Acaso, en el fondo, no revela una noble since- 
ridad esa adhesión tenaz de las fracciones á los 
soldados de alta estirpe ? Poseen apariencias respe- 
tables de puro entusiasmo esos cariños sin menguan- 
te. Por lo demás, ¿ es suya la responsabilidad de 
semejantes idolati’ías cuando las masas políticas no 
conocen otros horizontes cívicos y cuando en vez 
de abrirlos á sus ojos, ansiosos de luz, solo nos preo- 
cupamos de dividir para reinar engañando sin ambages 
á los hombres buenos ? 

La fórmula conciliatoria del nacionalismo, que 
encarna un inmenso adelanto , pero un adelanto prác- 
tico, bajo las exterioridades más moderadas, es la 
llamada á resolver nuestro problema partidario. 

No poco progreso señala el rechazo de la vieja 
denominación y el arraigo adquirido por la toleran- 



LA. TIERRA CHARRÚA 


275 


cia. Desde hace dos lustros, después de un intérvelo 
largo, durante el cual los constitucionales tomaron 
para sí todo el escenario, la causa nacionalista actúa 
de manera cada día más eficiente sobre la opinión 
pública imparcial. Empezaron sus primeros afiliados 
por darle Carta Orgánica fundando su gobierno interno 
y vigorizando así Sus energías de colectividad. Ense- 
guida su juventud, congregada en memorables asam- 
bleas, secundó efizcazmente el creciente esfuerzo, 
inaugurando centros de propaganda activa que pronto 
rendirían ópimos frutos. 

En consecuencia, á ese Partido Nacional, que 
algunos adversarios titulan retrógado, cabe el honor 
de haber iniciado el despertar democrático de la pa- 
tria, mediante sus acertados esfuerzos organizadores. 
Más tarde, nuestro credo libró, desde la prensa, 
magníficas batallas en pró de la moralidad descono- 
cida, ratificando su triunfo con la sanción de las ar- 
mas en siete meses de campaña libertadora en favor de 
los propios y agenos derechos. No podemos apreciar en 
detalle los sucesos, pero altivo en la guerra el Partido 
Nacional supo ser desinteresado en la paz y no titu- 
beó en llegar al sacrificio doloroso é injusto en su afan 
de concurrir á la obra reparadora en que está empe- 
ñada la presente administración con el beneplácito 
del pueblo , hoy por fin soberano. El acuerdo electo- 
ral suscrito días atrás, atestigua ese desprendimiento 
y esa tranquilidad de conducta á que referimos. 
Ejemplo de verdadero constitucionalismo se dá con- 



276 


LA TIEBRA CHARRÚA 


curriendo á soluciones abnegadas cuando fuerza y 
recursos sobrarían para atropellar por el camino del 
medio . Sea todo por la patria y por la fraternidad de 
sus hijos, que en este postulado se encierra el cimien- 
to de las dichas venideras. 

Tocados por el viril contagio, el partido colorado 
y aún el pseudo-partido constitucional, se han lanzado 
á su vez en la senda de provechosas agitaciones. 
Calcando al extremo sus iniciativas sobre las inicia- 
tivas nacionalistas, ellos se han dado también Cartas 
Orgánicas, Directorios, Clubs, y esas Escuelas Ciuda- 
danas proyectadas y planteadas con brillante éxito 
por nuestros correligionarios. Todos estos enardeci- 
mientos descubren síntomas de ventura. 

Aunque todavía imperfecto é hiriente, el colora- 
dismo del día, es grato reconocer que en sus filas 
renovadas vá perdiendo éco el concepto infamante 
para el adversario y que en la actualidad sus princi- 
pales personalidades exhiben prestigios de pureza y 
de patriotismo que antes no se encontraban allí. Tra- 
yendo procedencia muy distinta, resulta evidente que 
los partidos militantes se aproximan y que sus co- 
rrientes populares buscan punto de encuentro en la 
política de coparticipación que reclama imperiosa la 
actualidad. 

A esta altura de nuestro comentario y en calidad 
de fecunda enseñanza, conviene recordar el proceso 
de la política argentina antigua, pues él presenta pun- 
tos de contacto con nuestros conflictos internos. Ya 



LA TIERRA CHARRÚA 


277 


hemos visto que á Rozas lo crearon las intransigen- 
cias unitarias al chocar con las intransigencias fede- 
rales. Antecedente de esa época tristísima fué la 
revolución hecha por Lavalle á Dorrego, pagando 
tributo á idénticas demasías. Probablemente la larga 
dominación del tirano tuvo su base en la discordia 
permanente de sus adversarios, de uno ó de otro 
criterio, que ni aún en la derrota sabrían contener sus 
ódios para estrecharse la mano. 

Para quebrarla, la clarovidencia de los políticos 
orientales impone la jefatura superior del general Ur- 
quiza, porfiadamente resistida por muchos. El triunfo 
campal de Caseros, la amarga experiencia recogida en 
la desgracia, parecían prenda de aproximación de las 
causas divergentes. Pero así no fué. En lustros de ca- 
tástrofe los argentinos, rebeldes entonces como nosotros 
ahora á la cordura, no habían aprendido á olvidar y á 
perdonarse mútuos y grandes errores. El cisma abierto 
por el rencor entre provincianos y porteños se ahondó 
en la victoria y bajo la presión fanática del doctor Va- 
lentín Alsina; Buenos Aires hizo la famosa revolución 
del Once de Septiembre, por la que rompía sus vincu- 
laciones con los demás territorios de la Confederación. 
El localismo hacía, sin rodeos, el sacrificio de la patria 
y la sangrienta batalla de Cepeda castigó sus excesos 
provocando con la victoria de las provincias el no 
menos temible exceso federal. En Pavón lava la 
causa unitaria el anterior desastre y su desenfreno 
promete nuevas revanchas y calamidades. Pero en 



278 


LA TIERRA CHARRÚA 


estas peligrosas circunstancias adquiere perfil histó- 
rico superior el ilustre general Mitre, sobreponién- 
dose á las pasiones iracundas y á sus propias exalta- 
ciones de bando. El pertenecía al número de los 
elementos ultra-porteños habiendo servido con entu- 
siasmo febril en los ejércitos locales. Pero cuando el 
éxito de las armas pone en sus manos los destinos 
comunes, Mitre rechaza las imposiciones exclusivistas 
del centralismo y renuncia á ser el primer hijo de 
Buenos Aires para convertirse en hijo predilecto de 
la República Argentina, al lado de Urquiza que había 
dicho, con acento profético : « la geografía, la histo- 
ria, los pactos vinculan á Buenos Aires al resto de la 
nación. M ella puede vivir sin sus hermanas ni sus 
hermanas sin ella, — pues en la bandera argentina 
hay espacio para más de catorce estrellas pero no 
puede eclipsarse una sola. » El general Mitre toca el 
punto más eminente de su carrera política en este ins- 
tante supremo de su vida, que lo exhibe como gran 
patriota y hombre de Estado. Penetrado él de que la 
unión de todas las provincias era indispensable, con- 
vencido de los males inmensos engendrados por las 
pasiones extremas, no vaciló en enagenarse transito- 
riamente las simpatías de sus correligionarios, gober- 
nando á su país con espíritu ecuánime y siendo puente 
entre las tendencias enfurecidas. A la sombra de esa 
política generosa, que ni fué unitaria, ni fué federal, 
pero sí de rumbos decididamente nacionales, ha sur- 
gido el edificio de la grandeza vecina. Las fracciones 




LA TIERRA CHARRÚA 


279 


morigeradas cambiaron de carácter y perdieron su 
índole tradicional optando por nuevos rumbos y de- 
nominándose crudos, aquí, y cocidos, allá. Muy pronto 
se alcanzaron los beneficios de la evolución presiden- 
cial, en el seno de los bandos. Dice á ese respecto el 
historiador Pelliza : « No sin asombro se vió en esta 
nueva organización de los partidos, que numerosos 
ciudadanos vinculados á la política del general Ur- 
quiza, antes de la batalla Cepeda, se agrupaban ahora 
en torno del jefe autonomista, y otros, que habían fi- 
gurado en primera línea entre los sostenedores de los 
propósitos separatistas del doctor don Valentín Al- 
sina, se incorporaban resueltamente al federalismo 
del vencedor de la confederación.» (1) Una transac- 
ción, pues, un justo medio, vino á resolver gravísima» 
dificultades de gobierno, borrando por el hecho y con 
el correr suave de los años el cauce de tremendos 
odios. 


Este ejemplo mucho debe hablar á los ciudadanos 
inteligentes y de noble corazón. Aquí tampoco per- 
mite el progreso de las ideas y el vuelo de las aspira- 
ciones colectivas que un partido absorba las funcio- 
nes de la administración. El país es de todos y se pro- 
clama unatésis exacta sosteniendo que en lo sucesivo 
nuestros gobiernos deberán ser el emblema de la 
alianza pacífica y leal de las agrupaciones, pues ya 
no resulta pregonar como un ideal la política blanc^ 
ó colorada pura. El sistema de coparticipación con- 

( 1 ) Mariano A. Pelliza. — Historia de la Organización Nacional, pág 395 



280 


LA TIERRA CHARRÚA 


vencional, bajo el cual hoy vivimos, irá perdiendo sus 
apariencias irregulares con el curso del tiempo hasta 
ponernos en presencia de situaciones absolutamente 
firmes y normales. 

^ La juventud del país rendirá buenos servicios á la 
causa de todos persistiendo en limar asperezas y 
acentuando su tarea de popularizar el culto de los 
principios, extirpando por ende el culto de anticuadas 
divisas y acontecimientos. A fin de apresurar ese 
progreso vale la pena señalar ciertas manifestaciones 
contradictorias con aquella hermosa cousigna purifi- 
cadera. 

-.- En efecto, la ignorancia de muchos en asuntos 
históricos los conduce á la expresión de visibles 
falsedades retrospectivas, creyendo, por otra parte, 
valentía incurrir en ridiculas aberraciones de crite- 


rio. Así, existe en esta capital un club denominado 
«15 de Abril de 1897 » que, á pesar de titularse 
nacionalista, presenta en sus estatutos el siguiente 
dislate: « Art. 2.° : El Club 15 de Abril de 1897 del 


Partido Nacional que tiene su origen en los tiempos 
heróicos de nuestra nacionalidad y que tuvo por sus 
primeros jefes y fundadores á los brigadieres generales 
Manuel Oribe y Juan Antonio Lavalleja, lejos de 
renunciar á sus gloriosas tradiciones, las evoca, ve- 
nera y glorifica . » Si bien son estos detalles sin 
importancia, es útil exhibirlos al desnudo para que 
ellos desaparezcan de una vez. Igualmente absurdas 
han sido las ceremonias religiosas preparadas por 



LA TIERRA CHARRÚA 


281 


algunos partidarios desocupados en homenaje á Ori- 
be y á Rivera. Semejantes ocurrencias han caído en 
el más absoluto vacío, lo que prueba acabadamente 
que la opinión gana dia pordía en sensatez. 

Frente á la aberración apuntada de un centró 
político blanco, corresponde levantar la de un centro 
colorado — Club « Vida Nueva » — que á pesar de 
tener en su presidencia á un ciudadano de talento 
refinado y á pesar de anunciarse como un núcleo de 
intención muy adelantada contiene en sus Estatutos 
este inciso : « Contribuir á asegurar definitivamente 
el predominio del partido colorado, cuyas tradiciones 
acepta con orgullo, defiende y glorifica. » 

¡ Qué plétora de ideas rancias y de propósitos hugo- 
notes ! Se habla de una vicia nueva y se pregonan 
tales antiguallas! 

¿No es imperdonable que elementos de calidad 
intelectual sobresaliente condensen su anhelo purifica- 
doren «asegurar definitivamente el gobierno del parti- 
do colorado, » cuando todos sabemos que una de las 
virtudes milagrosas de la democracia estriba precisa- 
mente en la rotación de las agrupaciones, hoy en el 
mando mañana derrotadas; cuando nadie ignora que 
la altura es fuente de inmensas corrupciones, que 
concluyen por atacar la fibra de las colectividades 
más viriles, siendo entonces su descenso transitorio in- 
falible remedio de salud; cuando todos, sin discrepan- 
cia, reconocen que el origen de nuestros males políti- 
cos, militares y administrativos lo encontramos en la 



282 


LA TIERRA CHARRÚA 


perpetuación exclusiva é irrefrenada de un bando du- 
rante una vida? 

El partido colorado se ha mantenido treinta y cinco 
años en la cumbre. Tanta ó más culpa que él por 
habernos brindado en ese larguísimo lapso de tiempo 
calamidades é ignominias sin cuento, que han dejado 
rastro indeleble en nuestra historia, — es imputable á 
los partidos opositores que, á pesar de poseer recursos 
incontrastables, no acertaron á interpretar con una 
fórmula de amplia defensiva las aspiraciones co- 
munes. 

La prueba de lo mucho que pueden las resistencias 
adversarias, cuando bien encaminadas, la tenemos en 
el hecho evidente de que esa misma agrupación, que 
nos abocara á grandes catástrofes nacionales, ha sabido 
reaccionar y gobierna en condiciones realmente hon- 
rosas desde el día memorable en que el pueblo como 
Lázaro resucitó para marchar al conjuro divinal del 
patriotismo eficiente. A pesar de sus actuales y her- 
mosas rehabilitaciones el partido colorado deberá fa- 
talmente descender por instantes del mando supremo, 
para dar espacio al otro partido que con él comparte 
el patrimonio de las simpatías ciudadanas. Asi será 
en homenaje á las leyes inmutables de la astronomía 
política que también obedece á una lógica de hierro. 
Como orientales, es patriótico desear que este suceso 
se produzca á su debido tiempo, como fruto de una 
madura elaboración y dentro de las agitaciones pací- 
ficas, sin sobresaltos, sin conflictos, sin peligros. 



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283 


sin esos voceríos desesperados encaminados á rom- 
per los cimientos, que ya son graníticos, de una 
preciosa estabilidad institucional. Como nacionalis- 
tas, no nos acaba de seducir esa perspectiva de 
triunfo en el comicio libre. Desde la llanura he- 
mos impuesto nuestros ideales, que tienen hoy có- 
modo alvéolo en la Casa de Gobierno, y en ca- 
rácter opositor ejercemos un control decisivo sobre 
el desarrollo de los acontecimientos. Nuestra condi- 
ción cívica es á la fecha irreprochable. Protejidos 
por el mismo escudo, firmes, estrechamente hermana- 
dos, ninguna anarquía nos devora, disfrutamos de los 
placeres severos del bien, apuntalándolo, sin sentir 
en nuestro organismo las punzadas enervantes y ten- 
tadoras del mal. En el poder, ¿no se comprometería 
la fuerza de nuestra unión que garante la felicidad del 
país? « Saber esperar es el gran secreto del éxito», 
ha dicho De Maistre. Esperemos. No hay que olvidar 
que la abnegación decorosa señala el punto más alto 
en que puede brillar el . patriotismo. Ese ha sido el 
gran argumento que nos ha inclinado á todos los bue- 
nos ante el Acuerdo Electoral recién pactado. Siga- 
mos, pues, adelante por la misma senda, aliados como 
hasta ahora á la opinión pública viril y persuadidos 
siempre de que el triunfo más glorioso á que podemos 
aspirar en nuestra carrera política lo señala la ambi- 
ción nobilísima de labrar la prosperidad de la patria 
desde el llano ó desde la montaña! 

P ara respunder en un todo á las exigencias avan- 



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aradas de la época, el Partido Nacional, una vez que 
estos días de fecunda inquietud pasen, debe prestar 
atención máxima al problema trascendental de su 
mejoramiento interno. Al efecto, es necesario que su 
juventud ahonde el surco de las ideas bonancibles, 
que ya ha llegado la hora de que se impongan defini- 
tivamente después de una penosa gestación de cin- 
cuenta años. Sin ofenderla, porque ella es sana y tiene 
explicable punto de arranque, se impone combatir á 
la tradición, ya muerta, convenciendo á las muchedum- 
bres de que en las cunas y no en los sepulcros anida 
el porvenir. La lealtad nos exige que justifiquemos 
mediante propagandas nuevas la denominación en- 
vidiable que nos hemos dado. ¿No nos decimos Par- 
tido Nacional? Pues con ese concepto dilatado y ro- 
busto no armoniza el culto de cosas caducas y menos 
aún el elogio ó la censura de nuestros grandes hom- 
bres en virtud de frívolas diferencias de divisa. Los 
que somos verdaderos nacionalistas pensamos que 
la colectividad á que estamos afiliados no es el partido 
blanco ni es el partido colorado. Fundada sobre las 
ruinas de una de esas fracciones, hace treinta años, 
ella encarna vigorosas aspiraciones de presente, des- 
ligadas en absoluto de las miserables rencillas histó- 
ricas del pasado. Los que somos verdaderos naciona- 
listas entendemos que nuestra causa, cerniéndose sobre 
detestables exclusivismos, no disputa á la patria el 
lote de sus leyendas y en ese concepto digno dividi- 
mos el homenaje de nuestro respeto entre todos los 



LA TIERRA CHARRÚA 285 


hombres superiores que sin distinción de bando nos 
dieron libertad, llámense ellos Rivera ú Oribe, Suarez 
6 Berro, Leandro Gómez ó Cesar Diaz. En conse- 
cuencia, los altísimos ideales contenidos en el Progra- 
ma de 1872 requieren confirmación ampliatoria y so- 
lemne. Nuestro gran interés de colectividad mo- 
derna reclama esfuerzos renovados en favor del 
progreso de la masa partidaria que un deber im- 
perioso manda educar. Una Convención, expre- 
samente convocada á ese fin, sería la llamada á 
dictarnos una carta programática definitiva y sesu- 
da en cuyos párrafos, á la vez de concederse espacio 
á los anhelos de concordia y de olvido corrientes^ 
se decretarían rumbos científicos de actuación po- 
lítica, concretando nuestro criterio de comunidad 
sobre las cuestiones vitales aduaneras, municipales, 
eleccionarias y sociales que interesan fundamental al 
país. Por ahí se entra en la gran vía, que á los nuevos 
ciudadanos es indispensable traerlos á las filas ofre- 
ciéndoles algo más jugoso y levantado que nécias dis- 
crepancias de criterio sobre asuntos archivados y frios. 
Cada edad tiene sus atributos y sus placeres; pues al 
país, que ha salido de una infancia singularmente acci- 
dentada, ya no se le satisface golpeando el parche en 
honor de toscas idolatrías, como en otrora. El Partido 
Nacional, que tanto lleva ganado en el concepto público 
con la generosidad de sus procederes, está obligado 
á no defraudar las esperanzas regeneradoras de la ma- 
sa imparcial y para ello importa mucho adaptarse á las 



286 


LA. TIERRA CHARRÚA 


exigencias prácticas de la época. Corresponde definir 
fronteras: que el coloradismo continúe enamorado de 
nuestra Pompeya histórica y absorto en la empresa de 
conquistarse á los muertos mientras el Partido Na- 
cional, renunciando á los trofeos tradicionalistas, des- 
pliega al viento su bandera impersonal y clava sus 
prestigios atléticos en el corazón de las generaciones 
que vienen. Asi el triunfo será nuestro; pero, ante 
todo, se impone confirmar la sinceridad de los propó- 
sitos altruistas que perseguimos apreciando con juicio 
recto los extravíos de tiempos dolorosos, que siempre 
importará desahogo innoble la justificación de hechos 
inicuos. En vez de santificar atentados aceptemos el 
recuerdo de Francisco Lavaudeira, de Teófilo Gil, de 
Pantaleón Pérez, de Arturo Ramos Suárez, de Maído- 
nado, de Imas, de Márquez, de Gradín, deRafaelPons, 
de Diego Lamas y de la pléyade de luchadores de la 
causa de las instituciones, que es la nacional, caídos 
en holocausto á los principios, de 1872 en adelante. 
Entre los citados figuran miembros que fueron de uno 
ó de otro partido, pero indiscutibles en mérito de su 
sacrificio. Ninguno de ellos levanta odios y eso es lo 
que se busca. 

Para que el cultivo de estos hermosos afanes de 
futuro aparezca más garantido en sus resultados, exis- 
te la necesidad imperiosa de afirmar la moralización 
del ejército. Hasta la cruzada de 1897 fué aquel un 
elemento funesto y perturbador de todas las energías 
democráticas. No quiere esto decir que ya no lo sea, 



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pues todavía votan, á la voz de mando, los cabos y 
sargentos de los cuerpos de línea; pero nadie desco- 
noce los inmensos progresos realizados en esta mate- 
ria. Ninguna dependencia oficial llegó á mayor grado 
de corrupción que el ejército de la República, que en 
brazos del motín y de las pasiones más siniestras, vino 
á convertirse en una guardia pretoriana. Pero tam- 
bién es cierto que ninguna institución del Estado 
ha sufrido más radicales y beneficiosas transfor- 
maciones. La Escuela Militar ha sido una ver- 
dadera fragua de la que han salido, bien tem- 
plados, oficiales pundonorosos, capaces y correctos. 
Incorporados á los distintos batallones, ellos obra- 
ron en su seno una profunda reforma y á la fecha ya 
ha perdido su justificada razón de ser la hostilidad 
pública á la milicia, en cuanto la representa esa legión 
de soldados académicos. Mucho hay que andar aún. 
Todavía el ejército no ha perdido su carácter esencial- 
mente político; todavía los servidores de la nación, 
que no deben tener, de acuerdo con las ordenanzas, 
otro partido que el partido de las instituciones, se 
permiten, en general, ser furiosamente colorados ; to- 
davía los soldados van á las urnas á disputar el triun- 
fo electoral á los ciudadanos conscientes, todo esto con 
el beneplácito y por orden de sus jefes. Lunares que 
mucho contribuirá á borrar, en un sentido, un caudal 
de mayor ilustración y cordura entre los hombres de 
espada, y, en otro, un poco de eso mismo, redondeado 
por una ley sana y radical, que prohiba la inscripción 



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LA TIERRA CHARRÚA 


de los guardias civiles, marineros, cabos y sargentos. 
Nuestra milicia, para ser propiamente tal, deberá ad- 
quirir el carácter serio y patriótico á que referimos. Su 
misión se reduce á garantir la paz pública y la estabi- 
lidad gubernativa. De ahí para adelante todo le está 
vedado. El día, ya cercano, en que los ciudadanos pue- 
dan agitarse sin tener enemigos en los soldados, y 
caigan las divisas de los kepíes, y la opinión de los 
jefes de cuerpo no pese para nada en las deliberacio- 
nes políticas, y la tropa vaya á ocupar el puesto de 
vigilancia que le corresponde en campamentos fron- 
terizos, en vez de estorbar el tránsito en las calles de 
la capital, ese día pondremos sello definitivo á nues- 
tros destinos superiores. 

Que mientras tanto la enseñanza primaria siga dis- 
persando las tinieblas en el fondo de las comarcas, á 
fin de cimentar sobre base consciente la fuerza de 
nuestras conquistas democráticas y de que se unifique 
en un gran latido local el conglomerado de las aspi- 
raciones populares, aún divergentes y mismo contra- 
dictorias. La estadística proclama que hay en el país 
274.418 infelices, mayores de seis años, que no saben 
leer ni escribir! Tengámoslo presente. También se 
requiere fomentar los hábitos de labor en nuestra 
raza, inclinada, por tendencia y por antecedentes, al 
placer de las perezas turbulentas. El período de los 
choques armados, como regla de conducta, está ce- 
rrado y los horizontes que piden nuestros ensue- 
ños de grandeza nacional no los encontramos cier- 



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tamente por el lado de la guerra. Repetimos aquí 
las palabras con que terminábamos la crónica de 
la revolución libertadora de 1897 : « Trabajemos 
todos. Trabaje el maestro de escuela que rompe ig- 
norancias y abre corazones en el dominio paradi- 
síaco de nuestras campañas; trabaje el joven titu- 
lado que recibió en regalo de su país, por intermedio 
de la Universidad, esmerada educación; trabaje el 
pensador dictando leyes sesudas; trabaje el industrial 
para su beneficio y para el ageno; trabaje el propa- 
gandista consagrando con la práctica sus austeras 
doctrinas; trabajen los que tienen cerebro para pen- 
sar, brazos para mover y responsabilidades que sal- 
var; seámos todos obreros y ya dirá el porvenir si re- 
sultamos felices ó nó. » 

Procediendo así, dedicando al esfuerzo provechoso 
nuestras actividades, prepararemos el bienestar pri- 
vado del cual el bienestar público es un simple reflejo. 

País diminuto en tamaño material, el nuestro está, 
sin embargo, solicitado por grandes venturas, que cua- 
jarán si alcanzamos á comprender y á cumplir los de- 
beres impuestos á los miembros de las sociedades or- 
ganizadas. De otro modo, divididos, anarquizados? 
jamás dejaremos de ser crisálida y de agitarnos en un 
desgraciado ensayo de mejoramiento. 

Embarcados en este comentario brotan en nuestro 
cerebro reminiscencias sábias de ese gran libro de 
Edmundo Demolins sobre los anglo -sajones, boro que 
es un himno glorioso elevado al espíritu recio de 


19 



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aquella raza insuperable. Don Santiago de Alba puso 
á la edición española de esta obra una magnífica por- 
tada en forma de prólogo. En el cuerpo de ese valien- 
te escrito, abundante en amargas verdades, encontra- 
mos este párrafo: «Los vencedores de Cavitc y de 
Santiago de Cuba, los que en un momento han des- 
trozado nuestra escuadra, rendido nuestro ejército y 
sojuzgado nuestras colonias, no han sido Dewev, 
Sampson ni Shafter. Lucha no de barcos contra bar- 
cos, ni de hombres contra hombres, sino de un mundo 
expirante contra un mundo naciente, la vida y el pro- 
greso han triunfado por la fuerza misma de las co- 
sas. La Escuela yanqui, racional, humana, floreciente, 
es la que ha vencido á la Escuela de España, primiti- 
va, rutinaria y falsa. ¡Tenía que suceder! ¡A la es- 
cuela, españoles; á «arar hondo» en la inculta corteza 
de nuestra tradición; á machacar con brío sobre el 
yunque de nuestras preocupaciones, hasta que el es- 
fuerzo de nuestro robusto brazo atranque chispas 
donde hoy es todo oscuridad!. . . ¡Ala Escuela! Ahí 
está nuestro único realizable, digno y humanitario 
desquite!» (1) 

Hijos netos de esa desventurada España, que una 
vez pudo pagarse de que el sol no se ponía en sus 
dominios, aquellos juiciosos consejos nos alcanzan en 
absoluto! 

Acreditemos inteligencia colectiva aprovechando 

(L) Edmnndo Demolías, Kn qué consiste la superioridad dé los anglo-sa - 
jones, pá£. xxxi. 



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útiles enseñanzas que si llegan retardadas para la 
infeliz Metrópoli sacrificada, nos vienen en cambio á 
punto, cuando vamos á entrar en la senda de las gran- 
des prosperidades y evoluciones. 

Ya piden punto final estas páginas, desarrolladas 
sin pretensiones eruditas que ni alentamos ni tendrían, 
por otra parte, razón justa de ser. Al empezarlas, 
lo hicimos movidos por el propósito sincero de cri- 
ticar, con la mayor imparcialidad posible, las intempe- 
rancias políticas dominantes. Al concluir la tranquila 
jornada nos sentimos contentos pues se nos ocurre que 
ninguna pasión ofuscadora empañó nuestro criterio 
en la delicada peregrinación realizada al través de 
heroísmos y de catástrofes. 

Antes, sostuvimos que la virtud no era patrimonio 
ni de los blancos ni de los colorados; que unos y 
otros han cometido gravísimos errores; que unos y 
otros sirvieron de pedestal á esclarecidos sucesos; que 
incurren en mayúscula zoncera quienes se atribuyen 
el galardón de nuestra historia. 

Ahora, después de aquilatar la profunda verdad de- 
esos asertos, solo nos resta insistir en observaciones 
deslizadas en los orígenes de estas líneas expontáneas. 

La tierra oriental está muy por encima de todos 
los partidos y estos no poseen el derecho de compro- 
meter su grandeza acumulando piedras de rencor en 
su ruta del presente. No le disputemos al pais el cul- 
to de sus héroes invocando títulos usurarios. No en- 
venenemos el corazón de sus niños con esencias de 



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fratricidio. No vivamos en eterna pugna de fanatis- 
mos. ^ No hagamos arm a de las _ innobles mentiras tra- 
| dicionales. No insultemos su pasado glorioso, que eso' 
¡"vale tanto como arrojar fango dentro de una preciosa 
i cuna. No interrumpamos con palabras de profanación 
¡el sueño de sus gallardos caudillos ! 

Factores en una nueva v fecunda era, el deber de 
este momento histórico, que tiene pañales de alborada, 
pide, reclama, manda, formar reunidos frente al por- 
venir, aliados en el supremo afán de consolidar la fe- 
licidad común y el honor cívico de los orientales. 
Que la juventud nacional sepa entender el inmenso 
clamor de fraternidad que parte de todas nuestras 
fronteras; que los partidos apresuren su purificación; 
que sus adictos avancen en cultura para identificarse 
en ideales sin confundir su composición de lugar; que 
el advenimiento de la tolerancia sincera y sin presio- 
nes molestas sea un hecho definitivo. Para llegar á 
ese puerto de dicha ofrecen segara brújula estas pa- 
labras mágicas que debieran labrarse á fuego en la 
memoria de todos: PAZ, EDUCACIÓN, OLVIDO. 

¡ Paso á los principios, que ya llegan ! 

¡Salve á la patria! 



índice; 


La patria y los partidos .... . . 7 

Artigas y Lavalleja . . .... 27 

Oribe, Rivera y la Defensa . 73 

Quinteros, Paysandú, La Florida . . . . 136 

La intervención brasilera de 1865 y la guerra del 

Paraguay * . . 223 

Los nuevos horizontes . . . . . . 256